viernes, 29 de abril de 2011

El cuento: origen y desarrollo (71) por Roberto Brey

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Los rusos del siglo XIX


El poeta Nicolás Alexeyevich Nekrasov (1821-1878) fue escritor, crítico y editor. Sus poemas sobre los campesinos le hicieron ganar la admiración de Dostoievski y lo convirtieron en el héroe de los círculos liberales y radicales de la intelectualidad rusa, representada por Belinski y Nikolai Chernichevski (ver capítulo 21). Nacido en la ciudad de Nemirov (ahora Ucrania), su padre, Alexei, era descendiente de un oficial del ejército de Rusia Imperial. Su madre era una mujer de la nobleza polaca.

Nekrasov creció en la residencia ancestral de su padre, cerca del río Volga, donde pudo observar el trabajo duro de los barqueros y la imagen de la injusticia social. Eso, sumado el comportamiento del padre tiránico (jubilado anticipadamente en el ejército, lo llevaron a grandes borracheras y descargas violentas contra sus campesinos y su esposa), constituyeron experiencias, que acaso determinaron el tema de los poemas sobre la difícil situación de los campesinos rusos y las mujeres.

Justamente su madre jugó un papel fundamental en su desarrollo, y su amor y apoyo ayudó al joven poeta para sobrevivir a la experiencia traumática de su infancia. Con poco interés en los estudios formales, aprovechó que su padre lo enviara a la academia militar en San Petersburgo, para visitar la Universidad de San Petersburgo como estudiante a tiempo parcial, desde 1839 hasta 1841. Eso llevó a su padre a quitarle su apoyo, por lo que tuvo que vivir en condiciones extremas. Luego de fracasar con la publicación de sus primeros poemas, Nekrasov se unió al personal de "Otéchestvennye Zapishi" («Anales de la Patria»), dirigido por el crítico Belinski, y se convirtió en su amigo. Belinski reconoció su talento, y lo ascendió a la posición como editor, desde 1843. Por esa época, uno de los méritos reconocidos de Nekrasov fue haber publicado la primera novela de Dostoievski, “Pobres gentes”. A la muerte de Belinski, Nekrasov continuó con la revista y llegó a escribir y publicar dos novelas.

Pero el mayor éxito de Nekrasov fueron sus poesías. Algunas para niños, como "Abuelo Mazay y las liebres", que sigue siendo uno de los poemas más populares en Rusia. En su primer gran poema “Sasha” y en “La caza del oso”, describe cáusticamente a los intelectuales, su idealismo y sus interminables conflictos con la realidad. “Contemporáneos” es uno de sus poemas satíricos más crítico del sistema imperante en Rusia. Sus obras de la década de 1860, como los poemas populares y poemas para niños, están entre sus mejores obras escritas, como "Hijos de los campesinos" y "El abuelo Frost-la Nariz Roja" (una versión en ruso de Santa Claus).
Gracias al líder de la Revolución Rusa de 1917, V. I. Lenin, se hicieron famosos para la posteridad unos versos tomados de su poema En memoria de Dobroliúbov, que el revolucionario utilizó en 1895 para un epígrafe de un artículo suyo sobre Federico Engels.

¡Qué antorcha de la razón se ha apagado!
¡Qué gran corazón ha dejado de latir!


Entre sus otras obras importantes se citan sus poemas: "Las mujeres de Rusia", escrita en 1871-1872, y “¿Quién es feliz en Rusia?” (1863-1876). El primero está dedicado a una mujer noble, Volkonskaya, enamorada de su marido, cuya escena final es una de las más conmovedoras y poéticas escenas de la literatura rusa. El otro cuenta la historia de siete campesinos que salieron a preguntar a la población rural si son felices, y se convierte en un cuadro épico de los sufrimientos del pueblo.

