martes, 28 de junio de 2011

Jorge B. Rivera: medios en la historia

Mirta Varela recuerda a Jorge Rivera, escritor, docente e investigador, presenta un perfil de su obra e informa sobre un sitio que recoge muchos de sus trabajos.


Por Mirta Varela *

En una entrevista, Jorge Luis Borges recita unos versos en un dialecto de inglés antiguo y lanza el desafío: “¿Qué es eso?”.

El entrevistador arriesga:

–Pienso que puede ser un texto bíblico... Pero hay un par de palabras que me inclinan a pensar que es el Padrenuestro.

–Es el Padrenuestro, exactamente –le dice Borges–. Usted es la primera persona en el mundo que acierta.

El diálogo parece tomado de un policial, género que fascinaba a entrevistador y entrevistado, pero puede oírse en “Borges oral”, un cassette editado en 1981. La erudición de Borges es proverbial pero la de Rivera, su entrevistador, no fue menor. Nadie que lo haya tratado se sorprenderá con esta anécdota, que lo transforma en la primera persona “en el mundo” en adivinar la respuesta a un acertijo borgeano.

Jorge B. Rivera (1935-2004) fue un ensayista prolífico sobre temas tan variados como medios, gauchesca, folletín, historieta, arte madí o cultura popular y sobre autores como Arlt o el mismo Borges. Bajo una mirada superficial esta enumeración resulta dispersa pero responde, en verdad, a un proyecto intelectual de gran coherencia. A través de itinerarios minuciosos, Rivera sostuvo una hipótesis sobre la fundación y la modernización de la cultura argentina. Se trata de cuestiones de base para los debates actuales sobre medios y políticas culturales. Sin embargo, sus libros apenas fueron reeditados y sus aportes al campo de la sociología de la cultura y la literatura, la comunicación y la historia de los medios no ocupan el lugar merecido. Si bien goza de un respeto bien ganado entre investigadores, fue relegado al lugar de especialista (lo opuesto a erudito e intelectual) en literaturas marginales, medios y cultura popular, como si esas elecciones no hubieran sido una apuesta a los grandes temas de la cultura argentina.

Desde la Cátedra de Historia de los medios (UBA) –cuya titularidad Rivera ocupó desde su inicio, en 1989, hasta su muerte– emprendimos la tarea de poner en circulación una parte de su obra que resultaba inaccesible. También de reflexionar sobre la relevancia de sus aportes para los debates político-culturales actuales. Rivera delineó un mapa de objetos para pensar las condiciones materiales de la cultura y la identificación (o enfrentamiento) del escritor con el pueblo y la nación. En el linaje gramsciano del folletín, el policial y la aventura, introdujo la historieta para reflexionar sobre las delicadas relaciones entre vanguardia y lectores populares. Muchos temas sobre los que escribió ensayos pioneros se volvieron moneda corriente desde la década del ochenta, con el auge de los estudios culturales. Podrían mencionarse otros motivos, pero me atrevo a sospechar que uno en particular arrojó su obra fuera del mainstream.

Rivera entendió la década del cuarenta como el momento culminante para pensar la relación entre industria cultural y sectores populares en Argentina. Subrayó el incremento de los índices de producción de diarios, revistas, filmes y de asistencia a espectáculos cinematográficos, teatrales y deportivos durante ese período. La relación entre ese crecimiento y las políticas del primer peronismo resultan evidentes. Para Rivera, el peronismo se convirtió en un punto de inflexión en la cultura argentina, en un sentido opuesto al que tiene en los ensayos culturales hegemónicos. Esto explica que existan tesis sobre la prensa y las revistas populares de la década del veinte y que no las haya sobre la Editorial Haynes o Radio Belgrano durante los años de mayor audiencia radial. Se volvió sentido común que durante el yrigoyenismo se produjo una “buena” modernización que incluyó a los sectores populares a través de la escuela y la industria cultural, mientras que el peronismo produjo una “mala” modernización que quebró para siempre el rumbo de la Argentina. Rivera, por el contrario, vio en el peronismo la exaltación de esa modernización inclusiva para los sectores populares. Concibió la industria cultural como el resultado de una modernización nacional que producía un doble enfrentamiento: con los intelectuales que no se identifican con el pueblo y con la cultura europea –o no nacional– que esos intelectuales toman como modelo. De esta forma, la industria cultural permitiría pensar la cultura nacional y popular. El debate sobre los medios que se está dando en Argentina entra en tensión con algunos presupuestos de Rivera. Sin embargo, el debate sobre medios, políticas e industrias culturales se enriquecería notablemente con una lectura atenta de sus ensayos.

En http://www.rehime.com.ar/ pueden hallarse numerosos trabajos (libros, artículos, audios, videos) de Jorge B. Rivera, incluida la entrevista a Borges citada al comienzo de este artículo.

* Titular Cátedra de Historia de los medios (UBA). Investigadora del Conicet.

viernes, 24 de junio de 2011

El cuento: origen y desarrollo (79) por Roberto Brey

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Dostoievski y los cuentos (5)

Ilustración para "El sueño de un
hombre ridículo".
Presentes en sus cuentos están también los niños, "presa fácil de las injusticias más grandes", y dibujados por el autor como "los seres más vulnerables de la vida", según destaca Bela Martinova en el prólogo de una recopilación de sus cuentos.

