La crítica en Rusia
Tal vez hubiera sido otra la historia de la literatura rusa del siglo XIX, de no haber existido una corriente crítica tan importante como la que participó activamente de la actividad literaria de la segunda mitad de ese siglo.
Según el citado crítico argentino, Luis Gregorich, aparecen en Rusia varios periódicos críticos, donde diversos autores polemizan sobre la literatura de la época. Uno de los más importantes sería el “Observador Moscovita” (conducido por Belinski desde 1835). En él colaboran Piotr Chadáiev (1793-1856), el “primer occidentalista ruso”, con rasgos místicos, que termina siendo declarado loco por las autoridades. Otro grupo, “vinculado al idealismo germánico”, encarnado por Stankévich y Granevski. El otro sector importante estaba encabezado por el santsimonista Alejandro Herzen (1812-1870). Los escritores, incluido Pushkin, participaban activamente de los debates teóricos que tenían que ver con el conflicto entre eslavófilos y occidentalistas, el destino nacional y el carácter ruso.
Pero fue Visarión Belinski (1810-1848), quien sentó las bases para la crítica literaria en Rusia. Uno de sus aportes fue contribuir a la creación de una literatura nacional y sentar las bases del realismo ruso.
En su artículo “Visión de la literatura rusa de 1847”, Belinski decía:
“El supremo y más sagrado de los intereses de la sociedad reside en su
propio bienestar, igualmente distribuido entre todos sus miembros. El camino que
conduce a este bienestar es la conciencia, a la que el arte puede contribuir
tanto como la ciencia. La ciencia y el arte son aquí igualmente necesarias, y ni
la ciencia puede sustituir al arte ni el arte a la ciencia.”
Figura emblemática
Visarión Grigórievich Belinski, como todo espíritu crítico, tiene enemigos feroces. Aquellos que lo califican de espíritu limitado y contrario al arte “puro”, lo ven como demasiado crítico de sus escritores contemporáneos, y preconizador de lo que fuera el “realismo” en Rusia, que casi un siglo después derivara en el maltratado “realismo socialista”.
Juegan tal vez a su favor o en su contra, según quien lo juzgue, las opiniones de Lenin (el líder de la revolución bolchevique de 1917 en Rusia) a partir de 1914, llamándolo demócrata revolucionario y poniéndolo como ejemplo del pensamiento dialéctico. Desde allí fue ensalzado por la cultura oficial de los revolucionarios y denostado por el espíritu conservador del exilio posterior a 1917.
Sin embargo, nadie le quitará el mérito de haber sido el primer gran teórico y fundador de la crítica rusa. En sus artículos (según la mayoría de los estudiosos de su pobra) supo descubrir, analizar y estudiar a numerosos literatos rusos como Pushkin, Gógol o Turguénev. Más allá de sus posibles errores teóricos, concluyó su vida creando una formidable estructura analítica que dio pie a la teoría estética posterior.
En sucesivas revistas como El telescopio (Telescop), El observador moscovita (Moskovski Nabliudatel), Apuntes nacionales (Otéchestvennie Zapiski) y El Contemporáneo (Sovreménnik), Belinski se ocupó de 131 autores extranjeros y rusos de la época.
Censurado como escritor, expulsado de la Universidad por sus escritos literarios, Belinski se refugia en el periodismo y en la crítica literaria, tal vez el único espacio libre de la férrea censura zarista, donde expresar el pensamiento de la época. Era el momento en que el proceso histórico tomaba a la lucha contra la servidumbre como un problema ético, y Belinski veía un proceso gradual donde el hombre comprendiera la necesidad de los cambios democráticos y cercanos a la justicia social.
Después de la derrota de los decembristas, decía Belinski:
“…están en ebullición y pugnan por salir al exterior nuevas fuerzas, pero
aplastadas bajo un pesado yugo, sin encontrar salida, sólo engendran desaliento,
nostalgia, apatía. Única y exclusivamente en la literatura, pese a la tártara
censura impuesta, existe aún vida y movimiento progresivo. Por esto es tan
honroso entre nosotros el título de escritor…”
La corriente que encabezara Belinski de ninguna manera puede considerarse homogénea, sino que diferentes concepciones y particularidades sobrevivían en ella, por lo que la polémica fue constante y enriquecedora, llevando a la evolución del pensamiento tal como ocurrió con Belinski que, en sus últimos 10 años de vida, ya aquejado por la tuberculosis (murió a los 38 años), fue afianzando sus concepciones favorables al realismo en la literatura y hacia el compromiso del artista con los problemas de su tiempo.
Seguidores de Belinski fueron: Chernishevski, Dobroliúbov y Písarev.
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