viernes, 30 de diciembre de 2011

El cuento: origen y desarrollo (105) por Roberto Brey

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La nueva literatura hispano americana

Es bueno recordar que las clases populares, hasta bien alcanzada la segunda mitad del siglo eran totalmente analfabetas. Sólo algunos sectores de la incipiente burguesía de las ciudades empezaba a tener rudimentos culturales, que le permitían acceder a los periódicos que, a mitad de siglo, comenzaban a desarrollarse gracias a los avances técnicos que iban llegando de Europa. Es en esos primeros diarios y periódicos donde los escritores publican sus trabajos y empiezan a ser conocidos fuera de los reducidos núcleos intelectuales de entonces, por supuesto, sin llegar a tener todavía difusión masiva. Téngase en cuenta que obras fundamentales de la novelística americana como “El periquillo Sarniento”, publicada en periódicos mexicanos en 1816 (ver capítulo 62), sólo es editada en libro un siglo después, algo que ocurre con muchos poetas y escritores de toda América.

A medida que avanza la producción periodística los escritores empiezan a publicar en ellos folletines, al igual que artículos y cuadros de costumbres, relatos cortos, ensayos y poesías que son los que predominan, y sólo mucho después los mejores, o los que se consideren más exitosos, serán editados en libros.

Como dice Zanetti: “Para escribir sus novelas los autores siguen los modelos románticos y sólo hacia la última década del siglo –cuando hay ya una fuerte burguesía consumidora- se concreta el apogeo de la novela realista y una actitud de crítica social mayor, que coincide en algunos sectores con el conocimiento de las teorías del naturalismo”.



El cuento

Para el profesor Javier Hernández Gil, el cuento no existe en América hasta la aparición del Romanticismo. Si bien señala como los primeros a los “Cuentos orientales”, que el cubano José María de Heredia publicó en su revista “Miscelania” entre 1830 y 1832; él mismo aclara que fueron publicados sin firma y que probablemente eran traducciones de sus lecturas de románticos europeos.

Casi a desgano señala como el primero a “El matadero” de Esteban Echeverría, del que hay que tener en cuenta que si bien fue escrito en 1938, se publicó en 1871. (Ver capítulo 64.) Menciona entre los primeros cultivadores del cuento a Pedro José Morillas (“El ranchador”, publicado en 1856 en la revista La piragua, pero concebido entre 1838/39), Juan Montalvo (1832-1889) (“Gaspar Blondin”), Juana Manuela Gorriti (“Sueños y realidades”), José María Roa Bárcena (“Lanchitas”), Ricardo Palma (“Tradiciones peruanas”) y Eduardo Wilde (“Aguas abajo”)

Según Jorge e Isabel Castellanos autores de un interesante trabajo sobre la literatura afrocubana (Miami 1994):

“…el cuento cubano procede directamente del cuadro de costumbres, que se desarrolla desde fines del siglo XVIII en la prensa habanera, ya en el Papel Periódico (1790) ya en El Regañón (1800), con los artículos de un Manuel Zequeira, en el primero, o un Buenaventura Pascual Ferrer, en el segundo. Al principio el costumbrismo se limita a breves trabajos en prosa de tono satírico e intención recreativa sobre los usos, costumbres y tipos humanos representativos de la sociedad criolla. Con el andar del tiempo, al mero retrato se le añade a ratos una acción rudimentaria. Y, por fin, este elemento se intensifica e independiza hasta dar a luz al cuento propiamente dicho. Este fenómeno ocurrió en la década del '30 del siglo XIX con obras narrativas breves tales como Una Pascua en San Marcos de Ramón de Palma, El Ranchador de Pedro José Morillas y El Niño Fernando de Félix Tanco”.

Los estudiosos destacan que el negro aparece desde los inicios de la narrativa corta. Y si en el cuento de Palma lo hace en forma secundaria, en el caso de Morillas y de Tanco, el esclavo desempeña papel central en la obra y los autores manifiestan una actitud abolicionista. Y justamente en el siglo XIX en Cuba se produce la mayor expansión esclavista.