A pesar de los hechos trágicos y siniestros que se desprendían de sus versos, Nekrasov nunca manifestó el nihilismo del que fue acusado Gogol, tal es así que este último poema concluye con una altiva muestra de optimismo:

Se alza una innúmera hueste,
Su fuerza será invencible.



Una multitud lo despidió a su muerte en 1878, entre ellos Dostoievski, quien lo consideraba el poeta más grande desde Pushkin. Seguramente muchos recordaron su posición ante la vida con las palabras del poeta, en aquellos versos mencionados, y cuando decía: “Quien vive sin pena y sin ira no siente amor por su patria”. Pena por el sufrimiento del pueblo, ira por el régimen dictatorial, era el sentimiento profundo de Nekrasov.

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jueves, 21 de abril de 2011

El cuento: origen y desarrollo (70) por Roberto Brey


Alejandro II
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Volvemos a los rusos pasada la mitad del siglo XIX

Pudimos ver, con cierto detalle, a Pushkin, Gogol y Turguénev que, a principio de siglo dentro de su producción literaria monumental, pudieron establecer al cuento como una categoría específica y darle un formato que influyó en el resto de los escritores contemporáneos y posteriores, no sólo en su país y en Europa, sino en el resto del mundo.

Recordemos que en esa época, en pleno desarrollo la revolución industrial, los grandes avances tecnológicos y el crecimiento de la alfabetización permitieron la difusión y el conocimiento de la obra de los grandes literatos, y que la producción editorial fue facilitándose sin cesar hasta alcanzar un verdadero furor hacia fin del siglo XIX.

Si el absolutismo y la dictadura fueron característicos del gobierno de Alejandro I (1801-1825), el reinado autocrático y centralista lo fue para Nicolás I (1825-1855). Aquel, que llevó sus tropas hasta París, logró ubicar a Rusia entre las naciones imperiales más importantes. Pero Nicolás, además despreciaba a los intelectuales y, tal vez como consecuencia, estos fueron los mayores adversarios del despótico régimen, que todavía no había abolido la servidumbre como el resto de Europa. El imperio les pagó vigilándolos, deteniéndolos, prohibiendo hasta el estudio de la filosofía en la Universidad.

En su inútil intento de impedir la difusión de las ideas de la Revolución Francesa, restableció la policía secreta, reprimió toda libertad de expresión y creó campos militares de deportación en Siberia.


Fracasó también en su política económica, pues se endeudó en el exterior, y tuvo que hacer frente a las revueltas campesinas que estallaban espontáneamente todos los años a causa de la miseria y el hambre.

Atrás había quedado la grandeza de la guerra contra Napoleón, y la participación (en alianza con Austria) en la guerra de Crimea, primero contra Turquía y después contra Francia e Inglaterra que fueron en su ayuda, marcaron un límite. La pérdida de la batalla de Sebastopol en 1855, y la consecuente derrota en la guerra, al tiempo que se produce la muerte del zar y la asunción de su hijo, Alejandro II, tan autocrático pero más tolerante que su padre, marca el inicio de reformas. Tibias, menores, pero implicaron en 1861 la abolición de la servidumbre y trajeron algo de alivio a las masas campesinas, aunque los reales beneficios de ellas fueron para los grandes terratenientes.


Alejandro aflojó la censura y el control de los intelectuales, algo que no impidió el crecimiento de los naródniki (“amigos del pueblo”), socialistas que trabajaban entre los campesinos, procurando su liberación total.


Grabado sobre un atentado fallido contra el zar en 1868.

La represión zarista fue acentuándose, al igual que la resistencia, y pronto se generalizó otra vez la lucha social. Entre los opositores al régimen había grupos liberales, más o menos radicales, anarquistas, y otros que propugnaban el asesinato de funcionarios y gobernantes como una forma de lucha. La violencia fue creciendo, con actos terroristas resonantes, donde se intentó matar al jefe de policía y al zar, hasta que un último ataque, en 1881, logró la muerte de Alejandro II. Lo reemplazó su hijo, Alejandro III, quien gobernó hasta 1894, con los métodos represivos más duros, como su abuelo Nicolás II. Tal es así que revivió la máxima de "Autocracia, Ortodoxia y Espíritu popular" de Nicolás I. Reconocido eslavófilo, Alejandro III creía que Rusia se salvaría del caos solo aislándola de las influencias subversivas (por ejemplo del socialismo) de la Europa Occidental.

