viernes, 27 de agosto de 2010

El cuento: origen y desarrollo (40) por Roberto Brey


40
Alemania
Italia
España

Europa supo desarrollar en diversos países el relato corto. Sin embargo, los aportes decisivos, siempre en la opinión de quien escribe esta reseña, se dieron fundamentalmente en los ámbitos mencionados hasta aquí, por lo menos con la fuerza y la cantidad de autores que hoy mantienen el reconocimiento general. Sin embargo, es innegable que el cuento seguía desarrollándose como género y escritores de todos los continentes se fueron distinguiendo por variadas razones en el siglo XIX.

En este capítulo están dedicados algunos párrafos y algunas obras a los tres países mencionados en el título, sin quitarle méritos a los que, por ahora, no pueden ingresar en esta arbitraria antología.

Alemania

La ya mencionada estudiosa de la literatura, Nora Dottori, define los comienzos de la literatura norteamericana influenciada por las concepciones románticas de Europa: “los cuentos de Washington Irving hacen suponer el impacto del ‘märchen’ alemán (con el término märchen se define un género literario propio del romanticismo alemán, que deriva de las leyendas populares, de las fábulas, pero como relato alegórico, simbólico, puede ser entendido según el ángulo de percepción desde el cual es considerado); la obra de Poe trasunta una incesante nostalgia de la cultura del viejo mundo; las narraciones de Fenimore Cooper, aunque inspiradas en episodios de la vida local, dejan entrever el antecedente de Walter Scott.” Señala los llamados a la independencia cultural de Emerson y Thoreau, y marca las diferencias existentes, a mediados del siglo XIX, entre dos escritores: “mientras en Hawthorne se destaca el ascendiente europeo, en Melville hay una búsqueda de recursos épicos que tal vez respondía a la vastedad del territorio americano y a las concepciones expansionistas imperantes.”

Entonces, es posible inferir que antes del desarrollo del cuento moderno, existía, como en Rusia por ejemplo, una amplia tradición cuentística que, en todo caso, el esfuerzo de los hermanos Grimm supo rescatar y reunir en una vasta compilación; toda una literatura cuentística, que si bien se consideró por mucho tiempo como del ámbito infantil, de alguna manera remite a las tradiciones centro europeas, que se manifestaron durante años en la tradición oral.

Märchen, mitos y epopeyas

Para la crítica literaria de origen francés, Marthe Robert (1914-1996), una germanista apasionada: “El término alemán Märchen, diminutivo de un arcaísmo que significa, al mismo tiempo, «novela corta» y «tradición», no tiene exactamente los mismos ecos maravillosos de nuestro «cuento de hadas» (francés). Comenzando porque el Märchen germánico no concibe al hada con los atributos propios de la tradición céltica; hace de ella simplemente una «sabia» o una comadrona que, como partera y guardiana de los ritos del alumbramiento, vela por el niño a cuyo nacimiento ayudó y encarna su destino.” (Prefacio a los Cuentos de Grimm, París, 1959, y Sur le papier, París, 1967.)

Algunos comparan ese estilo vinculado a los sueños, con las imágenes que ofrece el "Cirque du Soleil", y muchos escritores alemanes como Hoffmann, Contessa, Tieck, Eichendorff y Novalis, entre otros, lo han practicado con diferentes resultados.

Como detallaba Propp (ver 1ª. Parte, Cap.2), ese estilo implica una forma cerrada, trasmisora de tradiciones diversas, que necesariamente deriva en un “final feliz”, aleccionador.

Así lo explica Robert: “Sea cualquier cosa lo que ocurra en los espacios fabulosos por los que el cuento finge extraviarse, siempre se trata de demostrar, a través del ejemplo de un héroe sufriente, digno de lástima a causa de su misma tierna edad, que se puede ser débil, deforme, de baja cuna, sin los afectos del hogar, torturado con refinamiento por un entorno inhumano y, sin embargo, alcanzar el poder supremo –la realeza, símbolo de una felicidad perfecta y garantizada «hasta el fin de sus días»– mediante la virtud mágica del amor y de una alianza con una persona de alto rango. Lo cual demuestra también el hecho, increíble para el niño, de que, efectivamente, se puede crecer y, al llegar a mayor, alcanzar lo que, de pequeño, parecía más inaccesible.”

