Dostoievski luego del exilio. |
Una visión de Dostoievski (2)
El eslavófilo germano, Josef Matl (1897-1974) en su artículo “Dostoievski y la crisis de nuestro tiempo”, señalaba en 1950:
“Dostoievski no es sólo el escritor más representativo de la Europa post-romántica del XIX, sino además pertenece a las figuras claves de la época contemporánea. Porque en sus personajes principales ha pintado y analizado minuciosamente los movimientos espirituales de los siglos XIX y XX: el intelectualismo racionalista, el irracionalismo, el nihilismo, el ateísmo, las nuevas religiones sociales -socialismo y liberalismo-, con todas las consecuencias anímico-morales que han producido sobre el espíritu del hombre.
Dostoievski ha superado, como ya señaló acertadamente el filósofo Alois Dempf, tanto al burgués Hegel como al proletario Fourier, para desembocar, como más adelante Nietzsche, en el individualismo solipsista. Sin embargo, ha dado un paso más, llegando a positivas soluciones de triunfo sobre el nihilismo. No piensa ya de forma racionalista, como Marx, Spencer, Comte y Tolstoi, ni de modo esteticista como Burckhardt y Nietzsche, sino profesa una ideología metafísico-religiosa, apocalíptica, con enteriza plenitud de una personalidad pensante, volitiva, sensible y también doliente.”
“Dostoievski es hijo de una época de transición”, dice más adelante, y al comentar sus principales obras señala:
“Mientras la novela primeriza de Dostoievski -Pobre gente- fue recibida por la crítica radical con el máximo entusiasmo (…) las novelas psicológicas siguientes no fueron comprendidas en su verdadero alcance y sí, en cambio, calificadas por el portavoz de la crítica de «estupidez neurasténica». Aunque es cierto que a Crimen y castigo se le dispensó excelente acogida (1866), las obras maduras escritas en Alemania —El idiota y Los endemoniados—, que representan la ruptura con los nihilistas (es decir, con los liberales), fueron violentamente rechazadas por la crítica que se llamaba «progresista».
Ya en este hecho podemos advertir el error de Belinski y de toda la crítica liberal del 60 (1860), que admiraba en Dostoievski solamente al moralizador social, sin conocer en él al representante de lo específicamente anímico-espiritual. No vieron lo absolutamente nuevo en él: su psicoanálisis, su penetración en los problemas, su examen perspicaz de todas las facetas, incluso las irracionales, de la existencia humana. No percibieron siquiera el tema fundamental de Dostoievski, que empezó a madurar en él durante el último período de su estancia en Alemania y que cristalizó definitivamente en su época de creación más fecunda en Rusia, donde adquirió su forma final: la inquietud espiritual, la lucha del hombre contra Dios y por Dios, el tema, a fin de cuentas, del ateísmo y de la fe.
Precisamente por estos temas, igual que por su estilo peculiar de la tragedia novelística polifónica, Dostoievski se destaca, como un solitario, entre el grupo de los grandes realistas rusos de su época (Turgueniev, Tolstoi), así como entre el de los grandes realistas europeos (Balzac, Flaubert, Goncourt, Dickens, etc.). André Gide, que ha estudiado mucho y muy a fondo a Dostoievski, observó lo que sigue: Mientras la novela occidental europea trata de las relaciones sentimentales e intelectuales entre hombre y hombre, Dostoievski trata de las relaciones del individuo hacia sí mismo, o sea de su relación con Dios.
Aunque Dostoievski gozaba hacia el año 70 de tanta estimación en Rusia, por su actividad literaria, que se le llamaba «la conciencia de Rusia», como después a León Tolstoi, los epígonos del 80 (Korolenko, Uspenski, Chejov) no siguen a Dostoievski, sino a Turgueniev y a Tolstoi.”
(Continuará)
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