viernes, 27 de abril de 2012

El cuento: origen y desarrollo (118) por Roberto Brey


Guilgamesh, estatua en el Louvre.

118

Mesopotamia y Egipto

Estela dos Santos (1970 CEAL), destaca “Elegía por la destrucción de Sumer”, perteneciente a la primera de las civilizaciones desarrolladas en la región: la sumeria. Y considera que debe provenir de las escuelas poéticas sacerdotales de la época tardía (XX a XVIII a. C). Es un “patético lamento de un mundo que siente la proximidad de su fin”, explica.

Pero el máximo poema mesopotámico es la “Epopeya de Guilgamesh”: “es asombroso encontrar una sensibilidad poética cercana a la nuestra. La angustia de la muerte aparece allí por primera vez, como tema literario, aunque todavía no se la vincule a la noción del tiempo que pasa, como hará el poeta egipcio de la “Canción del arpista”. El tema reaparece en el “Diálogo del amo y el esclavo”, fruto de una filosofía  escéptica que desemboca en el sarcasmo”, opina Dos Santos.

La Epopeya de Guilgamesh es una narración de la Mesopotamia de origen sumerio, considerada como la narración escrita más antigua de la historia. (Si bien estas versiones datarían del siglo VII a. de C., escrita en la biblioteca del rey asirio Asurbanipal, algunos autores señalan el origen de la historia entre los siglos XX y XII A. de C.). Para su realización se emplearon tablillas de arcilla y escritura cuneiforme (se graba sobre las tablas con una caña tallada), lo cual favoreció su preservación. La versión más completa preservada hasta la actualidad consta de doce tablillas. La obra es muy leída en traducciones a diversos idiomas y el héroe, Guilgamesh, ha pasado a ser un icono de la cultura popular.

La leyenda sobre este rey cuenta que los ciudadanos de Uruk, viéndose oprimidos, pidieron ayuda a los dioses, que enviaron a Enkidu para que luchara contra Guilgamesh y le venciera. La lucha es muy pareja, y al final los dos luchadores se hacen amigos, y deciden hacer un largo viaje en busca de aventuras, en el que aparecen toda clase de animales fantásticos y peligrosos.

En su ausencia, la diosa Inanna (Ishtar y más tarde Astarté para los babilonios) había protegido la ciudad. Inanna declara su amor al héroe Guilgamesh pero éste lo rechaza, provocando la ira de la diosa que en venganza envía al Toro de las Tempestades para destruir a los dos personajes y a la ciudad entera.

Guilgamesh y Enkidu matan al toro, pero los dioses se enfurecen por este hecho y castigan a Enkidu con la muerte. Guilgamesh muy apenado por la muerte de su amigo recurre a un sabio llamado Utnapishtim, el único humano que por la gracia de los dioses es inmortal, para que le otorgue la vida eterna, pero Utnapishtim le dice que el otorgamiento de la inmortalidad a un humano es un evento único y que no volverá a repetirse.

Finalmente, Utnapishtim le indica a Guilgamesh que la planta que devuelve la juventud (mas no la vida o juventud eterna), está en lo más profundo del mar. Guilgamesh se decide a ir en su busca y efectivamente la encuentra, pero de regreso a Uruk decide tomar un baño, y al dejar la planta a un lado, una serpiente se la roba (de allí que las serpientes cambien de piel, como un símbolo de la vuelta de la juventud). El héroe llega a la ciudad de Uruk donde finalmente muere.

Este mito, como se ve, responde a las características mencionadas en los primeros capítulos de este trabajo, donde la figura del héroe recorre un camino lleno de dificultades que lo lleva a tratar de entender el sentido de la vida.

