jueves, 13 de enero de 2011

El cuento: origen y desarrollo (60) por Roberto Brey

60

Románticos y españoles

Durante el primer tercio de este siglo siguen vigentes las ideas neoclásicas. La primera vez que aparece la palabra "romántico" es en el periódico madrileño "Crónica Científica y Literaria" el 26 de junio de 1818, cuando se empieza a polemizar sobre las características y los modelos de esa corriente.

Los precursores del Romanticismo, que influyeron con fuerza en Europa y América fueron Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), el pensador francés que más inspiró a la revolución francesa, y el dramaturgo alemán Wolfgang von Goethe (1749-1832), pensadores universales que creyeron en la libertad del hombre y en la posibilidad de una creación artística menos estructurada y más vinculada a los sentidos. El poeta alemán Henrich Heine (1797-1856) (Cap. 44 y 45) tuvo a su vez una gran corriente de seguidores en España: Eulogio Florentino Sanz, Augusto Ferrán, Rosalía de Castro, Enrique Gil y Carrasco y, sobre todo, Gustavo Adolfo Bécquer, con una producción lírica muy aplaudida, y con facetas como publicista (editor) y crítico literario, también importantes.
El Romanticismo llegó tarde a España y se difundió luego de la muerte del absolutista rey Fernando VII; y su duración fue limitada, pues ya en la segunda mitad del siglo XIX el realismo y el naturalismo tienen mayor preponderancia.

Los emigrados regresan tras la reacción absolutista y junto con la nueva generación (Espronceda y Larra) van a marcar el estilo de la época, tanto en la literatura como en el periodismo pues habrán aprendido lo más avanzado de los periódicos ingleses y franceses. En 1836, el francés Girardin va a iniciar en su periódico La Presse una costumbre llamada a tener un éxito fulminante y duradero: la de publicar novelas por entregas, algo que la prensa española va a copiar, logrando su mayor auge entre 1845 y 1855. Conviene no olvidar que Girardin fue el impulsor de otro adelanto, esta vez empresarial, que es la utilización permanente de los avisos publicitarios, lo que permitirá (y obligará) aumentar la cantidad de ejemplares y bajar los costos de impresión.

El escritor y docente Fermín Estrella Gutiérrez (1900-1990) –nacido español y muerto argentino- que caracterizaba al romanticismo español como de “falta de equilibrio y de buen gusto”, lo consideró no obstante “de grandes beneficios, pues no sólo vivificó el idioma y amplió los límites de la creación literaria, sino que rehabilitó ilustres nombres de las letras hispanas, principalmente del teatro clásico, y aportó nombres de gran valor, como los de Larra, Espronceda, Zorrilla y Bécquer, este último ya en el postrromanticismo, de tanta significación en la historia de las letras hispanas.”

Lo más desarrollado de esos años fue la lírica Romántica entre los que se destacaron:

José de Espronceda (1802-1842). En su adolescencia intentó crear una sociedad secreta para vengar la muerte de Riego. Fue desterrado a un monasterio, después salió de España y vivió en Bélgica, Francia, Inglaterra, y Holanda, y se embebió de los ideales revolucionarios, tanto en lo político como en lo literario de su época. Vuelto a España en 1833 formó parte de la izquierda liberal.
Durante su estancia en el monasterio, y alentado por su maestro Lista, comenzó a escribir el poema histórico Pelayo, que dejó inacabado. Más tarde escribió la novela “Sancho Saldaña”.

Sus obras más importantes son los poemas “El estudiante de Salamanca” y “El diablo mundo”, extensos poemas líricos, este último inacabado e inspirado en Goethe y su “Fausto”. Su obra poética le canta al amor, a los excesos, a las orgías, a las pasiones, a la muerte y a los temas lúgubres y se lo considera un representante fiel del movimiento literario de su época, aunque se le critica también su falta de rigor literario, su despreocupación por las formas, aunque se lo sitúe, junto a Bécquer, el mayor valor poético de la España del siglo XIX.

José Zorrilla (1817-1893) Considerado un continuador en temática y en tono del revolucionario Espronceda y los más fervientes románticos, evolucionó hacia un estilo más tranquilo como el de Walter Scott (1771-1832) en Inglaterra y Víctor Hugo (1802-1885) en Francia. Si bien su poesía no alcanzó las alturas de Espronceda o Bécquer, logró en el teatro sus mayores logros, siempre abordando leyendas de la edad media española. Como lo caracterizara Estrella Gutiérrez: “A veces, hay aquí y allí un resplandor de belleza pura. Pero el torrente de sus versos se lo lleva todo, sin dejar huellas en el alma del lector.”

