viernes, 30 de marzo de 2012

El cuento: origen y desarrollo (115) por Roberto Brey

Tablilla cerámica sumeria (3.000 aC.)


115

Las palabras y los escritores

Desde la escritura con nudos, o las incisiones en piedras, maderas, caparazones y cortezas, hasta llegar al actual teclado, transcurrieron miles de años. De aquellos rudimentos a los libros hay un largo trecho. Primero hubo que pasar de los dibujos a las letras. Egipto, Persia, Babilonia, eran la cuna del conocimiento. Con el correr de los años los dibujos, los jeroglíficos, las imágenes fueron reduciéndose a letras, que combinadas formaban palabras, aunque todavía hoy, modernos países como la República China, utilicen imágenes para comunicarse; pero ocurre igual en todo el mundo, donde se usan signos y señales (en rutas y servicios), perfectamente comprensibles casi para cualquier persona en cualquier lugar.

También el escriba fue cambiando sus métodos y costumbres. Los egipcios, como los chinos escribían de arriba para abajo y de derecha a izquierda, sosteniendo el papel con la mano izquierda, esperando para que la tinta se secara y no borronear lo que ya habían escrito.
También el cambio de superficie obligó a variar el formato de las letras. No era lo mismo escribir sobre piedra, que sobre papiro, tablas de cera, pergamino y finalmente papel. Materiales diferentes necesitaban herramientas adecuadas. Un estudiante en las escuelas de escribas de seis siglos atrás escribía con pequeños bastones puntiagudos sobre una tablilla encerada que sostenía sobre sus rodillas. No era fácil, pero más trabajoso era grabar sobre la piedra. Por suerte para ellos la cosa fue mejorando.

Dicen que Mahoma escribió el Corán sobre omoplatos de carneros, o que los griegos escribían sus nombres sobre pedazos de vajilla de barro cuando debían votar en sus reuniones públicas. Y aún después de la invención del papiro, la pobreza obligaba a muchos escribanos a dejar anotaciones en su propia vajilla.

En la India se escribían libros enteros sobre hojas de palmera, Y hay un soporte, uno de los más antiguos y más duradero, que todavía se utiliza, la piedra, que en el antiguo Egipto servía para dejar testimoniadas historias de los cuerpos que habitaban sus tumbas, costumbre que se mantiene en parte hoy. Claro que las piedras, el bronce y otros metales eran de difícil traslado, por lo que fue todo un adelanto la utilización de la arcilla. De origen en la gran cultura del valle del Eufrates y el Tigris (cuyos descendientes son tan bombardeados por estos años), se llegó a construir allí toda una biblioteca sólo de arcilla; tan durable como la piedra, pero mucho más liviano, ese libro no podría quemarse como el de papel. Era la biblioteca de Ninive, en la que se encontró escrito el fundamento mismo de su ser:

“El palacio de Asurbanipal, rey de los guerreros, rey de los pueblos, rey del país de Asiria, a quien el Dios Nebo y la diosa Masmita dotaron de orejas finas y de ojos penetrantes, para que pudiese encontrar las obras de los escritores de su reino, sometido a los reyes, sus antepasados. En honor de Nebo, dios de la razón, yo junto estas tabletas y ordeno hacer copias para que se las marque con mi nombre y se las coloque en mi palacio”.

Rollo de papiro
Como curiosidad recuerda el ruso M. Ilin que por entonces los asirios firmaban tratados con un sello realizado con un cilindro de piedras preciosas en el que se grababa un dibujo y luego se lo hacía rodar sobre la arcilla. El principio mismo del moderno estampado sobre tela o de la rotativa de la prensa gráfica.

La cinta larga de pergamino consistía en pequeños rectángulos escritos de arriba abajo y unidos luego entre sí para formar una cinta que se enrollaba para su traslado. El papel provenía de una planta con origen en las riberas pantanosas del Nilo. Era el “papiro” (cuyo nombre dio origen luego a las palabras con que, en diversos idiomas, se nombra a nuestro actual “papel”), utilizado para todo propósito, desde la construcción de barcos hasta la alimentación. Luego de un trabajoso proceso en lo que constituía una verdadera fábrica de papel, se obtenía el papiro de diversas calidades, desde el “papel de Augusto” que compraban los romanos, hasta el “de comerciantes” que se usaba para envolver. Por supuesto que no era demasiado cómodo el traslado de varios rollos desde la biblioteca para su lectura.