Es en el cuento "donde Dostoievski concentra con más intensidad el contenido filosófico de su obra", señala Bela Martinova, que también halla en este género la lucha del autor ruso contra el monstruo de la burocracia, así como el bien y el mal.

Y es en "El sueño de un hombre ridículo" (1877), el cuento "más bello" para la traductora, donde Dostoievski aborda el aspecto moral del bien y el mal "con inusitada delicadeza para que finalmente triunfen la bondad y la belleza. Un bello final, pues, para un cuento inigualable que estéticamente se eleva a la condición de obra maestra".

En "Bobok" los nombres propios de los muertos que hablan y juegan a las cartas tienen presente los grados que ocuparon en vida, donde siguen manteniéndose en la ultratumba. Así, el general Pervoiédov tiene un apellido que significa "comer primero" e "ir en primer lugar", de acuerdo con su categoría militar.

El matrimonio concertado de niños es otra de sus denuncias; en ‘El árbol navideño y la boda’ (1848). Allí el narrador cuenta cómo, cinco años atrás, asistió a una fiesta navideña en casa de un rico comerciante, cuya niña era un excelente partido, y allí presencia la concertación de la boda de ésta con el interesado. Cinco años después, también es invitado al casamiento de ambos y, al ver la tristeza pintada en el rostro de la joven, abandona con enojo la ceremonia.

En Diario de un escritor, Dostoievski rememora la historia de su “descubrimiento”. Cuando terminó de escribir Pobres gentes le enseñó una copia a su amigo Dmitri Grigórovich, quien se la mostró al poeta Nikolái Nekrásov. Al leer el manuscrito de Dostoievski en voz alta, estos dos autores se sorprendieron por la perspicacia psicológica del trabajo y por su habilidad para llegar a la sensibilidad humana. A pesar de ser las cuatro de la madrugada, se fueron directamente a casa de Dostoievski para decirle que su novela era una obra maestra. Más tarde, ese mismo día, Nekrásov le decía a Belinski. "¡Un nuevo Gógol ha nacido!" a lo que Belinski contestaba, "¡Para usted, parece como si los Gógols crecieran con la misma facilidad que las setas!" No obstante, Belinski tardó poco tiempo en mostrar su entusiasmo a Dostoievski, que en el Diario de un escritor, recuerda éste como uno de los mejores momentos de su vida.

Para el crítico Roberto Monforte Dupret la experiencia en presidio, cuando creyó que sería ajusticiado fue fundamental: “…esta experiencia siempre está presente en sus novelas, cuando los personajes imaginan repetidamente el estado de ánimo de un hombre que está a punto de ser ejecutado. En El idiota, su protagonista, el príncipe Myshkin, nos ofrece algunas detalladas descripciones sobre este tema, que confieren un realismo especial a la narración, ya que los lectores saben que el propio escritor ha sufrido esta terrible experiencia. La falsa ejecución hizo que Dostoievski apreciara la vida como el mayor de los regalos, valorando la libertad, la integridad, y la responsabilidad individual por encima de todo, en contraste con las ideas deterministas y materialistas que defendían los intelectuales más radicales de su época.”

Para Dupret, el cambio de actitud de la crítica social al cristianismo “se describe en su relato El campesino Marey (…) Dostoievski, a pesar de que su fe siempre estaba en continuo conflicto con su escepticismo, también se sentía profundamente identificado con la ortodoxia rusa, con la religión del pueblo llano, y llegó a la conclusión de que era necesario renunciar a todo progreso de estilo occidental y regresar a la vida patriarcal mediante la confesión, la expiación de los pecados y el amor cristiano. En una famosa carta describe que está sediento de fe "como la hierba seca" y concluye que "si alguien me demostrara que Cristo está fuera de la verdad y que, en realidad, la verdad está fuera de Cristo, entonces preferiría quedarse con Cristo antes que con la verdad."

La caída de Dostoievski en posiciones contra el socialismo naciente y el catolicismo se acentuaron durante los últimos años de su vida. Según Dupret, “se dedicó a expresar sus opiniones políticas”, que fueron “cada vez más extremas. Por ejemplo, Dostoievski llegó a creer que Europa Occidental estaba al borde del fracaso, después del cual Rusia y la iglesia ortodoxa rusa crearían el reino de Dios en la tierra y se cumpliría la promesa del Libro de la Revelación. En una serie de artículos anti-católicos, se atrevió a comparar la iglesia católica romana con el socialismo, porque para ambos su mayor preocupación era la obtención y la conservación del poder terrenal. Su moral tocó fondo cuando publicó varios artículos antisemitas.” Aunque siguió publicando cuentos como: La mansa, El sueño de un hombre ridículo, La centenaria, etc.

“Un árbol de Noel y una boda” puede leerse en:
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/dosto/arbol.htm

“Novela en nueve cartas” en: http://www.sprensalibre.com.ar/index.php?id=2834

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martes, 21 de junio de 2011

Recomendaciones para el Día del Padre, y para todo el año

ENSAYOS
Para los locos por la ciencia:
“Matemática, maestro” ($ 32) y “Fragmentos de un discurso matemático” ($49), ambos de Pablo Ámster. También “Simetría. Izquierda y derecha. Antes y después. Chico y grande” ($32) de Elsa Rosenwasser, una joyita que nunca dejaremos de recomendar. Y por qué no “El nuevo cocinero científico” de Diego Golombek por $ 38
CUENTOS
Para los locos por el fútbol
“El fútbol a sol y a sombra”, de Eduardo Galeano ($65), “Esperándolo a Tito y otros cuentos de fútbol” de Eduardo Sacheri (el autor de “La pregunta de sus ojos”) ($54), también tiene “Lo raro empezó después. Otros cuentos de fútbol” y varias recopilaciones de cuentos que siempre albergan alguno del juego de los veintidós señores corriendo detrás de la pelota.

