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Ahora le toca a la China
Si bien la
literatura de China no tiene los antecedentes de la surgida en la Mesopotamia
(ver capítulo 115), algunos estudiosos dicen que las tradiciones orales semi
literarias provienen de 3.000 años atrás. Tampoco es posible considerar “literatura”,
como algunos insinúan, a los primeros escritos en huesos y caparazones de
tortugas, posteriores al siglo XIV a C. Aquellos, más que la transcripción de
un lenguaje oral, fueron los primeros intentos por trasladar gestos y sonidos
guturales, a partir de necesidades concretas.
Muchas de las
leyendas de épocas antiguas consideran a la escritura como un regalo de los
dioses, cuando en realidad quedó establecido que la creación de la escritura
moderna es producto de un largo proceso (de más de 5.000 años) debido al
esfuerzo del hombre por poner por escrito, de la manera que podía y de acuerdo
a las diferencias culturales de cada lugar, todo aquello que procuraba
conservar de su grupo, particularmente la descripción contable de sus pertenencias.
De alguna manera surge de una ‘necesidad’ práctica por encima de cualquier
‘deseo’ de entretenimiento o de placer estético o artístico.
Mal podríamos
tampoco diferenciar por la escritura un determinado nivel de desarrollo en
algún pueblo (ver capítulo 111). En algún momento Jean-Jacques Rousseau (1673-1712) planteó este tema al considerar
las diferencias entre tres maneras de escribir: la que describe ideas, como los
jeroglíficos egipcios y los glifos aztecas; la que representa proposiciones por
medio de caracteres, como la china; y las palabras compuestas por un alfabeto.
En su “Ensayo sobre el origen de las lenguas” de 1817, Rousseau explica:
“Estas tres maneras de escribir responden con
bastante exactitud a tres estados diferentes bajo los cuales se pueden
considerar la naciones constituidas por los hombres. El dibujo de los objetos
corresponde a los pueblos salvajes; los signos de las palabras y de las
proposiciones a los pueblos bárbaros; y el alfabeto a los pueblos civilizados.”
Es evidente que
esta visión es no solo discriminatoria, sino también equivocada.
Dos siglos
después, Claude Lévi-Strauss
(1908-2009) relata una anécdota de cuando fue profesor de la Universidad de la
Sorbona de París, en una cátedra que se llamaba: “Religiones de los pueblos no
civilizados”, a la que dispuso cambiar de nombre para no ofender a sus alumnos;
eligió el de “Religiones de los pueblos que no cuentan con escritura”, con lo
que al decir del ya mencionado estudioso Luis-Jean Calvet, cae en una
utilización de los términos “no civilizados” y “sin escritura” como sinónimos.
Al principio se
hacía mención a que en la antigüedad se percibía a la escritura como un don, un
regalo, y no como el ingenio de los
hombres desarrollado y perfeccionado a través de miles de años. Y es bueno
señalar que esta convicción existía también en China. Según el célebre Shuo wen jie zi de Jiu Chen, publicado en el siglo I de esta era, fue Chan
Ji, enviado de Huang Di (el “dios amarillo”), quien en el siglo XXVI a. C., se
inspiró en las huellas de diversos animales para inventar una escritura a
partir de las diferentes marcas que dejaban. Esto en China, con esa escritura.
Si pensamos en otras regiones con otros mitos, vemos que los dioses son
diferentes y tienen variadas maneras de inventar las diversas formas de
escritura, de las que se valió antes y que sigue utilizando el hombre hoy.
En la China Primitiva
Muchos estudiosos
hablan de escritura clásica que, como se dijo antes, no es lo mismo que
literatura. Este período se extiende hasta principios de nuestra era, y esa
escritura fue extendiéndose hacia territorios vecinos, fundamentalmente como
difusora del budismo. En realidad, una versión del budismo, que ya en años
anteriores se había introducido en China desde la India. Claro que, tenía sus
diferencias. Como cuenta Calvet, además de los textos base: los sutras (especie
de aforismos dictados por Buda) y las obras de metafísica traducidas al chino,
el budismo chino contaba con biografías de monjes, comentarios, glosas, etc., escritos
directamente en chino. Al extenderse estas obras por Corea, Vietnam, y luego
Japón, no sólo se propagaba la religión, sino también la escritura, que fue
adaptándose luego en cada país. Hablamos ya del siglo III en adelante, de
nuestra era.
Es conveniente
señalar acá que la escritura en China significó también un paso importante para
entenderse mejor en medio de la
diversidad lingüística que la caracterizaba. Aún en esta época se hablan una
cincuentena de lenguas minoritarias, por parte de un 5% de la población (lo que
representa para la actual China nada menos que 52 millones de personas). Además
de ellas, según determinó el especialista Maurice Coyaud en 1969, existen las
lenguas mayoritarias que son siete. Seis pertenecientes al sudeste y otra, el
mandarín, compuesta por tres dialectos.
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