jueves, 28 de octubre de 2010

El cuento: origen y desarrollo (49) por Roberto Brey

49

Giacomo Leopardi


Giacomo Leopardi (1798-1837) por su parte, aún hoy es el poeta más popular de Italia. Su vida estuvo signada por la enfermedad, por su gran dependencia de la familia, por lo que consideraba su fealdad y se sentía encerrado por las restricciones de todo tipo que le imponía su madre. En 1817 le escribía a un amigo: “¿Es que viviré y moriré en esta cueva?”

Ese pesimismo, inmerso en sus obras, le impide hallar nada que le satisfaga completamente, surge el tedio (la “naia”, como él decía), ese deseo de felicidad imposible para todos los seres de la creación: la vida es más dolor que placer, es más mala que buena y sólo vivimos por la esperanza de que algo cambie.

“Hoy no envidio ya ni a los necios ni a los sabios, ni a los grandes ni a los pequeños, ni a los débiles ni a los poderosos; envidio a los muertos, sólo por ellos me cambiaría”, diría en su “Diálogo entre Tristán y un amigo”, que forma parte de sus ensayos filosóficos, publicados con el título de Opúsculos morales (1827).

En 1830 deja Recanati el puerto de Le Marche (región de Las Marcas) al que no vería nunca más. Su despedida fue el poema “Le ricordanza”, cuyo primer verso daría título a una película del gran director Luchino Visconti: “Vaghe stelle dell'orsa” (¿Bellas (o pálidas) estrellas de la Osa mayor?).

Sobre la traducción: Para publicar en este trabajo se eligió una traducción donde “vaghe” se cambia por “bellas”; sin embargo hay quien traduce “pálidas”, o quien, como Miguel Guerrero Martínez, que en una edición de Cedal de 1968 hace desaparecer “vaghe” y dice: “Estrellas de la Osa”; que, sin embargo, en el presente caso se cambia por “las tres Marías”.

En el segundo verso, Leopardi utiliza “per uso”, cuyo sentido es: no creí volver a verlas “como usaba o hacía antes” o “como todas las noches”. Aquí Armando Uribe traduce “no creía volver a veros nunca”, pero Guerrero Martínez dirá: “cual de costumbre”.

Son sólo dos líneas y son tantas las diferencias, que más vale no seguir buscando y encomendarse a la gracia del traductor o, si uno está en condiciones, recurrir al original.

Vaghe stelle dell’orsa, io non credea
tornare per uso a contemplarvi
sul paterno giardino scintillanti,
e ragionar con voi dalle finestre
di questo albergo ove abitai fanciullo,
e delle gioie mie vidi la fine.

Bellas estrellas de las tres Marías,
no creía volver a veros nunca
en el jardín de mi padre, centellas,
conversar con vosotras a través
de la ventana aquí donde vivía
de niño y donde vi acabar mis gozos.
¡Cuántas imágenes un tiempo y cuántas
fantasías creáronme en la mente
vuestra apariencia y la de otras estrellas
alrededor de vosotras! Entonces,
cuando en silencio sentado entre plantas
verdes solía pasar una parte
de la noche mirando el cielo, oyendo
el canto de las ramas en el campo
lejos, intermitente la luciérnaga
por los arbustos, a ras del prado, al viento
susurrando en senderos olorosos,
y los cipreses allá en su selva; y bajo
el techo patrio voces alternándose
y los trabajos de la servidumbre
tranquilos. ¡Y qué inmensos pensamientos,
qué sueños dulces me inspiró la vista
de aquel lejano mar, la cordillera
púrpura que de acá se me descubre
y que pensaba atravesar un día,
mundos arcanos me fingía, arcana
felicidad fingíame en la vida!
Ignaro del destino. Y cuántas veces
esta desnuda dolorosa vida
con gusto por la muerte cambiaría.
(fragmento)
Versión de Armando Uribe

En 1835 Leopardi fue elegido diputado de las Marcas en la Asamblea Constituyente de Bolonia, pero perdió la fe en el movimiento liberal y renunció a su escaño; muere en Nápoles en 1837 y su gran amigo Antonio Ranieri costea su tumba y lápida para librar su cuerpo de la fosa común.
Una encuesta realizada en Italia hace pocos años señalaba su poema “A Silvia” (dedicado a la hija muerta de un criado de su padre, de la que estaba enamorado) como el más popular de la península.

A Silvia

¿Todavía recuerdas
de tu vida mortal, Silvia, aquel tiempo,
en el que la beldad resplandecía
en tus ojos huidizos y rientes,
y alegre y pensativa, los umbrales
juveniles cruzabas?

Resonaban las calmas
estancias, y las calles
vecinas con tu canto inagotable,
mientras a las labores femenil
este sentabas, dichosa
de aquel vago futuro de tus sueños.
Era el mayo oloroso: y tú solías
pasar el día así.

Yo los gratos estudios
tal vez dejando y los sudados pliegos,
que mi temprana edad
gastaban y de mí la mejor parte,
en los balcones del hogar paterno
escuchaba el sonido de tu voz
y tu mano ligera
recorriendo la tela fatigosa.
Miraba el cielo calmo,
los dorados caminos y los huertos,
y allá el lejano mar, y allá los montes.
Lengua mortal no dice
lo que mi alma sentía.

¡Qué dulces pensamientos
que esperanzas, qué pálpitos, oh Silvia!
¡Cómo la vida humana
y el hado contemplábamos!
Cuando recuerdo tantas ilusiones,
me abruma un sentimiento
acerbo y sin consuelo,
y me vuelve a doler mi desventura.
Oh tú, naturaleza,
¿por qué no das después
lo que un día prometes? ¿por qué tanto
engañas a tus hijos?

Antes que el frío arideciera el prado,
de extraña enfermedad presa y vencida,
moriste, oh mi ternura, sin que vieras
las flores de tu edad;
no alegraba tu alma
el dulce elogio o de las negras trenzas
o de tu vista esquiva y amorosa;
ni contigo en las fiestas las amigas
de amoríos hablaban.
También murieron pronto
mis dulces esperanzas: a mis años
también les negó el hado
la juventud. ¡Ah, cómo,
cómo pasaste, cara compañera
de mi primera edad,
mi llorada ilusión!

¿Es éste el mundo aquel? ¿éstas las obras,
el amor, los sucesos, los placeres
de los que tanto entre los dos hablábamos?
¿ésta es la suerte de la raza humana?
Al llegar la verdad
tú, mísera, caíste: y con la mano
la fría muerte y la desnuda tumba
de lejos señalabas.

Versión de Luis Martínez de Merlo
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