viernes, 2 de septiembre de 2011

El cuento: origen y desarrollo (88) por Roberto Brey

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Chernichevski

El crítico Nicolás Chernichevski (1828-1889) recogió el pensamiento crítico de Belinski y Herzen; según Marx, fue «el gran sabio y crítico ruso que puso al descubierto magistralmente la quiebra de la economía burguesa». Este maestro del nihilismo, influido por Fourier y Feuerbach, popularizó el socialismo combatiendo la reforma agraria de 1861. Detenido al año siguiente y condenado a trabajos forzados en Siberia durante catorce años -que se ampliaron a veintiuno- siguió inspirando el movimiento revolucionario ruso, aunque todos sus escritos eran anteriores a la condena, especialmente por medio de “La relación estética entre el arte y la realidad” (1855) y “Qué hacer” (1863), que tuvieron gran influencia posterior. En la primera, el autor somete a una severa crítica a la estética idealista de Hegel y avanza sobre los principios de una estética materialista que ya había iniciado Belinski (Véase capítulo 21.)



El clima previo a los levantamientos campesinos, que culminaron con las reformas de 1861, era de censura total, por eso Chernichevski, como hombre de ciencia, escritor y político, sobrepasaba a la censura mediante artículos de crítica literaria, analizando personajes de novelas de actualidad para plantear candentes problemas sociales. Aunque más allá de eso, el siglo XIX produjo una pléyade de escritores en Rusia (de los que se vieron los más destacados solamente), que en su mayoría tenían la idea de que el arte era para el pueblo y debía tratar las preocupaciones y aspiraciones del pueblo.

Si Belinski inspiró a los escritores y artistas rusos del medio siglo, Chernichevski y Dobrioliúbov lo hicieron con los posteriores a los años ’60, como Nekrasov y Saltikov Schedrin, quien a su vez influyó fuertemente sobre Chejov.

Si Tolstoi decía: “pinta tu aldea y pintarás el mundo”, respecto de encontrar la universalidad en lo particular, en lo típico, Chernichevski planteaba desde antes que la imagen típica, aglutinadora toma las características comunes de muchas personas sencillas.

“La personalidad extraordinaria es la mejor expresión del hombre y de la naturaleza humana en general. El héroe no es un monstruo entre personas; al contrario, en él se manifiesta con mayor nitidez y precisión lo que existe más o menos en cada ser humano, pues en el más tímido de los hombres se da su parte de valentía; el gran poeta no es un monstruo entre las personas, pues en el más prosaico de los hombres existe su parte de poesía…”, decía.



Chernichevski toma el pensamiento de Belinski, por ejemplo, cuando postula que el arte no es un objetivo en sí, sino un medio para alcanzar otros objetivos.

“El arte por el arte es hoy una idea tan extraña como ‘la riqueza por la riqueza’ o ‘la ciencia por la ciencia’… Todas las actividades humanas deben servir al hombre si no se quiere que sean vanas y ociosas ocupaciones (…) el arte también debe ser de alguna utilidad esencial, y no servir de placer estéril”.

Para Chernichevski y su discípulo Dobrioliúbov, aclara Plejanov (ver capítulos 19, 20 y 21), la principal significación del arte consiste en reproducir la vida y enjuiciar sus fenómenos. Y esa visión era acompañada por los máximos artistas de la época.

Por algo para Chernichevski: “sólo alcanzan un brillante desarrollo las orientaciones de la literatura surgidas bajo el influjo de las ideas fuertes y vivas que satisfacen las verdaderas necesidades de la época.” Y en ese punto, la realidad corroboró las ideas del crítico con toda energía, en un sinnúmero de escritores que desde diferentes visiones le dieron una fuerza única a la literatura rusa de entonces.

