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Mark Twain:
Obras y Palabras
En la época de Mark Twain, el norteamericano era considerado como un vándalo por los europeos. Por eso en una conferencia, el escritor dice:
“Si hay alguna moraleja en esta conferencia es una invitación a todos los vándalos para que viajen. Me alegra que el vándalo norteamericano vaya al extranjero. Esto le hace bien. Lo transforma en un hombre mejor. Borra una cantidad de viejos e innecesarios prejuicios y desviaciones. El contacto con individuos de diferentes países y diversos credos le enseña que existen otros pueblos en el mundo, además de su pequeño círculo propio, y otras opiniones, tan dignas de atención y respeto como la suya. Mis oyentes nunca vieron en el curso de sus vidas a un hombre extraordinariamente mezquino, fanático, testarudo, intolerante y vanidoso; sin embargo, ese hombre se ha aferrado a su sitio desde que nació y piensa que Dios creó el mundo, la dispepsia y la bilis para su especial comodidad y satisfacción.”
El realismo coloquial de Mark Twain marca toda una línea literaria, que lo diferencia del otro estilo, más elaborado y ambiguo que encabeza Henry James.
Si bien Mark Twain se caracteriza en particular por sus novelas: “Tom Swayer” y “Huckleberry”, “Príncipe y Mendigo” y tantas otras que le dieron justa fama y popularidad hasta hoy, en sus cuentos, desde “La rana saltarina” se vislumbra el talento del escritor, y su estilo es el que utilizaría en sus otras obras.
“La célebre rana saltarina del distrito de Calaveras” (1865), “Los inocentes en el extranjero” (1869), libro de viajes satírico, y “Pasando fatigas” (1872), relatos de la dura vida en el lejano oeste, son algunos, y en ellos se observa su ironía, su profundo sentido del humor y la capacidad de reírse de sus propias desventuras.
Todos ellos revelan el entusiasmo por un tipo de vida en la frontera, tratados con humor y una sátira que lo diferencia de Henry James que en el choque entre “dos mundos” ve un drama intrincado y sutil, propio de su refinamiento literario.
Más adelante, las aventuras de Tom Swayer lo llevarán a la cumbre de la novela en relatos que marcarán las diferencias entre el Norte y el Sur, entre la civilización y el Oeste bárbaro, en los límites que marcaba el río Misisipi.
El mayor dominio de la técnica y la escritura, Mark Twain, fracasado constante en sus negocios, debe utilizarlos como una forma de conseguir dinero, con muchos cuentos que desbordan ingenio y humor, más que cualquier otra cosa, como “Narraciones humorísticas” (1892) y “El billete de un millón de libras” (1893), entre otras.
En la última época, puso mayor empeño en la crítica social, donde se destacan el egoísmo y la avaricia como un mal en crecimiento en su país. “El corruptor de Hadleyburg” (1899) es uno, donde con la sátira más cruda, muestra un pueblo honesto en apariencia, que se convierte en "mezquino, avaro, duro", por la gracia del pecado (el dinero) que lo corrompe hasta la degradación. Allí no está la sutileza de un Melville, un James o un Hawthorne, pero sí está la presencia del pecado, contado con toda sencillez, para ser comprendido sin duda alguna por su amplio público; al decir del crítico Joseph Club: “con la claridad y la eficacia de un mensaje publicitario”.
Una muestra de su ironía puede leerse en las frases más conocidas de Twain:
“Un hombre con una idea nueva es un loco hasta que la idea triunfa.”
“Es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido que abrirla y disipar la duda.”
“Cuando era más joven podía recordar todo, hubiera sucedido o no.”
“Si dices la verdad, no tendrás que acordarte de nada.”
“Cada vez que se encuentre usted del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y reflexionar”“La mejor manera de alegrarte es intentar alegrar a alguien.”
“Recogéis a un perro que anda muerto de hambre, lo engordas y no os morderá. Esa es la diferencia más notable entre un perro y un hombre.”
“Suelen hacer falta tres semanas para preparar un discurso improvisado.”“El invierno más frío que he pasado fue un verano en San Francisco”.
O en aquella anécdota que relata Rudyard Kipling en su famosa entrevista, cuando Twain le cuenta que no le gusta leer ficción, que lo que le interesa son informaciones y estadísticas. Acaba de leer un artículo de un libro sobre matemática pura. No he entendido ni una palabra, le dice, “pero los hechos, o lo que uno entiende como hechos, son siempre una delicia. Ese matemático creía en sus hechos. También yo. Primero hazte con los hechos, y luego –agregó bajando la voz al mínimo- puedes distorsionarlos tanto como quieras.”
Tal vez el mejor consejo que pueda darse, acuñado en sus largos años como periodista.
"La célebre rana saltarina" se puede leer en:
http://es.wikisource.org/wiki/La_c%C3%A9lebre_rana_saltarina_del_distrito_de_Calaveras
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