NOVELAS
Para los locos por el suspenso, los thrillers, la sangre
Un salpicré del sueco Mankell: “El hombre sonriente” ($51 porque es la edición pocket), “La leona blanca” ($ 58), “La quinta mujer” ($ 63) o “La falsa pista” ($ 57), si quieren la edición tamaño baño tienen que calcularle el doble. Todos de la saga del detective Wallander.
Si saben inglés “Collateral man” (¿se acuerdan de la peli con Tom Cruise haciendo de asesino por encargo?) por módicos $ 45.

Para intelectuales
El último de Murakami “1Q84”, a $ 138 (¡ay!) y en pocket también del mismo autor “Tokio blues (Norwegian wood)” a $ 57.

POLÍTICA
“Doble juego: Argentina católica y militar” de Verbitsky a $ 58, “El último peronista: la cara oculta de Kirschner” de Walter Curia a $ 50, y last but never least, “La astucia y el calculo” de Sarlo a $ 65.
Y si con esto no se deciden, me avisan, siempre tendremos alguna otra opción para recomendar.


Silvina Rodríguez
Tierra de Libros online
http://tierradelibrosacassuso.blogspot.com/

viernes, 17 de junio de 2011

El cuento: origen y desarrollo (78) por Roberto Brey

María Schell y Mastroianni en la hermosa versión
fílmica de Luchino Visconti.
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Dostoievski y los cuentos (4)

Si bien Dostoievski es reconocido por su obra novelística, los cuentos (muchos de ellos ensayos de obras mayores), son una lectura necesaria por el análisis que sobre el ser humano realiza. Sus críticos resaltan el talento de un autor que supo diseccionar el alma humana y retratarla bajo una luz que resalta por igual lo luminoso y lo oscuro; un autor que además sabe señalar el origen de ese claroscuro en las vivencias cotidianas que los atribulan, moldeándolos.

En sus relatos cortos el escritor ruso expuso sus críticas, argumentó sus perspectivas y aclaró y profundizó su temática de un modo más «sarcástico e irónico» que en sus novelas.

Con un humor sutil y un profundo análisis psicológico, explicaba sus ideas morales, basadas en la religión cristiana ortodoxa, y se oponía al racionalismo y al nihilismo. Se aprecia así en algunos de los primeros relatos cierta exaltación del sentimiento, muy cercana aun al romanticismo, como en “El corazón débil”, “El señor Projarchin” o “El pequeño héroe”. El primero sobre todo es un delirio donde precisamente la sublimación de los sentimientos, el miedo por un lado y el amor por otro, termina por conducir a la locura.



Tampoco hay que pensar que sus cuentos son producto de su época primera o experimental, pues supo escribirlos durante toda su vida. Son relatos breves, no todos pueden considerarse cuentos en el sentido que hoy se le puede dar, pero no son de menor calidad que sus novelas, aunque su temática sea similar, como los estafadores estafados en la «Novela en nueve cartas», el delirio de un avaro en «El señor Projarchin», o la generosidad del pueblo ruso en «El ladrón honrado». En ellos se aprecia cierta exaltación del sentimiento, muy cercana aún al Romanticismo.

“En este tipo de cuentos cabría incluir el celebérrimo ‘Noches blancas’ (hecho película por el director de cine italiano Luchino Visconti), donde la hiperestesia del protagonista convierte en una historia excepcional las cuatro noches que comparte con una joven, atrayendo al lector a un remolino de sentimientos donde giran la soledad, la exaltación de la amistad, el desbordamiento de la imaginación, el amor cándido y el apasionado y, finalmente, la pérdida”, señala uno de sus críticos.

Para algunos de sus admiradores, el atractivo de esos cuentos es “su capacidad para excitar los sentidos del que en ellos se adentra, logrando hacer partícipe al que lee de cuanto en las páginas sucede, tensando las fibras de su alma en una identificación perfecta con la emoción desatada que llena los relatos. Así ocurre con ‘El corazón débil’, donde quisiéramos de alguna manera intervenir para cambiar los hechos que se nos están narrando, obligando de algún modo al protagonista a sentarse a trabajar para huir de los pensamientos que le alejan por los caminos de la enajenación.”

Desnudar las pasiones del hombre, adentrarse en sus pensamientos más íntimos, al tiempo que escudriñaba dentro de los males de la sociedad de su época, unido a una prosa excepcional, fue tal vez lo que conformó su estatura de escritor.

En “La mujer ajena y el marido debajo de la cama” pone de manifiesto el absurdo de la buena gente que se preocupa por guardar las apariencias y defender un honor indefendible.

“Un episodio vergonzoso” describe los sentimientos encontrados ocasionados por las reformas sociales impulsadas por Alejandro II, cuando las clases dominantes dudaban entre mostrarse inflexibles con sus subordinados o acercarse al espíritu de liberalidad de otros países de Europa, y los reprimidos luchaban por su felicidad, en medio de contradicciones y desesperanzas.

También ‘El campesino Maréi’ es un ejemplo de esa preocupación, como el miedo a la muerte, que evoca la época de presidiario del autor, donde un honrado campesino, con el que vivió una anécdota en su niñez, le ayuda a mirar con otros ojos a los presidiarios, a los humildes (tan distanciados socialmente de él), con los que está obligado a compartir suerte.



