viernes, 27 de mayo de 2011

El cuento: origen y desarrollo (75) por Roberto Brey

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Fedor Mijailovich Dostoievski (1821-1881)

Considerado uno de los novelistas más importantes de la literatura universal, su obra narrativa tuvo profunda influencia en diversos ámbitos de la cultura moderna. Nacido en Moscú el 11 de noviembre, a los diecisiete años, su padre, (un modesto médico retirado del ejército, que logró un tardío título nobiliario y una despótica conducta que, según se afirmó años después, le valió la muerte) le envió a la Academia Militar de San Petersburgo. Pero los estudios técnicos le aburrían y, al graduarse, decidió dedicarse a la literatura.

Su primera novela, Pobres gentes (1846), la desgraciada historia de amor de un humilde funcionario estatal, recibió buenas críticas por su tratamiento de los pobres, víctimas de sus terribles circunstancias, para muchos con gran influencia de su admirado de entonces, el francés Honorato de Balzac (ver capítulo 10). El libro era bastante novedoso, pues añadía la dimensión psicológica a la puramente narrativa, en su análisis de los conflictos del protagonista observándolos desde su propio interior y no desde una perspectiva alejada, como era costumbre

En su siguiente novela, El doble (1846), y en otros relatos que escribió durante los siguientes tres años, continuó explorando las humillaciones y el consecuente comportamiento de los desheredados.

En 1849, Dostoievski, por haberse unido a un grupo de jóvenes intelectuales que leían y debatían las teorías de escritores socialistas franceses, por aquel entonces prohibidos en la Rusia zarista, fue detenido, enviado a la prisión y condenado a muerte. Después de un simulacro de fusilamiento se le conmutó la pena por cuatro años de trabajos forzosos en Siberia, y obligado a servir, posteriormente, como soldado raso. Los sufrimientos de esa época se materializaron en una epilepsia, que sufriría durante el resto de su vida.
Más tarde, en Memorias de la casa muerta (1862), publicada en Vremya (Tiempo), la revista que él mismo fundó en 1861, Dostoievski describió con todo detalle el sadismo, las condiciones infrahumanas y la falta total de privacidad entre los presos. Allí fue cuando se produjo su cambio espiritual e ideológico. Tal vez sus lecturas religiosas infantiles, sumado a su única lectura de la Biblia durante su prisión, y ante las duras condiciones de vida, lo llevaron a abrazar la religión y a elaborar una obra basada en esas creencias, pero también en las complejidades del alma humana

Cumplida la primera parte de su condena, en 1854 fue enviado a una guarnición militar en Mongolia, donde transcurrió los siguientes cinco años, y se casó con una viuda aquejada de tuberculosis.

Al regresar a San Petersburgo, Dostoievski retomó su carrera literaria y lanzó la publicación mencionada antes (Tiempo). Allí publicó, en capítulos, Memorias de la casa muerta, al igual que Humillados y ofendidos (1861), un melodrama de tratamiento compasivo hacia los desheredados, donde presenta por primera vez el tema de la redención y del logro de la felicidad a través del sufrimiento. Su primer y ansiado viaje al extranjero quedó reflejado en Notas de invierno sobre impresiones de verano (1863), ensayo en el que describe la monotonía de la cultura de la Europa occidental.

Censurada aquella publicación, en 1864 crea Época (Epoja) otra revista de corta vida. En ella se publicó el comienzo de la única novela filosófica de Dostoievski, Memorias del subsuelo (1864). Un monólogo en el que el narrador, contrario al materialismo y al conformismo, se convierte en el “primer antihéroe enajenado de la historia de la literatura moderna”.

La muerte de su mujer, en 1864, y la de su hermano, lo dejó en la ruina, aquejado por deudas heredadas, y comprometido en préstamos que no podrá pagar y que marcarán su vida.

Por esa época escribe, en menos de un mes, El jugador (1866), basada en su propia adicción por la ruleta y obligado por un contrato. Poco después se casaría con Anna Snitkina, quien había sido la mecanógrafa de su novela.