De las leyendas o costumbres, de José Zorrilla, puede leerse:
La mujer negra o una antigua capilla de templario en:
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/zorrilla/mujer.htm
De Espronceda, Canción de la muerte (poesía) se puede leer en:
http://www.ciudadseva.com/textos/poesia/esp/espron/muerte.htm


martes, 11 de enero de 2011

Segundo premio en el concurso de relatos del Bicentenario del Parlamento de la Tercera Edad

Las cuatro baldosas del general




de Paula Pellegrini

Mi abuelo me contó la historia tantas veces de pequeño que, poco a poco, fui haciéndola propia y cuando llegué a Jujuy, hace tan sólo unas semanas, había un lugar que de ninguna manera dejaría de visitar: el modesto pueblito de Huacalera en el kilómetro 1790 de la Ruta Nacional Número Nueve. El descarnizamiento del General Juan Galo Lavalle, escucho decir a mi abuelo, aquel personaje que dejó tras de sí una historia ataviada con detalles tan pintorescos como peculiares.

Dícese, o al menos es una versión, que allí por el año 1827 cuando Federales y Unitarios se disputaban el futuro de nuestro país, Lavalle llegaba a la estancia de Juan Manuel de Rosas en Cañuelas para arreglar una serie de asuntos pendientes. El abatido General, se dejó caer en el catre de campaña de su rival político y hermano de leche, para quedarse profundamente dormido. Una de las criadas, que estaba hirviendo leche, contempló horrorizada al enemigo durmiendo en el catre de su amo y señor y abandonó la tarea para dar el aviso. Antes de que la cuestión pasara a mayores apareció Rosas, divertido por la revuelta, y ordenó a su gente dejasen dormir tranquilo al general y le avisaran sólo cuando éste hubiera despertado por cuenta propia. Mientras tanto la olla olvidada seguía ardiendo al fuego, y de allí resultaría nuestro tan nuestro dulce de leche, que tanto Rosas como Lavalle probaron deleitados. Incluso su muerte fue un tanto llamativa, no es aquélla que uno imaginaría para un soldado de la Independencia que luchó codo a codo con El Libertador en persona. Los testigos nunca se pusieron de acuerdo en lo que ocurrió exactamente, algunos dicen que la puerta estaba entreabierta, otros que el General espiaba a sus enemigos por la cerradura, de cualquier manera fue una bala federal la que le dio muerte, sin que aquellos supieran a quien habían herido. Y fueron los hombres de Lavalle, quienes se rehusaran a abandonar a merced de la pica federal el cuerpo de su tan querido jefe y lo cargaran consigo rumbo a Bolivia.

Llegaron hasta aquí, justamente a este mismo punto en donde hoy me encuentro yo. Fue en este mismo pueblo, en esta misma capilla y bajo estas cuatro baldosas, que los hombres de Lavalle enterraron sus restos mortales en octubre de 1841, de acuerdo con la orgullosa placa de bronce al pie de la ruta. Las mulas se resistían ya a seguir cargando el cuerpo, cada vez más descompuesto, del que alguna vez fuera Juan Galo de Lavalle, y posteriormente, para borrar su origen español: Juan Galo Lavalle. Sus hombres decidieron, entonces, descarnarlo. Enterraron los restos y lleváronse consigo los huesos, la cabeza y el corazón; que hoy descansan en el cementerio de La Recoleta. “Con los ojos llenos de lágrimas extendí el cadáver de mi amado General, ya en plena corrupción, y como Dios me ayudó, es decir, sin otro instrumento de cirugía que mi humilde cuchillo…” dice el relato, que figura en el museo de San Salvador de Jujuy, junto a la enorme puerta de madera con un agujero justo a la altura de la cerradura; no pude evitar tocarla. Ahora tampoco puedo evitar pararme sobre las cuatro baldosas y al hacerlo, siento una familiaridad tan grande que no me queda más que agradecer a mi abuelo por ello.

Singular es también la historia de la plaza que lleva hoy el nombre del General. Frente a ésta, posteriormente bautizada Plaza Lavalle, se encontraba la imponente residencia de Don Mariano Miró y Doña Felisa Gregoria Dorrego Indarte de Miró. En vano intentó Doña Felisa, por entonces viuda, que cambiaran el nombre de quien había mandado a fusilar en el año 1828, a su tío Manuel Dorrego; y fue cuando mandaron erigir el monumento en honor del susodicho que la dueña de casa ordenó tapiar todas las ventanas que tuvieran vista al mismo y así permanecerían hasta el día de su muerte.

Son detalles, por supuesto, pero pasa el tiempo y son estos los que uno recuerda. Aquellas pinceladas de color en torno a la figura del General hoy vienen a mi mente, que viaja desde Bolivia al cementerio de La Recoleta, para volver al pueblo de Huacalera en la provincia de Jujuy y a las cuatro baldosas bajo mis pies, donde yace lo que nos queda de aquel personaje y su destino aciago.