Desde antiguo también se conocen poemas épicos como Hildebrandslied (El cantar de Hildebrand) del que se conserva un fragmento del año 800. Allí se describe el enfrentamiento e inicio de una batalla entre el héroe legendario Hildebrand y su hijo. Como otras leyendas con personajes como Teodorico, rey de los ostrogodos; Atila, rey de los hunos; y Sigfrido, la mayoría de las obras fueron escritas en latín. Como el Walthariuslied (Cantar de Walter, alrededor del 930), escrito por Ekkehard, abad de Sankt Gallen, que cuenta la fuga del héroe Walter de la corte de Atila y su boda posterior. La mayoría de estos relatos no se conservaron escritos, al igual que la literatura oral popular, que sólo a partir del siglo XIV empezaron a perpetuarse a través de la escritura.
También se desarrolló la Minnesang, o lírica cortesana, compuesta por poetas líricos llamados Minnesänger.

Desde los Volksmärchen o “cuentos populares” o Folktales, hasta la creación del Kunstmärchen o “cuentos artísticos” a partir de E. T. A. Hoffmann, hay todo un camino. Si la novela procede de la epopeya, el cuento tiene su origen en el mito (más antiguo y prestigioso) y que permitiría que la imaginación del autor actúe con mayor libertad y creatividad.

Un antecedente: Till Eulenspiegel
El típico pícaro de pueblo, que en Alemania recibió el nombre de Till Eulenspiegel, que algunos comparan con el Lazarillo de Tormes o con Tom Jones, era una de esas historias que con infinidad de anécdotas se contaban popularmente. Tal vez la primera publicación de algunas de las anónimas historias, se deban a Hermann Bote alrededor de 1510/15, escritas en alto alemán (el idioma que luego se oficializó como el administrativo), pero proveniente de alguna otra versión en bajo alemán (considerado luego un dialecto).

Pero la versión más reconocida fue la de Johann Fischart (1545-1590), quien la relató en forma de verso. Fischat escribió varias obras entre 1575 a 1581, cuando trabajaba para un pariente, impresor de Estrasburgo. En 1581 Fischart fue contratado como abogado, se casó y fue magistrado, y parece haber abandonado la escritura hasta su muerte. Sus escritos satíricos y humorísticos tuvieron cierta popularidad.

Treinta años después de la muerte de Fischart, cuando ya había sido olvidado casi por completo, llamó la atención del público de nuevo, con Johann Jakob Bodmer (1698-1783), un crítico y literato suizo que participaba en una sociedad patriótica donde se discutían temas culturales y se publicaba una revista. Seguidores de Rousseau, criticaban la vida de los poderosos, su arbitrariedad y la situación de los campesinos. Por ese camino rescatan tradiciones y personajes, tales como Till. En ese grupo también participaba Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781), considerado el poeta alemán más importante de la ilustración, que tuvo gran influencia (también con sus trabajos críticos) en la evolución de la literatura alemana).
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martes, 24 de agosto de 2010

El balcón


Nombre: EL BALCÓN

Técnica: TINTA SOBRE PAPEL

Año: 2010

Medida: 32 X 25 CM

jueves, 19 de agosto de 2010

El cuento: origen y desarrollo (39) por Roberto Brey

39
Rudyard Kipling

(1865-1936)

Nació en Bombay (India) donde su padre, un talentoso dibujante, tenía a su cargo la conservación del museo de Lahore; a los seis años fue enviado a Inglaterra para estudiar en un colegio destinado a hijos de funcionarios, donde se inicia en la literatura. Esa etapa, alejado de su familia, sería recordada con gran tristeza en su autobiografía (“Algo de mí mismo”1937).