Cuentos de Dostoievski: "Memorias del subsuelo", "Noches blancas" y “El tritón”, pueden leerse en: http://www.sprensalibre.com.ar/index.php?id=2833

 
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viernes, 10 de junio de 2011

El cuento: origen y desarrollo (77) por Roberto Brey

La tumba de Dostoievski en Tijvin.
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Dostoievski (3)


Opiniones

Dostoievski murió en su casa de San Petersburgo, el 9 de febrero de 1881, de una hemorragia pulmonar asociada a un enfisema y a un ataque epiléptico. Fue enterrado en el Cementerio Tijvin, dentro del Monasterio de Alejandro Nevski, en San Petersburgo. El vizconde E. M. de Vogüé, entonces embajador de Francia en Moscú, que asistió a este funeral, lo ha descrito como una especie de apoteosis. En su libro, «Le Roman russe», señala que entre los miles de jóvenes que seguían el cortejo, se podía distinguir inclusive a los «nihilistas», aquellos de los que había renegado en su juventud. Por su parte, Anna Grigórievna Snitkina (su esposa) señaló al respecto: «los diferentes partidos se reconciliaron en el dolor común y en el deseo de rendir el último homenaje al célebre escritor». En su lápida sepulcral puede leerse el siguiente versículo de San Juan, que sirvió también como epígrafe de su última novela, Los hermanos Karamázov:

“En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo, pero si muere produce mucho fruto”.
Existencialismo

Como ya se dijo, Dostoievski es considerado uno de los precursores del existencialismo y probablemente el mayor representante de la literatura existencialista. Novelas como Crimen y castigo, Memorias del subsuelo, Los endemoniados, Los hermanos Karamázov y El idiota tienen un carácter existencialista en sus temáticas, que enfatizan el libre albedrío del hombre como esencia, particularmente expresado por el renacimiento espiritual a través del sufrimiento, la idea del suicidio, el orgullo herido, la destrucción de los valores familiares y el falaz determinismo que el racionalismo occidental impone al hombre, subyugando su voluntad a las «leyes de la naturaleza». Dostoievski sostuvo: «la idea de la naturaleza humana que surge es imprevisible, perversa y autodestructiva; sólo el amor cristiano puede salvar a la humanidad de sí misma, pero ese amor no puede ser entendido desde la sensibilidad filosófica». Sartre, al opinar sobre el existencialismo en Dostoievski, destaca la reflexión de Iván Karamázov:

Dostoievski ha escrito: «Si Dios no existe, todo está permitido». He aquí el punto de partida del existencialismo. Efectivamente todo es lícito si Dios no existe, y como consecuencia el hombre está «abandonado» porque no encuentra en sí ni fuera de sí la posibilidad de anclarse. Y sobre todo no encuentra excusas. Si verdaderamente la existencia precede a la esencia, no podrá jamás dar explicaciones refiriéndose a una naturaleza humana dada y fija; en otras palabras, no hay determinismo: el hombre es libre, el hombre es libertad. Por otra parte, si Dios no existe, no encontramos frente a nosotros valores u órdenes que puedan legitimizar nuestra conducta. Así, no tenemos, en el luminoso reino de los valores, justificaciones o excusas. Estamos solos, sin excusas. Situación que creo poder caracterizar diciendo que el hombre está condenado a ser libre. Condenado porque no se ha creado a sí mismo, y no obstante libre porque, una vez lanzado al mundo, es responsable de todo lo que hace. El hombre, sin apoyo ni ayuda, está condenado en todo momento a inventar al hombre.

En toda su obra mostró Dostoievski un inmenso interés por el hombre de su tiempo. Estaba convencido de que el futuro de la humanidad se hallaba en juego. Por eso sus obras no abordan temas históricos sino actuales. “El hombre en la superficie de la tierra no tiene derecho a dar la espalda y a ignorar lo que sucede en el mundo, y para ello existen causas morales supremas", decía. Y su realismo no se detuvo ante las facetas más oscuras del espíritu humano sino, por el contrario, penetró en ellas, colocando a los héroes de sus novelas en las situaciones más extremas, rastreando sus conflictos interiores y sus motivaciones más profundas. Consideraba su deber, en cuanto escritor, encontrar el ideal que late en corazón del hombre, "rehabilitar al individuo destruido, aplastado por el injusto yugo de las circunstancias, del estancamiento secular y de los prejuicios sociales.”

Esa temática, y el modo de abordarla, de sus novelas trágicas se adelantó en el tiempo a los estudios psicoanalíticos sobre el inconsciente, al surrealismo y al existencialismo. En cuanto a lo estrictamente literario, tal vez haya sido su gran aporte el haber colocado al narrador dentro de la obra, dejando la postura externa de quien relata una historia ajena. Este estilo fue retomado posteriormente por autores diferentes como Thomas Mann, Unamuno y Sartre.

Uno de sus textos primeros, ya muestra un estilo diferente:

«Los mendigos profesionales alquilaban, en los barrios pobres, niños escuálidos para llamar la atención de los transeúntes y si el niño moría durante el día, seguían exhibiéndolo hasta la noche para no perder el precio del alquiler. Dievuschkin no podía comprender cómo los pequeños eran víctimas de esta situación tan habitual en la sociedad rusa. En este fragmento se evidencia este cotidiano escenario... "Y temblando todo él, llegase corriendo a mí y mostrándome el papel, con vocecilla que tiritaba, me dijo: "Una limosnita, señor"... No hay que ponderar el caso, que es claro y corriente. Pero ¿qué iba yo a darle? Pues no le di nada. Y sin embargo, me inspiraba tanta compasión».
— De Fedor Dostoievski, “Pobres Gentes”.