Ya entonces se empezaba a escribir con tinta (una mezcla de hollín con agua a la que se añadía goma arábiga para darle consistencia), pero que era poco durable y se borraba simplemente con agua, o pasándole la lengua, obligación que según Ilín se les imponía a los escribas que perdían sus concursos. Las primeras plumas entonces eran de junco o de bambú, hendidas para que fuera filtrando la tinta de a poco.

En esas condiciones la escritura se agilizaba y al mismo tiempo los bellos jeroglíficos se hacían más simples para ganar en rapidez el trazo. Había artistas (como los sacerdotes de la novela de Umberto Eco, En el Nombre de la rosa) que mantenían la belleza del trazo y la rapidez de los escritores prácticos, hábiles para llevar las cuentas.

El papiro sin embargo era caro en Roma, por ello se utilizaba tablillas de cera que se ataban unas con otras en forma de libreta para escritos menores, reservando los papiros para los libros. En la cera se escribía con un instrumento denominado estilete, puntiagudo de un lado para realizar el trazo y redondeado en la otra punta para borrar. De allí aparece la goma de borrar y “el buen estilo” de un escritor que se le dice cuando escribe bien. Claro que la legibilidad no era muy buena debido al material usado.

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martes, 27 de marzo de 2012

Rodolfo Alonso: Poemas pendientes

El título de este libro publicado recientemente en la Universidad Veracruzana, México, y sobre el cual escribe su compatriota Noé Jitrik, revela el espíritu juvenil del poeta Alonso.
Rodolfo Alonso (poeta, traductor, ensayista) vive en Olivos desde hace 3 décadas.
Dirigió durante 9 años el Centro Cultural Paseo Quinta Trabucco.

Por Noé Jitrik

          Hace cierto tiempo pude leer una nueva antología de Rodolfo Alonso, “La vida entera” (Universitat de les Illes Balears, Palma de Mallorca, España, 2009), título fuerte y propio de un balance, y pude pensar un poco acerca de una obra que se ha mantenido coherente y fuerte durante cincuenta años. No es poco: las cifras redondas en materia de tiempo siempre sobrecogen pero también proponen una lección: o bien las afectan las debilidades o bien, como en este caso, nos muestran una invulnerabilidad. No sentí, en esa “vida entera”, ninguna caída, ninguna línea que me llevara a la compasión o al desdén. Al contrario, fue más bien un íntimo sabor alimenticio, un tránsito fácil de poema a poesía y de poesía a lo poético, punto de llegada en el circuito que liga dos subjetividades, la del que escribe y la del que lee, siempre alerta a lo que la puede despertar o dejar en una sombra indiferente.

         Hoy vuelvo a otra reunión de sus “Poemas pendientes” (Universidad Veracruzana, Xalapa, México, 2012) y experimento sensaciones muy semejantes. Diría, para empezar, que la obra de Alonso resiste al tiempo y que todo lo que hay en este nuevo libro parece salir de un lenguaje propio de un hoy central, como si los poemas reunidos fueran resistentes al tiempo que pasó. Puedo esbozar una tímida explicación: esta dureza, para mí, resulta de una intuición personalísima, un encuentro con una voz que no necesitó afirmarse porque empezó firme y siguió así, la poesía de Rodolfo Alonso no conoce el desmayo.

