jueves, 31 de marzo de 2011

El cuento: origen y desarrollo (67) por Roberto Brey

67 Portugal (continuación) Es Eca de Queiroz quien llevaría el estandarte del novelista al estilo de Balzac o Zola en Portugal. Paralelo a su labor como abogado, sus primeras obras fueron artículos periodísticos y cuentos de humor en un periódico de Lisboa, y luego de ocho meses de experiencia como único redactor de un periódico de provincia, obtuvo el material para su primera novela: “El crimen del padre Amaro” (un sacerdote inescrupuloso utiliza su condición para, entre maldades varias, seducir y embarazar a una joven que termina muerta por su culpa). En México se hizo una adaptación de la novela en el 2002, dirigida por Carlos Carrera y protagonizada por Gael García Bernal. Si esa película produjo por su temática una verdadera conmoción en México, se puede imaginar lo que habrá causado en su momento la novela. Así fue que desde esa época –no era para menos- Eca de Queiroz vivió siempre en el extranjero. Entre las obras de despiadada crítica social que escribió, se encuentran: “El primo Basilio” (1878) donde satiriza el amor romántico, y “Los Maias” (1891) –tal vez su obra maestra- que se enfoca en la aristocracia y su decadencia y en la alta burguesía. Antes de morir publica “La ilustre casa de Ramires” (1900) y “La ciudad y las sierras” (1901), un año después. Para Estela dos Santos “sobre el final de su vida sustituyó su criticismo demoledor por el filantropismo.” Dentro de su producción se destacan especialmente sus cuentos, que escribió junto a sus habituales colaboraciones periodísticas. “Cuentos” es el título de una de sus obras póstumas, en la que se recopilaron, además de textos inéditos, gran cantidad de escritos dispersos por periódicos y revistas; fue por iniciativa de su hijo, José María, y de algunos amigos y familiares. La primera edición fue publicada en 1902 con doce cuentos. Los primeros textos con personajes y situaciones contemporáneas al autor: “Singularidades de una chica rubia”, “Un poeta lírico”, “En el molino”, “Civilización” y “José Matías”. Luego los de temática medieval: “Tema para versos”, “El tesoro”, “Fray Genebro”, “El difunto”. Los de carácter bíblico: “Otro amable milagro”, “Un milagro”, “El milagro suave!”. Y por último los de tema mitológico: “Adán y Eva en el Paraíso” y “La Perfección”. Dentro de cada grupo los textos están organizados cronológicamente. “Eça, como todo gran cuentista, crea personajes que se engastan perfectamente en los sucesos o compone situaciones que encajan cabalmente en los personajes o revela la acción recíproca entre los protagonistas y sus circunstancias”, señala uno de sus críticos, Carlos R. Rodríguez. Justamente ese crítico señala que, aunque en su época dominaba “el idealismo del romanticismo literario (…), Eça de Queirós es básicamente un escritor realista, un par de Balzac y Flaubert, de Dickens y Tolstoi, de Ibsen y Pérez Galdós, cuya obra narrativa, como toda literatura en verdad genial, nos lleva a las sinuosidades de la condición humana allende y aquende el tiempo y más allá de singulares geografías”. Eca escribe cuentos fantásticos de tradición medieval como “El difunto”, pero será “Excentricidades de una chica rubia”, considerado como “primer cuento realista publicado en Portugal”, otro de los más representativos de ese autor de estilo “irónico, culto y cargado de significados”. Los cuentos El difunto, El mandarín y Memorias de una horca, pueden leerse en: http://www.sprensalibre.com.ar/index.php?id=3548 La novela La reliquia puede leerse en: http://www.sprensalibre.com.ar/index.php?id=3549 Ir al capítulo 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11/12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 44 45 46 47 48 49 50 51 52 53 54 55 56 57 58 59 60 61 62 63 64 65 66

miércoles, 30 de marzo de 2011

Nuevo ciclo del Programa “Abuelos de Cuento de San Isidro”

Promovido por la Dirección de Cultura de la Comuna, comenzará el martes 5 de abril el ciclo 2011 del Programa “Abuelos de Cuento de San Isidro”. Bajo la consigna “Nunca es tarde para iniciar o recuperar el hábito de compartir libros y cuentos con los chicos; sólo se necesita un poco de tiempo, entusiasmo y ganas”, el Programa propone un acercamiento al universo de la literatura infantil, a través de la narración oral y la lectura en voz alta. La convocatoria a participar del curso de capacitación en narración oral y lectura en voz alta de cuentos para niños está dirigida a todos aquellos mayores de 50 “con intereses culturales, preferentemente lectores, que tengan energía, espíritu joven y tiempo disponible para una tarea de voluntariado cultural”. Asimismo, una condición imprescindible para los aspirantes, es que sientan inclinación y placer por el contacto con los niños y los relatos destinados a la infancia. “Viviendo con entusiasmo y compromiso el rol de abuelos y abuelas “cuentacuentos”, los adultos mayores de nuestra comunidad toman la palabra, recuperando esa función esencial, otorgada en todas las culturas ancestrales a los mayores de la tribu como una señal de experiencia y sabiduría”, explica el comunicado de prensa de la actividad. Y agrega: “Desde este enfoque antropológico de la vejez, el Programa brinda a los interesados distintos niveles de capacitación en literatura infantil y en el arte de contar y leer cuentos a los niños”. Los inicios del programa se remontan al año 2007, con una enorme proyección cultural. La coordinación general del Programa está a cargo de la actriz, narradora, psicóloga social y especialista en animación a la lectura Graciela Deza. Ella es la creadora de los Programas de Lectura en voz alta y narración oral “Dar de Leer” de la Asociación de Protectores de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires (1998-2002) y del Curso Taller para Adultos Mayores del Plan Nacional de Lectura (2000-2001), que llevó a cabo el Ministerio Nacional de Educación en distintas provincias argentinas. Asimismo, Deza dirige la Escuela de la Palabra, que patrocina la Xunta de Galicia en Buenos Aires. Para obtener mayor información los interesados pueden comunicarse de lunes a viernes de 9 a 14 al 4512-3210 o bien escribir a cultura@sanisidro.gov.ar