Un fragmento de “Los hermanos Karamazov” puede leerse en: http://www.ciudadseva.com/textos/novela/graninqu.htm

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viernes, 3 de junio de 2011

El cuento: origen y desarrollo (76) por Roberto Brey

Dostoievski luego del exilio.
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Una visión de Dostoievski (2)

El eslavófilo germano, Josef Matl (1897-1974) en su artículo “Dostoievski y la crisis de nuestro tiempo”, señalaba en 1950:

“Dostoievski no es sólo el escritor más representativo de la Europa post-romántica del XIX, sino además pertenece a las figuras claves de la época contemporánea. Porque en sus personajes principales ha pintado y analizado minuciosamente los movimientos espirituales de los siglos XIX y XX: el intelectualismo racionalista, el irracionalismo, el nihilismo, el ateísmo, las nuevas religiones sociales -socialismo y liberalismo-, con todas las consecuencias anímico-morales que han producido sobre el espíritu del hombre.

Dostoievski ha superado, como ya señaló acertadamente el filósofo Alois Dempf, tanto al burgués Hegel como al proletario Fourier, para desembocar, como más adelante Nietzsche, en el individualismo solipsista. Sin embargo, ha dado un paso más, llegando a positivas soluciones de triunfo sobre el nihilismo. No piensa ya de forma racionalista, como Marx, Spencer, Comte y Tolstoi, ni de modo esteticista como Burckhardt y Nietzsche, sino profesa una ideología metafísico-religiosa, apocalíptica, con enteriza plenitud de una personalidad pensante, volitiva, sensible y también doliente.”

“Dostoievski es hijo de una época de transición”, dice más adelante, y al comentar sus principales obras señala:

“Mientras la novela primeriza de Dostoievski -Pobre gente- fue recibida por la crítica radical con el máximo entusiasmo (…) las novelas psicológicas siguientes no fueron comprendidas en su verdadero alcance y sí, en cambio, calificadas por el portavoz de la crítica de «estupidez neurasténica». Aunque es cierto que a Crimen y castigo se le dispensó excelente acogida (1866), las obras maduras escritas en Alemania —El idiota y Los endemoniados—, que representan la ruptura con los nihilistas (es decir, con los liberales), fueron violentamente rechazadas por la crítica que se llamaba «progresista».

Ya en este hecho podemos advertir el error de Belinski y de toda la crítica liberal del 60 (1860), que admiraba en Dostoievski solamente al moralizador social, sin conocer en él al representante de lo específicamente anímico-espiritual. No vieron lo absolutamente nuevo en él: su psicoanálisis, su penetración en los problemas, su examen perspicaz de todas las facetas, incluso las irracionales, de la existencia humana. No percibieron siquiera el tema fundamental de Dostoievski, que empezó a madurar en él durante el último período de su estancia en Alemania y que cristalizó definitivamente en su época de creación más fecunda en Rusia, donde adquirió su forma final: la inquietud espiritual, la lucha del hombre contra Dios y por Dios, el tema, a fin de cuentas, del ateísmo y de la fe.

Precisamente por estos temas, igual que por su estilo peculiar de la tragedia novelística polifónica, Dostoievski se destaca, como un solitario, entre el grupo de los grandes realistas rusos de su época (Turgueniev, Tolstoi), así como entre el de los grandes realistas europeos (Balzac, Flaubert, Goncourt, Dickens, etc.). André Gide, que ha estudiado mucho y muy a fondo a Dostoievski, observó lo que sigue: Mientras la novela occidental europea trata de las relaciones sentimentales e intelectuales entre hombre y hombre, Dostoievski trata de las relaciones del individuo hacia sí mismo, o sea de su relación con Dios.

Aunque Dostoievski gozaba hacia el año 70 de tanta estimación en Rusia, por su actividad literaria, que se le llamaba «la conciencia de Rusia», como después a León Tolstoi, los epígonos del 80 (Korolenko, Uspenski, Chejov) no siguen a Dostoievski, sino a Turgueniev y a Tolstoi.”

(Continuará)

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miércoles, 1 de junio de 2011

A la vuelta del camino

Cuento de Fernando Medan

(A mi hermano Diego Medan)

25 de abril de 2011


A principios de 2001, se estaban cumpliendo seis meses de mi incorporación al Instituto Hidrográfico Delta, donde trabajaba con un contrato de medio día.

Me habían ubicado (después de mucho buscar dónde meterme), en una pequeña oficina, con vista al parque, lindera al centro de procesamiento de datos.

El lugar era agradable: una sucesión de pabellones dispersos en un pinar, transitados por técnicos y becarios que le daban el atareado aspecto de un campus universitario.

El primer jueves de mayo se inició con un mal presagio. A pocos minutos de llegar, recibí una llamada del director envuelta en una amabilidad muy sospechosa. Era éste un hombre de mediana edad, extremadamente cortés, que lucía en su escritorio de nogal una hermosa colección de pipas, aunque no fumaba. El diálogo no fue extenso.

