viernes, 14 de octubre de 2011

El cuento: origen y desarrollo (94) por Roberto Brey

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Emilia Pardo Bazán: realismo y feminismo

Pardo Bazán constituyó un fuerte valor en la literatura española, tanto por su obra como por su labor crítica y social. De entre sus opiniones, es interesante rescatar su exigente visión de la actividad crítica, que desarrolla en el artículo «Ultimas modas literarias», de la revista “La España Moderna”, 1890:


“Crítico desorientado será el que o se empeñe en galvanizar formas caducas, o coadyuve a los errores del gusto público en su época, o sin norma ni ley interior evolutiva, juzgue a capricho, empíricamente; crítico de orientación parcial, el que sienta profundamente un período, un aspecto de la belleza literaria o artística y no pueda entender los restantes, y, por último, crítico, armónico o de orientación total será únicamente el que, remedando uno de los más sublimes atributos de la Omnipotencia, tenga el don de comprender lo pasado, discernir lo presente y augurar lo futuro.”


Decía el crítico Eugenio D'Ors (1882-1952) que Emilia Pardo Bazán “en lo íntimo y esencial de su mente y de su producción, no fue novelista. Fue periodista. Periodista, la más distinguida, en el más excelente sentido del término. Agitadora de ideas, más que imaginadora de fábulas; comentadora de actualidades del espíritu, más que narradora de peripecias de la acción”.

Otra de las características que se marcan en Pardo Bazán es la importante influencia que ejercieron en ella los escritores rusos. Estudiosa y crítica de esa literatura, ella misma cuenta: “Estoy en el corazón de Rusia. Quiero hacer un estudio sobre esa extraña y curiosa literatura (…) En España creo ser una de las pocas personas que tienen la cabeza para mirar lo que pasa en el extranjero. Aquí, a nuestro modo, somos tan petulantes como pueden serlo los franceses…”

Algunos de los escritores que analiza son Turguénev (ver Cap. 23) de quien dice:

“No es mérito exclusivo de Turguénev el poner al lector en contacto con el mundo invisible, pues todos los grandes novelistas rusos poseen esta cuerda en su lira: mas Turguénev lo hace de un modo tan exquisito, con tal poesía, que alcanzando a producir en la imaginación el eretismo indispensable para la visión evocada por el novelista surja, él permanece sereno, en actitud de contemplar el extraño fenómeno psíquico”.

También se refiere a Goncharov, Dostoievski y Tolstoi, a quienes analiza y difunde en España (ver capítulos 68 y 70 a 79).

La estudiosa contemporánea española, Mercedes Etreros, explica: “hay un momento en la obra de Pardo Bazán que la crítica denomina ‘segunda manera’, ‘otra manera’; de hecho está muy claro que, a partir de 1905, año en que publica “La quimera”, doña Emilia escribe dentro de unos cánones que la historia de la literatura francesa conoce como psicologismo, y que antes de 1884, en La Tribuna, por ejemplo, el influjo del naturalismo es decisivo. Sin embargo, existen unas obras intermedias de más difícil clasificación, escritas en unos años que Valera Jácome denomina ‘Período de basculación estética’.”

La misma crítica cuenta en sus estudios que aunque Dostoievski fascina a Bazán, y había leído intensamente a Tolstoi, “en ninguno de ellos atisba el alcance de las innovaciones que sus obras aportan”.

También opina: “lo que doña Emilia asimila a partir de aquellas lecturas es una nueva manera de concebir su relación, en cuanto narradora, con los personajes; y, por otra parte, y como base de lo primero, la importancia del fenómeno psicológico mental como elemento novelable”.

Y finalmente, traza un paralelo con dos declaraciones:

En 1883, Dostoievski escribe en su cuaderno de notas: «Me llaman psicólogo; esto no es cierto; yo soy tan sólo un realista en el sentido superior, es decir, represento las profundidades del alma humana». En la novela rusa de Pardo Bazán se lee: «Hace tiempo que pienso y escribo que el realismo, para realizar debidamente su programa ha de abarcar materia y espíritu, tierra y cielo, admitiendo lo humano y lo sobrenatural». Y hay un momento, tal vez, en que el psicologismo mecánico de las leyes tainianas -herencia y medio- han dejado paso a lo incomprensible y a las respuestas inexplicables de la mente humana.
No sin afán de seguir comparando, la intelectual argentina Alicia Jurado (1922- nieta de Isaac Fernández Blanco), establece otro paralelismo con Victoria Ocampo:
“El asombro que hoy nos produce doña Emilia, condesa de Pardo Bazán, se debe sobre todo al hecho de haber nacido en España y a mediados del siglo XIX, un país y una época en que las mujeres tenían poca instrucción y se les negaba la posibilidad de adquirirla. No puedo dejar de pensar en la similitud de esta escritora ilustre con nuestra Victoria Ocampo: ambas nacidas en familias de linaje y de buena posición, ambas sedientas de conocimientos y autodidactas; ambas vinculadas con los hombres famosos de su época, fundadoras de revistas, grandes viajeras, amantes de la naturaleza, defensoras de los derechos de la mujer, promotoras de cultura, escritoras de primera línea -Victoria, sólo ensayista; Emilia, destacada sobre todo como narradora-, ambas ofreciendo sus casas para realizar tertulias literarias. Una ventaja le tocó en suerte a Victoria, la de entrar en la Academia local de Letras, cosa que le fue imposible lograr a la española.”
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