jueves, 24 de marzo de 2011

El cuento: origen y desarrollo (66) por Roberto Brey

66

Portugal: Literatura en tiempos duros

Como ocurriera en otros países, los desterrados políticos a principios del siglo XIX trajeron a Portugal nuevos aires literarios, y con ellos el romanticismo.

Uno de los que retornaron fue Joao Bautista de Silva Leitao de Almeida Garrett (1799-1854), poeta y dramaturgo, que trajo de Francia el nuevo espíritu y reunió en “Cancionero de romances” las viejas poesías populares anónimas. Considerado como primer poema romántico portugués, escribe luego, “Camoens”, donde evoca la vida del autor de “Los Lusíadas”.

Al decir de Estela dos Santos, Garrett unifica las dos corrientes del romanticismo: “la liberal, comprometida con las luchas políticas de su época, y la conservadora, vuelta hacia lo medieval. En Portugal, ambas corrientes tuvieron un significado militante y no llegaron a contradecirse, puesto que la exaltación del pasado se limitaba siempre al propio país y contribuía a darle conciencia histórica en momentos de profunda crisis.”

En 1826 Garret tuvo que volver a exiliarse, ahora por la dictadura del regente don Miguel, pero participó luego de una expedición libertadora y trabajó en temas de instrucción pública, fue el creador del Conservatorio de Arte Dramático y del Teatro Nacional y escribió varias obras de teatro con referencia a hechos históricos.

Alejandro Herculano (1810-1877), otro liberal desterrado, se destacó en la investigación científica, educativa y literaria y escribió en la revista “El Panorama”. Publicó “Leyendas y narraciones”, producto de sus investigaciones, una “Historia de Portugal” y varias novelas como “Eurico, el presbítero” y “El monje de Cister”. Criticado por tradicionalistas y el clero por denunciar a la Inquisición en Portugal, se recluyó en el campo, donde era visitado por jóvenes escritores.

Uno de los seguidores de Herculano, aunque más vinculado a la novela sentimental, fue Camilo Castelo Branco (1825-1890). “Los misterios de Lisboa” (1854), una novela folletinesca con una clara influencia de Balzac, fue la primera, a la que siguieron: “Amor de perdición” (1862) –considerada su mejor novela-, Cuentos del Miño (1875), retrato realista del ambiente rural en doce volúmenes, o la novela histórica El judío (1866). Destacó también como crítico y polemista (Los críticos del cancionero alegre, 1879) y como autor de algunas sátiras y dramas. Sus últimos días, rodeado de desgracias familiares y una ceguera, lo llevaron al suicidio.

A mitad de siglo
La Revolución francesa de 1848, los socialistas utópicos y los marxistas, influyeron en la creación de cooperativas y sindicatos. En 1873 se creó la Asociación de Trabajadores Portugueses bajo la dirección de José Fontana, mientras el primer ministro Antonio María Fontes impulsó, mediante empréstitos en el extranjero, la realización de obras públicas. Pero no pudo atenuar la miseria, que año a año impulsaba la emigración hacia Brasil.
Hacia fin de siglo finaliza el reinado de don Carlos, en medio de una crisis acentuada por el control de Inglaterra sobre las colonias que le quedaban a Portugal. Le sigue la dictadura de Joao Franco, y finalmente, luego de una férrea oposición de los republicanos, el 5 de octubre de 1910 se proclama la República.

Por entonces, aparece un francotirador: el poeta Joao de Deus (1830-1896), que se ocupó a través de escritos periodísticos y literarios a la promoción de la alfabetización pública y que llegó a editar sus poesías publicadas en diferentes medios. Según Estela dos Santos “es una poesía pura, de extrema sencillez, casi inmaterial por la carencia de temas, riquísima en imágenes, encadenadas unas a otras aunque sin encerrar un sistema de símbolos posibles de desentrañar por la lógica sino dirigidos exclusivamente a lo sentimientos y a las sensaciones.”

En tanto, ya se manifiesta la influencia del realismo y se destacan dos figuras: Antero de Quental (1842-1891) en la poesía y Eca de Queiroz (1845-1900) en la novela.

Antero fundó, en 1860, una asociación universitaria que propugnaba reformas educativas, y luego amplió su actividad hasta desembocar en el socialismo, propugnando una federación republicana entre España y Portugal y llegó a redactar el manifiesto del partido socialista en 1880, aunque luego se separó del partido. Considerado por algunos un místico, en extremo individualista, se retiró de la vida pública, ya había quemado los originales de sus obras y finalmente se suicidó un 11 de septiembre. Todo lo publicado en libros fue rescatado por sus amigos, de cartas y publicaciones periodísticas.