Del Egipto antiguo, lo que se puede llegar a conocer, en su mayor parte, son versiones de estudiosos que han sabido traducir y acomodar para una mayor comprensión.
“Sinuhé, El náufrago y Los dos hermanos”

Esta historia está considerada como el mayor logro de la literatura egipcia antigua. Combina en una singular narración una gama extraordinaria de estilos literarios, y es también notable el examen que hace de los motivos de su protagonista. El poema analiza continuamente las razones de la huida de Sinuhé y su posible culpabilidad. Al situar a un miembro de la cultura egipcia en otra sociedad, el poema explora lo que debe ser un egipcio, sin negar la presunción egipcia de que la vida en el exterior de Egipto no tenía sentido. El escrito data de La Dinastía XII (entre 1980 a 1790 a. C.).

Basándose en esta historia, el escritor finlandés Mika Waltari escribió en 1945 una novela llamada Sinuhé, el egipcio, aunque trasladándola a los tiempos de Akenatón (1353-1336 a. C.), y mezclándola con las conspiraciones que hubo en este reinado debido a la fracasada revolución religiosa. Fue llevada al cine en 1954, con dirección de Michael Curtiz.

Naguib Mahfuz, escritor egipcio ganador del premio Nobel, escribió en 1941 Awdat Sinuhi. Se basa directamente en los textos antiguos, aunque se toma la licencia de añadir algunos amoríos que no aparecen en el original.

El poema de Guigalmesh se puede leer en:
La historia de Sinuhe en:

Ir al capítulo 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11/12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 44 45 46 47 48 49 50 51 52 53 54 55 56 57 58 59 60 61 62 63 64 65 66 67 68  69  70  71  72  73 74  75  76  77  78  79  80  81  82  83  84  85  86  87  88  89  90  91 92  93  94  95  96  97  98  99  100  101  102  103  104  105  106  107  108  109  110  111  112  113  114  115  116  117

jueves, 26 de abril de 2012

Novedades de mayo de Eterna Cadencia


Esto no es una pipa. Ensayo sobre Magritte de Michel Foucault.
Traducción de Pablo Esteban Rodríguez

La editorial presenta una nueva traducción del clásico e inhallable estudio de Michel Foucault sobre la representación en la obra de René Magritte.
Con imágenes a todo color que ilustran los cuadros sobre los que se ensaya y las cartas entre el filósofo y el pintor, este libro retoma los lineamientos básicos de Las palabras y las cosas, uno de los hitos fundamentales de la historia de la filosofía del siglo XX. 

80 págs.
$ 77

Dice el comentario editorial: A partir de dos versiones de Esto no es una pipa de Magritte, Michel Foucault analiza las aparentes contradicciones entre imágenes y palabras que propone la obra del pintor. La frase debajo del dibujo, ¿es un “malescrito”?, una equivocación? ¿A qué se refiere? ¿Al dibujo debajo del cual se halla colocada? ¿Se trata de un enunciado falso puesto que su referente -visiblemente una pipa- no lo verifica? ¿O verdadero, puesto que es evidente que el dibujo que representa una pipa no es una pipa? Lo desconcertante, sostiene Foucault, es justamente que resulta inevitable relacionar el texto con el dibujo al tiempo que es imposible definir el plan que permita decir si la aserción es verdadera, falsa o contradictoria.

Con la originalidad y la lucidez que lo han convertido en el más importante filósofo del siglo XX, Foucault retoma así en este ya clásico ensayo algunos temas de Las palabras y las cosas (a partir de sugerencias del propio Magritte, como lo muestran las cartas que se incluyen al final de este volumen) en busca de la causa del malestar que provoca la obra del artista que ha puesto en crisis uno de los principios básicos de la pintura occidental: “la equivalencia entre el hecho de la semejanza y la afirmación de un ligamen representativo”.