“Con curiosa perversidad dialéctica, muchos de los acontecimientos históricos que, desde atrás, venían empujando hacia el desarrollo de la infame institución, también favorecían el florecimiento del abolicionismo en la Isla. La Revolución Francesa desató la conflagración haitiana y, como consecuencia, el rápido incremento de la industria azucarera y de la esclavitud en el país, más a la vez, su ideología igualitaria y democratizante influyó en amplios sectores de la opinión pública cubana, reforzando los criterios antiesclavistas ya existentes en diversas capas de la población. La independencia de Estados Unidos desplazó el centro de gravedad económico de Cuba, que de la lejana España pasaba a la vecina república. Se abrió así la puerta de un riquísimo mercado para los artículos agrícolas cubanos y aumentó el número de esclavos necesario para producirlos. Pero, al mismo tiempo, la abolición de la trata en Norteamérica devino ejemplo cercano y vivo que los partidarios insulares de una reforma similar podían aducir como prueba de que el fin del comercio negrero no conducía necesariamente a la ruina del país y ni siquiera a la inmediata abolición de la esclavitud. La revolución industrial aumentó violentamente la capacidad productiva de los ingenios cubanos y la demanda de mano de obra servil, pero poco a poco incrementó también el número de trabajadores libres en las fábricas y disminuyó el de esclavos necesarios para moverlas, convirtiéndose así en un factor abolicionista más”.

Jorge e Isabel Castellanos (Ediciones Universal, Miami 1994)

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martes, 27 de diciembre de 2011

Balzac y la reciente edición de una novela casi desconocida

Esta semana pude leer al prodigioso Honorato de Balzac en una novela poco conocida y rescatada ahora por la editorial La Compañía: Ursule Mirouët. Tiene el agregado además de una introducción debida al escritor argentino César Aira y un posfacio de Mariano García, que sitúan y agregan preciosa información a una obra que merece ser leída detenidamente en estos tiempos de vacaciones.

Eugénie Grandet, Las ilusiones perdidas, Papá Goriot, La piel de zapa, son algunas de las más famosas obras de Balzac (1799-1850), el lúcido representante y uno de los máximos creadores de la novela realista francesa. Fiel descriptor de la sociedad francesa de su época, mostró como nadie las contradicciones en que se debatían las dos clases sociales en pugna por entonces: la nobleza y la burguesía, y reveló las miserias y la ambición descarnada que iban a imperar en el nuevo sistema social capitalista que empezaba a reinar en el siglo XIX en Francia. Místico y monárquico, su capacidad literaria lo llevó, más allá de sus propias creencias, a convertirse él mismo en un icono para los intelectuales revolucionarios del siglo. Si hasta Carlos Marx y Federico Engels llegaron a elogiarlo pese a su condición “reaccionaria”, al decir que el artista no necesitaba explicitar una salida a una situación social injusta, con señalar las contradicciones del sistema era suficiente. Una definición algo olvidada por muchos de sus seguidores.

En esta novela, uno de los protagonistas, el doctor Minoret, lucha para dejarle su herencia a Ursule Mirouët, sobrina nieta (y con el mismo nombre) de su mujer muerta, una huérfana a la que él crió como ahijada, contra las intrigas de sus parientes pueblerinos, que se debaten para conseguir que la huérfana no obtenga los dineros que ellos desean con todo afán.

Balzac, el creador de la monumental La comedia humana (un amplio y exhaustivo estudio de la sociedad de su época), despliega en la novela sus ideas obsesivas acerca de la moral, la sociedad, la psicología de sus personajes, la superioridad de la nobleza y la vulgaridad de la burguesía, mezclando el folletín romántico con la descripción de época, el realismo con su vertiente mística, las visiones relacionadas con el mesmerismo, de moda por la época, con su magnetismo capaz de producir visiones asombrosas, o con la posibilidad de la intervención más allá de la muerte.

No faltan los personajes ambiciosos, junto al romanticismo de un joven noble que, más allá de sus errores, pretende el amor de Ursule; y la amistad sin frontera de los hombres que se sienten iguales por espíritu o por intelecto, en medio de una sociedad en permanente cambio, entre la ciudad y el campo, entre la decadencia y el ascenso social.

