Con su esposa Sonia, al final de su vida. |
Opiniones sobre Tolstoi (4)
El crítico y escritor mexicano Juan Ramón Campuzano (1912-1989), caracterizaba así al ruso:
“Tolstoi es un caso raro de talento e ignorancia, de intuición prodigiosa y de incomprensión elemental, de realismo y de misticismo. En la literatura fue un auténtico creador y al mismo tiempo un mediocre intelectual y crítico. Sus opiniones sobre el arte y la ciencia se avergonzaría de firmarlas hoy un modesto estudiante de estética (…) Su incomprensión del problema social le lleva a repartir parte de sus tierras a sus siervos, que se niegan a recibirlas porque esto no resuelve su problema, y además le crea dificultades con las personas que no piensan como él y de las que se aísla hasta su muerte.”
Junto a sus contradicciones, Campuzano analiza sus puntos fuertes: “En sus dotes analíticas de escritor está el secreto de su gloria. Tolstoi no se contenta con reunir los rasgos dispersos de un carácter, ni con investigar las razones que mueven a sus personajes, sino que analiza acciones y movimientos colectivos, y tras el hecho visible prosigue su labor investigadora para sacar a luz las raíces secretas que impulsan a los hombres y a las colectividades a obrar de tal o cual modo.”
Lenin y Trotski
A la muerte de] gran escritor, Lenin y Trotsky expusieron sus ideas sobre él. Para León Trotsky, Tolstoi, el pintor de la vieja Rusia, era un elemento más de ella, un elemento hostil a la vida nueva de la Rusia revolucionaria; pese a ello, le asqueaba, como aristócrata y como artista, «el desorden y el caos en todo y en todas partes, la decadencia de la vieja nobleza, la del campesinado, la confusión y la barahúnda de la vida urbana, el cabaret y el cigarrillo en la aldea, la canción trivial del obrero en la fábrica en lugar del noble canto popular»... por lo cual se apartó moralmente de la clase que iba a crear su propio poder en los albores del siglo XX. Pese a las contradicciones que denuncia, Trotsky admite: “admiraremos siempre en él no solamente el genio, que vivirá tanto como el arte mismo, sino también el valor moral indomable que no le ha permitido quedarse en el seno de su Iglesia hipócrita, de su sociedad y de su Estado, y que le condenó a seguir aislado entre sus incontables admiradores».
Vladimir Ilich Lenin, que escribió mucho sobre Tolstoi, lo que de alguna manera le ayudó a elaborar las bases teóricas de una estética revolucionaria, valoraba “el más sobrio realismo, el arrancar todas las máscaras, cualesquiera que fuesen”. Y en cuanto a sus contradicciones señala: “no son las de su pensamiento personal, sino un reflejo de condiciones en alto grado complejas y contradictorias, influencias sociales, tradiciones históricas que determinaban la psicología de las diferentes clases y de las distintas capas de la sociedad rusa tanto en la época que siguió a la reforma (1861) como en la época que precedió a la revolución (1917)”.
La importancia que le asigna es tal que dice: “La época durante la que se ha preparado la Revolución en uno de los países aplastados por señores feudales, ha aparecido, gracias a la luz que de modo genial ha arrojado sobre ella Tolstoi, como un paso adelante en el desarrollo artístico de toda la humanidad”.
Testimonio.
Más que cuento, el relato “No puedo callarme” es un testimonio de la situación de miseria que se vivía en 1908, que llevaba a los campesinos pobres a robarles a sus patrones, y al Estado a ejecutarlos sin piedad cuando los atrapaban. En un fragmento cuenta:
Doce hombres pertenecientes a esa masa cuyo trabajo nos hace vivir, esa masa que hemos depravado y continuamos todavía depravando por todos los medios a nuestro alcance –desde el veneno del vodka a la terrible falsedad de un credo que les imponemos con toda nuestra fuerza, sin creer en él nosotros mismos-, doce hombres, estrangulados con una cuerda por los mismos a quienes mantienen con su trabajo y que les vienen depravando de un modo sistemático. Doce maridos, padres e hijos, pertenecientes a esa masa sobre cuya bondad, trabajo y simplicidad descansa la vida de Rusia entera, son detenidos, encarcelados y aherrojados. Más tarde, les atan las manos a la espalda, no sea que vayan a agarrarse a las cuerdas con que les van a ahorcar, y son conducidos al cadalso. Unos cuantos campesinos idénticos a los que van a ser ahorcados, pero armados, vestidos con el uniforme limpio del soldado, con buenas botas en los pies y un fusil en la mano, acompañan a los condenados. Junto a ellos marcha un hombre de cabellos largos, revestido con una estola y una capa de tisú de oro y plata, llevando una cruz en la mano. El cortejo se detiene. El hombre que capitaneaba el cortejo dice algo, el secretario lee un papel; y, una vez leído el papel, el hombre de cabellos largos, dirigiéndose a los que van a ser ejecutados, les habla de Dios y de Cristo. Inmediatamente, los verdugos (son varios, pues un solo hombre no podría llevar a cabo asunto tan complicado) disuelven un poco de jabón y, habiendo enjabonado bien los nudos corredizos, a fin de que corran mejor, agarran a los hombres aherrojados, los envuelven en una especie de mortaja, los hacen subir al patíbulo, y les colocan alrededor del cuello los nudos corredizos bien enjabonados.
Y, entonces, uno tras otro, unos hombres vivos son empujados del banquillo sobre el que estaban en pie y con su propio peso aprietan bruscamente en torno de sus cuellos los nudos corredizos y son dolorosamente estrangulados. Unos hombres, vivos un momento antes, se convierten en unos cadáveres colgando al extremo de una cuerda, que al principio oscilan lentamente y acaban, al fin, por quedar inmóviles.
Todo esto ha sido cuidadosamente dispuesto y planeado por unos hombres cultos e inteligentes, pertenecientes a las clases superiores. Se las arreglan para ejecutar estas cosas discretamente, al amanecer, de manera que casi nadie les vea, y se las componen de suerte que la responsabilidad de estas iniquidades se reparta de tal modo entre quienes las cometieron que cada uno de ellos pueda pensar y decir que no es responsable de ellas. Se las arreglan para encontrar a los hombres más depravados y desdichados, y al mismo tiempo que les obligan a realizar la obra para ellos planeada, todavía logran aparentar que desprecian y sienten horror por ellos. Hasta se les ocurren sutilezas como la siguiente: las sentencias son pronunciadas por un tribunal militar, pero no son militares, sino civiles los que tienen que presidir las ejecuciones. Y la ignominia es llevada a cabo por hombres desventurados, corrompidos, engañados y despreciados, a los que no queda otra finalidad en la vida que el enjabonar las cuerdas a fin de que aprieten bien los cuellos, y el irse luego a emborrachar con el veneno que les venden aquellas mismas gentes de las clases superiores, cultas y refinadas, a fin de que puedan olvidarse de su alma y de su condición de hombres lo más de prisa posible. Un doctor inspecciona los cuerpos, dando una vuelta a su alrededor, los palpa y declara a quien corresponde que la faena ha sido llevada a cabo como era debido, ya que no cabe duda alguna de que los doce están bien muertos. Y todos se dirigen a sus ocupaciones cotidianas, con la conciencia de haber participado en un trabajo desagradable, pero necesario. Y los cuerpos, ya rígidos y fríos, son descolgados y enterrados.
Textos:
Tolstoi Tres muertes
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/tolstoi/tresmuer.htm
Tolstoi La muñeca de porcelana
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/tolstoi/munyeca.htm
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