En el reinado de Alejandro III Rusia concluyó la unión con Francia republicana. La industria rusa comenzó a crecer con los créditos de los bancos franceses. El desarrollo del capitalismo generó el crecimiento (como en toda Europa) de una nueva clase social: el proletariado, sin mejorar a la mayor parte del campesinado.



En ese clima vivieron y produjeron sus obras, todavía Turgueniev (1818-1883), al que ya se mencionó en el capítulo 23; Nekrasov (1821-1878); Ostrovski (1823-1886); Saltikov-Schedrin (1826-1889); Goncharov (1812-1891); Korolenko (1853-1921); los más famosos y reconocidos Dostoievski (1821-1881) y Tolstoi (1828-1910), y fundamentalmente después Antón Chejov (1860-1904), uno de los principales referentes a la hora de hablar de la evolución del cuento. Salvo Korolenko, ninguno de estos escritores, que consiguieron retratar las características fundamentales de su sociedad y el pensamiento y el sentir de su época, llegó a ver los cambios profundos que se produjeron en Rusia luego de la revolución de 1917, aunque, de alguna manera, permitieron explicar después muchas de sus motivaciones y las características principales de los sectores sociales que participaron en ella desde diferentes lugares.

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viernes, 15 de abril de 2011

El cuento: origen y desarrollo (69) por Roberto Brey

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Brasil

Literatura de la independencia

El primer romántico definido sería Domingos José Goncalves de Magalhaes (1811-1882). Viajero por Europa, conoce a Esteban Echeverría y, como él al Río de la Plata, lleva las ideas del romanticismo al Brasil. Fundó una revista, “Niteroi”, en París (1836), donde escribe sus primeros poemas, “Suspiros poéticos y saudades” (1836). Sus obras no conforman demasiado a la literatura, pero instala una corriente renovadora y promueve el indianismo (esa visión romántica y feliz, diferente al indigenismo). Algo similar ocurrió con Manuel de Araújo Porto Alegre (1806-1879), que escribe “Brasilianas” (1863) con sus poemas juveniles, y “Colombo” (1866), un poema épico, entre otras obras. También estuvo en Europa, realizó una labor periodística como casi todos los escritores de la época y fue uno de los fundadores de “Niteroi”.

Pero el considerado primer romántico fue Antonio Goncalves Días (1823-1864), de ascendencia mestiza, con sus “Primeros cantos” (1846), de poesía religiosa e indianista, con estudios en Portugal y firme contacto con los románticos portugueses, su acercamiento a los indios (vistos en forma ideal como paladines de la caballerosidad, la intrepidez y el amor), le permitió escribir un “Diccionario de la lengua tupí” y el “Vocabulario de la lengua franca del Alto Amazonas”. En su poema “Tabira”, muestra la lucha desigual de los indios contra los portugueses, tema que vuelve a repetir en otras obras. En la novela se destacó Joaquín Manuel de Macedo (1820-1882), comparado con Dickens en Brasil. Su obra más conocida es “La morenita” (1844), y entre otras: “Los dos amores”, “El forastero” y “Vicentina”. Para Estela dos Santos, su narrativa “es la pintura realista del modo de vivir de los círculos pequeño burgueses, pues el mundo íntimo y la psicología de los personajes son inauténticos, cortados todos por un mismo molde”.