Burgueses ambiciosos y burgueses progresistas, la fe religiosa y el escepticismo científico, el amor romántico y el amor por la riqueza, conviven en una trama con idas y vueltas que permite a la novela mantener vivo el interés; con momentos dramáticos y humorísticos, con la conversión y el arrepentimiento, que confluyen en un esperado final feliz al cabo de tantas peripecias, para la tranquilidad veraniega del lector.

Páginas: 256
Primera edición: Septiembre de 2011
Precio: $ 72
Editorial: La Compañía

viernes, 23 de diciembre de 2011

El cuento: origen y desarrollo (104) por Roberto Brey

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América latina o española

Los hombres de América, como se ha visto, no tenían patria, en el sentido actual de la palabra (si por actual se entiende a la división de la gran patria americana, producto de la intervención de las potencias coloniales -imperialistas que le dicen- y de la ceguera de muchos líderes locales). Eran ante todo “americanos” porque luchaban con ahínco por la libertad e independencia del continente americano, incluso después de la división por países que se realizara a lo largo del siglo XIX.

Estos hombres, influenciados por las ideas revolucionarias de los filósofos que inspiraron a la Revolución Francesa con sus consignas de libertad, igualdad y fraternidad, y también con el espíritu de independencia que provenía de la otra gran revolución, la que constituyó a los Estados Unidos de América, que ya en 1776 se independizaron de Inglaterra.

Claro que estos intelectuales eran ‘patriotas americanos’ antes que escritores. Y se los podría definir como “revolucionarios”, “patriotas” o “americanos”, casi sin distinción. Algunos eran abogados o economistas (como Manuel Belgrano, por ejemplo), pero después casi todos fueron periodistas, porque por entonces las ideas se trasmitían por los diarios y periódicos en crecimiento constante, antes que por los libros; otros también se vieron obligados a convertirse en militares (otra vez Belgrano como ejemplo) o pedagogos, arquitectos o ingenieros y artistas, para llevar adelante sus ideales de construir la gran nación americana.

Por ello es que los principales escritores del período de la revolución y de la independencia americana quedaron en la historia, como es el caso de Andrés Bello (venezolano), José Joaquín de Olmedo (ecuatoriano) y José María Heredia (cubano), tanto por su obra política como por la literaria; y en todos los casos fueron destacados e imprescindibles. (Ver capítulo 62).

El año 1830 abre para muchos estudiosos e historiadores un nuevo período en lo referente a la literatura en América. El romanticismo irrumpe con fuerza a partir de Esteban Echeverría (ver Cap. 63 y 64).

El romanticismo, como escuela literaria, nació en Alemania (Cap.41 en adelante) con un carácter patriótico–nacionalista, en Francia rompió las normas clásicas e irrumpió en Rusia con un carácter fuertemente nacionalista, en Italia revolucionario e independentista, y luego en Inglaterra y España. En la Argentina y América significó un fuerte movimiento ligado a la consolidación de los nuevos gobiernos independientes, con Echeverría como su máximo representante y con una producción literaria anterior a la española.

Sus rasgos comunes eran la idea de la libertad, la exaltación del yo, la rebeldía, el rompimiento de las normas clásicas, la imaginación, y en muchos casos la vuelta a las antiguas leyendas, al campo, a la naturaleza. Esa trasgreción normativa y la crítica de la moral y de las costumbres burguesas, llevaron a los románticos a enfrentarse con los poderes de entonces, y por ende, en muchos casos, al fracaso, la melancolía y la desesperanza.

En América el romanticismo convivió en principio con la organización nacional, que implicaba cruentos enfrentamientos internos, guerras civiles, revoluciones y guerras vecinales que duraron durante casi todo el siglo.

En un inmenso territorio poco poblado, con masas ignorantes y un reducido núcleo alfabetizado, la literatura era exclusividad de un reducido y privilegiado sector.