En la mano de Dios

En la mano de Dios, en su mano derecha,
descansó al final mi corazón.
Del palacio encantado de la Ilusión
bajaba paso a paso la escala estrecha.
Como las flores mortales, con que se adorna,
la ignorancia infantil, despojo vano,
depuso del Ideal y de la Pasión
la forma transitoria e imperfecta.
Como niño en lóbrega jornada
que la madre lleva al cuello protegido
y atraviesa, sonriendo vagamente
selvas, mares, arenas del desierto…
duerme o tiene sueño, corazón libre,
duerme en la mano de Dios eternamente.

Antero de Quental

A él lo siguieron poetas panfletarios, con un representante principal, Abilio Manuel Guerra Junqueiro (1850-1925), con todos los vicios y las virtudes del género.

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jueves, 17 de marzo de 2011

El cuento: origen y desarrollo (65) por Roberto Brey

65

Portugal y Brasil

A pesar de formar parte de la península ibérica, los habitantes de Portugal trataron siempre de mantener su autonomía. Desde la época del dominio romano, los ejércitos extranjeros fueron resistidos por los lusitanos, bajo el mando de un legendario campesino-guerrillero llamado Viriato (-139 a de C), considerado el primer héroe de Portugal, aunque también es reconocido en España, ya que el territorio donde tuvo lugar su lucha abarcó buena parte del territorio español. (En el pedestal de la estatua en honor de Viriato, ubicada en la ciudad de Zamora, España, puede leerse la leyenda TERROR ROMANORUM.)

El dominio romano se extendió por cuatro siglos, y a partir de allí los ibéricos sufrieron diversas invasiones, incluidas las musulmanas, que perduraron en la península hasta 1492.

Sería en 1128 cuando Alfonso Henriques declara al condado de Portugal como principado independiente. Pero la lucha continuó contra las tropas de Alfonso VII de León y Castilla, de quien se había independizado, y contra los moros hacia el sur. En 1139 nace oficialmente el Reino de Portugal y su primera dinastía, con Alfonso I de Portugal como rey.
A medida que se fortalecía el reino hasta convertirse en un imperio hacia el siglo XV, se desarrolló la lengua galaico portuguesa, desplazando al gallego.

El gran crecimiento portugués se da hacia los siglos XV y XVI, con un gran poderío naval, que finalmente es interrumpido hacia 1580, con la anexión a España.
Las manifestaciones literarias más reconocidas de esa época datan del siglo XII, cuando se desarrolla la lírica, reunidas en parte, ya más adelante, en diversos cancioneros publicados hacia fines del siglo XIX.

Aquella lírica primera, influenciada por la italiana, fue compendiada en el “Cancionero General” de García de Rezende, en 1516. Luis Vaz de Camoens (1524-1579) y Sa de Miranda (1500?-1558) -éste traería la influencia de Europa-, serían los máximos representantes de la poesía. Y Gil Vicente (1465-1536?), el dramaturgo de la época.

Sin olvidar a los cronistas de las aventuras marítimas imperiales, el propio Camoens llevó una vida aventurera en las colonias de África y Asia durante muchos años; pasó por cárceles, naufragios y batallas, que lo llevaron a escribir en esos días, y luego publicar, en 1572, “Los Lusíadas”, un largo poema de 1.102 estrofas donde volcó la vida de su país en medio del esplendor imperial. Ello le valió el reconocimiento y la inmortalidad, y la recurrente mención de su épico poema en los momentos de dificultad.

El nombre de Os Lusíadas significa "los hijos de Luso". Según la leyenda, los portugueses descienden de Luso, hijo del dios Baco, que conquistó por las armas el territorio que después será Lusitania, o sea, Portugal. La palabra fue creada por el humanista André de Resende, y Camoens la empleó por primera vez en lengua portuguesa. Este nombre colectivo indica claramente que el sujeto épico del poema no es un hombre concreto, como ocurría en el medioevo, sino el pueblo portugués. “Camoens se muestra orgulloso y prueba de ello, son las constantes y reiteradas alusiones a quien es el verdadero protagonista de la obra”, explica Juan F. Molinera Caracuel, uno de los estudiosos de su obra.

Hacia 1694 se descubrió oro en Brasil, lo que sirvió para recuperar en parte el prestigio portugués, una vez perdido el dominio de los mares a manos de Inglaterra, ahora su aliada contra España. Como señala la profesora Estela dos Santos: “Durante medio siglo vivió exclusivamente de la riqueza brasileña en un delirio de lujo y de fe católica, que le hizo construir conventos inmensos y pagar sumas ingentes a la Iglesia para conseguir favores como el título de ‘Fidelísimo’ para el monarca (…) la riqueza engendró la utopía iluminista (…) trajo sabios y profesores del extranjero, reformó los estudios, limitó los poderes de la Inquisición, modernizó la administración estatal.” Todo ello en medio del terremoto de 1755 que destruyó Lisboa, vuelta a levantar rápidamente gracias al oro brasileño.

En esa época aparecieron las academias, y la de Letras: ‘Arcadia Lusitana’, influyó grandemente entre los escritores, que imitaban a los franceses e italianos. Destacados de esa época fueron Antonio Diniz (1731-1799), que vivió diez años en Brasil y resultó influenciado por su paisaje y Barbosa de Bocage (1765-1805), que trató temas amorosos y satíricos que le dieron gran popularidad.

