Madrid en el siglo XIX. |
La burguesía española y el realismo en el siglo XIX
Joan Oleza señala como característica del fin de siglo XIX, la atomización de las actitudes ideológicas, producto de la falta de “una verdadera y profunda revolución burguesa y la alianza con las clases dirigentes del antiguo régimen”, junto a una tímida proletarización en las urbes y a diferentes (latentes y/o incumplidas) revoluciones.
Oleza entiende que el proceso revolucionario europeo, que se inicia en Francia en 1789, donde la alta burguesía se define “como clase dominante indiscutida a partir de 1830, hasta el asalto de 1871, en el que el proletariado encuentra su propia vía revolucionaria…”, abarca casi un siglo, pero se concentra en el último cuarto del siglo XIX español. Considera así que esa atomización de actitudes ideológicas se verifica rápidamente en la novela realista española, que se desarrolla tarde (a partir de 1868) y que entra en crisis desde 1890, junto a la europea.
Desde esa perspectiva, caracteriza a los escritores españoles del período que presentamos aquí. Encuentra en Pereda “la nostalgia por una civilización preburguesa y su rechazo intransigente, en nombre de un autoritarismo patriarcal, del desarrollo histórico”. El asume que “expresa el punto de vista de una aristocracia a la que el poder le ha sido arrebatado y, negando el presente, se gira hacia un pasado concebido como idílica edad de oro”.
De Valera, dice: “Si por un lado acepta mantenerse cerca de la nueva realidad, por el otro sólo lo acepta a condición de mantener sus distancias, estetizándola y privándola de conflictividad, o de reservarse la libertad de escapar de ella hacia el pasado o el reino de la fantasía. Valera está tan lejos de la protesta crispada de l’art pour l’art como de la asunción interesada y ansiosa de conocer y de comprometerse de los realistas.”
A la Pardo Bazán la ve como “representante de una aristocracia dispuesta a pactar, asume la obligación de describir la realidad contemporánea de un modo realista, interesado en observar, conocer y dar sentido, legitimando así la nueva sociedad surgida de 1868”; y la describe con una “actitud, esencialmente mítica, la que marca su distancia con respecto a una ideología plenamente burguesa”.
De los tres, la Pardo Bazán sería la más cercana al realismo, porque: “Pereda ahoga el realismo a base de costumbrismo e idilio. Valera, por su parte, lo atemporaliza, lo sublima estéticamente y, por último, lo priva de capacidad conflictiva y dramatizadora.”
Para Oleza, entre Clarín y Galdós (que “cumplen la función, en nuestra novela realista, de manifestar el proceso ideológico de la burguesía española”) y los aristócratas Pereda y Valera, la Pardo Bazán “es casi un intermediario”.
“Lo que la novela en movimiento de Galdós expresa es nada menos que la historia de la ideología burguesa en España”, explica, aunque considera que oscila entre su “condena de la aristocracia como clase dirigente”, y “en su temor al desorden y a la explosión de las tendencias revolucionarias”. “El desencanto por la prostitución de la revolución y, al mismo tiempo, la imposibilidad de escoger cualquier otra opción desde su ideología burguesa, le llevan al naturalismo”, y “a la búsqueda de la verdad a partir de las intuiciones y los valores innatos del individuo”, opina.
Por último define así a Clarín:
“…es él el único al que podría calificarse como un característico hombre de izquierdas, el único que claramente posee una panorámica de los procesos históricos que se están desenvolviendo en la sociedad española. Su análisis del sistema de clases sociales es (en La Regenta) impecable: junto a la denuncia de una aristocracia aherrojada en sus privilegios y opuesta a todo cambio, el análisis de una burguesía que pacta con las clases dirigentes del antiguo régimen y traiciona sus propios intereses de clase, y de una pequeña burguesía impotente, no organizada y sometida desde el poder con ayuda de la Iglesia, y la final constatación de un proletariado que es mantenido al margen de la sociedad establecida, pero que, precisamente en esta marginación, encuentra su definición y se afirma en sus características de clase y en sus modos de vida, y que se sitúa como a la espera”.
“…su fe en la revolución de 1868, su adscripción al partido republicano, su aceptación del naturalismo como expresión del progresismo intelectual, su concepción del arte como instrumento de transformación de las sociedades, le sitúan en una posición mucho más activamente crítica que al resto de los grandes creadores de su tiempo… (pero) incluso en los momentos de mayor radicalización, es incapaz de escapar a una visión humanista del mundo. Los impulsos hacia un vitalismo neorromántico, la apología de los valores individualistas, una cierta actitud religiosa o deísta -en contraste agudísimo con la lucidez materialista de sus dos grandes novelas- un noventayochismo estetizante y, por último, las tentaciones espiritualistas de su última época lo sitúan, al menos en parte, en el proceso de evolución de la ideología burguesa.
Clarín, como el último Galdós, no se hace ninguna ilusión con respecto a la sociedad de su tiempo, pero a diferencia de Galdós, no cayó en la tentación de buscar la salida en una hipotética proyección social de los valores del individualismo burgués y cristiano, en algo equivalente a la filosofía del amor galdosiana.
Clarín llega a utilizar el realismo, como Flaubert y como Zola, desvinculándolo de los intereses culturales de la burguesía. Cuando la sociedad del capitalismo liberal entra en crisis, el realismo deja de ser la expresión artística de la ideología burguesa, tal como puede comprobarse en el giro subjetivista de los escritores burgueses o proburgueses de la época. Clarín, situado en el corazón mismo de la crisis, desplegará un esfuerzo inmenso por llegar a la síntesis entre el realismo, que no abandona, y las nuevas tendencias, que aclimatará en Su único hijo bajo la forma más cercana al realismo: el psicologismo.
Esta resistencia a abandonar el realismo puede tener muchas interpretaciones, pero lo cierto es que su muerte temprana cortó el posible desarrollo de su obra y no puede contestarse con un mínimo de rigor a la pregunta de cuál hubiera sido el sentido de su evolución posterior. Tal vez hubiera seguido el camino de Galdós y la Pardo Bazán (…) tal vez hubiera perseverado en su realismo, modificándolo hasta cierto punto y constituyéndolo en un instrumento que, a la espera de encontrar una nueva clase social a la que dirigirse, sirviera para el análisis, más crítico que nunca, de una sociedad que marchaba a grandes pasos hacia una total convulsión política, a la manera (sólo en ciertos aspectos) del último Zola o de Gorki.
Es preciso tener en cuenta que, frente a las direcciones espiritualistas e irracionalistas de la literatura burguesa a finales del siglo XIX, expresivas, a un tiempo, de la dinamita colocada subversivamente bajo la filosofía «positivista» ya caduca y de la búsqueda ideológica de una nueva filosofía burguesa (paralela a la búsqueda de soluciones de recambio para el modo de producción capitalista en crisis), el realismo contenía en sí elementos capaces de cobrar una nueva función ideológica.”
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