La economía, agropecuaria casi en exclusividad, solo hacia finales del siglo XIX fue inclinándose hacia cierta industrialización, y una necesaria inversión en vías de comunicación, imprescindibles para el traslado de las materias primas hacia los centros de poder y hacia los consumidores extranjeros. Ese desarrollo, que contribuyó a aumentar el poder de las clases altas y a cierto crecimiento de las burguesías locales, obligó a una rápida modernización que incluía la abolición de la esclavitud, la extensión de la instrucción pública y una mayor difusión cultural y artística, pero no cambió radicalmente las estructuras de poder. Los indios seguían siendo exterminados, los campesinos seguían empobrecidos y sin tierras, los terratenientes eran cada vez más grandes y las oligarquías se afirmaban en el poder político.

Uno de aquellos poderosos propietarios de tierras era la Iglesia Católica, un factor de poder que ve recortado sus privilegios frente a los de las clases gobernantes y entra en conflictos en casi todos los jóvenes países, mientras iba perdiendo su estatus, al tiempo que las leyes civiles se promulgan. Esto le hace perder el control sobre los matrimonios y la familia, la educación (se instaura la educación laica, la libertad de culto) y en algunos casos se llega a la separación de Iglesia y Estado, lo que provoca enfrentamientos en algunos países.

Como señala la ensayista y crítica Susana Zanetti: “Los intelectuales, románticos primero y positivistas hacia fines de siglo, son en su mayoría liberales. Sus ideales son el progreso, la igualdad social, el gobierno democrático y parlamentario, la educación popular (…) Intentan interpretar la realidad americana (…)”, pero sus análisis y soluciones “tienen su punto de mira en la civilización europea o norteamericana…”

De ello Zanetti interpreta que nace “una negación de América Latina”, son dejados de lado los ideales panamericanos y se aceptan las presiones de los países industrializados para someterse a políticas económicas que benefician más que a nadie a las grandes potencias. El bloqueo anglofrancés en el Río de la Plata, la intervención de la Santa Alianza en México y la invasión de Estados Unidos y la consecuente anexión de territorios mexicanos, son parte de esa política.

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viernes, 16 de diciembre de 2011

El cuento: origen y desarrollo (103) por Roberto Brey

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Más literatos del 98 y posteriores


Ramón Gómez de la Serna (1988-1963)

Es el heredero inmediato de la Generación del 98 a la cual se siente “espiritualmente ligado”. Original ensayista y humorista es el creador de las “greguerías”, peculiares artículos que alcanzaron gran popularidad, en el mundo hispano. Vive un exilio voluntario en Argentina desde el inicio de la guerra civil española, donde trabaja hasta la década del 60.

Las greguerías son unas sentencias ingeniosas, y en general breves que surgen de un choque casual entre el pensamiento y la realidad. Es indudable que Ramón fue su creador. El propio Ramón la define esquemáticamente del siguiente modo:

La imagen en que se basa la greguería puede surgir de forma espontánea, pero su formulación lingüística es muy elaborada, pues ha de recoger sintética, ingeniosa y humorísticamente la idea que se quiere transmitir.

El efecto sorpresivo se obtiene a través de:

La asociación visual de dos imágenes: «La luna es el ojo de buey del barco de la noche».

La inversión de una relación lógica: «El polvo está lleno de viejos y olvidados estornudos».

La asociación libre de conceptos ligados: «El par de huevos que nos tomamos parece que son gemelos, y no son ni primos terceros».

La asociación libre de conceptos contrapuestos: «Lo más importante de la vida es no haber muerto».

Gómez de la Serna dedicó, a lo largo de su vida numerosos libros a este nuevo género, que cultivaba asiduamente en secciones fijas de los periódicos y lo consagraría como uno de los escritores más conocidos de las letras españolas: Greguerías (1917), Flor de greguerías (1933), Total de greguerías (1955), etc. Para muchos, este género sirvió para renovar cierta idea anquilosada de la metáfora y de la imagen poética que poseía la estética literaria española, y anticipó el Surrealismo.