En 1882 vuelve a su país de nacimiento e inicia una carrera dentro del periodismo, en La Gaceta Civil y Militar de Lahore, a la cual Kipling llamaba «Mi primer amante y el amor más verdadero». En el periódico, que aparecía seis días por semana escribía mucho y con verdadera pasión. Por esos años publica su primera colección de versos, Cantinelas departamentales, hasta que le pidieron que redactara pequeños cuentos, que serían incluidos en el periódico. Así aparecerían “Cuentos de las colinas” (1886) y “Tres soldados” (1888).

Luego de un período en Estados Unidos, Kipling regresa a Inglaterra, donde fue recibido como el ‘poeta del imperio’. Ya había escrito “El libro del Selva”, poemas y novelas, además de cuentos para niños, que lo convirtieron en una celebridad, y que en 1907 le permite recibir el premio Nobel de Literatura.

Virginia Erhart lo ubica como un “prosista de una minuciosa artesanía”. “Por sobre todas las cosas –dice- sabía contar una anécdota y hacerla por igual vigorosa y fascinante…”
Naturalista y pintoresco, “Kipling estaba profundamente convencido del valor que poseen el orden, los principios de autoridad, y jerarquía, la solidez del imperialismo británico, nociones que estaban directamente inspiradas por su experiencia en la India abigarrada y tumultuosa y por las doctrinas masónicas a las que adhirió desde la juventud”, cuenta Erhart.

Considerado fundamentalmente como cuentista, “El rey de Kafiristán” es una de los relatos más perfectos según el juicio de la crítica.
Pero la obra novelística de Kipling le dio gran notoriedad. “Gunga Din” (1892), “El libro de la Selva” (1894), “Capitanes intrépidos” (1896), fueron algunas de sus historias llevadas al cine con gran éxito.

Borges no se cansó de elogiar a Kipling y lo consideraba uno de sus preferidos. Lo tradujo y acaso lo mejoró, en algunos de sus cuentos. En el prólogo de una de sus traducciones escribió:

“La esencial grandeza de Kipling ha sido oscurecida por algunas circunstancias
adversas. Kipling reveló el Imperio Británico a una Inglaterra diferente y quizá
un poco hostil. Wells y Shaw, socialistas, miraron con alguna extrañeza a ese
imprevisto joven que les mandaba un vago Indostán y que predicaba que el Imperio
es el deber y el fardo del hombre blanco. Fatalmente incurrieron en el error de
juzgar a ese hombre genial por sus opiniones políticas. Ese mal ejemplo tiene
hoy muchos seguidores; es común oír hablar de literatura comprometida.”

Entrevistado y entrevistador
Quien haya leído con atención estas reseñas, tal vez recuerde que se mencionó una entrevista que Kipling le realizó a Mark Twain (y también habrá leído que ambos fueron periodistas por mucho tiempo). En 1989 Kipling viaja a Estados Unidos, uno de los tantos trabajos periodísticos que realiza es esa entrevista a Twain, y a fin de año vuelve a Inglaterra para consagrarse definitivamente. Esos artículos se reunieron en “From sea to sea” (De mar a mar) en ese mismo año. En la entrevista, Kipling deja ver claramente la profunda admiración que un joven de 24 años siente por el escritor de 54, al que le cuesta llegar y de quien dice: “prestad atención a las palabras del oráculo, transmitidas a través de tan indigno mediador. Jamás podréis imaginar el largo y lento fluir de su acento, la insondable gravedad de su rostro, el fascinante desenfado de su cuerpo, con una pierna pasada por sobre uno de los brazos del sillón, la pipa amarilla colgada de la comisura de la boca y la mano derecha acariciando casualmente su cuadrada barbilla.”

Curiosamente, en muy poco tiempo Kipling desarrolló una fobia muy grande hacia los reportajes. Tal es así que tres años después, en 1892, un periodista de The Sunday Herald de Boston lo entrevista, y la primera frase de la nota es un textual: “Sí, soy un patán grosero, y a mucha honra. No me importa. Quiero que la gente lo sepa”.