Biografía
Michel Foucault nació en Poitiers en 1926 y falleció en París en 1984. Es considerado uno de los filósofos franceses más importantes del siglo XX. Fue profesor en varias universidades francesas y estadounidenses y catedrático de Historia de los sistemas de pensamiento en el Collège de France (1970-1984). Entre sus obras más destacadas se encuentran Historia de la locura en la época clásica (1961), Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas (1966), La arqueología del saber (1969), El orden del discurso (1970), Vigilar y castigar (1976) e Historia de la sexualidad, 3 vols. (1976-1984).

miércoles, 25 de abril de 2012

Fernando Sorrentino, un escritor al que le gusta más leer


El escritor Fernando Sorrentino habló con Prensa Libre sobre sus gustos literarios, su obra y su manera de entender la literatura como escritor y lector. Vecino de Martínez, profesor de lengua y literatura, el libro de entrevistas, Siete conversaciones con Jorge Luis Borges (1974), de su autoría, fue traducido al inglés, al búlgaro, al italiano, al chino, al húngaro, al rumano y al portugués. Además tiene cuentos traducidos al iraní, al hebreo, al indio y al árabe. Entre sus creaciones, además, se destacan los títulos de literatura infantil y juvenil.    


“Me gusta más leer que escribir, y en verdad escribo muy poco. A lo largo de casi cuarenta años no tengo demasiada bibliografía para exhibir” dice en la web una módica autobiografía de Fernando Sorrentino (69), vecino de Martínez, docente de literatura y lengua en secundarios y autor de, Siete conversaciones con Jorge Luis Borges.

El diálogo con el autor de El Aleph forma parte de una (larga, a pesar del propio Sorrentino) lista de obras que el escritor inició en 1969 con el cuento, La regresión zoológica, publicado en la revista Nuestros Hijos, e incluye además, novelas, ensayos, obras para niños y adolescentes y entrevistas  que se tradujeron a distintos idiomas.

Sorrentino es un hombre práctico y amante de la libertad. Esta impresión es la que surge de la charla con Prensa Libre. “Escribo al azar no tengo disciplina de escritor” revela, y declara no conformar grupo, corriente literaria u otro colectivo, salvo el de los seguidores de los albicelestes de Avellaneda (al decirlo muestra un banderín de la Academia).
De pequeño leía, como todos los de su generación, las célebres historietas; en la adolescencia no se perdió a Emilio Salgari, Julio Verne o Constancio Vigil, pero tuvo “un antes y un después”, según definió, cuando conoció a Charles Dickens con las aventuras de  David Copperfield.

La escritura de Sorrentino está llena de argumentos, que no por raros dejan de ser verosímiles. “No me gusta la literatura fotográfica, sino aquella donde pasan cosas” sostiene sobre lo que crea, y cita entre sus gustos como lector, a Marco Denevi y al Julio Cortázar de las primeras obras; “a (Frank) Kafka le besaría los pies” grafica.

Vivió en Palermo viejo hasta que se casó –“en el cuadrilátero de Santa Fe, Juan B. Justo, Córdoba y Dorrego” describe-. Reconoce como su primer maestro a Julio Valderrama Acosta. A los 12 años Sorrentino había leído el Quijote, de Cervantes; La guerra gaucha, de Lugones; Pago Chico de Payró; y Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes.

Entre 1969 y 1970 una editorial le ofreció la posibilidad de escribir sobre un personaje destacado y él eligió a Jorge Luis Borges. “No lo conocía así que fui a la Biblioteca Nacional (Borges la dirigía, por entonces) y golpeé la puerta del despacho, me atendió la secretaria primero y después apareció Borges” le relató a Prensa Libre.  
“Iba a la biblioteca con el grabador Phillips y hablábamos allí. Así estuve dos o tres meses pues a veces iba y no estaba” relató el autor. La obra recién se publicó por primera vez en 1974, por las idas y venidas económicas de la editorial. Luego se reeditó con notas revisadas y actualizadas en 1996 en El Ateneo, y en 2007 se volvió a reeditar en Losada.

Esta obra fue traducida al inglés, al búlgaro, al italiano, al chino, al húngaro, al rumano y al portugués. El escritor recuerda hasta la actualidad el relato de Borges sobre la lectura de La Divina Comedia, una versión bilingüe inglés-italiano, en el tranvía que iba entre el domicilio, en Las Heras y Pueyrredón y su trabajo, en una biblioteca de Almagro.
Otra obra con índice de buena prosa y saludable recepción es el cuento, Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza (publicado en 2005), traducido al portugués, pero además requerido en varias oportunidades, según confió el autor, como guión para cortometrajes cinematográficos.