Escapando de sus acreedores, en el extranjero concluyó Crimen y castigo (1866), que había comenzado antes que El jugador y Los endemoniados (1871-1872). Cuando regresó a Rusia, en 1873, había obtenido ya el reconocimiento internacional. Su última novela, Los hermanos Karamazov (1880), la completó poco antes de su muerte, ocurrida el 9 de febrero de 1881 en San Petersburgo. Sobre estas cuatro últimas novelas, en las que Dostoievski traslada a sus narraciones los problemas morales y políticos que le preocupan, descansa el reconocimiento universal. En Crimen y castigo, probablemente su mejor novela, un estudiante pobre, Raskolnikov, asesina y roba a una vieja avara a la que considera un parásito, con el fin de destruir esa vida que le parece miserable y salvar la de sus familiares, sumidos en la indigencia. Finalmente, atormentado por la culpa, termina por confesar y por redimirse espiritualmente. El tema principal de esta novela es un análisis sobre si un ser, por más extraordinario que fuera, tiene derecho a quebrantar el orden moral. En cambio, el protagonista de otra de sus novelas, El idiota, es un personaje mesiánico, concebido por el autor como el paradigma del hombre bueno. El príncipe Mishkin irradia sinceridad, compasión y humildad, y se convierte en un defensor público de estas virtudes, pero es derrotado finalmente por sus propios odios y deseos. Los endemoniados es una novela sobre un grupo de conspiradores revolucionarios que usan tácticas terroristas para conquistar sus metas. El protagonista, Stavrogin, es un personaje demoníaco y autodestructivo, con una ilimitada inclinación hacia la crueldad. Los hermanos Karamazov, considerada como una de las grandes obras maestras de la literatura universal, constituye la expresión artística más poderosa de la habilidad de Dostoievski para traducir a palabras sus análisis psicológicos y sus puntos de vista filosóficos.

Claro que esta variante final en su obra, si bien le valió a Dostoievski el reconocimiento literario, también le significó el repudio de muchos de sus contemporáneos que luchaban entonces por una revolución que sacudiera el yugo del zarismo que asolaba a Rusia.

Pero pesaron más sus atributos literarios y, pese a ciertos olvidos, particularmente años después durante el régimen estalinista en su país, tuvo el reconocimiento merecido, como el continuador del naturalismo de Emilio Zola en Francia, y el que avanzó en la novela realista de la literatura rusa, con el agregado del desarrollo psicológico de los personajes, que revela las tribulaciones filosóficas, ideológicas, casi alucinadas, del autor.

También hay que considerar que esa falta de participación en la vida social y en los problemas concretos que planteaba la realidad, permitieron el crecimiento de Tolstoi en la consideración política y social de la Rusia de entonces.


La novela “El jugador” puede leerse en: http://www.ciudadseva.com/textos/novela/jugador.htm

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viernes, 20 de mayo de 2011

El cuento: origen y desarrollo (74) por Roberto Brey

74



Otros autores rusos (continuación)

Vladímir Galaktiónovich Korolenko (1853-1921) fue el único del grupo de escritores, que reseñamos en esta etapa, que pudo participar de los cambios revolucionarios que, de alguna manera, prefiguraron sus colegas.

Hijo de un funcionario judicial y de una polaca de procedencia noble, cursó estudios en el Instituto Tecnológico y en la Academia Forestal de Petersburgo. El régimen lo deportó por diez años en 1879, acusado de ingresar a un grupo político ‘populista’ prohibido por el zarismo. En 1885 pudo volver del destierro, cuando lo enviaron a vivir a Nizhni Nóvgorod, ciudad natal de Máximo Gorki, al que conoció y ayudó. Allí publicó “El sueño de Makar”, que lo colocó entre los más distinguidos escritores de su país y fue creando una serie de cuentos y novelas, que se consideran un fiel retrato de la vida rusa a mediados del siglo XIX. Para algunos fue maestro literario de Máximo Gorki, con el que le unió una gran amistad. Dirigió el periódico Russkoie Bogatsvo y sus obras fueron traducidas a casi todos los idiomas. Liés Shumit (Los murmullos del bosque) 1886. Bocetos de un turista ruso. El músico ciego, 1887 (novela que amplió notablemente luego de publicada hasta 1898). La Nochebuena. El músico viejo. Cuentos de Ucrania y de Siberia.1895. Mgnovenie (Un momento) 1900. Una muchacha extraña. 1911. Istoria moego sovremenika (Historia de un contemporáneo mío). 1906-1921, de carácter autobiográfico.
Se opuso a las ideas de “no resistencia al mal”, propugnadas por Tolstoi, y llevó adelante numerosas campañas contra el abuso del poder, como en 1891, cuando se produjo la gran hambruna de la Rusia meridional; él participó en las actividades de socorro, y escribió un libro en el que reseñó su experiencia. O su participación activa en la defensa de los judíos acusados de asesinato ritual, en 1895. Fue elegido miembro honorario de la Academia de la Lengua en 1900, pero renunció a su nombramiento dos años más tarde, cuando el zar vetó la elección de Gorki a la Academia.