         Veo eso en ambos libros, por no mencionar su obra anterior, no sólo en lo que destellan las imágenes que brotan de los poemas sino porque no hay sobresaltos, la misma materia-emoción, que es lo que muchos teóricos consideran lo más propio de la poesía, reside tanto en los poemas más antiguos, sacados de un depósito que parecía entregado al olvido, como en los más recientes, que el poeta podía sentir como más emocionantes. Y si esto es así, lo es para mí, se traduce en un ordenamiento visible que entiendo como una puerta que me permite entrar en el conjunto: poemas extensos, casi con una tendencia a la narración, y poemas breves, de apariencia prosística, se suceden generando un ritmo que los ojos capturan y al que hay que entregarse, no es cuestión simplemente de leer lo que predican; y si la entrega se produce se produce por compensación una comprensión de lo que es la poesía, de lo que podemos imaginar qué es eso indefinible que llamamos poesía y que creemos reconocer.

         En eso, si se trata más que de comentar un libro de hablar de lo que salta de él, reside la dificultad: ¿cómo hablar seriamente de poesía, qué decir que no sea una paráfrasis, una glosa de los temas más evidentes, un estilo o una escuela? Siempre improvisamos en este entrevero y también ahora y saldremos con bien de la mejor manera posible reconociendo las limitaciones y la pobreza de mi lenguaje frente a la riqueza del lenguaje que se nos ofrece.

         Se diría, por empezar, que la libertad verbal, la arbitrariedad conceptual, están controladas por un espíritu de contención preciso y objetivo, incluso cuando los poemas precipitan las enumeraciones en catarata; el discurso está en expansión pero nada barroca sino límpida, así conocí su poesía anterior, así lo veo en este libro: “Poemas pendientes”. ¿Será caprichoso sacar de ahí una idea de lirismo, puesto que en apariencia los temas se suceden y la idea de inspiración sobrevuela de uno a otro, el lirismo como uno de los atributos más clásicos de la poesía?

         Y, en consecuencia, me atrevo a afirmarlo: se trata de poemas líricos. Pero, a cualquiera se le ocurriría, ¿qué es el lirismo? En principio, pero superficialmente, es una exaltación del canto aunque en estos poemas no hay canto, no hay la música de la métrica y la rima, y sin embargo hay lirismo. Y, puesto que está la pregunta, me atrevo a una respuesta tentativa: el lirismo estaría en los temas, como por ejemplo el tan notorio del amor. Y en este tema me quedo: el amor no viene aquí exaltado, confesionalmente, porque quien lo expresa lo exalta y se embriaga al exaltarse, en la pura tradición romántica, sino como pérdida y, al mismo tiempo, con un interrogante, una búsqueda de respuestas en zonas comprometidas, no sentimentales, históricas: en la España republicana que forma parte del ejército de las pérdidas, junto a las literarias, en sus textos fantasmales, ese poema “Ocúpense de Arlt” lo manifiesta, y a las sociales, ese poema “Aquel Allende”. La pérdida ocupa la escena y el amor sólo es su motor; se trataría, entonces, de la pérdida el objeto y del revés del amor y de algo más y, creo, más importante, o sea las ausencias. Esta palabra es fuerte, remite al inconsciente y explica, tal vez y precisamente, la operación poética entendida como una necesidad de escritura que da lugar al poema.

         La poesía, y eso no reza sólo para los poemas que sostienen la empresa de Rodolfo Alonso, surge entonces como una convocatoria de ausencias, de ésas que vienen de la experiencia y anidan en la memoria y la saturan pero que también residen en las palabras mismas sin las cuales el poema no existiría, las palabras, esos indispensables objetos que encarnan lo ausente por definición.

         Pensar, entonces, en la experiencia poética que viene en un libro recién nacido: “Poemas pendientes”. Pensar, también, en lo que nos despierta. Y si nos despierta algo relacionado con este modo de existir, me refiero a la poesía, el acto de presentarla está cumplido, tiene tanto sentido como la lectura misma que podamos hacer.

Rodolfo Alonso: “Poemas pendientes”
(Universidad Veracruzana, Xalapa, 2012)

viernes, 23 de marzo de 2012

El cuento: origen y desarrollo (114) por Roberto Brey

Alfabeto cuneiforme mesopotámico.
114

Cercano Oriente, Africa, China, Japón, India.