Otro de los destacados fue José de Alentar (1829-1877), quien se caracterizó “por no supeditar la verdad a la amenidad, por introducir el paisaje en grandes descripciones y por poseer un estilo nervioso, vibrante, de eficaz plasticidad y colorido”, según opina Estela do Santos. Uno de los continuadores de esa corriente sería Bernardo de Guimaraes (1827-1885), que instauró el “sertanismo” (ver “serton” más abajo) en la prosa, con sus novelas “La esclava Isaura” (1875), sobre el tema de la esclavitud; “Mauricio” (1877), sobre la vida de los troperos y “El buscador de diamantes” (1872), entre otras. Alfredo d’Escragnolle vizconde de Taunay (1843-1899) fue autor de una novela sentimental, “Inocencia” (1872), con personajes y paisajes idealizados del sertón (una vasta región semiárida del nordeste brasileño, caracterizada por la pobreza de su población y la particularidad de sus personajes que dieron lugar a grandes obras de la literatura).

Otra variante significó Manuel Antonio Alvarez de Acevedo (1831-1852). Se lo considera el Lord Byron brasileño y en parte seguidor del pesimismo del italiano Leopardi (ver capítulo 49). Su actitud despreciativa y sus poesías líricas extremas, tuvieron gran repercusión en su época y llegó a escribir una serie de cuentos, “Noche de Taberna”, en 1855. Hasta mediados de siglo predominó el folletín, el romanticismo sentimental, pero habría que esperar todavía unos años para que se generan obras de otras características, más acordes con el realismo que empieza a predominar en América.

Si yo muriese mañana (Alvarez de Acevedo)

Si muriese mañana, vería al menos / cerrar mis ojos mi afligida hermana;/ mi madre de saudades moriría / si muriese mañana. /

/ iCuánta gloria presiento en mi futuro!/ iQué alba de porvenir y qué mañana! / Perdería llorando esas coronas / si muriese mañana. /

/ iQué sol! iQué cielo azul! iQué dulce del alba / despierta la natura más lozana! No latiera ese amor dentro del pecho/ si muriese mañana./

/ Pero el dolor de la vida que devora / esas ansias de gloria, el doliente afán... / Ese dolor se callaría al menos / si muriese mañana.

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martes, 12 de abril de 2011

ELOGIO DE LA LITERATURA EN TIEMPOS DE INTERNET

¿Cómo hacíamos entonces?
Por Mempo Giardinelli

Después de la corredera de artículos acerca de la presencia inminente del Maestro Vargas Llosa en Buenos Aires, que alcanzó un inusitado rating mediático, la pregunta que personalmente me quedó flotando es: ¿cómo hacíamos antes, hace 30 años, para escribir estas cosas? ¿Para argumentar, cuestionar, debatir con idas y vueltas tan veloces? Claro, la duda no tiene que ver con el Nobel peruano, ni con la Feria ni la libertad de expresión. Sí tiene todo que ver, en cambio, con los procesos escriturales tan veloces de nuestros días. Esta revolución expresiva que nos permite discutir, responder, aclarar y reargumentar en cuestión de horas y tanto en diarios como en blogs o redes sociales como las que están de moda y las que vendrán.

Me surge esta reflexión porque, ordenando archivos como vengo haciendo para mi blog personal, de pronto veo ante mí las más de dos mil páginas mecanografiadas del primer original de mi novela Santo Oficio de la Memoria. Y tengo, en cajas de cartón y más o menos ordenadas, centenares de cartas manuscritas o mecanografiadas, que me llegaban en sobres matasellados desde diversos países. Buena parte de la literatura argentina de hace cuarenta, treinta o veinte años firmó esas cartas que demoraban semanas, meses incluso, en llegar a destino.

Acaso alcancé la edad de abrir cajas y cajones, pero el reencuentro con carpetas y archivos de hace sólo veinte años incluye tarjetas postales con estampillas atrás junto a saludos o comentarios veloces e intensos, esquelas, invitaciones, saludos navideños y también originales de cuentos y artículos que empiezan a amarillearse y que están cubiertos de tachones, enmiendas con birome, borroneos, copias al carbónico y otras antiguallas.