-Me he tomado la libertad de llamarlo porque tenemos un problema en la estación monitora de Fredes. El personal de allí no lo pudo solucionar, y ya se acumulan tres semanas de mediciones sin procesar. Necesito que vaya para allá y deje las cosas andando nuevamente. Serán sólo cuatro o cinco días. – Concluyó.

La perspectiva de internarme una semana en un rincón perdido del Delta no me sedujo en lo más mínimo. Frío, barro, incomodidades de todo tipo, y sobre todo, mucho tiempo perdido en el país de los mosquitos, era todo lo que podía esperar.

Así lo expuse, invocando en mi defensa responsabilidades profesionales, de familia, y un variado surtido de razones, de las cuales algunas inclusive eran verdaderas.

No tuve éxito. El mandamás, como buen burócrata, descartaba mis argumentos con una sonrisa, mientras ofrecía un café excelente.
-¿Y por qué no envía a Javier o a algún otro?

-Están muy ocupados y los necesito aquí. Además, el personal de Fredes me pidió específicamente por usted.

-¡Pero si ni siquiera me conocen!

- Peor para ellos. Además, Sr. Medan, sería para usted una buena ocasión para visitar la tierra de sus ancestros, si es que son ciertas esas aburridas historias que siempre nos cuenta de su familia isleña del arroyo Paycarabí.
Era evidente que ya había tomado la decisión antes de consultarme. Al despedirme me informó:
-Mañana a las ocho saldrá de la Estación Fluvial un transporte de la Gobernación. Tienen órdenes precisas de no zarpar sin usted, por lo cual le sugiero que sea tan puntual como acostumbra. El miércoles a la misma hora lo irán a buscar a Fredes y lo traerán de regreso.
El “transporte” de la gobernación resultó ser un pequeño barco de carga, lento e incómodo, que me dejó en el muelle de la estación Fredes después de cuatro horas interminables. El patrón me advirtió:
-Hasta aquí llego, el calado no me permite adentrarme en ese arroyo que ve allí, el Yebirí. Son diez minutos de remo, o espere a que vengan por usted, en una o dos horas. Puede usar ese bote, que es de la estación.
Elegí remar, y después de una media hora de esforzarme en el estrecho arroyo que corría en medio de los juncos, llegué por fin a la estación hidrográfica.
No es mucho lo que puedo mencionar de mi estancia allí: me recibieron muy bien, me alojaron en una casa de madera cerca del muelle, que tenía varias habitaciones frías y húmedas. La pequeña cocina, con una salamandra a leña, era el único rincón habitable.
El trabajo me requirió una mañana, y me encontré entonces con cuatro días por delante sin absolutamente nada para hacer.

El tiempo era muy bueno y decidí explorar las numerosas sendas que tenían como punto de partida el edificio de la estación. La floresta era muy densa, los caminos bordeaban el arroyo, cruzaban puentes de troncos o llegaban a pequeñas lagunas tapizadas por plantas acuáticas.
Por conversaciones que tuve con el cuidador de la estación, un entrerriano llamado Gastón, me enteré que a causa de la disminución de la población estable, el ciervo nativo había vuelto a la región, al igual que muchas especies de aves que por años habían dejado de verse por la zona.
-Algunos dicen que también está volviendo el yaguareté. Yo no he visto ninguno, aunque los vecinos río arriba juran haber visto tigres. Para mí sólo son cuentos.

La primera tarde de exploración la traté de emplear para un reconocimiento de la geografía del lugar, sobre todo para formarme una idea de la red de caminos, ya que no había ningún mapa ni nada parecido. En diferentes lugares vi señales claras de que esa zona en otras épocas había sido más habitada que en la actualidad: restos de puentes, muelles abandonados, y ruinas de casas ya prácticamente tapadas por el monte.

Visité una que aún tenía en pie algunas paredes. Cerca de la costa sobresalían del suelo las cuadernas de un bote, que me hicieron pensar en un esqueleto. Debajo de los pilares de lo que había sido una vez una casa de madera, se adivinaban en el barro algunos enseres, inclusive juguetes para niños pequeños.

Frente a la escalera, sobreviviente a las mareas y al abandono, persistía un rosal, que me sugirió la imagen, lejana en el tiempo, de una habitación humana, con su secreta historia, y del bullicio de juegos infantiles en un jardín ganado al monte con infinitos trabajos. Transcurridos los años y el olvido, sólo quedaban en pie unas pocas flores decididas a vivir, flores que tal vez años atrás fueron atendidas por cuidadosas manos femeninas.

Durante el segundo día, que amaneció nublado y destemplado, mis caminatas me llevaron a un gran edificio de dos plantas, al estilo de un chalet inglés, que tenía enfrente una antena de radio. Allí funcionaban un centro médico y una pequeña biblioteca. Frente al muelle había un teléfono público. Llamé a casa, y una voz cálida y los parloteos de las dos niñas resaltaban aún más la sensación de irrealidad, de estar sumergido en un páramo perdido entre riachos y pantanos, donde la civilización está en franca retirada, y el mundo salvaje recupera paulatinamente su lugar.

Al volver a la estación el tiempo pareció mejorar, el frío había cedido y el sol se filtraba en la espesura, mejorando los colores de la vegetación.

A la tarde hice un largo camino río arriba hasta llegar a un bosque de nueces de pecán.

Primero vi las huellas, y después tuve el primer avistamiento de un ciervo de pequeña alzada, que desapareció de inmediato en la floresta. El ruido de ramas apartadas súbitamente, se dejó escuchar en varias direcciones, por lo cual supuse que no era un animal aislado.