Otro poco de Historia
Como en todos los países a los que llegó, la Revolución francesa también llevó su influjo y sus ideas a Portugal, en este caso a través de comerciantes extranjeros. Claro que nada tenían que ver las ideas de libertad, igualdad y fraternidad, de las que estaba imbuido el pueblo francés y hasta los propios soldados franceses, con el ejército imperial comandado por Napoleón Bonaparte, que pasó de libertador a conquistador, lo que le valió el repudio musical de su gran admirador, Ludwig von Beethoven.

Ante el avance militar francés, en 1807 el rey Juan VI, acompañado por sus riquezas y quince mil acompañantes, y protegido por la flota inglesa, abandonó Portugal para instalarse en Brasil.
Pero el pueblo resistió, y la resistencia popular portuguesa se ligó con la española, hasta que tras la derrota de napoleón en Waterloo, a manos de los ingleses, estos pasaron a dominar Portugal abandonado por sus gobernantes. Hasta 1820 Portugal estuvo gobernado por el general Beresford (personaje que ya había participado en la invasión inglesa a Buenos Aires, fue rescatado por los ingleses y pasó organizar un ejército portugués en Río de Janeiro que luego lucharía contra Artigas). En ese momento, aprovechando el viaje que el general realizó a Brasil, hubo una revolución que expulsó a los ingleses, y una asamblea elaboró la Constitución liberal de 1822.

La vuelta del rey Juan VI llevó a Pedro al mando de Brasil, quien proclamó la independencia de la metrópoli al año siguiente. Ello significó una pérdida de ingresos para Portugal que, obligado a valerse por sí mismo, vivió una fuerte crisis, con un enfrentamiento permanente entre liberales y absolutistas, lo que llevó a la intervención de países extranjeros y a la restauración absolutista hacia mediados de siglo.

Los Lusíades, traducido en verso castellano por el Conde de Cheste puede leerse en: http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/08146185499770562977857/index.htm

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jueves, 10 de marzo de 2011

El cuento: origen y desarrollo (64) por Roberto Brey

64

El matadero

En 1838 Echeverría funda la “Joven Generación Argentina”, donde se reúnen los intelectuales que habían participado del “Salón literario” de Marcos Sastre, que había sido disuelto por Rosas. Allí se leen las “Palabras simbólicas” que se transformarían luego en el “Dogma socialista”. Allí escribe también “El matadero”, aunque sólo sería publicado muchos años después por José María Gutiérrez.

Para el crítico argentino Íber Verdugo (muerto en 1998) se trata de una obra de denuncia de la situación social y política, donde se critica un sistema y se asimila la descripción del horror de un matadero de esa época con la situación del país, y la muerte de las reses a lo que ocurría con los enemigos del régimen rosista. De alguna manera quiso mostrar a la clase culta (que él mismo integraba) sometida a las clases más bajas. Las descripciones son realistas, pero reduce la situación, para nada simple, a una lucha entre el bien y el mal, del héroe romántico frente a la turba ignorante, compuesta por diferentes tipos humanos a los que muestra despreciables. De alguna manera esa figura forma parte del ideal romántico. Pero como también dice Verdugo, es una visión “que mutila en parte la realidad, y en parte la deforma, porque se pone al servicio de un propósito de persuadir, de convencer, con el punto de vista del autor. Es en cierto sentido, literatura de propaganda”.

Manifiesto antirrosista, por supuesto, teniendo en cuenta la postura política de Echeverría, pero también, de acuerdo a su espíritu romántico y liberal, manifiesto contra el poder, como cuando dice: “…el caso es reducir al hombre a una máquina cuyo móvil principal no sea su voluntad sino la de la Iglesia y el gobierno. Quizá llegue el día en que sea prohibido respirar aire libre, pasearse y hasta conversar con un amigo, sin permiso de autoridad competente.”

Pero volvamos al cuento como tal, publicado recién en 1871 por Gutiérrez, quien dice en el prólogo: “Su indignación se manifiesta bajo la forma de la ironía. En una mirada descubre las afinidades que tienen todas las idolatrías, todos los fanatismos, y comienza por las escenas a que dan lugar los ritos cuaresmales, para descender por una pendiente natural que los mismos hechos establecen, hasta los asesinatos oficiales que son la consecuencia del fanatismo político inoculado en conciencias supersticiosas.”

En su “Historia de la literatura americana” (1958), el crítico francés Robert Bazín afirma que “El matadero” “es el primer cuento argentino”. Y agrega: “Echeverría abría el camino al realismo con una obra maestra. Los destazadores, las negras del arrabal, su lenguaje, la pintura de los tormentos del joven y de su muerte, definen un estilo vigoroso, audaz, que no retrocede ante el realismo lingüístico ni ante el realismo pintoresco. Es el camino que más tarde seguirá el cuento argentino.”

¿Por qué Echeverría no publicó “El matadero” junto con sus obras? Algunos creen que debido a la crudeza del relato y a la posible represión rosista, otros estiman que en realidad el escritor no sabía dónde ubicar una obra que, para ese momento, no respondía a los géneros en boga. Recuérdese que recién muchos años después se lo calificó como cuento, pero también se lo señala como relato de costumbres, alegato político, etc. ¿Es romántico o realista? ¿O en realidad está fuera de toda clasificación?