En descargo de Kipling puede decirse que junto a su esposa norteamericana habían construido una mansión en Vermont (USA), en una propiedad de su suegro, y que uno de sus cuñados estaba litigando con él (con amenazas de muerte de por medio). A todo eso no fue ajena la prensa, ya que le fue suministrada una historia del escritor por su pariente, que provocó un escándalo local. (Cualquier parecido con la actualidad no es casual). La entrevista, primero negada, luego concedida a disgusto, fue tensa, con filosos ataques entre los interlocutores y, el párrafo final de Kipling, por lo menos el publicado en el periódico, fue: “En fin, escriba lo que quiera. Déle alas a su imaginación. Publique su cansina palabrería en las columnas traseras del dominical de su periódico y la gente se la tragará con el café del desayuno, igual que hace con la demás basura. Hoy en día no se publica otra cosa. Diga que soy un grosero, al fin y al cabo es la verdad, a ver si la gente se entera y me deja en paz.”

El jardinero puede leerse en:
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/kipling/jardine.htm
Georgie Porgie en:
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/kipling/georgie.htm
La Casa de los Deseos en:
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/kipling/casa.htm
El cuento más hermoso del mundo en:
http://ebooks.noctis.com.ar/archivos/Joseph%20Rudyard%20Kipling%20-%20El%20Cuento%20mas%20Hermoso%20del%20Mundo.htm

Por ahora abandonamos a los escritores ingleses, para retomarlos un poco más adelante, cuando avancemos ya hacia el fin del siglo XIX y empecemos a ver la nueva literatura que va creciendo a principios del XX en Inglaterra, con Conrad, entre otros, y en Rusia, en Francia y en EE. UU., con cuentistas que anticiparían nuevas líneas narrativas, nuevas corrientes, que tendrán gran influencia en el género y en toda la literatura, y en diversas disciplinas artísticas, como el naciente cinematógrafo, que tantas similitudes guarda con el cuento.

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martes, 17 de agosto de 2010

Recopilación de cartas de Santiago de Liniers a sus parientes

Al hablar durante la presentación del libro, Santiago de Liniers Virrey del Río de la Plata a través de su Correspondencia Familiar, Marcos de Estrada destacó la originalidad de la obra, una recopilación de cartas de puño y letra del prócer de la reconquista de Buenos Aires tras las invasión inglesa de 1806.
El dato, que pudiera parecer formal, no lo es al venir de Estrada, un hombre acostumbrado a leer materiales sobre el tema, no solo por pertenecer a la familia descendiente del marino francés, sino por ser miembro de la Comisión Nacional de la Reconquista, fundada en 1896, y otras tantas instituciones históricas.

La obra que recopila las cartas de Santiago de Liniers a parientes, efectivamente resulta original porque evita la mediación de biógrafos o historiadores. El propio editor, Javier de Liniers, pariente del marino a las órdenes de la corona española, confiesa su miedo al escudriñar las cartas personales, por lo que pudiera revelar el contenido.

Para el lector del común las cartas también despertarán interés porque son un testimonio directo del personaje sobre sentimientos, intereses y su visión de mundo, como por ejemplo cuando le escribe a su padre sobre la campaña de Argel (1775, antes de llegar a América) y opina sobre la información, tema actual si los hay.

"Las noticias publicadas te habrán informado sin duda del desastre de nuestros ejércitos frente a Argel, pero como dichas informaciones nunca están exentas de parcialidad, posiblemente te interese leer los detalles del relato de un testigo ocular", escribió Liniers por aquel entonces.
El recopilador –Louis du Roure, marido de Agnès de Liniers, una descendiente directa que tenía las cartas- revela que en esta misiva hay un párrafo final de cuatro líneas tachado, "con una tinta diferente a la de la carta", seguramente por el propio padre de Liniers.

Para el compilador la tachadura "creo que es obra de un padre comprensivo y lleno de esperanza en un hijo que no debía ser fácil de dirigir", y transcribe lo tachado donde Linieres confiesa: "A pesar de los sinsabores de la campaña tengo la confianza de esperar que me nombren oficial" y habla de "reparar, si es posible, faltas pasadas".