Viajó por América, volvió a San Petersburgo, y finalmente se radicó en el Poltava, cerca del mar Negro, donde permaneció de 1900 a 1921, y participó a través de escritos y acontecimientos diversos en la vida social rusa; en “Casa Nº 13” (1903), por ejemplo, discutió el "progrom" de Charkov, y en “La tragedia de Sorochincy” (1906) la reacción que siguió al fracaso revolucionario de 1905.

En 1917 escribió “La caída del poder zarista” y, tras la Revolución bolchevique, una serie de cartas a A. V. Lunacharski con críticas al movimiento revolucionario. A su muerte continuaba su autobiografía, “Historia de un contemporáneo mío”.
Rosa Luxemburgo (1871-1919) la reconocida socialdemócrata alemana, líder de los sectores revolucionarios avanzados que se oponían a la Primera Guerra Mundial y asesinada en medio de una fuerte crisis institucional en Alemania, en su prólogo a una traducción de las obras de Korolenko, define su visión de la literatura del país vecino por esos años: “Bajo el zarismo, la literatura adquirió en Rusia un poder público como no había conocido en ningún otro país o época.”

La misma Luxemburo opina de Saltikov-Schedrin:

“…la sátira rusa ha producido su propio genio quien, para mejor azotar al despotismo y la burocracia, inventó un estilo literario muy peculiar y un idioma propio único e intraducible, influyendo enormemente en el desarrollo intelectual. Así, la literatura rusa combinó un alto pathos moral con una comprensión artística que recorre toda la gama de las emociones humanas. En medio de esa inmensa prisión que es la pobreza material del zarismo, creó su propio reino de libertad espiritual y una cultura exuberante donde uno puede respirar y compartir la vida intelectual y cultural. Pudo convertirse así en un poder social y, educando una generación tras otra, en una verdadera patria para los mejores hombres, como Korolenko.”

Sobre este último escribe:

“Descendiente a la vez de polacos, rusos y ucranianos, Korolenko debió soportar desde su niñez el peso de tres “nacionalismos”, cada uno de los cuales le exigía “odiar o perseguir a alguien”. Sin embargo, su sano sentido común le permitió defraudar dichas expectativas. Las tradiciones polacas, con su aliento moribundo de un pasado vencido por la historia, dejaron poco rastro en él. Su honestidad rechazaba las payasadas y el romanticismo reaccionario del nacionalismo ucraniano. Los métodos brutales empleados en la rusificación de Ucrania le sirvieron de severa advertencia contra el chovinismo ruso. Este muchacho tierno se sentía atraído instintivamente por los débiles y oprimidos, y no por los vencedores y los fuertes. Y así, del conflicto de las tres nacionalidades en pugna en su Volhinia natal, escapó al humanismo.”

“Aunque son altamente críticos, los escritos de Korolenko no son polémicos, didácticos y dogmáticos como los de Tolstoi. Revelan simplemente su amor a la vida y su buen talante. Dejando de lado su concepción tolerante y bondadosa, Korolenko es un poeta ruso hasta el tuétano, quizás el más “nacionalista” de los grandes prosistas rusos. No sólo ama a su país; siente por él un amor juvenil; ama su naturaleza, con todos los encantos íntimos de este país gigantesco, con sus arroyos dormilones y sus valles boscosos; ama a la gente simple y su ingenua devoción religiosa, su áspero humor y su cavilosa melancolía. No se siente a sus anchas en la ciudad, ni en el cómodo camarote del tren. Odia la agitación y el ruido de la civilización moderna; su lugar es el camino abierto. Una buena caminata, mochila al hombro y un bastón casero en sus manos, entregarse por entero a las circunstancias; unirse a un grupo de peregrinos devotos en marcha hacia la imagen milagrosa de algún santo, platicar con los pescadores alrededor del fuego por las noches, o unirse al pintoresco grupo de campesinos, hacheros, soldados y mendigos en un vaporcito destartalado y escuchar su conversación: esa es la vida que más le gusta. Pero a diferencia de Turguéniev, aristócrata elegante y perfectamente acicalado, no es un observador silencioso. No encuentra dificultades para mezclarse con la gente, sabe exactamente qué tiene que decir, qué tono emplear.”