El joven Chernichevski era el máximo líder revolucionario y su condena por tantos años a la fría Siberia, no consiguió mantenerlo alejarlo de los círculos intelectuales y campesinos. Allí escribe su novela ¿Qué hacer?, donde intenta responder a un gran interrogante ¿Qué hacer para librar a Rusia del absolutismo zarista y modernizar sus instituciones? Esta pregunta es tomada por él recogiendo el sentir popular de su época y sería una especie de manual que marcaría muchas vidas, incluso la de Lenin, que varios años más tarde escribiría otra obra con el mismo título. Esta pregunta es la que se formularían muchos pensadores e intelectuales de todas las épocas, de distintas maneras y en distintas circunstancias. En Rusia, la respuesta a esta pregunta sería la formación del partido obrero social demócrata, que encabezaría la revolución de 1917.

En esta novela, no sólo se postulan claras ideas de socialismo; ya en el capítulo "El cuarto sueño de Vera Pavlovna", se describe el advenimiento del reinado del amor puro, un amor que no tiene nada de puritano ni de inmaterial, sino que exalta la vida y ofrece al pueblo la alegría exuberante de los sentidos, donde Chernichevski sólo concibe la felicidad y la realización del hombre en el contacto con la naturaleza. Algo que de alguna forma retomaría luego León Tolstoi.



El gran problema de la reforma agraria otorgada por los liberales constituyó el caballo de batalla de varias décadas, infestando los ensayos, los libros de poemas, las novelas, y desembocó en un movimiento social de gran amplitud, el de los populistas. El tema de la tierra, más o menos en consonancia con las teorías populistas, preocupó a todos los grandes autores, desde Turguenev a Dostoievski, de Tolstoi a Gonchárov; a poetas como Nekrásov (1821-1878), el cantor del dolor social; a Saltikov-Schedrin, un satírico a la manera de Swift, y en menor grado a Chéjov.



El abuso del poder


La vida en Saratov durante la infancia de Chernichevski era de una extrema penuria. Se vivía en un permanente combate por sobrevivir, era: “una lucha continua contra los lobos, contra bandas de bandidos y ladrones de caballos, contra los kirguises que raptaban a los campesinos rusos para reducirlos a la esclavitud. Había que luchar en contra de enfermedades epidémicas, como el cólera y, sobre todo, contra una tristeza sin fondo que se apoderaba de los seres humanos y los arrojaba a vivir como derrotados, en un estado de embriaguez crónica”, relata.

El abuso y la injusticia de los dueños de la tierra y del poder llevaba al reclutamiento militar forzado de los jóvenes campesinos, que eran retenidos en servicio hasta por 25 años.

Cuenta luego: “En Rusia la literatura ha venido supliendo una función que en otras latitudes venía desplegada por la política. En las naciones donde la vida espiritual y social ha alcanzado un alto nivel de desarrollo existe -si así me puedo expresar- una división del trabajo entre las diversas ramas de la actividad intelectual, mientras que entre nosotros, sólo existe un tipo reconocido de actividad intelectual, la literatura”.

Era lógico que la intelligentsia (una palabra que abarcaba ampliamente en Rusia a todos los sectores vinculados al arte, la cultura y la ciencia), viese al "pueblo" personificado en el campesinado como la fuerza revolucionaria más importante de la sociedad. Este movimiento tenía sus raíces en 1861 con la emancipación de los siervos. Ese gesto del zar Alejandro II, producto del temor a una explosión social, después de la humillante derrota en la guerra de Crimea de 1853-56, y de la posterior guerra con Japón, sirvió para desenmascarar cruelmente al régimen zarista. Las derrotas militares, suelen significar muchas veces la caída de los gobiernos autoritarios, pero el Edicto de Emancipación más que resolver, empeoró la situación. Los terratenientes se quedaron con las mejores tierras; y los campesinos "libres" debían pagar impuestos a la comuna que no podían abandonar, con sus movimientos restringidos por un sistema de pasaportes internos.

Bosques, prados, abrevaderos, pastos, molinos, etc. en manos de los terratenientes, les dio un control sofocante sobre el campesino "emancipado". Año tras año, las deudas aumentaban y las familias se empobrecían.

No fue extraño entonces que el campesinado, atrapado en una legislación asfixiante iniciara sublevaciones anárquicas y desesperadas, que se prolongaron hasta entrado el siglo XX (Véase “No puedo callarme”, de Tostoi, en el capítulo 83).
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