En otra parte de la obra se transcribe una carta (página 125) en la que Liniers describe el problema de "convertir un pueblo pacífico en un pueblo guerrero compuesto por negociantes, cultivadores y ricos propietarios, un país en el que la suavidad del clima y las riquezas naturales ablandan el ánimo".

A partir de la página 169 la obra contiene un apéndice con personajes no familiares que influyeron en la vida de Liniers, entre ellos, los reyes de España Carlos III y Carlos IV; el jefe de su primera batalla (Argel), el príncipe Camilo de Rohan; Napoleón Bonaparte. Y entre sus enemigos Martín de Alzaga y Francisco Javier de Elio.

Javier de Liniers, descendiente directo del prócer, tradujo al castellano las cartas y editó el libro. Son de su autoría también el prólogo y el epílogo. La obra tiene 184 páginas, está editada en un muy buen papel ilustración, con fotos a color, y se trata de una edición bilingüe, castellano-francés.

viernes, 13 de agosto de 2010

El cuento: origen y desarrollo (38) por Roberto Brey


38
El irlandés
Oscar Wilde
(1854-1900)

“Mencionar el nombre de Wilde es mencionar a un dandy, que fuera también un poeta, es evocar la imagen de un caballero dedicado al pobre propósito de asombrar con corbatas y con metáforas. También es evocar la noción del arte como un juego selecto o secreto (…) Es evocar el fatigado crepúsculo del siglo XIX y esa opresiva pompa de invernáculo o de baile de máscaras.”
Así comienza Borges un artículo fechado en 1946 sobre Wilde. Pero también asegura que si bien esas evocaciones no son falsas, corresponden a “verdades parciales”.

“Chesterton es un hombre que quiere recuperar la niñez (dice Borges); Wilde, un hombre que guarda, pese a los hábitos del mal y de la desdicha una invulnerable inocencia.”
La sintaxis de Wilde es “siempre simplísima” asegura, y concluye: “…Wilde es de aquellos venturosos que pueden prescindir de la aprobación de la crítica y aun, a veces, de la aprobación del lector, pues el agrado que nos proporciona su trato es irresistible y constante.”

Nacido el 16 de octubre, en Dublín, Irlanda, su nombre completo era Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde. Hijo del médico Sir Williams Robert Wills Wilde y su esposa Jane Francesca Elgee, escritora de éxito y nacionalista de la causa irlandesa, que se especializaba en recoger relatos tradicionales. Pasó por la Universidad de Oxford, donde recibió la influencia del esteticismo (movimiento que propugnaba el “arte por el arte”) que encabezaba allí Walter Pater.

En 1881 publicó su primera colección de poemas. Famoso por sus epigramas, y por su variada actividad literaria, se convirtió en una celebridad en el mundo elegante e impuso la moda de la languidez, el cabello largo y el rechazo por ciertos modales machistas. Se destacó su comedia “La importancia de llamarse Ernesto” y la novela “El retrato de Dorian Gray”, además de su actividad como crítico y ensayista.

Pero, de acuerdo con Virginia Erhart, uno de los aspectos más memorables de su actividad literaria fue la producción cuentística, “en la que suele combinarse el tono de fábula, una discreta pero a veces amarga crítica social y el ejercicio de una poderosa ironía”.

Condenado en 1895 a dos años de trabajos forzados por una acusación de sodomía, realizada por el padre de su amigo Lord Alfred Douglas, al salir se instaló en París, donde murió dos años después, luego de relatar su amarga experiencia carcelaria. “Balada de la cárcel de Reading” y una extensa carta denominada “De profundis”, ambas de un intenso patetismo.