Carlos Mastrángelo (1911-1983), escritor, crítico y recopilador, en un prolijo análisis explicó por qué a su criterio “El matadero” no es un cuento. Él señala que sólo un fragmento puede considerarse ‘cuento’ y que todo lo demás es una mezcla de géneros (por lo menos de acuerdo a los cánones establecidos por autores como Poe u Horacio Quiroga). Y señala específicamente: “El matadero” se inicia “con una dilatada y pintoresca página muy sabrosa y muy bella, pero cuentísticamente fea y superflua.” Luego de referirse a la inundación, la Iglesia, la cuaresma, el gobierno y la Revolución de Mayo (alrededor de seis o siete páginas sobre un total aproximado de veinte), logra con la descripción de los corrales –en palabras de Mastrángelo- “una imagen maestra, reconocida unánimemente por críticos, ensayistas y cuentistas.” Todavía señala varias páginas (donde el episodio del escape del toro también podría considerarse casi como un cuento independiente), para concluir en las últimas seis con el episodio del apresamiento del unitario, que constituiría específicamente un cuento, con la salvedad, según Mastrángelo, del último párrafo (trece líneas), “afeantes e inútiles desde un criterio cuentístico”.

Mastrángelo –un especialista en el género cuento- no desmerece la obra (que se escribe en una época donde todavía no estaba definido plenamente el cuento como género), sino que no le otorga esa definición y lo ve como una mezcla de géneros, un ensayo en preparación o una novela inconclusa. Finalmente habrá que señalar que la definición última corre por cuenta y riesgo de cada lector.

Como síntesis se podría recordar que la poesía romántica de Echeverría se inscribe en lo americano con fuerte influencia europea, pero que se adelanta al romanticismo español. “El matadero” es el antecedente más cercano a un cuento en el sentido moderno y que su influencia intelectual fue muy grande, en particular con “El Dogma socialista” de inspiración sansimoniana, que influye en “Las bases” de Alberdi y en las ideas educativas de Sarmiento (entre otros) y se inscribe –al decir de Fermín Estrella Gutiérrez- en “el primer estudio social serio aparecido en el país”

El matadero de Esteban Echeverría, puede leerse en:
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/echeve/matadero.htm

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miércoles, 9 de marzo de 2011

"Lechero ahogado"

Este relato, "Lechero ahogado", escrito por el lector colaborador Ricardo Creimer, recibió una mención en el concurso literario del sindicato de Luz y Fuerza.

La memoria colectiva del tablón afirma que el apodo de "lechero ahogado" le corresponde al club Tigre y a su hinchada por un accidente fatal ocurrido a orillas del Río de las conchas. El imaginario social retocó ese hecho verídico hasta transformarlo en una leyenda.
Algún periodista deportivo ha intentado sin éxito, contradecir ese origen al sostener que "lechero ahogado" se le llama a la cancha que estaba ubicada en los bañados de la calle Rocha y que a los hinchas del club Juventud de Tigre se los llamaba "los suertudos" o "los lecheros" por haber logrado, como locales, una seguidilla de triunfos sin merecerlo. Se decía que tenían "mucha leche" y, cuando perdía como local, daba pié para que la barra visitante cruzara el puente voceando que habían “ahogado al lechero”. Las dos versiones tienen algo de verdad y algo de fábula. Por eso me animo a relatar un hecho verídico hasta donde mi memoria me es fiel, y ficticio a partir de allí.

Me limitaré a ser lo más fiel posible en contar aquello que viviera a los doce años con la barra de la esquina, rejunte de los chicos del barrio que crecimos juntos.

Yo había nacido con el siglo en pañales y me cansé de jugar en la canchita de la calle Rocha. En aquella época el club "Deportivo Juventud de Tigre" había inaugurado el nuevo estadio y la canchita había quedado para entrenamiento de sus equipos inferiores. Por eso mantenía los arcos reglamentarios y, de vez en cuando, la demarcaban con cal.

En esos tiempos la leche se vendía casa por casa, trasladada desde el tambo en un carro a caballo y guiado por el propio tambero. Mi mamá salía con la lechera en la mano y recibía los dos litros que ponía a hervir inmediatamente.

El lechero no faltaba ni cuando el río estaba crecido y por mas intransitables que estuvieran los senderos. Era un hombre flaco y no muy alto; bien plantado y cincuentón; con el cabello entrecano desde muy joven. Muy metódico, el vasco empezaba y terminaba el reparto siempre a la misma hora. Tan reconocida era su puntualidad que el cura lo había bautizado "ocloc" y con el tiempo, así lo llamaron todos menos la barra de la esquina, que lo llamábamos "vasco", a secas.

Era un tipo cariñoso, dentro de su parquedad y nos avisaba el estado de la cancha y las posibilidades de jugar o no. La lluvia fuerte o la crecida del río eran las dos únicas razones que suspendían los partidos, porque la cancha formaba parte de los terrenos bajos del Delta y se inundaba a todo lo largo. Primero se inundaba el lateral izquierdo, luego la franja central, desde un arco hasta el otro y terminaba cubriendo el lateral derecho.
Jugar en esa cancha, para nosotros, era como jugar en el Maracaná. Y el vasco se autoproclamó nuestro Director Técnico. Pobre vasco. Seguramente era su única diversión.

De vuelta para su tambo, pasaba a la una del medio día por nuestra esquina. Esa asistencia perfecta era una bendición para la barra porque, además de avisarnos el estado del campo de juego, nos llevaba hasta ahí. Había que aguantar el fuerte olor a leche, pero era preferible a tener que caminar. Los cinco de la delantera se sentaban en un estribo raro a media altura entre el piso del carro y la calle y dejaban las piernas colgadas porque era un excelente masaje. Tenía el problema del desgaste desparejo que le provocaba a los talones de las alpargatas, que las desflecaban por atrás en su golpeteo contra el suelo; tanto que mi papá vivió intrigado por adivinar cómo se podía gastar el talón de la alpargata al revés de lo normal que es el desfleque de la puntera. En cambio mamá, mucho más bicha que él, intuía que algo tenía que ver los partidos de fútbol, pero nunca descubrió que el desgaste provenía del "masajeo" que nos hacía la tierra y el empedrado. Al gordo "siete sopas" no lo dejábamos subir. Tenía que ir caminando. No era por su gordura sino porque el zarandeo del carro y el olor a leche le revolvía el estomago y lo hacía vomitar. Después atajaba sin ganas y le metían algunos goles que eran para matarlo.