La pregunta que me tiene azorado –y que descuento se harán los lectores–es: ¿cómo hacíamos? Pero no estoy diciendo, ojo, cómo hacíamos cuando no había redes sociales virtuales. La verdad es que eso me parece menos interesante, porque al fin y al cabo la inmensa, gigantesca mayoría de lo que se intercambia en el féisbuk, el tuíter y otras redes son una masa textual descartable. Lo que me maravilla es recordar cómo lo hacíamos, con tenacidad de hormiga y paciencia de ajedrecista. Uno tenía que corregir con birome o lápiz, leer al sesgo y en las glosas, retroceder cientos de páginas, reescribir capítulos enteros página tras otra. Algunos podían contratar un asistente, una secretaria o le daban borradores a dactilógrafos para que “los pasaran”. Y algunos dictaban, ya en la “modernidad” de las grabadoras.

¿Cómo hacíamos? Escribir una novela era algo tremendo, un capolavoro por el trabajo que daba, por los años que podía demandar, por la constancia que imponía, por todo lo que debíamos leer a la par. Una tesis de maestría, o una doctoral, llevaban años y cuando el director te corregía tenías que pasarla toda de nuevo. Capítulos enteros vueltos a tipear. Era una locura. Ha de ser por eso que hoy fastidia un poco –a mí me sucede– ver la facilidad con que cualquiera redacta una novela, cualquiera se siente poeta si escribe “cortito y hacia abajo”, como decía Ike Blaisten. Y así siguiendo. En el imperio actual del “copy” y “paste” cualquiera es ensayista, periodista, narrador y parece tan fácil sentirse Cervantes o Borges que asusta.

Pero entonces, la pregunta correcta no es solamente “cómo hacíamos”, sino también, y mejor, ¿qué es lo que da valor a un texto? ¿Y cómo hacemos para que la literatura sea eso, literatura, y no simple texto escrito? ¿Cómo valoramos una historia, una prosa, una poética, para que sigan siendo referencia, hito, cultura en movimiento? ¿Cómo hacemos para que lo que en esencia es elitista –la creación lo es– siga siendo faro que se opone a popularizaciones ramplonas que degradan el buen gusto de las sociedades, y no recorte sectario de grupitos o iluminados? La única respuesta que encuentro, y la única que me sosiega, es seguir escribiendo con los ojos puestos en la Gran Literatura Universal, leyéndola, conociéndola, amándola y respetándola. Y claro, haciendo docencia para que los que llegan, los nuevos, los que vendrán también lean y respeten, y entiendan ese magisterio como el camino del Arte, el único seguro, el único de calidad, el que sostiene el techo del mundo.

Por eso combatir las reglas del mercado –para un intelectual– es un imperativo. Por eso, bienvenidos sean los Casciari y otros pocos audaces innovadores que hay en la Web. La consigna sería, entonces, escribir significativamente, con calidad no sólo argumental y expositiva, sino también con claridad y perfección. Usando todos los recursos de nuestra lengua, que es preciosa.

Sólo así la literatura seguirá teniendo sentido. Yo me declaro optimista porque sé que no todo es “copy”-“paste” ni alcanza con la extraordinaria facilidad que hoy recorre el mundo como un nuevo fantasma. Todavía tienen sentido el mucho pensar, el esfuerzo, el conocimiento, la lectura interminable y la meditación. Y ni se diga el talento, que es lo único que no se consigue por más tecnología y voluntad que se ponga.

Yo quería decir esto, nomás, como para celebrar las fantásticas posibilidades de este tiempo revolucionario, cierto, pero recordando que la calidad literaria, siempre, empieza por casa y es un trabajo duro, largo, íntimo.

jueves, 7 de abril de 2011

El cuento: origen y desarrollo (68) por Roberto Brey

68


Brasil


Sobre tres millones y medio de habitantes, dos millones eran esclavos negros, a comienzos del siglo XIX. Más allá del lenguaje tal vez esa haya sido una de las principales diferencias con el resto de la América Hispana, junto al traslado de la corte portuguesa y la constitución de una monarquía sin antecedentes en América.


