jueves, 10 de diciembre de 2009

El cuento: del origen a la actualidad (5) por Roberto Brey

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Un camino abierto

Una pléyade de escritores norteamericanos avanzaron por la ruta abierta por Edgar Alan Poe. Entre ellos se cuentan, por ejemplo, desde Ambrose Bierce, "El puente sobre el río del Búho" (1842-1914), Herman Melville, "Bartleby" (1819-1891), Stephen Crane, "El bote abierto" (1871-1900), Francis Bret Harte, "Los expulsados de Poker-Flat" (1839-1902), Mark Twain, "La célebre rana saltarina" (1835-1910), O. Henry, "El regalo de reyes" (1867-1910), Sherwood Anderson, "Soy un loco" (1876-1941), Ring Lardner, Ernest Hemingway, "Los asesinos", William Faulkner, Erskine Caldwel, Katherine Anne Porter, Carson Mac Cullers, Truman Capote, Henry James, "Los amigos de los amigos" (1843-1916), entre tantos otros, hasta nuestros días.

Por todo esto, vale la pena conocer más sobre Poe. Y una forma que puede ser interesante es leer algunas opiniones sobre el escritor, expresadas por diferentes colegas.

Borges
En una nota publicada en el diario La Nación en octubre de 1949, el gran escritor argentino Jorge Luis Borges decía que detrás de Poe (y hacía referencia a otros como Swift, Carlyle y Almafuerte) había una neurosis. Por eso afirmaba: “Interpretar su obra en función de esa anomalía puede ser abusivo o legítimo. Es abusivo cuando se alega la neurosis para invalidar o negar la obra; es legítimo cuando se busca en la neurosis un medio para entender su génesis”. Y agregaba: “La neurosis de Poe le habría servido para renovar el cuento fantástico, para multiplicar las formas literarias del horror. También cabría decir que Poe sacrificó la vida a la obra, el destino mortal al destino póstumo”.

Con la ironía que lo identifica Borges agregaba: “Nuestro siglo es más desventurado que el XIX; a ese triste privilegio se debe que los infiernos elaborados ulteriormente (por Henry James, por Kafka) sean más complejos y más íntimos que el de Poe. La muerte y la locura fueron los símbolos de que éste se valió para comunicar su horror de la vida; en sus libros tuvo que simular que vivir es hermoso y que lo atroz es la destrucción de la vida, por obra de la muerte y de la locura. Tales símbolos atenúan su sentimiento; para el pobre Poe el mero hecho de existir era atroz. Acusado de imitar la literatura alemana, pudo responder con verdad: El terror no es de Alemania, es del alma. Harto más firme y duradera que las poesías de Poe es la figura de Poe como poeta, legada a la imaginación de los hombres.”

Borges, que no valora a Poe como poeta, si lo hace en aquellos espacios de su obra que fueron acaso estímulo y ejemplo para otros: “Nuestra imagen de Poe, la de un artífice que premedita y ejecuta su obra con lenta lucidez, al margen del favor popular, procede menos de las piezas de Poe que de la doctrina que enuncia en el ensayo The philosophy of composition. De esa doctrina, no de Dreamland o de Israfel, se derivan Mallarmé y Paul Valéry. Poe se creía poeta, sólo poeta, pero las circunstancias lo llevaron a escribir cuentos, y esos cuentos a cuya escritura se resignó y que debió encarar como tareas ocasionales, son su inmortalidad. En algunos (La verdad sobre el caso del señor Valdemar, Un descenso al Maelström) brilla la invención circunstancial; otros (Ligeia, La máscara de la Muerte Roja, Eleonora) prescinden de ella con soberbia y con inexplicable eficacia. De otros (Los crímenes de la Rue Morgue, La carta robada) procede el caudaloso género policial que hoy fatiga las prensas y que no morirá del todo, porque también lo ilustran Wilkie Collins y Stevenson y Chesterton. Detrás de todos, animándolos, dándoles fantástica vida, están la angustia y el terror de Edgar Allan Poe. Espejo de las arduas escuelas que ejercen el arte solitario y que no quieren ser voz de los muchos, padre de Baudelaire, que engendró a Mallarmé, que engendró a Valery, Poe indisolublemente pertenece a la historia de las letras occidentales, que no se comprende sin él. También, y esto es más importante y más íntimo, pertenece a lo intemporal y a lo eterno, por algún verso y por muchas páginas incomparables. De éstas yo destacaría las últimas del Relato de Arthur Gordon Pym de Nantucket, que es una sistemática pesadilla cuyo tema secreto es el color blanco”.
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