jueves, 21 de abril de 2011

El cuento: origen y desarrollo (70) por Roberto Brey


Alejandro II
70



Volvemos a los rusos pasada la mitad del siglo XIX

Pudimos ver, con cierto detalle, a Pushkin, Gogol y Turguénev que, a principio de siglo dentro de su producción literaria monumental, pudieron establecer al cuento como una categoría específica y darle un formato que influyó en el resto de los escritores contemporáneos y posteriores, no sólo en su país y en Europa, sino en el resto del mundo.

Recordemos que en esa época, en pleno desarrollo la revolución industrial, los grandes avances tecnológicos y el crecimiento de la alfabetización permitieron la difusión y el conocimiento de la obra de los grandes literatos, y que la producción editorial fue facilitándose sin cesar hasta alcanzar un verdadero furor hacia fin del siglo XIX.

Si el absolutismo y la dictadura fueron característicos del gobierno de Alejandro I (1801-1825), el reinado autocrático y centralista lo fue para Nicolás I (1825-1855). Aquel, que llevó sus tropas hasta París, logró ubicar a Rusia entre las naciones imperiales más importantes. Pero Nicolás, además despreciaba a los intelectuales y, tal vez como consecuencia, estos fueron los mayores adversarios del despótico régimen, que todavía no había abolido la servidumbre como el resto de Europa. El imperio les pagó vigilándolos, deteniéndolos, prohibiendo hasta el estudio de la filosofía en la Universidad.

En su inútil intento de impedir la difusión de las ideas de la Revolución Francesa, restableció la policía secreta, reprimió toda libertad de expresión y creó campos militares de deportación en Siberia.


Fracasó también en su política económica, pues se endeudó en el exterior, y tuvo que hacer frente a las revueltas campesinas que estallaban espontáneamente todos los años a causa de la miseria y el hambre.

Atrás había quedado la grandeza de la guerra contra Napoleón, y la participación (en alianza con Austria) en la guerra de Crimea, primero contra Turquía y después contra Francia e Inglaterra que fueron en su ayuda, marcaron un límite. La pérdida de la batalla de Sebastopol en 1855, y la consecuente derrota en la guerra, al tiempo que se produce la muerte del zar y la asunción de su hijo, Alejandro II, tan autocrático pero más tolerante que su padre, marca el inicio de reformas. Tibias, menores, pero implicaron en 1861 la abolición de la servidumbre y trajeron algo de alivio a las masas campesinas, aunque los reales beneficios de ellas fueron para los grandes terratenientes.


Alejandro aflojó la censura y el control de los intelectuales, algo que no impidió el crecimiento de los naródniki (“amigos del pueblo”), socialistas que trabajaban entre los campesinos, procurando su liberación total.


Grabado sobre un atentado fallido contra el zar en 1868.

La represión zarista fue acentuándose, al igual que la resistencia, y pronto se generalizó otra vez la lucha social. Entre los opositores al régimen había grupos liberales, más o menos radicales, anarquistas, y otros que propugnaban el asesinato de funcionarios y gobernantes como una forma de lucha. La violencia fue creciendo, con actos terroristas resonantes, donde se intentó matar al jefe de policía y al zar, hasta que un último ataque, en 1881, logró la muerte de Alejandro II. Lo reemplazó su hijo, Alejandro III, quien gobernó hasta 1894, con los métodos represivos más duros, como su abuelo Nicolás II. Tal es así que revivió la máxima de "Autocracia, Ortodoxia y Espíritu popular" de Nicolás I. Reconocido eslavófilo, Alejandro III creía que Rusia se salvaría del caos solo aislándola de las influencias subversivas (por ejemplo del socialismo) de la Europa Occidental.

En el reinado de Alejandro III Rusia concluyó la unión con Francia republicana. La industria rusa comenzó a crecer con los créditos de los bancos franceses. El desarrollo del capitalismo generó el crecimiento (como en toda Europa) de una nueva clase social: el proletariado, sin mejorar a la mayor parte del campesinado.



En ese clima vivieron y produjeron sus obras, todavía Turgueniev (1818-1883), al que ya se mencionó en el capítulo 23; Nekrasov (1821-1878); Ostrovski (1823-1886); Saltikov-Schedrin (1826-1889); Goncharov (1812-1891); Korolenko (1853-1921); los más famosos y reconocidos Dostoievski (1821-1881) y Tolstoi (1828-1910), y fundamentalmente después Antón Chejov (1860-1904), uno de los principales referentes a la hora de hablar de la evolución del cuento. Salvo Korolenko, ninguno de estos escritores, que consiguieron retratar las características fundamentales de su sociedad y el pensamiento y el sentir de su época, llegó a ver los cambios profundos que se produjeron en Rusia luego de la revolución de 1917, aunque, de alguna manera, permitieron explicar después muchas de sus motivaciones y las características principales de los sectores sociales que participaron en ella desde diferentes lugares.

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