En su artículo “Máscaras de Oscar Wilde”, el escritor francés André Gide (1869-1951), cuenta su visión de oscar Wilde:
“Aquellos que no se aproximaron a Wilde hasta los últimos tiempos de su vida apenas imaginan, a través del ser débil, derrotado, que la cárcel nos había devuelto, al ser prodigioso que era al principio. Fue en el 91 cuando coincidí con él por primera vez. Wilde poseía entonces lo que Thackeray llama "el don fundamental de los grandes hombres": el éxito. Su ademán, su mirada exultaban. Su éxito era tan seguro que parecía preceder a Wilde y que éste no tenía sino que ir avanzando tras él. Sus libros asombraban, encantaban. Sus obras teatrales hacían correr a todo Londres. Era rico, era grande; era hermoso; estaba colmado de dichas y de honores. Unos lo comparaban a un Baco asiático; otros a algún emperador romano; y otros aun al mismo Apolo... y la verdad es que resplandecía. (…)
Oí hablar de él en casa de Mallarmé: lo pintaban como un conversador brillante, y yo deseaba conocerlo, aunque sin pensar conseguirlo. Una feliz casualidad vino en mi ayuda o, mejor dicho, un amigo, a quien yo había expuesto mi deseo. Wilde fue invitado a cenar. En un restaurante. Eramos cuatro, pero Wilde fue el único que habló. Wilde no conversaba: contaba. Durante casi toda la comida no paró de contar. Contaba despacio, lentamente; su misma voz era maravillosa. Sabía admirablemente el francés, pero fingía buscar un poco las palabras que deseaba hacer esperar. Casi no tenía acento, salvo el que le gustaba conservar y que podía imprimir a las palabras un matiz nuevo y a la vez exótico. Pronunciaba, voluntariamente, skepticisme por scepticisme... Los cuentos que aquella noche nos narró interminablemente eran confusos y no de los mejores de entre los suyos; Wilde, inseguro de nosotros, nos tanteaba. De su sabiduría o bien de su locura, jamás ofrecía sino aquello que él suponía podía gustar al oyente; servía a cada cual el pienso, según su apetito; los que nada esperaban de él, nada obtenían, salvo un poco de espuma ligera; y, como ante todo se preocupaba de divertir, muchos de aquellos que creyeron conocerle sólo conocieron de él al hombre divertido.

Concluida la cena, salimos. Como mis dos amigos caminaran juntos, Wilde me cogió aparte.
-Escucha usted con los ojos -me dijo con cierta brusquedad-; he aquí por qué voy a contarle esta historia. Cuando murió Narciso; las flores de los campos quedaron desoladas y solicitaron al río gotas de agua para llorarle. "¡Oh!", les respondió el río, "aun cuando todas mis gotas de agua se convirtieran en lágrimas, no tendría suficientes para llorar yo mismo a Narciso: yo le amaba". "¡Oh!", prosiguieron las flores de los campos, "¿cómo no ibas a amar a Narciso? Era hermoso". "¿Era hermoso?", dijo el río. "¿Y quién mejor que tú para saberlo?", dijeron las flores. "Todos los días se inclinaba sobre tu ribazo, contemplaba en tus aguas su belleza..." Wilde se detuvo un instante...
-"Si yo le amaba", respondió el río, "es porque, cuando se inclinaba sobre mí, veía yo en sus ojos el reflejo de mis aguas".
Después Wilde, pavoneándose con una singular carcajada, añadió:
-Esta historia se llama El discípulo. (…)”

El fantasma de Canterville
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/wilde/fantasma.htm
Pluma, lápiz y veneno
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/wilde/pluma.htm
El hombre que contaba historias
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/wilde/hombrequ.htm
El maestro
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/wilde/maestro.htm
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martes, 10 de agosto de 2010

"Silencio por sangre", entre la investigación y el thriller

“¡Firmá o te mato!”

La contundente expresión con que empieza el libro “Silencio por sangre”, de los periodistas Daniel Cecchini y Jorge Mancinelli, es elocuente y refleja su estilo y contenido. Tanto, que le hace decir a otro periodista, Eduardo Anguita, en el prólogo: “es, sin duda, un thriller. Tiene la tensión delrelato de hechos reales que reclamaba Rodolfo Walsh y, además, cada frase contiene un dato y cada párrafo un concepto. Lo dramático es que, como otras grandes investigaciones periodísticas, nos pone de cara a la impunidad y la voracidad de los grupos de poder económico cuando están asociados con las peores formas de autoritarismo político.”