Los primeros escritos y su evolución

Si como dijimos en algún lugar, la escritura nace para que las palabras permanezcan… es posible que si esas palabras dichas al viento -que hayan sido modificadas, olvidadas y recreadas, formando historias, pensamientos o relatos-, pudieron mantener el concepto de lo que expresaban, fue a partir de la creación de la escritura.

El sociolingüista  francés Louis-Jean Calvet (1942) considera a la escritura como producto de un largo proceso histórico debido al ingenio, y necesidad, de los hombres. Para él, treinta siglos de evolución a partir de los kia wen (inscripciones sobre escamas y caparazones de los siglos XII y XI a.C. en China), dan por tierra con las leyendas antiguas del este y del oeste, que le atribuyen a los dioses la creación de la escritura.

En su trabajo sobre el origen de la escritura, Calvet extrae interesantes conclusiones.
1) Que las distintas escrituras del mundo no provienen de un mismo modelo inicial, pero todos los alfabetos tienen un origen común: pictogramas que enseguida adquieren valores fonéticos, evolucionando hacia una escritura silábica y, por acrofonía (conserva sólo la primera letra de una sílaba o palabra), hacia el alfabeto.
2) El origen de la escritura es llevar la contabilidad, conservar edictos y leyes, mantener vivos en las tumbas el recuerdo de los personajes importantes. La escritura aparece en las ciudades. Es práctica. Mucho más tarde la escritura pasó a ocuparse de otras funciones (estéticas).
3) En todas las épocas la voluntad fue mantener en grupos restringidos el poder que ella confería. También en la época moderna, lo que demuestra “que existe un vínculo muy estrecho entre escritura y poder”. “La escritura, nacida de las necesidades de los poderes  civiles o de los poderes religiosos, enseguida se convertiría en una apuesta del poder, y hasta cierto punto continúa siéndolo en la actualidad”, asegura.
4) “Los alfabetos no suponen en modo alguno la forma más perfecta de escritura”. En el momento en que Europa daba los últimos retoques al alfabeto heredado de la Mesopotamia… los mayas elaboraban su sistema…

Calvet considera como una necesidad humana el retener el lenguaje oral. “Para ello ingenió diferentes soluciones que se apoyan, todas ellas, sobre el mismo principio: acercar el carácter pictórico al gestual, es decir, poner los trazos gráficos al servicio de esas palabras que se desvanecen”.

Pero los formatos encontrados hasta hoy para conservar la memoria -asegura-, gracias a las nuevas tecnologías, mañana estarán en un “museo de antigüedades” y darán paso a otros modos de conservación.

Desde aquella escritura pictográfica del sur de la Mesopotamia 3300 a. C, pasando por la escritura egipcia, los cuneiformes sumerios, los pictogramas chinos, los alfabetos griego, etrusco, itálicos (VIII  a. C), el alfabeto latino, el brahmí, el hebreo,  la definitiva escritura china, el godo, el árabe (s. IV). Y pasando por la expansión de la escritura china a Corea, Vietnam y Japón, como línea de expansión del budismo a principios de nuestra era, hasta llegar al día de hoy; en todo ese período existieron distintos tipos de escritura, tanto en los diferentes géneros literarios, como en los formatos de los libros (cuero o papiro antes, papel o digitales hoy).

De esto se desprende que más allá de la reconocida tradición oral del cuento como proveniente del cercano oriente y de China, también hubo textos de toda variedad realizados por escritores no occidentales. Sin embargo, teniendo en cuenta el predominio de occidente durante la época moderna, tanto en lo político como en lo militar, mucho de lo escrito hoy se desconoce, especialmente en nuestros países colonizados, y parte de lo que se pudo haber producido en la misma América como en Asia y África fue destruido, ignorado, o simplemente no traducido a las lenguas occidentales predominantes, lo que mantiene en la oscuridad hasta hoy mucho de lo producido en la antigüedad.