El cuento “La necesidad” puede leerse en: http://www.sprensalibre.com.ar/index.php?id=3682
La novela corta “El músico ciego” en: http://www.sprensalibre.com.ar/index.php?id=3683

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martes, 17 de mayo de 2011

¿Es Mario Vargas Llosa un liberal?


El poeta argentino,vecino de Florida,
Rodolfo Alonso escribió esta nota sobre Vargas Llosa y el liberalismo, que fue publicada el domingo pasado en el "Diario
de Ferrol".

(Poemas de R. A. pueden leerse en este mismo blog.)


En principio, me desilusionó. Después de tanta hipócrita bulla mediática, que aprovechó para clamar “¡censura!” un leve desacuerdo inicial, rápida y limpiamente cicatrizado por la Presidenta argentina, Mario Vargas Llosa habló al fin en la mal llamada Feria del Libro de Buenos Aires (que debería ser en realidad Feria del Negocio del Libro). Y lo hizo por supuesto sin limitación alguna, ante un público que dispuso no de una sino de dos salas, todo el acto (que cerró un largo monólogo disfrazado de entrevista) fue transmitido íntegro por televisión, los diarios y los medios adictos lo arroparon como siempre, y hasta el nada complaciente “Página/12” le dedicó la tapa y un reportaje en sus tres primeras páginas.

Su acotada alocución, leída, no me resultó al cabo llamativa ni por el brillo literario, ni por la novedad de los conceptos. La vulgata neoliberal fue reiterada, como si el Consenso de Washington o la reaganomics no hubieran estallado, tal como lo están ahora mismo padeciendo sus pueblos, en el mismísimo Primer Mundo. Pero algo me sigue sorprendiendo: que se sigan contrabandeando ideas opuestas bajo palabras que las contradicen. Hace ya mucho tiempo que, como anunció George Orwell en su difundido “1984”, se reiteran vocablos que significan exactamente lo contrario de aquello que se les quiere hacer decir.
Una de esas palabras, ya desde hace mucho trajinada es, por ejemplo, “liberal” y su genérico, “liberalismo”.

Sólo de manera burda, pero a la vez cínicamente eficaz, se puede intentar aplicar esos rótulos a lo que, en carne propia, nos tocó a los argentinos empezar a padecer bajo la siniestra dictadura del Proceso –cuyo verdadero objetivo fue efectivamente comenzar a someter nuestra economía– para culminar en los posmodernos años noventa del menemismo: desguazamiento del estado y la industria nacional, liquidación de los derechos sociales y laborales, indefensión ante la rapacidad financiera y multinacional, quebranto y miseria general, anulación de la entidad de ciudadano y de persona, imposición de criterios de rentabilidad empresaria como único valor, incluso en la salud y en la educación, haciendo tabla rasa de toda solidaridad, imponiendo un vaciamiento ya no sólo económico sino ético y cultural, promoviendo un individualismo tan egoísta que resulta suicida.

Como bien dijo un gran intelectual antifascista italiano, ElioVittorini, “la milenaria corriente liberal en la cual la revolución de clase de la burguesía supo a su tiempo insertarse”, tiene raíces hondas y una larga historia de enfrentamientos con el absolutismo monárquico y el totalitarismo religioso, que pretendían ocupar y regir toda la escena cultural y social. Y se puso de manifiesto, entre los siglos XVIII y XIX, con las grandes revoluciones europeas y americanas, americanas y europeas, que dieron origen a las naciones modernas.

Los derechos civiles y los derechos humanos son el resultado de una larga epopeya, a la vez siempre inconclusa. “Porque la libertad de expresión está en peligro siempre. La amenazan no sólo los gobiernos totalitarios y las dictaduras militares, sino también, en las democracias capitalistas, las fuerzas impersonales de la publicidad y del mercado. Someter las artes y la literatura a las leyes que rigen la circulación de mercancías, es una forma de censura no menos nociva y bárbara que la censura ideológica.”

