martes, 11 de enero de 2011

Segundo premio en el concurso de relatos del Bicentenario del Parlamento de la Tercera Edad

Las cuatro baldosas del general




de Paula Pellegrini

Mi abuelo me contó la historia tantas veces de pequeño que, poco a poco, fui haciéndola propia y cuando llegué a Jujuy, hace tan sólo unas semanas, había un lugar que de ninguna manera dejaría de visitar: el modesto pueblito de Huacalera en el kilómetro 1790 de la Ruta Nacional Número Nueve. El descarnizamiento del General Juan Galo Lavalle, escucho decir a mi abuelo, aquel personaje que dejó tras de sí una historia ataviada con detalles tan pintorescos como peculiares.

Dícese, o al menos es una versión, que allí por el año 1827 cuando Federales y Unitarios se disputaban el futuro de nuestro país, Lavalle llegaba a la estancia de Juan Manuel de Rosas en Cañuelas para arreglar una serie de asuntos pendientes. El abatido General, se dejó caer en el catre de campaña de su rival político y hermano de leche, para quedarse profundamente dormido. Una de las criadas, que estaba hirviendo leche, contempló horrorizada al enemigo durmiendo en el catre de su amo y señor y abandonó la tarea para dar el aviso. Antes de que la cuestión pasara a mayores apareció Rosas, divertido por la revuelta, y ordenó a su gente dejasen dormir tranquilo al general y le avisaran sólo cuando éste hubiera despertado por cuenta propia. Mientras tanto la olla olvidada seguía ardiendo al fuego, y de allí resultaría nuestro tan nuestro dulce de leche, que tanto Rosas como Lavalle probaron deleitados. Incluso su muerte fue un tanto llamativa, no es aquélla que uno imaginaría para un soldado de la Independencia que luchó codo a codo con El Libertador en persona. Los testigos nunca se pusieron de acuerdo en lo que ocurrió exactamente, algunos dicen que la puerta estaba entreabierta, otros que el General espiaba a sus enemigos por la cerradura, de cualquier manera fue una bala federal la que le dio muerte, sin que aquellos supieran a quien habían herido. Y fueron los hombres de Lavalle, quienes se rehusaran a abandonar a merced de la pica federal el cuerpo de su tan querido jefe y lo cargaran consigo rumbo a Bolivia.

Llegaron hasta aquí, justamente a este mismo punto en donde hoy me encuentro yo. Fue en este mismo pueblo, en esta misma capilla y bajo estas cuatro baldosas, que los hombres de Lavalle enterraron sus restos mortales en octubre de 1841, de acuerdo con la orgullosa placa de bronce al pie de la ruta. Las mulas se resistían ya a seguir cargando el cuerpo, cada vez más descompuesto, del que alguna vez fuera Juan Galo de Lavalle, y posteriormente, para borrar su origen español: Juan Galo Lavalle. Sus hombres decidieron, entonces, descarnarlo. Enterraron los restos y lleváronse consigo los huesos, la cabeza y el corazón; que hoy descansan en el cementerio de La Recoleta. “Con los ojos llenos de lágrimas extendí el cadáver de mi amado General, ya en plena corrupción, y como Dios me ayudó, es decir, sin otro instrumento de cirugía que mi humilde cuchillo…” dice el relato, que figura en el museo de San Salvador de Jujuy, junto a la enorme puerta de madera con un agujero justo a la altura de la cerradura; no pude evitar tocarla. Ahora tampoco puedo evitar pararme sobre las cuatro baldosas y al hacerlo, siento una familiaridad tan grande que no me queda más que agradecer a mi abuelo por ello.

Singular es también la historia de la plaza que lleva hoy el nombre del General. Frente a ésta, posteriormente bautizada Plaza Lavalle, se encontraba la imponente residencia de Don Mariano Miró y Doña Felisa Gregoria Dorrego Indarte de Miró. En vano intentó Doña Felisa, por entonces viuda, que cambiaran el nombre de quien había mandado a fusilar en el año 1828, a su tío Manuel Dorrego; y fue cuando mandaron erigir el monumento en honor del susodicho que la dueña de casa ordenó tapiar todas las ventanas que tuvieran vista al mismo y así permanecerían hasta el día de su muerte.

Son detalles, por supuesto, pero pasa el tiempo y son estos los que uno recuerda. Aquellas pinceladas de color en torno a la figura del General hoy vienen a mi mente, que viaja desde Bolivia al cementerio de La Recoleta, para volver al pueblo de Huacalera en la provincia de Jujuy y a las cuatro baldosas bajo mis pies, donde yace lo que nos queda de aquel personaje y su destino aciago.


Foto: Puerta de la casa donde fue muerto Juan Lavalle
Autor: Verónica Grondona (Argentina para mirar)

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