Siempre había partido; sábados, domingos y feriados. Empezaban a las dos de la tarde, invierno o verano. Allí jugaba la barra hasta que venían los grandes y nos echaban. Pero si no jugaban seguíamos toda la tarde y los partidos terminaban por cifras abultadas. Una sola vez terminó empatado 29 a 29 porque era costumbre que no hubiera empate. Ese día jugamos hasta que ya no se veía nada y terminamos empatados de prepo. Era la noche de año nuevo, se había hecho muy tarde y el gol del desnivel no llegaba. De repente, a eso de las nueve, Pepe tomó la pelota con la mano y gritando "... es tarde... en casa me matan...", y salió carpiendo. A todos nos pasaba lo mismo y nos desbandamos gritándonos las promesas corrientes en año nuevo.

La barra tenía leyes propias para la suspensión de los partidos. La lluvia fuerte no lo suspendía, pero el vasco nos mandaba a casa en cuanto empezaba a chispear. El anegamiento de la cancha sí que lo suspendía y la dábamos por inundada cuando el agua alcanzaba alguno de los postes de cualquiera de los arcos. Si la pelota tocaba el agua, era "ovol".

Alguna vez el vasco nos escucho quejarnos porque había que ir a la escuela el sábado para un acto. Se enojó mucho y nos contó que no había ido a la escuela y que no sabía muy bien qué era un fin de semana o un feriado. Se explayó contando una infancia sin barrio ni potrero. No sabía casi leer ni escribir; apenas le alcanzaba para contar y anotar plata y litros de leche. Nunca disfrutó de un sábado o de diversiones y la remató diciendo entre lágrimas que éramos sus únicos amigos. Contó también, con ojos brillantes y conteniendo el llanto, que él había aprendido a ordeñar "de parado" a los ocho años, sin banquito y sin poder mover el balde lleno.

Nosotros lloramos a moco tendido y nos dimos cuenta que por eso los domingos se quedaba mirando y se animaba a alentar al equipo desde el pescante del carro. Allí se transformaba en Director Técnico. Era un intuitivo que sabía leer los partidos. A mí me hizo jugar de “4” y a Pepe de “10”. No había delantero contrario que yo dejara avanzar, con éxito, por la izquierda. Y Pepe se transformó en un "10" memorable y famoso en todo Tigre. El vasco aplaudía y el caballo relinchaba alentando. Los dos movían la cabeza negativamente cuando había algo que no les gustaba en nuestro juego colectivo.

Un sábado llegó al barrio la noticia. Ocloc se había muerto ahogado. La trajo Simón, el padre de Miguel, que era bombero y había participado en el procedimiento. Para toda la barra, ese velatorio fue una novedad porque era el primero al que fuimos; bañados y peinados. Allí, Simón nos contó que el caballo se espantó con las ramas que traía la corriente, volcando el carro. En vez de salvarse él, y abandonar todo, el vasco había tratado de liberar al mancarrón de los arneses; pero desesperado, el caballo, lo desmayó de un cabezazo. Arrastrado por el agua, el cuerpo del vasco cruzó la cancha dando tumbos hasta más allá del arco, y allí se quedó tendido boca abajo, con la cabeza sumergida y ahogado nomás. El caballo también se murió y quedó, pudriéndose detrás del arco. El olor que largaba hizo que los veteranos, una tarde, antes de jugar, lo incineraran en un gran fuego que echó humo hasta la noche del otro día. El tano Pascual sentenció:

- a eso le llamo yo una fogarara.

La barra disfrutaba cuando el vasco gritaba los goles que hacíamos como si fuera un chico más. Lo propio ocurría cuando veíamos relinchar al caballo y golpear la tierra con las patas delanteras con cada gol. Seguro que lo hacía porque oía gritar al vasco, pero nadie nos sacaba de la cabeza que eran los únicos dos fanáticos de nuestro equipo. Esta creencia dio pié a la leyenda del fantasma del caballo del vasco, que perdura hasta hoy.

Todo empezó un día en que los veteranos terminaron de jugar su partido y nos presionaron diciéndonos que si queríamos usar la canchita había que demarcarla con cal y ceniza. El viejo Cartucho, que vivía ahí nomas, nos dio dos tachos grandes, dos brochas y cal. Allí mismo y mientras preparaba la calada, nos explicó que teníamos que pasar la brocha por encima de las líneas ya existentes y casi borradas. Nos enseñó a espesar la mezcla con un poco de ceniza de montón que había quedado cuando quemaron el caballo. Nos recalcó que pintáramos con más ahínco la línea de gol del arco que daba al recodo del rio, porque se borraba más fácil ya que cualquier inundación, por insignificante que fuera, la afectaba.