Occidente actuó, con respecto del mundo todo, como una especie de vidriera, algo así como hoy actúan los grandes medios de comunicación con la información en general: “lo que no aparece en ellos no existe”, suelen decir, y sólo un arduo trabajo de investigación puede rescatar lo que producen los sectores más postergados del mundo, de la humanidad o de un país, y su trascendencia, por lo menos para lo que Occidente considera trascendencia, es muy relativa, en aras del afán permanente por la uniformidad del pensamiento y del mercado, objeto de lucro y de ganancias por quienes hoy dominan en el mundo.

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martes, 20 de marzo de 2012

Libros recomendados: "Conversaciones con un amigo" de Alberto Manguel

El verdadero placer de la lectura

George Steiner definió a Alberto Manguel como "un don Juan de las bibliotecas". Y Manguel, que nació en Buenos Aires, creció en Israel, trabajó en Europa, Tahití y Canadá y hoy vive en Francia, es un verdadero amante de los libros.

Estas charlas con el editor francés Claude Rouquet, no son un simple reportaje donde se pueden repasar experiencias; por supuesto que habla de la infancia, los viajes, el racismo, la religión, la política; pero cuando uno se adentra en la lectura, se da cuenta del profundo amor que este hombre tiene por la literatura. Y es como si nos fuera introduciendo en un mundo casi mágico, donde los libros comunican algo más que ideas o sentimientos, es como si vivieran y se comportaran como compañeros, verdaderos amigos de la vida de cada uno.

Es imposible no leer sus relatos como si fueran propios, sentir que hay vivencias que coinciden y que, a través de la lectura y de los libros los hombres pueden comunicarse aunque ni se conozcan.
Alberto Manguel es escritor, antólogo y traductor, pero por sobre todo es lector y vive entre libros: «Ya no sabía dónde estaba mi casa y me veía obligado a encontrarla en los libros», dice. Y esa vida de aventurero dentro de la literatura lo llevó a establecer vínculos especiales con las librerías, las bibliotecas, los escritores famosos que va conociendo en esos mundos, casi casualmente, pero todos ellos atraídos por la misma pasión. Cómo no gozar con las anécdotas sobre Borges, Marta Lynch y Graham Greene; su visión del primer peronismo, de la vuelta en los ‘70, de la guerra de Malvinas, la dictadura y la mirada europea sobre esos hechos, de la democracia y de la crisis del 2001.

Todo lo que cuenta Manguel tiene el poder de lo nuevo, visto con ojos diferentes: sus traducciones y el descubrimiento de nuevos escritores; sus idas y vueltas por el mundo que lo llevan de vuelta a la Argentina, donde en una de sus estadías colabora con la Nación, y aprende cómo se maneja el contexto, para desvirtuar la información. Y puede explicar cómo ese sistemático entorpecer la lengua, cambiar el sentido de las palabras que utilizó la dictadura, y hoy el sistema comunicacional del mundo, es una forma más eficaz que la censura para acallar las mentes.

Es difícil en pocas líneas mencionar tantos autores, obras, anécdotas e ideas que se desprenden de esas “Conversaciones con un amigo”. Pero lo que queda es la necesidad de seguir leyendo, conocer más sobre sus obras y sobre muchas de las cosas que cuenta. Eso, tal vez, es suficiente motivo para desear más lecturas, inacabables, que nos trasporten a ese mundo mágico de los libros y las palabras.

Entre las novelas y ensayos de Alberto Manguel se destacan Guía de lugares imaginarios (escrita con Gianni Guadalupi), Noticias del extranjero, Una historia de la lectura (Premio Médicis), En el bosque del espejo, Leyendo imágenes, Stevenson bajo las palmeras, Diario de lecturas, El regreso, La biblioteca de noche, La ciudad de las palabras y tanto más.

Editorial La Compañía, 246 pág., $69.

R.B.

viernes, 16 de marzo de 2012

El cuento: origen y desarrollo (113) por Roberto Brey

113

Ricardo Palma (1833-1919)

Es el segundo autor considerado en esta etapa. El escritor peruano fue una de las figuras más representativas de la literatura hispanoamericana, definido por algunos como romántico y por otros como tradicionalista, supo combinar distintos géneros y estilos para realizar un camino propio.