El libro, que acaba de ser publicado por editorial Miradas al Sur (cuesta $10 y se vende en los quioscos de diarios), relata cómo la empresa Papel Prensa, creada en la década del ’60 como un alternativa para contar con papel de diario fabricado en el país, se transformó en el preciado botín que permitió un acuerdo cuasi mafioso entre la dictadura militar de 1976 y tres grandes diarios argentinos.“Silencio por sangre” cuenta los entretelones de la empresa, de qué manera las acciones pasaron por las manos de Civita, Graiver y más de 300 accionistas después, para quedar en poder de Clarín, La Nación y el gobierno de Videla en 1977, y convertirse hasta ahora en el arma estratégica que permitió avanzar y consolidarse a los dos grandes diarios argentinos, destruyendo o neutralizando competidores y dominando en forma total el mercado editorial.

Pero nada mejor que el lector mismo pueda evaluar el estilo y las características de esta investigación, que no fue sencillo realizar hasta hoy (aunque existen valiosos antecedentes parciales), cuando se cuenta con nuevos testimonios, documentos que salen de sus escondites y una acción judicial que parece avanzar sin pausa en el camino hacia la verdad. Por eso es interesante conocer cómo son los primeros párrafos de la obra...

“¡Firmá o te mato!”

La mujer –joven, recientemente viuda, madre de una niña pequeña- sabía que no acababa de escuchar una amenaza vana. Corría marzo de 1977 y allí donde estaba, la gente moría, la mataban. Lo había visto. Lo había escuchado a través de las paredes. A ella también podía pasarle si no firmaba los malditos papeles. Y si los firmaba, quizá también. Podían ejecutarla, o torturarla hasta la muerte. Su propio cuerpo le gritaba que no faltaba mucho, que tal vez no resistiera la próxima sesión de picana, de submarino, de lo que el capricho de los señores de la vida y de la muerte decidiera.

“¡Firmá, impura, o te mato!”

Allí no tenía otro nombre. Desde la misma noche de su secuestro la habían empezado a llamar así: “La impura”. Se había casado con un judío, y eso no se lo perdonaban. Era psicóloga, una profesión subversiva, y eso tampoco ayudaba. Le peguntaban por personas, lugares, encuentros y otras cosas, y ella casi nunca sabía las respuestas. Pero no estaba allí por eso. Lo que querían era otra cosa: que firmara la sesión de las acciones de la empresa productora de papel de diarios que había sido de su marido y que, tras la muerte de éste en un accidente aéreo, les pertenecían a ella y a su hija. Por eso también estaban secuestrados, desaparecidos para todos, su suegra, su suegro y otros miembros de su familia.

“¡Firmá, carajo, firmá o te mato!”

Devuelta a la oscuridad de su celda de Puerto vasco, la frase seguía retumbando en los oídos de Lidia Papaleo de Graiver. Sabía que estaba al límite de sus fuerzas: tenía los pechos y el abdomen destruidos por las torturas; los golpes en la cabeza la tenían en un permanente estado de confusión. Lo que más la desesperaba era no saber dónde ni con quiénes estaba María Sol, su hija de un año.
(…)

viernes, 6 de agosto de 2010

El cuento: origen y desarrollo (37) por Roberto Brey

37

El cuento ingles:

Thomas Hardy (1840-1928)

Hijo de un constructor de una localidad inglesa cercana a Dorchester, y de una madre que trabajó como cocinera y sirvienta, pero de una gran cultura, el novelista, al revés que Stevenson, ya había leído las obras completas de Virgilio, entre otras, con solo ocho años. De 1848 a 1856 asistió a la escuela local, donde aprendió latín, francés y alemán. Luego trabajó como constructor junto a su padre, y en 1865 publicó su primer artículo y envió varios de sus poemas a periódicos, pero fueron rechazados.

En 1871 publicó su novela Remedios desesperados, que había comenzado a escribir dos años antes. A ella siguieron Bajo el árbol del bosque (1872), Unos ojos azules (1873) y Lejos del mundanal ruido (1874). En los ochenta Hardy gozó de bastante prestigio y éxito económico y conoció en Londres a personajes de las letras, pero recién en 1888, publicó su primera colección de relatos breves, Wessex Tales.