Foto: Puerta de la casa donde fue muerto Juan Lavalle
Autor: Verónica Grondona (Argentina para mirar)

viernes, 7 de enero de 2011

El cuento: origen y desarrollo (59) por Roberto Brey

59

Romanticismo, y del cuento ni noticia…

Como puede verse hasta ahora, poco y nada hay de cuentos, como no sea intentar reconocerlos en las pequeñas historias de las fábulas, o incluidos en las novelas, como se escribió en referencia a Cervantes y otros autores. Pero con las características que le imprimirían Poe, los rusos y franceses primero, y los ingleses o norteamericanos durante el siglo XIX, habría que esperar un poco más todavía, por lo menos hasta Bécquer y sus Leyendas, que se verán más adelante.

El prerromanticismo en España se desarrolla a fines del siglo XVIII. Pueden mencionarse los poetas Nicasio Álvarez Cienfuegos (1764-1809) y Manuel José Quintana (1772-1857) o el sacerdote de origen inglés José María Blanco White (1775-1841), y el sevillano Alberto Lista (1775-1848).

Para comprender mejor este período literario, habrá que tener en cuenta la situación política española, y su repercusión en las colonias españolas de América:

A partir de 1812 Fernando VII y posteriormente su hermano Carlos establecen un sistema que restablece el Consejo de Castilla, las capitanías generales, y destituye a los alcaldes; regresa la Compañía de Jesús, se reaviva la Inquisición y se persigue a los ‘afrancesados’. La nobleza acaparó entonces la propiedad de la tierra, el campesino se convertía en un asalariado más y se beneficia la burguesía. Esta última se alía con la nobleza, y de alguna manera no se termina de concretar la revolución burguesa que se da en otros países de Europa. Luego de marchas y contra marchas y de varias revueltas, que no es nuestro objeto analizar, en 1820 militares liberales encabezados por el teniente coronel asturiano Rafael de Riego (1785-1823) proclaman la Constitución de Cádiz, que es apoyada en diferentes puntos de España, por lo que el rey se ve obligado a aceptarla.

Con la vuelta de los liberales, el rey y sus adeptos se agrupan en el Partido Realista, que en Cataluña establece un bastión para la restauración absolutista.

En el orden jurídico se crea el primer Código penal moderno, se realizó el primer esbozo de división provincial de España y se estableció el servicio militar obligatorio.

En el orden económico se abolieron las aduanas interiores para facilitar el comercio, se eliminaron los privilegios de los gremios favoreciendo la libertad de industria, se desamortizaron bienes de la Iglesia Católica y se reformó la hacienda pública siguiendo algunos de los criterios de la ilustración.

En el orden social se volvió a limitar el papel de la Inquisición que había sido reactivada por Fernando VII y se puso en marcha la educación pública gratuita en tres niveles, incluido el universitario.

Como no podía ser de otra manera, la reacción no se hace esperar. En 1822 la Santa Alianza decide intervenir en España, al igual que había hecho en Nápoles y Piamonte, y el 22 de enero se firma un tratado secreto que permitirá a Francia invadir España.

Es importante destacar que este proceso liberal, que impidió el embarque de tropas españolas para América (pues en su seno mismo se produjo el alzamiento liberal contra el absolutismo), permitiría el desarrollo y consolidación de los movimientos independentistas en América en el plano militar.

El 1 de octubre de 1823, con el auxilio de las tropas francesas y del absolutismo europeo, Fernando VII vuelve a suspender la Constitución de Cádiz y declara ilegales y "nulos y de ningún valor" todos los actos de gobierno y normas dispuestas en el Trienio Liberal. Rafael de Riego, Juan Martín Díez «El Empecinado», Mariana Pineda y otros muchos liberales son ejecutados; el exilio vuelve a ser el camino de muchos de los que habían vuelto de Francia convencidos de las bondades del Trienio Liberal (Goya será el más claro exponente), y la represión alcanza a todos los rincones de la península.

La Inquisición se ve superada por los Tribunales de Fe Diocesanos, instrumento creado por el ministro de Gracia y Justicia, Francisco Tadeo Calomarde, para extender la represión a todos los órdenes.

El imperialismo español intentó entonces revertir el resultado de las luchas independentistas en América, y salvo escasas excepciones (Cuba y Filipinas), no lo logra y sus tropas son derrotadas definitivamente por los pueblos americanos.

Hacia 1832 la crisis económica y el problema sucesorio se plantean en toda su crudeza en España. Los intentos por liberar la economía dentro de un régimen absolutista fracasaron. A ello se suma el problema sucesorio. La enfermedad del rey había convertido a María Cristina de Borbón en Regente. Se buscó la alianza con los liberales a cambio de la promesa de que con su hija Isabel se retomaría un rumbo constitucional moderado de corte liberal. La muerte de Fernando VII en 1833, la auto proclamación de Carlos como rey y el mantenimiento de la princesa Isabel como legítima heredera, abrirá el periodo de las Guerras carlistas por la sucesión de la corona, y el fin del período absolutista.

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