Abogado a los 20 años, pero dedicado a las labores literarias por sobre todo, pasó por la armada, viajó por Europa y los Estados Unidos, y luego llegó a intervenir en la defensa de El Callao ante el ataque español. Retirado de la política luego del fusilamiento del presidente Balta, del que fue secretario, se convirtió en el director de la Biblioteca Nacional, que debió reconstruir luego del saqueo que realizaron las tropas chilenas ocupantes de Lima.

De prolífica actividad literaria, hizo traducciones de autores europeos, trabajos historiográficos (“Anales de la Inquisición en Lima” provocó profundas polémicas en el clero), poesías y diversas producciones periodísticas.

Pero es con “Tradiciones peruanas” (publicadas desde 1872 en adelante, pero muchos años antes en revistas y periódicos), que Palma inaugura un género, el de los relatos basados en historias de la época virreinal hasta la colonia, que abarca numerosos volúmenes. En carta al poeta argentino Rafael Obligado él mismo lo define así:

“La tradición es romance y no es romance; es historia y no es historia. La forma ha de ser ligera y recogida; la narración rápida y humorística. Me vino en mientes platear píldoras y dárselas a tragar al pueblo, sin andarme con escrúpulos de monja boba. Algo y aún algos, de mentira y cual dosis de verdad, por infinitesimal que sea: mucho de esmero  y pulimento en el lenguaje; y cata la receta para escribir tradiciones”.

Consideradas como un verdadero estudio del Perú colonial, donde se mezcla lo real con lo imaginario, pasan por esas páginas todos los avatares ocurridos desde la invasión española hasta la independencia. Predomina lo risueño y lo picaresco, lo que le da el atractivo principal, además de la brevedad, lo que lo convierte en un anticipo del cuento moderno.

José de la Riva Agüero (1885-1944), escritor y político conservador peruano, la define así: “Tal como la constituyó Palma, la tradición es un género mixto o mestizo, producto del cruce de la leyenda romántica breve y el artículo de costumbres”.

Para Susana Zanetti “la tradición es un cuento popular en el cual el narrador se introduce constantemente en el plano de la historia, quebrándola eficazmente con refranes, frases hechas de sabor popular, acotaciones pícaras o satíricas, versos tradicionales o que los imitan. La acción subyace bajo la lengua y lo connotativo asume papel principal. Fuera de los signos del narrador lo demás casi no existe”.

Y el propio Palma dice de ellas: “…es la forma más agradable que puede tomar la historia: gusta a todos los paladares… no se lee nunca con el ceño fruncido sino sonriendo. La historia es una dama aristocrática y la tradición una muchacha alegre”.

Hay que reconocer también que esa preferencia por el pasado de Palma, le trajo calificativos de “pasatista” y “arcaísta”, y sus sucesores le reprochan no haber escrito la gran novela del siglo XIX.

“La sátira y el humor  fueron una máscara fiel… pero también disfraz cortesano que ocultó los más dramáticos perfiles de nuestra realidad decimonónica”,  dijo de ellas el crítico literario peruano José Miguel Oviedo (1934), especialista en Palma.

De cómo el cordero vistió la piel del lobo de Palma, puede leerse en:

Dónde y cómo el diablo perdió el poncho en:

Pasquín y contrapasquín en:

El alacrán de fray Gómez en:

Don Dimas de la Tijereta en:

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lunes, 12 de marzo de 2012

Libros recomendados: El común olvido de Sylvia Molloy

La memoria, el olvido y la puesta en palabras de un mundo de recuerdos

A pesar de que siempre fue una escritora considerada por los círculos literarios, parece que Sylvia Molloy se está poniendo de moda. Por lo menos me parece a mí que en los últimos días encontré reseñas de sus libros en varios suplementos literarios y en revistas especializadas, y por lo menos dos de sus libros acaban de ser reeditados.

Uno de ellos es el que leí en estos días y del que quería hablarles, porque me pareció que vale la pena adentrarse en él en una época en que la memoria está en cuestión, por olvido o por recuerdo, y el protagonista, un joven argentino profesional en Estados Unidos, vive esa experiencia, a la vez común y extraña de recordar lo olvidado y olvidar aquello que alguna vez ocurrió en su infancia y en su juventud.

