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Volvamos a España
Será imposible avanzar en nuestro itinerario si no volvemos a la España que habíamos dejado allá por el siglo XVII. Algo tiene que ver Europa, y en particular la península, en la literatura de hispanoamérica.
Habíamos quedado en Francisco de Quevedo, apenas comenzado el 1600, y muy poco podremos hablar de cuentos, hasta entrado el siglo XIX.
La situación en España tampoco era demasiado halagadora, el absolutismo con sus guerras y su presión fiscal, provocan un descontento generalizado con sublevaciones en Portugal, Cataluña, Aragón, Navarra y Andalucía. España pierde territorios en los Países Bajos y a las interminables guerras, se suman como consecuencia la pobreza, las epidemias y la desesperada migración de la población del campo a la ciudad, buscando sobrevivir como sea.
Un rey débil y enfermizo, el Hechizado, también sirve de estímulo a otros monarcas europeos para intentar repartirse el territorio desprotegido y con un gobierno decadente.
En la literatura se consolida un período pesimista, que sigue en parte los pasos de escritores cono Quevedo o Manrique.
Un destacado de ese período es Baltasar Gracián (1601-1658), un jesuita con un estilo calificado dentro del barroco, que escribe “El Criticón” (1651-1657), una novela filosófica con tono alegórico y un conjunto de aforismos que, hasta hoy, sirve de tanto en tanto para distintos modelos de libros de autoayuda. La obra le valió la prohibición de seguir escribiendo por parte de su orden religiosa.
"-¡Oh vida, no habías de comenzar, pero ya que comenzaste no habías de acabar! No hay cosa más deseada ni más frágil que tú eres, y el que una vez te pierde, tarde te recupera: desde hoy te estimaría como a perdida. Madrastra se mostró la naturaleza con el hombre, pues lo que le quitó de conocimiento al nacer le restituye al morir: allí porque no se perciban los bienes que se reciben, y aquí porque se sientan los males que se conjuran. ¡Oh tirano mil veces de todo el ser humano aquel primero que con escandalosa temeridad fió su vida en un frágil leño al inconstante elemento! Vestido dicen que tuvo el pecho de aceros, mas yo digo que revestido de yerros. En vano la superior atención separó las naciones con los montes y los mares si la audacia de los hombres halló puentes para trasegar su malicia. Todo cuanto inventó la industria humana ha sido perniciosamente fatal y en daño de sí misma: la pólvora es un horrible estrago de las vidas, instrumento de su mayor ruina, y una nave no es otro que un ataúd anticipado. Parecíale a la muerte teatro angosto de sus tragedias la tierra y buscó modo cómo triunfar en los mares, para que en todos elementos se muriese. ¿Qué otra grada le queda a un desdichado para perecer, después que pisa la tabla de un bajel, cadahalso merecido de su atrevimiento? Con razón censuraba el Catón aun de sí mismo entre las tres necedades de su vida el haberse embarcado por la mayor. ¡Oh suerte oh cielo oh fortuna!, aun creería que soy algo, pues así me persigues; y cuando comienzas no paras hasta que apuras: válgame en esta ocasión el valer nada para repetir de eterno. "
(Fragmento de la primera parte de “El criticón”)
Su actitud, que se corresponde a la decadencia de la sociedad española, hace que se lo señale como precursor del existencialismo, y se asegure que influyó en los moralistas franceses, como La Rochefoucauld, y en el siglo XIX en la filosofía de Schopenhauer. A lo largo del siglo XVIII, ese absolutismo decadente va generando una nueva actitud intelectual, reconocida como la «Ilustración», que intenta romper con el principio de autoridad emanado de la divinidad y propugna el predominio de la razón. Este período conocido también como "Siglo de las Luces" o "Siglo de la razón", tiene como premisa la búsqueda de la felicidad a través de la cultura y el progreso. De allí deriva el “neoclasicismo”, como una vuelta a los valores de la antigua Grecia, a la armonía y a las reglas derivadas de aquel período. Lógicamente, como reacción a ese pensamiento, surge a fin de ese siglo el “prerromanticismo” y luego el “romanticismo”, que pone un mayor énfasis en los sentimientos y en las pasiones. Tanto el barroco como el clasicismo influyen en la literatura de América, que recién en el siglo XIX, y también con la influencia del romanticismo, alcanzaría su mayor autonomía de Europa.
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