5 cuentos breves de Gómez de la Serna se pueden leer en:
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/gomez/rgs.htm


Ramiro de Maetzu (1874-1937)

Periodista de origen vasco, diplomático (fue embajador de España en la Argentina durante la dictadura de Primo de Rivera). Autor de valiosos ensayos colaboró con La Prensa de Buenos Aires y con ABC de Madrid, Murió en una cárcel republicana durante la guerra civil española. Entre sus libros se destacan: “La crisis del humanismo” (1919), sobre temas políticos y “Don Quijote, Don Juan y la Celestina” (1926), que reúne tres estudios críticos.


Gabriel Miró (1879-1930)

Un estilo que recuerda al de Valle Inclán, “sobresalen en su prosa los valores plásticos y musicales, y un gran sentido de la medida y la armonía, que alienta en toda su obra”, dice Estrella Gutiérrez. Sus novelas no tienen la linealidad de otras obras, son al decir de un crítico: “cuadros sueltos”, que en lugar de hablar directamente, dicen por insinuación.

Para algunos estudiosos, como Mariano Baquero Goyanes, Miró incorpora muchos cuentos en sus novelas, a veces como «fábulas», «parábolas», «alegorías», «estampas», «glosas», etc. “Se diría que a Miró le interesó no tanto ajustarse a unos muy bien delimitados y precisos géneros literarios, como crear una prosa de extraordinaria calidad artística, apta para servir de instrumento y de cauce a una sensibilidad que se avenía mal con un sistema de rígidos casilleros literarios, desbordados casi siempre por el ímpetu creador mironiano”, explica.


Ramón Menéndez Pidal (1869-1968)

Continuador de la obra de Menéndez y Pelayo, filólogo y gran erudito. Con una extensísima bibliografía, su mayor aporte fue en el estudio de la Edad Media española (“La leyenda de los infantes de Lara” 1896). Entre otros cargos, fue presidente de la Academia de Letras, y una de sus obras. En 1904 publicó su “Manual de gramática histórica española”, pulido y enriquecido en ediciones posteriores. En 1935 inició un proyecto para redactar colectivamente una gran Historia de España, terminada finalmente en 2004.

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martes, 13 de diciembre de 2011

A propósito de “El caso Voynich”

En estos días tuve oportunidad de leer un libro de Daniel Guebel, publicado hace poco por Eterna Cadencia: “El caso Voynich”. Es una especie de investigación histórica que mezcla ficción y realidad a partir de un manuscrito misterioso, que existió realmente y que nunca pudo ser descifrado por todos los científicos y aventureros que lo intentaron.

Daniel Guebel nació en Buenos Aires en 1956, y si bien no es uno de mis escritores preferidos, es imposible de soslayar. Guionista de cine y dramaturgo, periodista y editor, publicó varias novelas, como Derrumbe, La vida por Perón, El perseguido, Matilde, Los Elementales, La perla del emperador (Premio Emecé), entre otras.

Su último libro, Mis escritores muertos, es un texto entre el ensayo y el testimonio personal donde recuerda a Héctor Libertella y Jorge Di Paola. Eterna Cadencia, asimismo, le publicó dos volúmenes de relatos: El ser querido y Los padres de Sherezade. Actualmente se desempeña como editor freelance de libros de investigación periodística.

Pero la novela que quiero comentarles es algo diferente. Guebel mismo asegura haber conocido la existencia del “Manuscrito Voynich” mientras realizaba una búsqueda en Internet. Su nombre se lo debe al ruso Wilfryd Voynich, perseguido por el zar, tal vez conectado con un movimiento revolucionario en su patria, que exilado en Londres, ya dueño de una tienda de libros raros, a principios del siglo XX descubre en un monasterio italiano un curioso manuscrito del siglo XVI. Luego de analizarlo y concluir que está escrito en una lengua desconocida, envía algunas fotografías a diversos especialistas, y allí se desata una inacabable serie de investigaciones e hipótesis acerca de su contenido y su autor.

Guebel reconstruye ese recorrido de investigaciones que hace llegar a la actualidad y a la Argentina. El manuscrito puede ser muchas cosas al mismo tiempo: escrito en un lenguaje indescifrable, con ilustraciones de interpretaciones múltiples, es difícil colegir si tiene que ver con la alquimia medioeval, con un mapa de las constelaciones, un catálogo de semillas arcanas, un experimento para obtener la eterna juventud, o un código cifrado con mensajes extraterrestres o si, simplemente, es un fraude.

