lunes, 19 de julio de 2010

El cuento: origen y desarrollo (34) por Roberto Brey

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En las islas británicas

Bien podría pensarse que los cuentistas ingleses o británicos son anteriores a los norteamericanos, pero en esta reseña las cosas no son como parecen: empezamos con el origen más antiguo, y seguimos con un norteamericano, Edgar Allan Poe, porque en él sintetizamos el origen del cuento moderno. Con los franceses continuamos esa línea, siempre en los comienzos y mediados del siglo XIX y con los rusos le dimos forma al cuento más estilizado, con el inicio del realismo que se va consolidando a medida que se desarrolla el siglo.
Con los norteamericanos volvemos a los orígenes (y a las fuentes) de Poe, pero empezamos a ver la influencia francesa y rusa en ese formato cuentístico que va perfeccionándose con el siglo.

Aunque algunos autores mencionados trascienden al siglo XX, dejamos para más adelante a los escritores que se iniciaron a fines siglo XIX y consolidaron el género a principios del XX. Por eso tenemos que ir volviendo en cada país hacia atrás (por lo menos en aquellos que aportaron algo al cuento, ya sea en temas, autores o variantes, siempre de acuerdo al criterio de quien esto escribe). Por ejemplo, por ahora hemos dejado a los autores latinoamericanos, aunque algunos consideran el primer cuento del Río de la Plata a “El matadero” de Esteban Echeverría, que es bastante anterior a algunos de los que hemos visto (alrededor de 1835), aunque también es cierto que debería ser editado para considerarlo un cuento…pero ya volveremos a él.

Por eso, para hablar de los ingleses volvemos a los orígenes, cuando todavía prevalecía un novelista, por ejemplo, como Walter Scott, que tuvo gran influencia sobre sus contemporáneos y coterráneos, pero también sobre los que le sucedieron en diferentes lugares del mundo.

¿Hasta dónde podemos inferir que el cuento inglés incidió en el resto del mundo? O por lo menos ¿en qué escritores? Muchos podrán decir, con toda razón, que si del cuento se trata, tal vez sea mayor la influencia de los mismos norteamericanos, además de rusos y franceses, sobre el desarrollo del relato corto en Gran Bretaña, que al revés.

Tal vez la insularidad, el predominio de la iglesia católica durante varios siglos, proveyeron a las islas de algunas características especiales. Claro que esas características habrán tenido que ver en cierto deseo de autonomía, manifestado de diversos modos, en particular en la independencia eclesiástica, que se vio reflejada en las permanentes crisis producidas durante los siglos XII y XIII, hasta la ruptura total a mediados de 1500. Esas características determinaron que las frecuentes crisis internas nunca germinaran en separaciones, sino que Inglaterra fue logrando cierta unidad interna, que fue culminando con el desarrollo de la manufactura y con el abandono de las prácticas medievales. Tampoco contribuyó al desarrollo de la literatura la influencia que el latín y el francés habían ejercido sobre Inglaterra, que recién al final del siglo XIV logra afianzar una lengua propia.

Tal como se señaló al comienzo de esta reseña, el fruto más acabado de la literatura corta inglesa fue Geoffrey Chaucer (1340-1400) (ver capítulo 3). Era época de profundos cambios en toda Europa, donde tuvo algo que ver la nefasta “peste negra”, que significó la desaparición en pocos años de un cuarto de la población europea.

Fracasos militares en Europa continental, rebeliones campesinas, un permanente estado de subversión, represión, persecuciones, fueron característicos del siglo XIV, y no menos lo fue el siguiente, con nuevas derrotas militares en el continente, con su consecuente lucha interna, hasta la caída de Ricardo III. Recién con los reinados de Enrique VII y VIII, con el descubrimiento y conquista de América, con nuevos aires y posibilidades que abría el naciente imperialismo colonial, empezaron a aparecer manifestaciones culturales más complejas.
Fue durante el período isabelino cuando se consolida el desarrollo de Inglaterra, como gran potencia, a partir del dominio de los mares.

Chaucer se puede considerar la figura excluyente en lo que hace al relato corto de la época, aunque existen otros intelectuales, como Tomas Moro (1478-1535), que había escrito poemas y prosa, dentro de los que se destacaron su famosa “Utopía” y su “Historia de Ricardo III”. Se destacan luego la dramaturgia, encabezada por William Shakespeare (1564-1616), al que le seguirá la prosa de Francis Bacon (1561-1626) considerado junto al francés Montaigne, el primer ensayista de la era moderna. Todo ello en medio de profundas transformaciones dentro de la lengua inglesa.

Como distingue Virginia Erhart en el célebre prólogo de “El cuento inglés” editado por el Cedal, se producen obras cortas en dos formatos característicos, uno (el tale) “tiende a centrarse en el encadenamiento de acciones”, que ejemplifica con los “Canterbury Tales” de Chaucer, y que fue languideciendo, como actividad marginal de novelistas y ensayistas. El otro (que denomina short story), “rica en vericuetos y compleja en el tratamiento psicológico de los episodios”, recién aparecerá con fuerza a fines del siglo XIX.

A esta altura, ya hemos visto la fortaleza adquirida por el cuento norteamericano (previo a Henry James), el ruso (Pushkin y Gogol) y el francés que hemos analizado. También es posterior al cuento romántico alemán, que no se alcanzó a ver todavía.

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