El libro es “El común olvido” y Sylvia Molloy lo escribió en plena crisis argentina (2001) y lo reeditó a fin de este año Eterna Cadencia. Es la historia de quien vuelve para arrojar las cenizas de su madre al Río de la Plata, pero en realidad es un viaje de reconocimiento, de su madre, de su pasado, donde todavía hay mucho por desentrañar y por reconocer. Se suceden los personajes, familiares, amigos y no tanto, que cuentan sus versiones de aquellas épocas cuando creía que era feliz, aunque no tanto, con sus cuestionamientos y sus dudas; con una madre que estuvo alejada de él en los últimos años, pero que empieza a aparecer de otra manera, con una imagen diferente. Y con toda la incertidumbre de querer conocer o no otra verdad, distinta a la que había asumido, al tiempo que trata de confirmar su propia personalidad, sus propios sentimientos hacia los que fueron, hacia su pareja y hacia ese nuevo saber que en parte lo abruma y lo supera.
El recuerdo puede ser diferente según quien lo cuente y la verdad puede ser negación o afirmación,  pero es imposible de evadir, al igual que las culpas que el pasado agiganta. Ese viaje al recuerdo también es parte de un viaje autobiográfico de la propia autora, en una novela que se convierte a cada página en más apasionante, donde lo nuevo florece a cada paso, y se vive casi con angustia, en un recorrido por secretos, misterios y amores de sus protagonistas.
Quién fue mi madre, quién era yo, cuánto le debo, cuánto me dieron. La novela parece fijar un momento en la vida literaria de Sylvia Molloy; ya que su fragmentario “Varia imaginación” creado a  partir de los recuerdos que sobrepasaron “El común olvido”, y “El libro de los regresos”, otra obra sobre la que trabaja ahora,  completan esa serie de anécdotas y recuerdos inacabados que brotan de aquel primero.

“Quería recuperar relatos y, sobre todo, voces, tonos, palabras de distintas épocas de un Buenos Aires que yo había vivido y que se encimaban en mi memoria. Se me ocurrió hacer ese trabajo de recuperación como una especie de arqueología de relatos, a través de un personaje que emprende una búsqueda que termina deparándole un descubrimiento inesperado”, dice en un reportaje realizado en 2006. Porque la novela también es el recuerdo de lugares emblemáticos, de personajes que pueden ser reconocidos. Hechos y modas que sucedieron años atrás, la guerra civil española y sus exiliados, la liberación de París y los cambios políticos y culturales ocurridos en el país. Esa mirada al pasado de muchos, al recuerdo de cada uno, obliga al lector a un recorrido por sus propias vivencias y nostalgias.

Sylvia Molloy nació en Buenos Aires. Además de El común olvido (2002), publicó el libro de relatos Varia imaginación (2003) y las novelas En breve cárcel (1981) y Desarticulaciones (2010). Reconocida por su trabajo de crítica literaria y por sus publicaciones Acto de presencia (1996) y Las letras de Borges (1979). Es coeditora de los libros Women’s Writing in Latin America (1991) e Hispanism and Homosexualities (1998). Actualmente es Albert Schweitzer Professor in the Humanities de la Universidad de Nueva York, donde dirige el programa de escritura creativa en español.

Eterna Cadencia, 352 pág., $ 82

R.B.

viernes, 9 de marzo de 2012

El cuento: origen y desarrollo (112) por Roberto Brey

112

Más hispanoamericanos (3)

Los dos últimos escritores que consideramos en este período presentan rasgos diferentes, pero ambos comienzan a redondear una escritura original que confluye en relatos con ciertas características típicas del cuento, aunque todavía no ingresan en la categoría que supo definir Poe y que luego cerrará en hispanoamérica el uruguayo Horacio Quiroga.