A la noche, el entrerriano, mientras encendía la salamandra, me escuchó pensativo y luego comentó acerca de los ciervos:

-No sabía que estaban tan cerca. Parece que se están extendiendo. Verá usted, si la comida abunda, tarde o temprano el tigre va a llegar también.

Al día siguiente decidí intentar con la pesca. Don Gastón me prestó una caña, me indicó dónde encontrar lombrices, y salí a probar suerte. Hice un largo trayecto pasando el bosque de pecanes, hasta el recodo del riacho que se ensanchaba en una laguna llena de camalotes y de juncos.

La naturaleza se mostraba allí en todo su esplendor, una brisa suave acercaba al río un concierto silvestre de pájaros, insectos y de toda la variada fauna de los invisibles habitantes de la laguna.

La primera vez que probé con mi caña, el sedal se enredó en las ramas de un sauce de la orilla, y tuve que bajar a recuperar la línea. Al subir, observé un detalle del paisaje que antes no había notado: al costado del camino, pasando un inseguro puente de troncos, se destacaban en la espesura varios pinos muy altos, árboles anómalos allí, y entre ellos se entreveía lo que parecían ser las ruinas de una chimenea de ladrillo.

Me acerqué a curiosear, y me encontré frente a una casa totalmente envuelta en enredaderas y helechos, cercada por la selva. Parecía abandonada, pero una puerta se abrió, y bajó por la escalera un anciano de avanzada edad. Era de estatura media y tenía una barba enmarañada blanca como su pelo. Sus ojos claros tenían una expresión desconfiada y cordial a la vez.

Nos presentamos, y se notaba que no estaba acostumbrado a hablar. Su nombre era Julien Dufieu. Al escuchar el mío, dijo pensativo:

Hace muchos años conocí una familia Medan en el Paycarabí. ¿Tendrían algo que ver con usted?

-Gerardo Medan, mi padre, se crió allí.

-¡Usted es hijo de Gerardo! Lo recuerdo muy bien, a él y a su hermano Eberto. Con Emilita eran los más chicos, tendrían unos diez o doce años. Emilita era la que mejor manejaba el carro. Yo por ese entonces era muy joven y era mi primer trabajo en la plantación. Había también otros dos hermanos mayores, no recuerdo los nombres, que ya trabajaban en la quinta de don Francisco, quien vendría a ser entonces su bisabuelo.

Me siguió contando algunos de sus recuerdos de juventud, que giraban en torno a don Francisco, un personaje muy respetado en la zona. Finalmente, se acordó de la hora y me dijo:
-¿Por qué no se acerca a la tarde a visitarme? Le haré probar una caña de durazno que es mi especialidad. No deje de venir.
Volví lentamente a la estación. Durante el almuerzo, le comenté al entrerriano que al fin había encontrado una persona viviendo en la zona, y antes que le diera detalles dijo:

-Veo que se cruzó con el francés. Es una especie de ermitaño, vive escondido en su guarida y no se da con nadie. Pueden pasar meses sin dejarse ver. Tendrá su historia para ser así, pero que yo sepa no se la cuenta a nadie.
Aún el sol estaba alto cuando enfilé nuevamente por el camino del naranjal. Por momentos la vegetación era tan densa que producía la sensación de viajar por un túnel verde muy oscuro, bordeado de cañas y helechos y siempre inmerso en los sonidos armoniosos de la selva, cambiantes pero constantes. Al pasar por uno de los tantos puentes de troncos, que se mantenía en pie quién sabe por qué misterio, tuve la sensación de alguna presencia cercana, incierta y difícil de localizar.
Bruscamente la floresta se había silenciado, y percibía hacia la derecha un rumor casi imperceptible de rozamiento de ramas y hojas. Los pájaros parecían haberse mudado a otro lado.
Seguí caminando, y al poco tiempo vi los pinos y me orienté hasta la casa de Dufieu.

Pero había llegado muy temprano, el dueño no estaba. No tuve tiempo de aburrirme, porque a los pocos minutos llegó del rumbo de río arriba. Llevaba un viejo sombrero y una escopeta de dos cañones.
-¡Ya está usted aquí! Espero que no haya tenido que esperar mucho.
-Recién llego. ¿Estaba cazando?
-No hay mucho para cazar por aquí.
-¿Entonces está armado por si aparece algún tigre?
Se rió, pero no muy convencido. Me pareció que su mirada seguía seria.
Ya adentro, conversamos largamente sobre los años de su juventud en la quinta de mi bisabuelo. La caña de durazno prometida era algo turbia y con un claro regusto a alcohol medicinal, pero a su fabricante le agradaba, y lo volvía más comunicativo.
Al fin me pareció oportuno volver a preguntarle:
-No me contó todavía porqué anda armado por estos lados.

