viernes, 25 de febrero de 2011

El cuento: origen y desarrollo (62) por Roberto Brey

62

América y su independencia

Visto ya los rudimentos de Romanticismo y avanzado un poco en la literatura española, estaremos en mejores condiciones para acercarnos al cuento en América, cuyo primer antecedente, por lo menos para los nacidos en el Río de la Plata es (casi) “El Matadero” de Esteban Echeverría.
Pero antes de entrar en precisiones polémicas, permítanme continuar en Hispanoamérica, allí donde habíamos dejado en el capítulo 55.

En el trabajo de Susana Zanetti sobre literatura hispanoamericana, se señala que la poesía había predominado por sobre la prosa, pero a pesar de ello aparece lo que sería la primera novela, representada por “El periquillo sarniento” del mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827).
Su publicación tiene que ver con la censura, que en 1816 ejercía la España absolutista sobre el deseo de independencia de México. La Inquisición en plena acción cierra su periódico “Alacena de frioleras”, por lo que Lizardi –su director- recurre a la edición por entregas de lo que sería su novela. En ella Lizardi describe vida y costumbres de Nueva España, pero en su lenguaje natural, el que se hablaba en los pueblos, siempre con un afán moralizador y educativo. “El periquillo…” es una novela picaresca con las intenciones que su autor manifiesta en el prólogo: “Cuando escribo mi vida, es solo con la sana intención de que mis hijos se instruyan en las materias sobre que les hablo… esta obrita no es para los sabios, porque estos no necesitan de mis pobres lecciones; pero si puede ser útil para algunos muchachos (…) que sean amigos de leer novelas y comedias”.

Zanetti señala como defectos “las largas peroratas, donde ataca la superstición, la escolástica, el sistema carcelario, el clero y hasta el luto (además de) largas explicaciones eruditas sobre las más diversas materias reforzadas con citas y sentencias latinas, que quiebran la narración…”
Pero es su mérito haber sido el primer americano en 300 años en escribir una obra de esas características y, fundamentalmente, su “mexicanidad”, la descripción de costumbres, tipos humanos y la lengua propia de la colonia.

“El pensador mexicano” fue el seudónimo que hizo famoso a Lizardi, quien continuó su labor periodística hasta el fin de sus días, difundiendo sus ideas sociales y políticas con reformas avanzadas que servirían de apoyo a los revolucionarios que luchaban por sacudirse el yugo español.

Poesía
Pero la poesía en América como en España sería la reina. La poesía usada como proclama para relatar triunfos, para llamar a la lucha, para exaltar los máximos valores sociales.
El principio de siglo aumenta el interés por las novedades de Europa. El ejemplo de las ideas que transitan por Francia, Inglaterra, Italia, los ideales de independencia, de libertad, de igualdad, chocan con el absolutismo español, y en la literatura el Romanticismo ya comienza a abrirse paso como un aire fresco para renovar la escritura.

En América prende el sentimiento americanista, y el rechazo por lo español, y éste era tanto, que los jóvenes revolucionarios llegaron a plantearse el abandono del español como lengua para reemplazarlo por el francés, como idioma representativo de la libertad frente a la oscura colonia en la que habían vivido hasta 1810.

Juan María Gutiérrez, uno de esos jóvenes entusiastas llegó a recibir el nombramiento de miembro de número de la Real Academia Española, mucho después, en 1853, honor que rechazó, como para reafirmar que más allá de las exaltaciones juveniles de los años revolucionarios, la madurez no había hecho mengua en lo central de su pensamiento.
La poesía predominaba, dijimos, y allí está el neoclasicismo del ecuatoriano Joaquín de Olmedo (1780-1847), quien como la mayoría de los literatos, también fueron periodistas y políticos, ocupando muchas veces cargos en los jóvenes gobiernos patrios. “La victoria de Junín. Canto a Bolivar” y “Al general Flores…” son sus poemas más reconocidos, además de haber sido el creador de la escarapela y la bandera de Guayaquil.

El venezolano Andrés Bello (1781-1865) es otro de los representantes de la intelectualidad hispanoamericana. Amplio conocedor de la literatura española y europea, integra la pléyade de poetas que cantan a los nuevos tiempos, que responden a ese espíritu americanista. Sus primeros poemas, “A un samán”, “A la vacuna”, “A la victoria de Bailén”, responden a una primera etapa en Caracas. Una segunda se revela en Londres como enviado del gobierno venezolano, donde publica su “Alocución a la Poesía” (1823) y “A la agricultura de la zona tórrida” (1826), todavía dentro del clasicismo. Una tercera etapa se verificaría durante sus años en Chile, en su labor de funcionario, con trabajos publicados en diarios y revistas chilenas, ya con una poesía influenciada por el romanticismo.

Sus principales poesías son un llamado a la renovación, una propuesta a los poetas y a la poesía para el retorno a la originalidad, inmersa en la tierra, virgen aún, frente a la desgastada Europa, como lo dice en su “Alocución a la poesía”:

“Tiempo es que dejes ya la culta Europa,
que tu nativa rustiquez desama,
i dirijas el vuelo a donde te abre
el mundo de Colón tu grande escena”.

Para Zanetti: “La actitud del poeta y el tema son totalmente originales en la literatura hispanoamericana de entonces, aunque los vuelque en moldes neoclásicos.”
Como funcionario y como poeta, Bello trabaja para los ideales patrióticos, edita periódicos y difunde el pensamiento de la época. Entre sus importantes obras se cuentan el Código Civil chileno, junto a varios trabajos jurídicos, una historia de la Literatura, una historia de Venezuela y una Gramática de la lengua castellana. La obra de Bello es reconocida como fundamental para el desarrollo literario americano, y para la vida cultural de este periodo; el suyo es el aporte más importante.

A la vacuna de Andrés Bello se puede leer en:
http://es.wikisource.org/wiki/A_la_vacuna

José María Heredia (1803-1839) es otro grande nacido en Cuba. Considerado el Poeta Nacional, fue poeta prerromántico, patriota y periodista en una tierra que tardaría mucho en lograr su independencia; vivió en México y en EE.UU. en exilio obligado, y entre sus poemas más celebrados se encuentran: “En el teocalli de Cholula” y “Niágara”. “Todo perece por ley universal. Aun este mundo tan bello y tan brillante que habitamos, es el cadáver pálido y disforme de otro mundo que fue…”, diría en un poema.
Es interesante conocer una opinión que Andrés Bello daría en 1825 sobre Heredia, que remite a las ideas de Bello sobre la creación:

“Sentimos, no solo satisfacción, sino orgullo, en repetir los aplausos con que se han recibido en Europa y América las obras poéticas de don José María Heredia, llenas de rasgos excelentes de imaginación y sensibilidad. (…) No son comunes los ejemplos de una precocidad intelectual como la de este joven… circunstancia que aumenta muchos grados nuestra admiración a las bellezas de ingenio y estilo de que abundan, y que debe hacernos mirar con suma indulgencia los leves defectos que de cuando en cuando advertimos en ellas (…) Desearíamos que si el señor Heredia da una nueva edición de sus obras las purgase de estos defectos, y de ciertas voces y frases impropias, y volviese al yunque algunos de sus versos, cuya prosodia no es enteramente exacta.”

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