Actualmente se encuentra en la redición de, Cuentos del Mentiroso, en Puerto de Palos
La primera salida fue en 1978 con Plus Ultra. Cuando se le pide alguna referencia de esta obra surge que el propio Sorrentino podría ser el personaje, pues como docente disfrutaba poniendo a prueba la inocencia de sus alumnos con relatos de todo tipo.

Actualmente no se despega del ordenador para escribir, pero guarda su Remington como trofeo bien merecido por las palabras que supo hilvanar. “Ante un fracaso me lamenté, pero resultó que ese fracaso fue beneficioso” dice sobre los avatares de la escritura independiente; “ese mal (si lo hubo) fue para bien” reafirma optimista como es él.

GC

viernes, 20 de abril de 2012

El cuento: origen y desarrollo (117) por Roberto Brey


Ilustración de una antigua fábrica de papel.

117

El Papel

Pero el pergamino también es vencido como antes había vencido al papiro, esta vez por el papel.
No es que el papel no existiera. Los chinos, adelantados en tantas cosas, dos mil años antes ya escribían en papel. Fibras de bambú, telas usadas, hierbas, servían para hacer una pulpa que se vertía en un molde en forma de rectángulo, se escurría el agua, se secaba al sol, luego se apilaban las hojas y se prensaba.

Los árabes se llevaron de China el secreto de la fabricación del papel por el año 700. Pero recién en el siglo XIII en Europa se montaron las primeras fábricas.
En Europa  se agregaron viejos trozos de tela de lino, se fue mejorando la calidad. Al mismo tiempo, cada vez eran más los que copiaban, al tiempo que aumentaba la cantidad de ilustrados, de escuelas y de universidades.

El papel produjo un cambio. Si antes el límite para la fabricación de libros era la dificultad para fabricar pergamino o papiro, la rapidez de la fabricación del papel ponía la traba en la lentitud de los copistas, por eso fue fundamental el invento de la máquina de imprimir. Gutemberg es uno de los inventores más conocidos, tal vez otros al mismo tiempo inventaron similares mecanismos (a mediados del siglo XV), pero él se hizo famoso. De allí, a las modernas maquinarias automáticas, pasaron ya pocos siglos.
Mientras tanto, cuando parecía que no alcanzarían los trapos para fabricar tanto papel, se descubre la posibilidad de fabricarlo a partir de la madera.

Claro que si la escritura existió, aún antes de la creación de los primeros alfabetos más de mil años antes de nuestra era, es cierto también que la literatura como tal, o sea la pretensión de dejar algo más que un testimonio contable o una anécdota o conocimiento puntual -el deseo de embarcar la palabra en un juego que pretendiera una creatividad diferente, un valor estético o espiritual-, tiene una génesis mucho más cercana y fue el propio occidente quien se preocupó por sistematizar y fijar leyes que determinaron, hasta cierto punto, la categorización de lo escrito como “literatura”, en su nivel más cercano a lo artístico.
Desde este lado del mundo hubo muchos que intentaron rescatar tradiciones y producciones orientales, aunque con resultados diversos y fragmentarios. Aquí intentaremos dar un rápido panorama sobre los orígenes literarios en oriente, particularmente aquellos referidos al relato corto.

El cuento popular
El cuento como compañero del hombre, y esa imagen de la ronda junto al fuego y la atención al relato es algo que todos reconocen. Esos cuentos anónimos dieron origen a la literatura moderna, pero formando parte de una necesidad humana, no como mero desafío mental. En ese lapso que va de los 4.000 años hasta los 1.000 antes de Cristo, tal vez se consolidó el formato de todos los relatos posteriores, aun con los cambios, agregados y variantes que se fueron dando con el correr de los siglos.