José Eduardo Wilde (1844-1913, Bruselas, Bélgica). Nacido en el exilio familiar en Tupiza, Bolivia, formó parte de la llamada Generación del 80. Su abuelo, Santiago Spencer Wilde, fue un inmigrante inglés, su padre Diego William Wilde, un médico y militar argentino, y su tío, José Antonio Wilde, también fue médico y autor de “Buenos Aires desde 70 años atrás”, una aguda visión del Buenos Aires de principios de 1800.

Se recibió de médico en la Universidad de Buenos Aires en 1870, con una tesis premiada sobre El Hipo. Sin embargo, antes de recibirse interrumpió sus estudios para ayudar en la epidemia de cólera de 1867-1868 y para desempeñarse como cirujano del ejército en la Guerra del Paraguay.
En 1871 se destacó en la lucha contra la gran epidemia de fiebre amarilla declarada en Buenos Aires. Fue designado profesor en la UBA y Director del Departamento de Higiene y Obras de Salubridad de la Nación. Por esos años, publicó Lecciones de higiene y Lecciones de medicina legal y toxicología.

Afiliado al Partido Autonomista Nacional fue elegido dos veces diputado provincial y otras dos como diputado nacional. En 1882 el presidente Julio Argentino Roca lo designó Ministro de Justicia, Culto e Instrucción, y bajo su dirección se dictaron dos leyes decisivas de la organización institucional laica del país: ley de educación laica (inspirada en las recomendaciones de Domingo F. Sarmiento), y ley de matrimonio civil. Durante la presidencia de Miguel Juárez Celman se desempeñó como Ministro del Interior hasta 1890.

Integrante de la élite dirigente que acompañó la gestión de Roca, Wilde es, como Mansilla, como Cané, o como Lucio V. López, un típico escritor que va llevando a cabo su obra literaria en medio de otras ocupaciones. Pese a ello, sus obras completas abarcan casi veinte volúmenes. Al decir de Adolfo Prieto (Diccionario Básico de la Literatura Argentina) “la única de las obras de Wilde que pareció responder a una organización de ciertos alcances fue “Aguas abajo”, estructura novelesca apoyada en el uso de evidentes materiales autobiográficos”, inconclusa a la muerte del autor.

Sentido del humor, ruptura de la visión convencional, captación de sensaciones y una aguda visión de la cotidianidad, prestigian muchos de sus cuadros costumbristas, recogidos en “Tiempo perdido” (1878), “Prometeo y Cía.” (1899), “Por mares y tierras”, entre otros.
Tal vez el más famoso de sus relatos sea “Tini”, con marcada influencia de Dickens, al decir de Estrella Gutiérrez. “Lo escribí, dijo Wilde, para probarles a los mentecatos que sabía sentir; ellos lo ignoran”. Quiso ser original y lo logró, por lo menos frente a otros escritores de su tiempo.
Dos de sus escritos: “Los descamisados” y "La Nación" y su partido, se dan a conocer por la curiosidad de mantener alguna actualidad con ciertos personajes, sucesos y expresiones que se dieron durante el siglo XX y hasta estos días.

Para concluir vaya una perla de este médico y su tratamiento satírico de la poesía, tomado de un artículo crítico sobre el poeta Estanislao del Campo. Decía de los poetas: “A mi me inspiran compasión y cada vez que sé que una persona que aprecio hace bellos versos, me veo tentado a exclamar: ‘¡pobre, tan estimable por todo, pero poeta!’” Y en consecuencia, a Estanislao del Campo le predice que va a ser recordado sólo por su Fausto y le da un consejo, inspirado en Lord Byron del que opina: “es el menos repugnante de todos los poetas”.  Le pide que imite a Byron (“qué aumento el inglés con un sinnúmero de palabras y construcciones nuevas que inventó”), pero en castellano: “ríase de la Academia Española y trate como merece a esta pobre humanidad, de la que forma una mísera parte su amigo que lo compadece sinceramente, habiéndose llegado a convencer de que usted tiene el gravísimo inconveniente y la incomparable desgracia de ser poeta.” (20-05-1870)

La lluvia de Eduardo Wilde se puede leer en:
"La Nación" y su partido en:

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