-Mire usted. -Dijo muy serio. –Yo le había dicho que don Francisco, su pariente, era un hombre de respeto, una especie de juez de paz a quien todos acudían para requerir su consejo. En la región estaban establecidas varias familias de franceses, y era frecuente que si había un litigio, le presentaran el caso para que diera su veredicto. Era de pocas palabras, la mayoría de las veces, era suficiente que escuchara los problemas y las cosas se encaminaban solas.
“Era muy culto y no necesitaba alzar la voz para hacerse obedecer. Su mirada era imposible de sostener cuando estaba enojado por algo. Para mí, que me tuve que criar sin padres, casi a la intemperie, tenerlo como una especie de padrino me daba seguridad, y con el tiempo me fui ganando su confianza.”
“Doy muchas vueltas, pero estoy llegando a lo que quería contarle. Un día de mucho calor, al caer la tarde, emprendimos con don Francisco el cruce al otro lado de la isla, donde se estaba haciendo un desmonte. En esos tiempos, el tigre andaba por todas partes, por eso él llevaba siempre una vieja escopeta, de esas que se cargan por el caño. Yo tenía mi machete al cinto. Después de una media hora, pasamos al lado de una lagunita, y el sendero volvió a internarse en la selva. De pronto sentimos un silencio muy raro.”
“A la vuelta del camino, nos encontramos de improviso con un soberbio yaguareté, parado en un tronco caído, que parecía estar esperándonos. Nos detuvimos como si hubiéramos chocado con una pared. Yo estaba paralizado, y no atiné ni siquiera a tirar del machete. Don Francisco se llevó lentamente la escopeta al hombro, apuntó y apretó el gatillo. Pero el disparo falló, sólo se escuchó el chasquido seco del percutor, que enfureció al tigre: emitió un bramido que daba miedo, y se replegó para saltar.”
“Estábamos a unos tres metros, se veían todos los detalles de su hermosa piel amarilla manchada, que dejaba entrever poderosos músculos; sus garras afiladas, la cabeza felina armada de colmillos en su boca entreabierta, y dos ojos terribles que brillaban como tizones, fijos en el hombre de la escopeta.”
“Fue sólo un instante, pero para mi interior fue mucho tiempo que transcurría lentamente. Como en los sueños, quería correr, pero no podía moverme.
Entonces el hombre bajó el arma, y avanzó decidido hacia el tigre, como si quisiera atropellarlo.”
“Pensé que se había vuelto loco. La fiera, tal vez intimidada por esa mirada que no podía sostener, retrocedió, desapareciendo de un salto en la espesura.”
“Tuve la visión de más de 100 kilos de músculos y garras volando como una exhalación, sin hacer ruido casi, un apagado rumor de patas acolchadas en la hierba, y nada más”.
“Don Francisco se limitó a comentar que iba a tener que llevar a componer el arma. A mí me costó mucho reaccionar para seguir caminando, y después estuve dos o tres días algo enfermo por la impresión, sin querer salir. Son cosas que no se olvidan y marcan a uno para siempre”

Hablamos un rato más de otros temas, me despedí y lo dejé pensativo, aceitando su arma, a la luz dudosa de una lámpara de kerosén.
Ya era de noche, sin luna y casi sin estrellas; el camino era una galería verde muy oscuro, sólo iluminada por los reflejos del río. La humedad avanzaba y de a trechos el agua, donde se podía ver, estaba ribeteada de niebla fría. Por todas partes se escuchaban los animales silvestres y pájaros alborotados en sus dormitorios. La selva entera se echaba a dormir, adornada por alguna que otra luciérnaga.
En este ambiente, me dije, el pasado parece más real que el presente. Tenía que repetirme, para poder creerlo, que al día siguiente el barco me devolvería a un mundo más abstracto, donde me esperaba una familia y los ruidos de una ciudad, lejos del sereno latir de la selva.
Me quedé pensando en lo curioso del destino, que después de tres generaciones, dispuso que en una encrucijada perdida, encuentre el reflejo de la voz de mis mayores, que no llegué a conocer.
Cerca del bosque de pecanes, volví a percibir la sensación de estar siendo seguido. Me detenía y no escuchaba nada. Seguía andando y nuevamente algo parecía moverse en la floresta.
Estaba haciendo frío, y se me ocurrió que podía volver y pedirle prestada a Dufieu su escopeta, sólo por precaución. Pero descarté la idea por exagerada.
Seguí caminando lentamente, con la incertidumbre de no saber si esa presencia, por ahora invisible, podría estar esperándome en algún lugar, al acecho.
Me detuve al reconocer la saliente de la raíz de un ciprés en el medio del camino.

Aspiraba la fragancia de las madreselvas, y a mi alrededor sólo veía sombras.

Trataba de adivinar la existencia real que persiste oculta bajo formas difusas, pero no podía ver con claridad.

Me parecían mucho más nítidas las imágenes de mi ilustre pariente, que se abrieron paso a través de la noche del tiempo, desde una época primitiva, donde no había teléfonos y se acarreaba el agua en baldes desde el río.
En alguna parte, la luna estaba saliendo. La bóveda negra del sendero, después de bordear una laguna, se ensanchaba después de un recodo. Al fondo se veía una abertura en las sombras, enmarcada por reflejos plateados.
Con la luz, el silencio se hizo más intenso. Hasta el río parecía contener la respiración.

No sabía qué podía encontrar adelante, pero tuve en ese momento la sensación, inexplicable, de haber pasado antes por lo mismo.
El silencio rebotaba en todos los rincones de la oscuridad. Me pareció entonces escuchar internamente una voz, una voz sin palabras, que me recordaba a la de mi padre, por esa combinación sutil de serenidad y semblante alegre.
Entonces entendí lo que debía hacer, en ésa o en cualquier otra circunstancia futura.
La noche estaba muy tranquila, y se dejaban ver algunas estrellas. Apreté el paso, y salí hacia el claro de luna que me esperaba, a la vuelta del camino
Fernando Medan