Como en todo el continente, la colonización fue resistida (y sofocada esa resistencia a sangre y fuego), no sólo por quienes vivían en América antes de la llegada de los europeos, sino que también se rebelaron quienes defendieron sus propios intereses frente al poder central. Las más notorias fueron la de Villa Rica encabezada por Felipe dos Santos en 1720 y la sublevación de Tiradentes en 1789. Pero la primera, y tal vez una de las más emblemáticas fue la de Palmares, encabezada al final por el mítico Zumbí (1655-1695)



Palmares era un grupo de quilombos (el lugar donde se refugiaban los esclavos negros que huían de sus amos y, como dice la historiadora Beatriz Nacimiento, "un lugar donde la libertad era practicada, donde los lazos étnicos y ancestrales eran revigorizados"). La Confederación de Palmares nació en 1596, cuando un grupo de unos 40 esclavos negros, tras una sangrienta rebelión en un ingenio azucarero, se refugiaron en la sierra de la Barriga (en el actual estado de Alagoas), y crearon allí las bases de un "estado libre" en el corazón del Brasil colonial. Se trataba de una gran fortificación, con aproximadamente 6 kilómetros de diámetro, con más o menos 800 metros de altitud. Llegó a tener cerca de 30 mil habitantes, y con un sistema colectivo de trabajo, subsistía gracias al cultivo de maíz, frijoles, yuca, banano y caña de azúcar, entre otros productos. La organización permitió con el tiempo la fabricación de herramientas para la agricultura y la guerra en metal, y objetos artísticos y utilitarios en cerámica y madera. Situado en tierras muy fértiles comparadas con su entorno, la sociedad estaba dividida en campesinos, artesanos, guerreros y funcionarios, con un grado de libertad e igualdad que contrastaba notoriamente con la situación de esclavitud imperante en el resto de las poblaciones y latifundios que lo rodeaban. Claro que la clase dominante de la época procuró durante años derrotar militarmente al intento libertario, sin conseguirlo, y a partir de 1676 los ataques se hicieron más cruentos, obligando a su líder, Ganga-Zumba, a llegar a un Acuerdo de Paz con el gobierno colonial, en 1678. Zumba recibió tierras para él y sus seguidores y fue nombrado oficial del Ejército. Pero los negros empezaron a ver restringidas sus libertades y no faltó quien acusara de blandura y hasta de traición a su líder. Por entonces un sobrino suyo, Zumbí, nacido en el quilombo, pero secuestrado por los portugueses, logró escapar y volver a Palmares en 1670, cuando tenía quince años. Sería él quien retomara la lucha contra el poder colonial, a la muerte de su tío, e iniciará una rebelión que amenazó con extenderse por todo Brasil, cuando avanzó con su ejército por las plantaciones, liberando esclavos e incitando a los negros a luchar por su libertad. Finalmente, en 1693 los colonialistas organizaron un ejército de más de 8.000 hombres, con armamento moderno y cañones. Los rebeldes se defendieron con una guerra de guerrillas, mientras se fortalecían en lo alto de la sierra de Barriga, pero fueron finalmente derrotados y Zumbi, herido, fue considerado muerto. Sin embargo, Zumbí logró sobrevivir, y reanudó la lucha, hasta que fue asesinado a manos de uno de sus seguidores comprado por el ejército colonial. Degollado por el militar que comandaba la operación, Furtado de Mendonça, su cabeza fue llevada a Recife, para ser expuesta en la plaza pública. Fue un 20 de noviembre 1695, fecha hoy recordada en Brasil como el "Día Nacional de la Conciencia Negra".