Para qué el cuento, uno se pregunta. Propósitos didácticos, dramáticos, moralizadores, hedonísticos, trasmisores de la cultura de una determinada sociedad; suelen adaptase a las épocas, a los lugares y a las circunstancias, y se basan en los principios fundamentales de la constitución humana. Más allá de las épocas hay un rescate de la esencia del hombre. El egoísmo que aflora cuando  advierte la posibilidad de obtener alguna ventaja, el amor que arrasa el corazón y la mente y nubla el entendimiento; el orgullo, la venganza, el odio, la desconfianza, son solamente una parte sustancial del carácter humano, que se producen quizá en toda época, ámbito o circunstancia. Es por eso acaso que el éxito del cuento es inacabable y perenne, porque remite a las características más comunes o enigmáticas, pero permanentes del carácter humano... Impulsos subconscientes, deseos reprimidos, fantasías subyacentes.

El crítico Jorge B. Rivera (1935-2004) cita a un especialista como el italiano Rua: “un cuento bien construido, que entre a formar parte del patrimonio literario del pueblo, puede conservarse por mucho tiempo mediante la tradición oral sin experimentar graves alteraciones”; y la filóloga argentina María Rosa Lida (1910-1962), sostiene algo semejante cuando afirma: “buena parte de los cuentos que han recibido redacción artística pertenecían ya al pueblo y continuaron viviendo en él independientemente de su formulación literaria.”

Ir al capítulo 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11/12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 44 45 46 47 48 49 50 51 52 53 54 55 56 57 58 59 60 61 62 63 64 65 66 67 68  69  70  71  72  73 74  75  76  77  78  79  80  81  82  83  84  85  86  87  88  89  90  91 92  93  94  95  96  97  98  99  100  101  102  103  104  105  106  107  108  109  110  111  112  113  114  115  116

viernes, 13 de abril de 2012

El cuento: origen y desarrollo (116) por Roberto Brey

Copista medieval.

116

El Pergamino

El papiro tuvo un competidor, que nació en Pérgamo. La biblioteca de Alejandría en Egipto (desde el siglo III a. C hasta el III de nuestra era), en su momento de mayor esplendor llegó a tener cerca de un millón de libros, gracias a su política de copiar todo libro que pasara por la zona. Pero en un momento tuvo una competidora: la biblioteca de ciudad de Pérgamo en el Asia Menor. La rivalidad hizo que Alejandría le negara a Pérgamo el papiro que se fabricaba en esa ciudad, por lo que el rey de Pérgamo debió inventar un nuevo soporte, realizado en piel de cordero o cabra que recibió el nombre de Pergamino. El trabajo sobre el cuero, en algunos casos llegó a realizar un pergamino tan fino que según algunos historiadores se podía meter todo un rollo en una cáscara de nuez.

El triunfo del pergamino se verificó en un momento en que las luchas entre diversos pueblos llevó al mínimo la actividad de los escribas o amanuenses. Se quemaron bibliotecas, desaparecieron los establecimientos de escritura y se redujo al interior de los monasterios esa actividad, por lo que quedaron muy pocos, la mayoría monjes.

Por entonces y ya en época medieval,  la tinta había cambiado: más durable, penetraba en la piel del pergamino y era muy difícil borrarla.
La técnica se pulió, las letras mejoraron, se dibujaba la primera letra del escrito con toda clase de ilustraciones, las letras se apretaron para ahorrar espacio y se borraba raspando el material. En la Edad Media un libro de quinientas páginas tardaba un año en ser copiado. Para conocer lo esforzado del trabajo del copista, vaya el texto que uno de ellos ha dejado:

“Si no sabes lo que es la escritura podrás pensar que la dificultad es mínima, pero si quieres una explicación detallada, déjame decirte que el trabajo es duro: nubla la vista, encorva la espalda, aplasta la barriga y las costillas, tortura los riñones y deja todo el cuerpo dolorido...”
Colofon de Silus Beatus.