Pero con esos interrogantes y con el derrotero del Manuscrito, Daniel Guebel construye una novela donde se funden la realidad y la ficción. Los dibujos y los diagramas que el lector tiene la posibilidad de estudiar por sí mismo (gracias a una edición de fragmentos del manuscrito que acompaña a la novela) ofrecen todas las variantes posibles.

Y esa fusión donde el propio autor ya no reconoce lo propio de lo ajeno, donde se mezclan la ironía y el humor, en la que la realidad es desfigurada con una imaginación desbocada, se realiza finalmente en un texto fantástico y excesivo, que despierta otros textos, otros dilemas, en la mente y la experiencia de cada lector.

Eterna Cadencia
120 págs. + un fragmento del manuscrito
ISBN 978-987-25140-8-2
14 x 22 cm

viernes, 9 de diciembre de 2011

El cuento: origen y desarrollo (102) por Roberto Brey

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Pío Baroja (1872-1956)

Fue otro gran novelista de la generación del 98, tuvo una fuerte personalidad, con obras ambiciosas de diferentes temáticas y ambientes.

Nativo de San Sebastián, vasco como Unamuno, y graduado de médico, después de ejercer en el ambiente rural durante algunos años, se trasladó a Madrid, donde por influencia de varios escritores, entre los que se contaban Azorín y Maeztu, se volcó a la novela con Vidas sombrías (1900) y con una serie de cuentos “Idilios vascos” (1901). Además de su abundante producción literaria, publicó frecuentes colaboraciones para diarios y revistas. En1911, además de cuentos, artículos y ensayos, había escrito diecisiete novelas que constituyen lo más importante de su producción. Su fama se consolida y su vida se consagra a escribir volviéndose cada vez más sedentaria. En 1935 ingresa en la Real Academia. Durante la Guerra Civil pasa a Francia, pero en 1940 se instala de nuevo en Madrid hasta su muerte


Según sus biógrafos, su timidez y su espíritu de independencia, más que su misoginia, le hicieron rechazar el matrimonio. Expresa su pesimismo sobre el hombre y el mundo diciendo: "la vida es esto, crueldad, ingratitud, inconsciencia, desdén de la fuerza por la debilidad". Él, que consideraba al hombre egoísta, cruel y brutal, sentía una gran ternura por los seres desvalidos o marginados, y era sensible ante el dolor y la injusticia.
Con su gran escepticismo religioso, social y económico, llegará a decir: "No existe verdad política y social. La misma verdad científica, matemática, está en entredicho, y si la Geometría puede tambalearse sobre las bases sólidas de Euclides, ¿qué no les podrá pasar a los dogmas éticos de la sociedad?".
De Schopenhauer toma Baroja que el mundo carece de sentido, que la vida es absurda y que el hombre no inspira confianza, y su ideología está muy vinculada al escepticismo.

La técnica narrativa de Baroja es sobre todo realista, basada en la observación de ambientes, situaciones y personajes de la vida real, pero vistos a través del particular subjetivismo del autor, lo que confiere a su obra un carácter impresionista.
Sus protagonistas están certeramente delineados, a diferencia de los personajes secundarios, que son un esbozo que caracterizan el momento o el lugar.
Criticado por un estilo descuidado, se le elogió sin embargo una prosa clara, sencilla y espontánea, con abundancia de frases cortas y muy expresivas, y se destaca por las descripciones líricas que rematan largos pasajes narrativos.

Tuvo mucha influencia sobre los novelistas de la posguerra que lo reconocieron como su maestro.

Muchas de sus novelas Baroja mismo las reunió en trilogías, de las que se destaca La lucha por la vida: La busca (1904), Mala hierba (1904) y Aurora Roja (1905). La primera cuenta la historia de un muchacho que, venido de un pueblo a Madrid, va pasando por diversos ambientes y oficios hasta terminar en los suburbios de la ciudad, entre mendigos y vagos, al borde de la delincuencia. Allí pinta en forma sombría a las clases más bajas de la sociedad madrileña de finales y comienzos de siglo, donde el protagonista se va degradando en la difícil lucha por la vida.