En 1891 aparecieron dos nuevas novelas suyas, Tess de d'Urbervilles y A Group of Noble Dames. Durante los noventa viajó, a Dublín en 1893 y a Bruselas y Waterloo en 1896, para ambientar su poema sobre las guerras napoleónicas The Dynasts. En 1896 apareció una de sus novelas más importantes, Jude el oscuro. Tras su publicación, Hardy tomó la resolución de no escribir más novelas (algún crítico habló absurdamente de "Jude el obsceno") y dedicarse en exclusiva a la poesía. (En realidad, había recibido furiosas críticas del público más reaccionario, porque Hardy se atrevía a criticar la moral de la época y hablar a favor de la liberación de la mujer). No obstante, publicó La bienamada (escrita diez años antes) en 1897.

Lejos del mundanal ruido fue adaptada al cine en 1967; Tess, de Urberville llevada al cine por Polanski en 1979 (en el papel principal Nastassja Kinski).

Su esposa, con la que había compartido su vida durante tres décadas, murió repentinamente en noviembre de 1912. En febrero de 1914 se casó por segunda vez con Florence Emily Dugdale y siguió escribiendo sólo poesía hasta su muerte en 1928.

Hardy publicó un total de catorce novelas. La acción de todas ellas se desarrolla en el campo inglés, en una región bautizada por el novelista como Wessex y que es en realidad su Dorset natal. Utiliza el dialecto de Dorset como ejemplo de inglés antiguo y noble en trance de desaparición por el destino de la modernidad.

Según cuenta Manuel Rodríguez Rivero, en la introducción a El brazo marchito y otros relatos, Hardy escribió a lo largo de su vida cincuenta y tres relatos de extensión variada, treinta y siete de los cuales fueron ordenados por el escritor en cuatro volúmenes Wessex Tales (1888), A Group of Noble Dames (1891), Life's Little Ironies (1894) y A Changed Man (1913).

Publicados casi siempre en las revistas "familiares" de suscripción, las historias que se presentaban ilustradas por dibujantes prestigiosos, se fragmentaban para su publicación, y los escritores se veían muchas veces obligados a "editar" o suprimir de sus propios relatos aspectos, vocabulario o situaciones que pudieran entrar en conflicto con los gustos o la sensibilidad de los lectores. Este proceso de autocensura era conocido con el nombre de bowdlerization en recuerdo de Thomas Bowdler, que publicó (1818) una edición "convenientemente" expurgada de las obras de Shakespeare. Hardy tuvo que bowdlerizar en repetidas ocasiones algunos de sus relatos, lo que impide que ciertos cuentos alcancen mayor jerarquía.
A diferencia de lo que ocurría con las novelas de Wessex, los relatos están menos cargados de la "filosofía" del autor, lo que redunda en beneficio de los lectores. “En ellos Hardy sigue siendo el mismo escritor reflexivo que comparte las vicisitudes de sus personajes, pero se inhibe de las largas digresiones sobre lo divino y lo humano que a menudo lastran la acción de sus grandes novelas. Quizás por ello, y por el recurso a un punto de vista omnisciente siempre matizado por una benevolente ironía, sus cuentos equilibran el amargo pesimismo de aquéllas”.
Para Rivero, con la premisa de “Nada merece la pena ser contado a menos que la historia se salga de la experiencia más común de los hombres y mujeres a quienes va destinado”, los relatos se sitúan en “un sustrato vivido en el que bullía todo el acervo de baladas, folk-songs, mitos e historias orales del folklore de Dorset”. Y agrega: “con un gran sentido del lugar y cierto gusto por el melodrama y lo escabroso, Hardy tenía todo lo que podía desear para convertirse en uno de los grandes maestros del relato británico de finales de siglo. Su sentido de la observación y su ojo para el detalle aparentemente insignificante completan el cuadro.”
Una mujer soñadora puede leerse en: http://www.sprensalibre.com.ar/index.php?id=2971
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