Quien dijo esto fue alguien al cual los seudoliberales solían en apariencia rendir culto, pero de quien se cuidaron bien de difundir esos conceptos: el mexicano Octavio Paz. El mismo que, en reportaje de Jacques Julliard para “Le Nouvel Observateur”, agregó: “Tocqueville vio eso bien. Habla de una vulgarización de la vida democrática y hasta de una incompatibilidad entre la poesía y la democracia moderna. La cuestión subsiste. Se habló del desastre del autoritarismo, sería preciso hablar del desastre del capitalismo liberal y democrático, en el dominio del pensamiento como en el de la vida cotidiana; la idolatría del dinero, el mercado transformado en valor único que expulsa a todos los otros.”

Es decir, algo que ya sabían muy bien liberales como el nicaragüense Augusto César Sandino, capaz de oponerse al imperialismo estadounidense. O como nuestro Lisandro de la Torre, autodefinido como “liberal orgánico”, que pagó con la vida su lucha contra la corrupción encarnada, entre otros, por los grandes frigoríficos ingleses. O como el perpetuo disidente Bertrand Russell que, siendo aristócrata, empezó como pacifista preso y terminó presidiendo el Tribunal Internacional para los Crímenes de Guerra en Vietnam.

Liberales como el italiano Randolfo Pacciardi, comandante del Batallón “Garibaldi”, que combatió en las Brigadas Internaciones defendiendo a la República Española y que, tras la liberación, fue el único Ministro de Guerra que convocó un concurso de poesía. O como sus compatriotas, los hermanos Carlo y Nello Rosselli, aquellos “socialistas liberales” asesinados por el fascismo. Como lo fue el precoz Piero Gobetti, fundador del legendario periódico “La Revolución Liberal” pero capaz de escribir en el de Gramsci. Y como el lúcido pensador Norberto Bobbio, que preconizó toda su vida el reencuentro de la revolución social con los valores liberales y, en plena vigencia de la absurda profecía de Fukuyama, nos dejó su libro “Derecha e Izquierda”, subtitulado “Razones y significados de una discusión política”.

Liberales como sin duda fue nuestro Presidente Arturo Illia, acaso una de las últimas esperanzas de la democracia argentina antes de la hecatombe, a quien destituyó un premonitorio golpe militar por enfrentarse a las multinacionales del petróleo y los medicamentos, y no por su supuesta inercia. O como el socialista Carlos Sánchez Viamonte, que llamó Liberalis a su revista. O como el científico y humanista Mario Bunge, quien se proclamó “liberal de izquierda”.

Me parece injusto, y me parece equivocado, permitir que se siga encubriendo con los dignos nombres de “liberalismo” y “liberal” lo que en realidad debería ser denominado “neoliberal” o “neocon”. Porque no es casual (nada es inocente en asuntos de lenguaje), que Norteamérica siga empleando el término inglés “liberal”, acentuado fonéticamente en la “i”, con el significado de “progresista”. Un liberal auténtico se enfrenta sí con los poderes del Estado, cuando éste daña la libertad individual o cívica, pero lo hace enfrentándose también, en defensa de los mismos derechos, contra cualquier otro poder que se proponga amenazarlos: sea social, militar, religioso, cultural o, en estos tiempos, primordialmente económico, Ningún liberal que se precie puede defender, si quiere serlo, monopolios, oligopolios, corporaciones y multinacionales, económicas o financieras, y peor aún si son globalizadas, universalizadas, frente a las cuales el individuo no tenga el simple derecho a decir “no”, ese derecho que es orgullo y garantía de cualquier liberal.

Desenmascarar a los seudoliberales de esta época, que no se amilanaron en propiciar o ser funcionarios de dictaduras sangrientas, como las de Videla y Pinochet por citar sólo las dolorosamente cercanas, es precisamente la tarea de cualquier liberal. Porque no fue, claro, Martínez de Hoz, con su discurso ultraliberal pero en realidad letal ministro de Economía del Proceso militar en la Argentina, el primero que engrilló a nuestro país con la maldita deuda externa, quien lo dijo, sino que se debe a León Trotsky esta afirmación: “El liberalismo fue, en la historia de Occidente, un poderoso movimiento contra las autoridades divinas y humanas, y con el ardor de la lucha revolucionaria enriqueció a la vez la civilización material y la espiritual.”