Resultan también destacables sus Memorias, tituladas: Desde la última vuelta del camino, siete volúmenes que constituyen un importante testimonio de la personalidad del autor y un excepcional panorama de toda una época.



El reloj, se puede leer en:

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/baroja/reloj.htm

La caja de música en:

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/baroja/caja.htm

La sima en:

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/baroja/sima.htm

Mari Belcha en:

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/baroja/mari.htm

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viernes, 2 de diciembre de 2011

El cuento: origen y desarrollo (101) por Roberto Brey

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Miguel de Unamuno (1864-1936)



Unamuno nació en Bilbao en el País Vasco. Adquirió desde joven una sólida cultura humanística y, estudioso de los clásicos latinos y griegos, ocupó todos los géneros literarios, el periodismo y la docencia, además de incursionar en el pensamiento filosófico. Se convirtió en el liberal más influyente de España.

En sus novelas predomina el pensamiento sobre la acción y entre ellas se destacan: Paz en la guerra (1897), Niebla (1914), la famosa La tía Tula (1921), llevada al cine en 1964, y Como se hace una novela (1927).



Después de haber actuado en las filas liberales y de haber proclamado la república española en Salamanca, Unamuno comienza a tener discrepancias con el gobierno republicano de Azara. Al iniciarse la guerra civil (1936), apoyó los rebeldes y hasta hace un llamamiento a los intelectuales europeos para que apoyen a los sublevados, declarando que representaban la defensa de la civilización occidental y de la tradición cristiana.

Poco le dura el entusiasmo, al ver a numerosos amigos y conocidos encarcelados, torturados y fusilados. A principios de octubre, Unamuno visitó a Franco en el palacio episcopal para suplicar inútilmente clemencia para sus amigos presos.



Unamuno se arrepintió públicamente de su apoyo a la sublevación durante el acto de apertura del curso académico (que coincidía con la celebración de la Fiesta de la Raza), el 12 de octubre de 1936, en el Paraninfo de la Universidad. Varios oradores soltaron tópicos acerca de la «anti-España», y allí se produce una reacción que se hizo famosa, por lo virulento del hecho y por las contradicciones del intelectual.

El texto donde se relata el hecho y las palabras de Unamuno puede leerse en:
http://www.sprensalibre.com.ar/index.php?id=3242



Para Josefina Delgado (ex sub secretaria de cultura de la ciudad de Buenos Aires), no tuvo una ideología global: “El sentido de la vida residió para él en la lucha por una meditación que revelara la verdad contingente”, explica, y señala que lo más coherente son sus novelas es: “la necesidad de replantearse la originalidad del sentimiento concreto de la existencia frente a las explicaciones racionalistas”, en un camino similar al de Chesterton o Papini. Con respecto a sus ensayos, Delgado considera que recuerda a Larra (ver capítulo 59): “fue feroz en la crítica y buscador de la polémica”.

Con respecto al periodismo, Unamuno critica a la prensa informativa por su visión fragmentaria. Cuando empezó la guerra ruso japonesa, para explicar el por qué de su negativa a seguir sus alternativas por los diarios, dijo: “Cuando concluya, no faltará quien me la cuente ordenada y orgánicamente”.

Para él, la sección telegráfica de un diario no son noticias ni información, sino “la primera materia para elaborarlas”. Y con respecto a la lectura y al estar al día contaba una anécdota de quien: “dejó de leer libros para leer revistas de ellos, luego leyó revistas de revistas, y acabó por no leer más que catálogos. Y se ha curado de ello volviendo a los libros, pero a los libros permanentes y universales, a las obras clásicas”.



De Unamuno puede leerse el cuento “El contertulio” en:
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/unamuno/contertu.htm

“La venda”, en:
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/unamuno/venda.htm

“San Manuel Bueno, mártir” en:
http://www.rinconcastellano.com/biblio/sigloxx_98/unamuno_smbm.html

 
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