Por entonces ya el pergamino se cortaba en hojas de diferentes tamaños, muy parecidas a las actuales. Copiar, era un trabajo considerado como una obra piadosa, pero que exigía también una recompensa al monje. Un escritor actual dejó también una excelente descripción:

El scriptorium

Al llegar a la cima de la escalera entramos, por el torreón oriental, en el scriptorium, ante cuyo espectáculo no pude contener un grito de admiración. El primer piso no estaba dividido en dos como el de abajo, y, por tanto, se ofrecía a mi mirada en toda su espaciosa inmensidad. Las bóvedas, curvas y no demasiado altas (menos que las de una iglesia, pero, sin embargo, más que las de cualquiera de las salas capitulares que he conocido), apoyadas en recias pilastras, encerraban un espacio bañado por una luz bellísima, pues en cada una de las paredes más anchas había tres enormes ventanas, mientras que en cada una de las paredes externas de los torreones se abrían cinco ventanas más pequeñas, y, por último, también entraba luz desde el pozo octogonal interno, a través de ocho ventanas altas y estrechas. …
Tal y como apareció ante mis ojos, a aquella hora de la tarde, me pareció una alegre fábrica de saber. … Los anticuarios, los copistas, los rubricantes y los estudiosos estaban sentados cada uno ante su propia mesa, y cada mesa estaba situada debajo de una ventana. …
Los sitios mejor iluminados estaban reservados para los anticuarios, los miniaturistas más expertos, los rubricantes y los copistas. En cada mesa había todo lo necesario para ilustrar y copiar: cuernos con tinta, plumas finas, que algunos monjes estaban afinando con unos cuchillos muy delgados, piedra pómez para alisar el pergamino, reglas para trazar las líneas sobre las que luego se escribiría. Junto a cada escribiente, o bien en la parte más alta de las mesas, que tenían una inclinación, había un atril sobre el que estaba apoyado el códice que se estaba copiando, cubierta la página con mascarillas que encuadraban la línea que se estaba transcribiendo en aquel momento, y algunos monjes tenían tintas de oro y de otros colores. Otros, en cambio, solo leían libros y tomaban notas en sus cuadernos o tablillas personales.
Umberto Eco, En nombre de la rosa

Los libros eran encuadernados, sus tapas a veces mezclaban madera y metales preciosos, muchas veces se ataban esos libros con cadenas de hierro a las tablas, para evitar que fueran robados. En 1770, en la Biblioteca de la facultad de Medicina de París se encontraban libros de esa clase, y de esa época data la expresión leer las lecciones y escuchar las lecciones, cuando el profesor tenía la costumbre de leer el único libro y explicarlo, mientras los estudiantes escuchaban.

La escuela de los escribas (fragmento de una obra mesopotámica)
“He recitado mi tablilla, he desayunado, he preparado mi nueva tablilla, la he llenado de escritura, la he terminado; después me han indicado mi recitación y, por la tarde, me han indicado mi ejercicio de escritura. Al terminar la clase he ido a mi casa. He hablado a mi padre de mi ejercicio de escritura, después le he recitado mi tablilla y mi padre ha quedado muy contento… Cuando me he despertado, al día siguiente, por la mañana muy temprano, me he vuelto hacia mi madre y le he dicho: dame mi desayuno, que tengo que ir a la escuela.
Mi madre me dio dos panes y me fui a la escuela…
Me presenté al maestro, le hice la reverencia.
Mi padre escolar leyó mi tablilla y dijo:
-¡Está rota! – y me golpeó. Cuando el maestro preguntó sobre las reglas de la escuela, me dijo:
-Te vi andando por la calle, no aprovechas tu tiempo – y me golpeó.
El encargado de la conducta me pegó… El encargado de la puerta  me pegó… El maestro me pegó…”.


Ir al capítulo 1 2 3 4 6 7 8 9 10 11/12 13 14 15 16 17 18 19 20 2122 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 4243 44 45 46 47 48 49 50 51 52 53 54 55 56 57 58 59 60 61 62 6364 65 66 67 68  69  70  71  72  73 74  75  76  77  78  79  80  81 82  83  84  85  86  87  88  89  90  91 92  93  94  95  96  97  98  99 100  101  102  103  104  105  106  107  108  109  110  111  112  113 114  115