Y no fue por supuesto Domingo Cavallo, otro ministro argentino de Economía de funesta memoria y largo recorrido, desde la dictadura a Menem y aún más allá, hasta De la Rúa, siempre bajo el paraguas de un cacareado “liberalismo” que en la práctica era exactamente su contrario, sino que fue el mismísimo y reconocido padre fundador del imaginado “liberalismo económico”, nada menos que Adam Smith, quien aclaró lo que es evidente pero tantos callan: “Ninguna sociedad puede prosperar y ser feliz si en ella la mayor parte de los miembros es pobre y desdichada.”

Pero sí fueron de otro veterano seudoliberal argentino, Mariano Grondona, en su columna del diario “La Nación”, de Buenos Aires, el 29 de octubre de 2000, estas palabras que delatan con absoluta nitidez a qué nos estamos refiriendo: “Tendremos que resignarnos, por lo visto, a la idea de que la democracia contemporánea no es íntegramente democrática, sino un sistema mixto entre dos elementos: el voto formal y las encuestas; y un elemento oligárquico: el poder económico.”

¿Es ése un punto de vista “liberal”?, me animaría a preguntarle a Mario Vargas Llosa, si confiara en su voluntad de responderme. Pero quien lo hace sin duda, de antemano, es uno de los últimos grandes humanistas europeos, un firme devoto de la mejor literatura: George Steiner, para quien: “Hoy, la censura es el mercado.”

viernes, 13 de mayo de 2011

El cuento: origen y desarrollo (73) por Roberto Brey

73



Otros autores rusos (continuación)

Iván Aleksándrovich Goncharóv (1812-1891) Hijo de un próspero comerciante de granos de Simbirsk, una pequeña ciudad del Volga. Huérfano de padre a los siete años, con la madre ocupada en el negocio familiar, ingresó en un internado donde estudiaban los hijos de la nobleza, logró una sólida formación y el dominio del francés, del inglés y del alemán. Después estudió en Moscú, en la Escuela de Comercio y, desde 1831, en la Facultad de Filología, donde se licenció en 1834. A pesar de haber coincidido con Belinski, se mantuvo al margen de los círculos políticos de la universidad que bullían en esos años. Inició después su carrera en la administración civil del Estado, primero en el Ministerio de Comercio Exterior como traductor, más tarde en el Ministerio de Instrucción Pública y posteriormente en otros altos cargos, como el de Director General de Ediciones e Imprenta y Censor General, triste cargo este último del que se retiró en 1867 y que le valió el desprecio de muchos de sus colegas escritores..

Pero antes, a finales de los años treinta, Gocharov entró a formar parte de la tertulia literaria de la familia Máikov, estirpe de poetas, pintores, editores y mecenas, y colaboró en sus almanaques El Crocus y Noches de luna, donde publicó sus primeros versos y novelas cortas: El grave mal (o El mal del ímpetu) y Un error feliz. En 1846 empezó a colaborar en la revista El Contemporáneo, dirigida entonces por Belinski. Llevó una vida cómoda y apacible, sin grandes altibajos; la fama le llegaría por las tres grandes novelas que escribió después.

Publicó su primera novela extensa, Una historia corriente, en 1847. La obra describe el envilecimiento gradual de un joven movido por nobles aspiraciones y sublimes ideales, y su transformación en un funcionario falaz, desaprensivo y medrador a cualquier precio. En 1858 publicaría Oblómov, una de las obras centrales de la literatura rusa, en la que enfrenta dos personajes típicos: uno, el que da título a la obra, y cuyo nombre proviene de oblómok ("cascote, ruina"), es el ocioso representante de la nobleza rusa y de la tradición; perezoso, letárgico, mediocre y abúlico, sacrifica sus sueños a la inacción, y lo vive como un drama. El personaje fue considerado un arquetipo típicamente ruso. El otro, Stolz, cuyo nombre en alemán significa "altanero", es el modelo opuesto, equilibrado, de ideas políticas moderadas, partidario de la renovación, lo occidental, la industrialización, el negocio y la acción. La novela fue constantemente retocada hasta su versión final diez años después. La tercera novela de Goncharov es El precipicio (1869), y su argumento se construye a través de la oposición de dos ideologías y dos mundos: por una parte, el fervor revolucionario representado por Mark Vólojov, y por la otra el mundo conservador y tradicional de la abuela Berezhkova. Entre ambos mundos se encuentra la joven Vera, quien se inclina por el bando conservador. La novela provocó duras polémicas por la manera caricaturesca en que se representaba el personaje de Vólojov: un cínico y maleducado, mentiroso, que falsifica documentos para conseguir dinero, cruel y despectivo. Frente a él se va levantando la figura matriarcal de la abuela Berezhkova, portadora de los viejos valores de la caridad y el amor cristianos, dulzura, comprensión y una fe inquebrantable, unidos a una firmeza absoluta y la conciencia de su papel en el mundo, todo ello rodeado de un halo de espiritualidad religiosa. Muchos consideraron que Goncharov torció su talento en mérito de su adhesión al antiguo régimen, abandonado el espíritu crítico de su anterior novela, para cosntruir u personaje odiable en beneficio de sus ideas políticas.

