viernes, 11 de noviembre de 2011

El cuento: origen y desarrollo (98) por Roberto Brey

Giner de los Ríos.

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España: Los intelectuales y el krausismo

Es por entonces que toma preeminencia el “krausismo”, que reemplazará en la filosofía al tradicionalismo católico. Creado por el alemán Carlos Cristián Federico Krause (1781-1832), orientó a escritores y políticos liberales de fin de siglo.

Fue Julián Sanz del Río (1814-1869), pensionado por el gobierno para estudiar filosofía en Bélgica y Alemania, quien se entusiasmó con las ideas de Krause, que incorporó luego a su cátedra de Madrid, y llegó a tener un incalculable número de seguidores.

Para el mencionado Miguel Artigas, el sistema krausista, “más que como contenido filosófico, tuvo importancia porque en torno suyo y profesándolo en todo o parte se agruparon los disidentes, los que no aceptaban el catolicismo como creencia y norma de vida.”

Y agrega:

Los políticos, que de todo se aprovechan, aprovecharon el sistema buscando en él prestigio y fuerza intelectual para sus ideas. Influyó también en otras ciencias, sobre todo en las jurídicas y sociales. De esta manera, si aquella filosofía indigesta no floreció ni dio frutos propios de valor, injertada en otras actividades ganó influencia difusa.

El krausismo, que atacaba los fundamentos católicos de la vida tradicional, se vio alguna vez perseguido por sus doctrinas contrarias a las del Estado, y en 1865 se formó expediente a Sanz del Río y a alguno de sus discípulos, entre ellos a Giner de los Ríos.

Pero vino la revolución del 68, volvieron a sus cátedras, y entonces se legalizó la más amplia libertad de enseñanza, y, es claro, en nombre de ella se persiguió a las doctrinas que sus contrarios profesaban.

Cuando llegó la Restauración monárquica en 1875, el ministro de Fomento pasó una orden a los Rectores para que no tolerasen en las Cátedras ataques contra el dogma católico y las instituciones vigentes. Salmerón, Giner, González Linares, Calderón, Azcárate, Castelar, Montero Ríos, Moret, etcétera, no se conformaron y fueron separados en virtud de expediente. «La separación fue justa –dice Menéndez y Pelayo–, no los destierros y tropelías que la acompañaron. Siempre fue la arbitrariedad muy española.»
Los catedráticos separados crearon entonces, para seguir cultivando su filosofía, la Institución Libre de Enseñanza. Fue, pues, el krausismo el origen y el sistema filosófico de la Institución, y alma y animador de ella don Francisco Giner de los Ríos.

El estudioso francés Yvan Lissorgues (1931-) identifica a los «intelectuales influidos por el krausismo» como un grupo que en distintas Universidades o Institutos, antes de 1890, “se han dado a conocer por un sinnúmero de publicaciones (libros y artículos) sobre temas pedagógicos, científicos, jurídicos, sociales, filosóficos, literarios. Esa gran actividad de carácter científico-filosófico, insólita durante los primeros lustros de la Restauración, se intensifica en los perturbados últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del XX, o sea, durante el período de crisis aguda denominada por los historiadores de nuestro tiempo crisis de fin de siglo. Es preciso añadir que en torno al «grupo» hay una amplia zona de influencia, en la que se sitúan, de una manera u otra y más o menos cerca, muchos desconocidos pero también personalidades de primera fila, como pueden serlo Benito Pérez Galdós y tal vez Juan Valera.”
Yvan Lissorgues explica que son ellos: “los que animan de manera insólita la vida intelectual de ese período que la gente nueva del fin de siglo se apresurará a despreciar en bloque, iniciando de este modo la postergación ulterior de una de las raíces «progresistas» más fecundas de la España moderna, que ellos, más que otros, contribuyeron a enraizar y fecundar gracias a su incansable labor reflexiva.

Todos van movidos por un afán de saber que puede verse como la interiorización del imperativo krausista relativo al conocimiento y a la ciencia, según el cual conocer la creación de Dios es acercarse a Dios (el hombre «debe conocer en la Ciencia a Dios», escribe Sanz de Río, traduciendo o glosando a Krause-Ureña, 1992, pág. 2). Parece evidente, sin embargo, que, en ellos, incluso para los que no se acercan al agnosticismo, ha perdido fuerza o se ha evaporado la conciencia permanente de la ciencia absoluta (de la Wissenchaft), pero queda, y es lo importante, viva y activa la necesidad vital del ensanchamiento (de la «realización») de la naturaleza humana por la cultura, por la asimilación del conocimiento, de todos los conocimientos. No bastaría un libro para dar cuenta de la ingente labor de adaptación, asimilación, difusión de todas las ideas nuevas que «brotan» en el campo científico, cultural, filosófico, de una Europa en plena expansión. Sobre este punto, la obra literaria y periodística, ya bien conocida, de Clarín podría considerarse como paradigmática.”

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