viernes, 31 de diciembre de 2010

El cuento: origen y desarrollo (58) por Roberto Brey

58

España en el siglo XVIII

Fray Benito Feijoo y Montenegro (1676-1764) catedrático de Teología en la Universidad de Oviedo es uno de los destacados de aquel período. Poco preocupado por las formas, en su obra encara temas de distintas ciencias y actividades humanas y, por su decisión de combatir las falsas creencias y las supersticiones entre el pueblo, fue llamado ‘el desengañador de las Españas’.

Ignacio Luzán (1702-1754) y el padre José Francisco Isla (1703-1781) con sus poesías y novelas, ya critican al barroco y participan del clasicismo.

José Cadalso (1741-1782), considerado un precursor del romanticismo, en su obra “Noches lúgubres”, trata de la muerte de su amada Ignacia y su intento de desenterrar el cadáver. Se afirma que por ello fue desterrado a Salamanca, donde lideraría una escuela literaria de escaso vuelo.

Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811). Se le considera importante dentro de la ilustración, pero sus escritos tienen un carácter jurídico, económico o histórico, antes que literario.

En el llamado grupo Madrileño se distingue Leandro Fernández de Moratín (1760-1828), tal vez el más importante del siglo. En su teatro se muestra muy influenciado por la tendencia neoclásica, y como poeta se inspira en los autores españoles del siglo XVI. Como poeta, se destacan sus: Oda al torero Pedro Romero y Fiesta de toros en Madrid, narración en quintillas de una gesta del Cid, de la cual se dice que fue retocada y mejorada por su hijo Leandro. En prosa escribe una crítica a los escritores barrocos.
Como poeta respeta las normas neoclásicas, su obra más importante es Elegía a las musas. Y en su teatro se destaca “El sí de las niñas”.

En este período se destacan también los fabulistas Tomás de Iriarte (1750-1791), nacido en Canarias; tiene en su haber setenta y seis composiciones que critican los vicios de la literatura contemporánea, como “El burro flautista”, “Los dos loros y la cotorra” y “La mona”. Y Félix María de Samaniego (1745-1801), famoso por sus Fábulas morales, inspiradas en La Fontaine (1621-1695), con títulos como: “El parto de los montes” y “Las ranas pidiendo rey”. Hasta ese momento había muchos fabulistas clásicos traducidos, pero poca producción original en castellano. Su intención moralizante y didáctica queda expuesta en el prólogo en verso de las

Fábulas morales:
«Que en estos versos trato
de daros un asunto
que instruya deleitando».

EL BURRO Y EL FLAUTISTA

Esta fabulilla, salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora por casualidad.
Cerca de unos prados que hay en mi lugar,
pasaba un borrico por casualidad.
Una flauta en ellos halló, que un zagal
se dejó olvidada por casualidad.
Acercóse a olerla el dicho animal,
y dio un resoplido por casualidad.
En la flauta el aire se hubo de colar,
y sonó la flauta por casualidad.
"iOh!", dijo el borrico,"¡qué bien sé tocar!
¡y dirán que es mala la música asnal!"
Sin regla del arte, borriquitos hay
que una vez aciertan por casualidad.
(Iriarte)

EL LOBO Y EL PERRO

En busca de alimento
iba un Lobo muy flaco y muy hambriento.
Encontró con un Perro tan relleno,
tan lucio, sano y bueno,
que le dijo:
-Yo extrañoq
ue estés de tan buen año
como se deja ver por tu semblante,
cuando a mí, más pujante,
más osado y sagaz, mi triste suerte
me tiene hecho retrato de la muerte.
El Perro respondió:
-Sin duda alguna
lograrás, si tú quieres, mi fortuna.
Deja el bosque y el prado;
retírate al poblado;
servirás de portero
a un rico caballero,
sin otro afán ni más ocupaciones
que defender la casa de ladrones.
-Acepto desde luego tu partido,
que para mucho más estoy curtido.
Así me libraré de la fatiga,
a que el hambre me obliga
de andar por montes sendereando peñas,
trepando riscos y rompiendo breñas
sufriendo de los tiempos los rigores,
lluvias, nieves, escarchas y calores.
A paso diligente
marchando juntos amigablemente,
varios puntos tratando en confianza,
pertenecientes a llenar la panza.
En esto el Lobo, por algún recelo,
que comenzó a turbarle su consuelo,
mirando al Perro, dijo:
-He reparado
que tienes el pescuezo algo pelado.
-Dime: ¿Qué es eso?
-Nada.
-Dímelo, por tu vida, camarada.
-No es más que la señal de la cadena;
pero no me da pena,
pues aunque inquieto
a ella estoy sujeto,
me sueltan cuando comen mis señores,
recíbanme a sus pies con mil amores:
ya me tiran el pan, ya la tajada,
y todo aquello que les desagrada;
éste lo mal asado,
aquel un hueso poco descarnado;
y aun un glotón, que todo se lo traga,
a lo menos me halaga,
pasándome la mano por el lomo;
yo meneo la cola, callo y como.
-Todo eso es bueno, yo te lo confieso;
pero por fin y postre tú estás preso:
jamás sales de casa,
ni puedes ver lo que en el pueblo pasa.
-Es así.
-Pues, amigo,
la amada libertad que yo consigo
no he de trocarla de manera alguna
por tu abundante y próspera fortuna.
Marcha, marcha a vivir encarcelado;
no serás envidiado
de quien pasea el campo libremente,
aunque tú comas tan glotonamente
pan, tajadas, y huesos; porque al cabo,
no hay bocado en sazón para un esclavo.
(Samaniego)


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