El que Portugal, influenciado tan fuertemente por Inglaterra, trasladara su gobierno a Brasil, abandonando su territorio al ejército napoleónico en 1808, significó un alivio para la clase dirigente brasileña, ya que se atenúa la sujeción colonial, y aprovecha a los intelectuales y científicos que llegaron junto con la Corte; se caen las barreras aduaneras y pasa a tratar directamente con Inglaterra. Claro que esa liberalidad no se extiende a los esclavos y a los explotados criollos.


Al volver el monarca a Portugal tras la caída de Napoleón, queda su hijo Pedro a cargo de la colonia, quien se corona como Emperador independiente el 12 de octubre de 1822. La Argentina y Brasil concluyeron su disputa por la Banda Oriental con la independencia de este territorio en 1828. En 1840, a los 15 años de edad, fue proclamado Pedro II, con un mandato que llegó hasta 1889.


Educado en el enciclopedismo, alentó las actividades científicas y culturales, y logró mantener cierto equilibrio entre los dos partidos enfrentados: liberales y conservadores. Su gobierno pasó por el enfrentamiento con Argentina aliándose a Urquiza contra Rosas, y por la guerra contra el Paraguay (1864-1870). Fue políglota, estudioso de idiomas, como el árabe, el hebreo, el sánscrito y el guaraní, impulsor de las artes, creador de diversas escuelas y academias, hizo varios viajes a Europa, donde mantuvo contactos con los escritores y sabios más destacados.


Finalmente, el movimiento republicano del 15 de noviembre 1889 lo depuso, y fue desterrado por la revolución encabezada por el mariscal Deodoro da Fonseca. Murió en París en 1891. Por entonces, en lo económico dominaba la estructura agro exportadora, basada en el monocultivo del café.


Ese influjo intelectual portugués hace que se formen academias literarias en Brasil, con escritores que inician la temática indianista. José Basilio da Gama (1740-1795), Fray José de Santa Rita Durao (1720?-1784) y Tomás Antonio Gonzaga (1744-1810), son los poetas más destacados; y este último logra la mayor popularidad y es desterrado hacia el fin de su vida por su participación en la sublevación de Tiradentes.



martes, 5 de abril de 2011

Talleres Literarios en la Zona Norte

Ana Bisignani (4794-2479) comenzó con los Talleres Literarios en la Zona Norte en 1979, sin lugar a dudas, uno de los inaugurales. En esa época, recuerda, dio a publicidad ese emprendimiento como Café Literario. Junto a otra escritora y amiga decidieron que, en esas reuniones grupales, comenzarían por los libros religiosos más conocidos, luego tomarían a los griegos y así, sucesivamente, hasta llegar a los más recientes. Desde luego, el tiempo escaso con el que contaban, les permitió ver la dificultad que se les presentaría por la cantidad y calidad de cada época. De modo que, más adelante, Ana decidió trabajar con cuadros sinópticos, además comparaba la literatura con la época histórica en que se producía. Llevó a cabo un arduo trabajo de juventud con muchos deseos de transmitir, con rigor cronológico, aquellos libros que había disfrutado mientras estudiaba. Fueron sus propios alumnos de esos días, los que comenzaron a pedirle que les corrigiese tal cual escrito que se habían atrevido a realizar. Debió habilitar otro curso donde comenzar con ese adiestramiento y la necesaria corrección. Sus primeros cuentos publicados en La Nación, actuaron como disparador ante su alumnado. Encontró en esa disciplina, más pedagógica aún, un lugar de privilegio. Aquellos seguidores la llevaron hacia un camino que sigue desarrollando desde hace treinta y dos años en los que ha tenido la suerte de conocer magníficos escritores a los que guió pero que, a su vez, la fueron nutriendo, cosa que menciona siempre que se le presenta la oportunidad. anabisignani@gmail.com anabisignani@yahoo.com.ar www.anabisignanicampos.com.ar