Por sus primeras novelas, Goncharov quedó en la literatura rusa como autor de la novela social y uno de los mejores representantes de la narrativa del siglo XIX (siempre por detrás de los tres grandes que cierran el siglo: Dostoievski, Tolstoi y Chejov). Y al decir del propio Tolstoi, Oblómov es una obra maestra, y que además, a su autor, le produjo dinero y popularidad.

Los cambios que se iban produciendo en la sociedad, con el avance del capitalismo sobre la tradición rural del país, fue un tema tomado por los grandes literatos rusos. Pero para muchos, Goncharov dejó el mejor retrato del propietario rural ante el cambio. El personaje de Oblomov, sería la encarnación de la decadencia de una clase poderosa pero en muchos aspectos, parasitaria. El oblomovismo (que quedó en la historia como un adjetivo calificativo de un personaje social), estaba presente en toda Rusia, y en toda la literatura de la época como un sector destinado a desaparecer.

Hasta el cine llegó el personaje (Algunos días en la vida de Oblómov -1979- de Nikita Mijalkov), que sin duda sobrepasó a su autor, que nunca fue aceptado por sus colegas por su labor como censor.

Hace muy poco se tradujo al castellano su primera obra (El mal del ímpetu o la grave enfermedad), lo que permitió una reconsideración de ella como contrapunto de Oblómov. Si éste era el prototipo de la indolencia, que no quiere levantarse de la cama, el terrateniente decepcionado del amor, del éxito y del dinero, en El mal de ímpetu hay otro terrateniente abúlico, pero que conoce a sus vecinos que no pueden dejar de pasear, moverse, con una pulsión imparable por todo lo que sea alcanzar y superar marcas y metas. Diferentes conflictos anímicos para una situación social donde un mundo terminaba para dar lugar a otro.

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viernes, 6 de mayo de 2011

El cuento: origen y desarrollo (72) por Roberto Brey

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Otros autores

Alejandro Nikolaievich Ostrovski (1823-1886), otro de los destacados de la época, fundamentalmente por su dramaturgia, fue el fundador del teatro moderno de su país. Conoció de cerca el mundo de los mercaderes, del que sacaría los personajes de la mayor parte de sus comedias. A menudo el mercader vulgar, egoísta e ignorante, que sólo se mueve a impulsos de su ambición

Una de sus primeras obras fue “La bancarrota” (1847). Pero tuvo que esperar a 1853, cuando la censura permitió la representación de la primera: “La prometida pobre”, ya publicada el año anterior en la revista “El moscovita”, en la que Ostrovski colaboraba. Hasta su muerte, Ostrovski produjo casi anualmente por lo menos una comedia, llegando a escribir más de cincuenta, siempre con dificultades económicas, y muy perseguido por la censura.

Ostrovsky no trató grandes problemas morales o sociales. No fue un revolucionario; como Gogol, creía en la honestidad, la bondad, la generosidad y la lealtad y en las tradiciones populares. Ataca al sistema de servidumbre, como muchos de sus compatriotas, no como un líder apasionado, sino como un reformista moderado.

Su realismo algunos lo llaman “sobrio, más bien común”, con una particular jerga popular, de difícil traducción. En él se puede estudiar la vida de Rusia, con su rusticidad y crueldad, pero con sus virtudes familiares.

La sátira:

Miguel Yevgráfovich Saltikov-Schedrín (1826-1889). Nacido en la provincia de Tula, con una educación descuidada, tal vez por las constantes disputas entre sus padres, tempranamente desarrolló un amor por la lectura, con el único libro de la casa: la Biblia. A los diez años ingresó en el Instituto de Moscú para los hijos de la nobleza, y luego en el Liceo de San Petersburgo, donde tradujo obras de Lord Byron y Heinrich Heine. Al graduarse, obtuvo empleo como oficinista en el Ministerio de Guerra.