Un día en pleno partido, nuestro arquero siete sopas, nos comentó que él no había podido atajar un penal tirado a rastrón por el 11 de ellos. Que algo sobrenatural había pasado, porque algo había rechazado la pelota y no había sido él. Incluso el 11 de ellos que había pateado el penal, se quedo parado rascándose la cabeza y preguntando cómo fue que esa pelota no había entrado. Pirincho, que era nieto de la “manosanta” del lugar, lo atribuyó al espíritu del caballo que, por sus cenizas mezcladas, había quedado sobre la línea de gol. Argumentaba, para reafirmar lo que decía, que en el otro arco no pasaba lo mismo. Y era verdad. Siete sopas agregaba que cuando la pelota venía a media altura, no la paraba nadie; pero de rastrón, “algo la frenaba”. La curiosidad se repitió varias veces hasta que esa ayuda del fantasma del caballo del vasco la empezamos a tomar como algo natural.

Pero volviendo al velatorio, la barra decidió solemnemente llamar a la cancha, desde ese momento, "la cancha del lechero ahogado", en honor al vasco. Y todos quienes jugamos en ella fuimos apodados por los contrarios “los lechero ahogados”. En pocas palabras, nosotros inventamos el apodo y no puedo menos que sonreírme cuando oigo a algún simpatizante de Tigre, gritar “lechero ahogado, viejo y peludo".

Ricardo Creimer

jueves, 3 de marzo de 2011

El cuento: origen y desarrollo (63) por Roberto Brey

63

La poesía popular

Fue por esos años revolucionarios que empezó a surgir, principalmente en el sur de América, una poesía popular, muchas veces no escrita, que en general cantaba a los acontecimientos políticos de entonces.

Un destacado de esta renovación fue el mestizo peruano Mariano Melgar (1791-1815). A pesar de ser su poesía neoclásica, se advierte en Melgar, en opinión de Zanetti, “el tono de confesión personal, sincero, en la poesía erótica (‘A Silvia’). Por otra, en sus famosos ‘Yaravíes’ incorpora un ritmo y una melodía indígena, popular, desusada en la poesía de entonces.”

A Silva (fragmento)

¿Por qué a verte volví, Silvia querida?
¡Ay triste! ¿para qué? ¡Para trocarse
mi dolor en más triste despedida!

Quiere en mi mal mi suerte deleitarse;
me presenta más dulce el bien que pierdo:
¡Ay! ¡Bien que va tan pronto a disiparse!

¡Oh, memoria infeliz! ¡Triste recuerdo!
Te vi… ¡qué gloria! pero ¡dura pena!
Ya sufro el daño de que no hice acuerdo.

Mi amor ansioso, mi fatal cadena,
a ti me trajo con influjo fuerte.
Dije: «Ya soy feliz, mi dicha es plena».

Pero ¡ay! de ti me arranca cruda suerte;
este es mi gran dolor, este es mi duelo;
en verte busqué vida y hallo muerte.

El uruguayo Bartolomé Hidalgo (1788-1822), considerado uno de los mejores ejemplos de poesía popular, también cultivó la poesía neoclásica y el teatro. Pero sobresalió justamente en la utilización de la poesía anónima que se bailaba al son de la guitarra. Él introdujo allí el manifiesto patriótico (al decir de Zanetti) y logró que el auditorio culto trocara en el soldado raso y el campesinado, que hacían propios sus cantos. Hidalgo proclama con orgullo su estilo:

¡Allá va cielo y más cielo,
Cielito de la mañana…
Después de los ruiseñores
Bien puede cantar la rana.”

Para Zanetti “Las metáforas, las comparaciones, la adjetivación surgen del ámbito cotidiano, en lenguaje directo y franco. Se siente la alegría ante la causa elegida. La ironía y el tono juguetón reemplaza aquí a la declamación neoclásica.”

De sus últimos años se rescatan los tres diálogos patrióticos, siempre con el tema de la independencia y de la crítica política y social, con la inserción ya en la gauchesca. Si bien no fue el primero en utilizar la gauchesca (ya existían los antecedentes de Concolorcorvo -Alonso Carrió de la Vandera-, ver Cap. 53, entre otros), sería el antecedente inmediato detrás del que desarrollarían esa temática Ascasubi, Del Campo y José Hernández. Y como bien dice Adolfo Prieto (1928), fue “el primer autor que dejó de lado, con conciencia, las posibilidades expresivas del habla culta, y que buscó un público marginal a los intereses de la literatura que servía a los sectores cultos de la sociedad.”

En este campo es interesante acercarse al cancionero anónimo de las Invasiones Inglesas, que se difundió tanto en Buenos Aires como en Montevideo, y donde se criticaban personajes, actitudes y se exaltaban gestos patrióticos. Versos anónimos debidos al ingenio popular que se recitaban y cantaban alrededor del fogón, en las ruedas gauchescas, donde participaban muchos de los que habían tomado parte de algunas de las batallas contra los ingleses.

(Una estrofa sobre el virrey)
“¿Ves aquel bulto lejano, que se pierde de atrás del monte?
Es la carroza del miedo, con el virrey Sobremonte.
La invasión de los ingleses le dio un susto tan cabal
que buscó guarida lejos para él y su capitán.”

(Otra sobre los adulones de los ingleses)
En Buenos Aires entró
sin hallar oposición
el inglés con un cañón
que en el camino encontró.
Luego que lo disparó,
comerciantes, hacendados,
milicias, frailes, togados,
desde el cayado al bastón
al estruendo del cañón
todos quedan espantados.

