viernes, 26 de marzo de 2010

El cuento: del origen a la actualidad (18) por Roberto Brey


18



El legado del máximo poeta ruso



No es casual que la estatua de Pushkin se levante en la Plaza Roja de Moscú, que fuera reconocido y venerado durante el régimen zarista, con la revolución bolchevique, con Stalin, con la Perestroika y con el actual régimen capitalista. Bien lo señala el crítico y ensayista argentino Luis Gregorich en la introducción a la edición del Centro Editor de América Latina de “La hija del capitán”:


“En un momento en que las letras rusas se debatían entre las estériles
convenciones del seudoclasicismo y las imitaciones más o menos afortunadas de la
poesía y las sátiras francesas, Pushkin dio definitiva jerarquía literaria a la
lengua hablada, impuso la vigencia de temas y tipos nacionales en prácticamente
todos los géneros y supo colocar la literatura de su país en el mismo nivel de
madurez y jerarquía que ostentaban los pueblos europeos más desarrollados.
Participó del ideario romántico e introdujo en Rusia muchas de sus propuestas
innovadoras, pero en la composición de sus propias obras mantuvo un equilibrio y
una mesura de inspiración clásica (…) y se convirtió implícitamente en el
mediador entre la débil narrativa sentimentalista de fines del siglo XVIII y las
vigorosas novelística y cuentística realistas que habrían de ser uno de los
aportes mayores –sino el mayor- de Rusia a la literatura mundial.”


Uno de sus admiradores, Vladimir Nabokov, escribió en los comienzos de su carrera literaria (antes todavía de su “Lolita”), refiriéndose a una de las poesías de Pushkin, y con respecto a la independencia del poeta:



“Hoy día, más que nunca, el poeta debe ser tan libre, salvaje y solitario como
lo quería Pushkin hace cien años. Alguna vez, quizás, el más puro artista está
tentado de decir su palabra, cuando el clamor de su siglo, los gritos de los que
son degollados o el gruñido de algún bruto llegan hasta él; pero es una
tentación a la que no debe sucumbir, pues puede estar seguro de que si la cosa
vale la pena, madurará y producirá más tarde el fruto inesperado. No,
decididamente, la vida llamada social y todo lo que amotina a mis conciudadanos,
no tiene que ver con los rayos de mi lámpara; y si no reclamo mi torre de
marfil, es porque me contento con mi granero.”


Esta manifestación de prescindencia absoluta, de abstracción máxima de la realidad es, seguramente, una declaración de principios de Nabokov, más que una verdad en el legado literario de Pushkin. Fueron escritos, justamente, casi al final de la segunda guerra mundial, un momento en que esa prescindencia era casi un pecado para cualquier intelectual de la época, cuando los países eran invadidos, la tierra arrasada y los seres humanos masacrados sin piedad.


Posiblemente el escritor intentaba reflotar la vieja polémica (tal vez atenuada por el avance del nazi fascismo y la guerra), que enfrentaba a los partidarios del arte por el arte y el arte utilitario en los años de madurez de Pushkin y que perduraron en críticos y literatos rusos como Belinsky, Chernishevski, Dobroliubov, Saltikov-Schedrin y que, de alguna manera, se sigue extendiendo, con diferentes matices, argumentos y protagonistas, en todas las disciplinas artísticas, hasta el día de hoy.

Dónde pueden leerse:
“La dama de Pique” o de espadas: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/puchkin/damadees.htm
“El disparo memorable”: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/puchkin/disparo.htm
“El fabricante de ataúdes”: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/puchkin/fabrican.htm
“La tempestad de nieve”: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/puchkin/tempesta.htm
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