A raíz de la publicación de la novela “Un asunto complicado” (1848) (eran épocas de una fuerte censura y las revoluciones estallaban por toda Europa), fue desterrado a Viatka, donde permaneció hasta 1856. Esos ocho años los pasó como funcionario de menor importancia del gobierno, pero esa experiencia le permitió estudiar la vida y costumbres de los funcionarios públicos en el interior, que pudo reflejar luego en sus escritos.

Su vuelta fue posible debido a que luego de que Rusia perdiera la guerra de Crimea (como ya se mencionó en el capítulo 70) se abrió un corto espacio de cierta liberalidad del régimen. Con posterioridad, fue nombrado vicegobernador de Tver (1860), hasta que abandonó la función pública en 1868, cuando empezó a dirigir, junto con Nekrásov, “Anales de la Patria” (que como se vio había sido dirigida antes por Belinski), publicación que siguió editando él, a la muerte del poeta, hasta que fue prohibida por el gobierno en 1884. Sus obras más representativas son: Narraciones inocentes (1863); Historia de una ciudad (1869-1870), una sátira de la historia de Rusia; Diario de un provinciano (1872); Cuentos (1878); La familia Golovlev (1880), su única novela, considerada su obra maestra; y Las antigüedades de Poshejonie (1889).

Saltikov-Schedrin es considerado un satírico de gran ferocidad, y fue citado por Lenin, que lo tenía entre sus escritores favoritos. No era para menos, ya que alguna vez Schedrin escribió: "El único objeto de mi obra literaria era indefectiblemente para protestar contra la codicia, la hipocresía, la mentira, el robo, la traición, la estupidez de los rusos modernos".

Gran parte de su obra fue publicada a modo de folletín en diversos periódicos y gozó de relativa popularidad. Para algunos críticos su escritura ha perdido mucho con el paso del tiempo, teniendo en cuenta los cambios producidos en la realidad social de Rusia; y muchos de sus comentarios, hoy son casi incomprensibles, ya que tuvo que utilizar ambigüedades y circunloquios para evadir la férrea censura de su época.

Sin embargo, muchas de sus sátiras y cuentos hoy pueden ser gozados por los lectores que sepan ubicarse en la época.

La novela “La Familia Golovlev” fue señalada por el particular crítico Dimitri Mirsky (1890-1939) como el más sombrío de los libros en toda la literatura de Rusia “tanto más sombrío porque el efecto se logra con los medios más simples, sin teatralidad ni melodramatismo (…) El personaje más notable de esta novela es Porfiri Golovlev, apodado 'Pequeño Judas’, el hipócrita que no puede dejar de hablar tonterías, (…) porque su lengua tiene la necesidad del ejercicio constante...”

Es interesante una cita que elige otro crítico, Kolpinski, de los escritos de Schedrin, con respecto a las luchas sociales que se daban en su época:

“El burgués francés de nuestros días no es apto ya para librar luchas heroicas ni para sostener ideales. Se ha hecho excesivamente pesado para no amedrentarse con sólo pensar en la abnegación personal (…) de buena gana aceptaría aunque fuese a Bonaparte si para el burgués fuera esta la única salida”. Y más adelante agrega: “Tiene ahora su propia república de acumulación de capitales… en la que no habrá ni ‘aventuras’ ni… ‘horizontes’. Esta república le ha proporcionado todo aquello en nombre de lo cual el burgués en otro tiempo prodigó a derecha e izquierda besos de Judas y sin remordimientos de corazón entregó su patria a manos de la primera ave de rapiña que encontró a su paso. Es decir, le ha permitido saciarse, le ha proporcionado sosiego y la posibilidad de acumular un tesoro”. (Es probable que Schedrin utilice ‘aventura’, por ejemplo, como sinónimo de ‘revolución’, para sortear a la censura.)
El cuento “Cómo un aldeano alimentó a dos generales” de S. S. se puede leer en: http://ddhh.chilenos.ru/print_694.htm

Los cuentos El Gobio Sabio, El cuervo solicitante y Las virtudes y los vicios, de S. S. en: http://www.sprensalibre.com.ar/index.php?id=3626

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