Romanticismo en América
Esteban Echeverría
(1805-1851) llega a Buenos Aires en 1830, luego de haber pasado cinco años en París. Él es el difusor del romanticismo francés, adquirido en esa estadía y el máximo innovador de la literatura argentina. Dicen que fue un adolescente rebelde, que su vida disipada contribuyó a la muerte de su madre (sería una culpa que le costaría asimilar). Con pocos años de estudios universitarios llega a Europa y allí – por lo que parece- adquiere una disciplina en el estudio que lo lleva a profundizar en los temas fundamentales de la época. Esos cinco años le dan un conocimiento y una capacidad tal, que cuando vuelve deslumbra: Gutiérrez, Sarmiento, Mitre, Alberdi, se maravillan ante su empuje y sus ideas. “La Asociación de Mayo”, por él creada, parece tomar el modelo de los jóvenes románticos revolucionarios de Francia, Alemania e Italia.
Echeverría empieza a publicar sus poemas en 1834 y en 1837 aparecen sus “Rimas” donde se destaca “La cautiva”:

(“Era la tarde, y la hora
en que el sol la cresta dora
de los Andes. El desierto
inconmensurable, abierto
y misterioso a sus pies
se extiende, triste el semblante,
solitario y taciturno
como el mar cuando un instante
el crepúsculo nocturno,
pone rienda a su altivez.”).

Un verdadero manifiesto donde rinde homenaje a Víctor Hugo, Dante, Manzoni, Byron, Calderón, Lamartine, Petrarca, entre otros.

Para entonces Echeverría es el líder de un movimiento literario que postula allí, al decir de Zanetti: “la naturaleza como modelo del poeta, el principio de la originalidad, la poesía interesada en el fondo más que en la forma y el rechazo de las reglas clásicas.”

Una de las causas probables de la rápida adhesión al romanticismo en Buenos Aires, era el tajante rechazo que los intelectuales sentían por lo español, algo que no se daba de la misma forma en México o en Cuba.

Alrededor de 1837 es cuando Echeverría escribe “El matadero”.

martes, 1 de marzo de 2011

La lectura…


La lectura es un placer, es lo que opina cualquier lector, pero como va a enterarse un chico –o un no-lector– que la lectura es placentera si no lee. Ese problema, de siempre, que solía encontrar su respuesta, no en un desinterés innato del chico sino en la falta de lectores en la familia, actualmente parece hallar la causa en los nuevos medios, y juegos, electrónicos. De la Play Station, a Internet y los juegos en Red, sin descuidar la televisión los chicos ocupan todo su tiempo en tareas que les resultan placenteras y que no les significan un esfuerzo lector.

Sin embargo hoy en día, también, encontramos una mayor variedad de literatura infantil buenísima y al alcance de todos: Graciela Cabal, Javier Villafañe, Laura Devetach, Ricardo Nariño, Emma Wolf. Todos estos autores han producido una “generación” nueva de personajes y aventuras que bastaría que un chico las descubriera para deslumbrarse. Pero si los chicos no sueltan el Joystick del jueguito ¿cómo van a hacer para sostener el libro?

No se lo puede obligar, eso está claro. Que dominen las nuevos medios es positivo. No que conozca las páginas triple equis de Internet, pero sí que sepa, a fuerza de usarla, que Internet es una puerta a una Enciclopedia de dimensiones mundiales, y que, de hecho, para poder aprovecharla bien debe leer bien. Quizás hacerle comprender esto contribuya a acercarlo a la lectura. Repetimos, dijimos quizás porque no hay reglas absolutas.

Un escritor francés (Daniel Pennac), en un libro famoso (Como una novela) unos años atrás (1992) planteó con claridad una pregunta: ¿Dónde encontrar tiempo para leer? Y esto lo lleva a reflexionar que si alguien se plantea esta cuestión es porque lo que falta no es el tiempo para hacerlo, sino el deseo de leer, ya que es un hecho que (casi) nadie tiene tiempo (únicamente) para leer. Ni niños, ni adolescentes, ni mayores. “El tiempo para leer es siempre tiempo robado” robado al diario vivir.

El problema es, entonces, no prohibirles el acceso a los medios electrónicos, sino lograr despertarles ese deseo, y con todas las críticas que se le hagan, el mágico Harry Potter, nos muestra que los chicos, cuando hay una historia que vale la pena y bien presentada, ellos responden leyendo un tomo tras otro. La computadora no puede llevarse a la cama, un libro o una revista sí, el viejo truco de leerles algo todas las noches es indiscutiblemente una manera de despertar el interés del chico, sobre todo si se trasluce el entusiasmo del que lee. Eso es lo único que puede hacerse trasmitirles ese fervor o deslumbramiento por la lectura. Volviendo a otra frase del mismo escritor de antes (Daniel Pennac) de la misma manera que no se puede ordenar a una persona que ame a otra tampoco es posible ordenarle a nadie, y mucho menos a un niño, que lea, y disfrute de ello.

Antes los mayores se quejaban de que los chicos sólo leían historietas, luego de que se pasaban el día frente al televisor, ahora de que Internet o los juegos de computadoras lo vuelven una extensión de la computadora, mañana ¿de que nos quejaremos? Siempre habrá algo que desvíe al chico de la lectura, por la simple razón que la sociedad siempre tiene múltiples ofertas, para todos y de todo tipo. El libro siempre está y estará.

No perdamos la esperanza, los lectores no están en extinción aunque a veces lo parezca. Lo que nos debe quedar en claro es que el camino de la lectura no se puede transitar obligado, es la única conclusión válida.

Luis Alberto García