Chejov y Tolstoi |
Chejov y el cuento
Si el escritor ruso había revolucionado el arte teatral, qué no decir de sus cuentos y el nuevo cariz que le dieron al género. Y como dice Marc Slonim, qué mayor modernismo que estos temas: “la derrota por pequeñeces y sucesos triviales, la melancolía de las fortunas deshechas, la imposibilidad de comunicación verdadera (…) la intrincada red de amor, aversión, aburrimiento y sueños que enmaraña la vida de las gentes comunes…”
El mexicano Juan R. Campusano afirmaría que Chejov vivió “en la época más difícil, más gris y triste de su Rusia querida”, y lo describe como un pintor impresionista, que en sus cuentos revela “la pobreza, la mediocridad y el dolor de los intelectuales, de los burócratas y de los hombres del campo”. El mismo Máximo Gorki (tal vez la figura más sobresaliente que continuó a Chejov) dice que podía descubrir y mostrar la mediocridad oculta en la falsa distinción de quienes lo visitaban y presumían el pensar, el hablar y hasta el vestir a lo Chejov.
Era de aspecto tímido y triste, y dice Campusano que nunca reía, pero que sin embargo era un humorista formidable, aunque su crítica era “ligera, suave, noble casi. Se puede observar que en su obra no hay pasión carnal porque el artista era un delicado pintor de sentimientos, la pasión no fue su fuerte nunca; no la sufrió jamás y quizá por eso en su obra nunca la pudo, o no la quiso reflejar”.
Coincide en el juicio crítico su coterránea Hortensia Puyol: “Sus personajes son objeto del capricho de la vida diaria: no experimentan pasiones impetuosas, conmociones extraordinarias; y sin embargo son justamente reales… Su obra, que es una crítica de la vida, no es tendenciosa: es simplemente sutil.”
Después de aquellos personajes arrancados de sus viajes por el campo en atención a sus enfermos, las descripciones de Chejov comenzaron a ser menos humorísticas y más líricas. De la primera época se pude destacar “Historia ruin” (1882), “La corista” (1884), “La bruja” (1886), “El cazador” (1886). Por entonces sus cuentos eran escritos con suma rapidez. A los 26 años le dice a un amigo en una carta: “Me acostumbré a mirar mis trabajos con indulgencia y a escribir de manera trivial. (…) es que soy médico y siento una gran pasión por la medicina de modo que el proverbio sobre las dos liebres (“El que sigue dos liebres, tal vez cace una, y muchas veces, ninguna”) nunca quitó tanto el sueño a nadie como a mí. Le escribo todo esto sólo para justificar un poco ante usted mi gran pecado. Hasta ahora he mantenido, respecto a mi labor literaria, una actitud superficial, negligente y gratuita. No recuerdo ni un solo cuento mío en el que haya trabajado más de un día. He escrito mis cuentos como los reporteros que informan de un incendio, mecánicamente, medio inconsciente, sin preocuparme para nada del lector ni de mí mismo…”, tal vez por eso publica su libro con el seudónimo Antosha Chejonté, al no estar del todo conforme con su trabajo. Qué diferencia cuando años después aconseja: “Guarde el relato en un baúl un año entero y, después de ese tiempo, vuelva a leerlo. Entonces lo verá todo más claro. Escriba una novela. Escríbala durante un año entero. Después acórtela medio año y después publíquela. Un escritor, más que escribir, debe bordar sobre el papel; que el trabajo sea minucioso, elaborado.”
De aquella primera época es la novela “Extraña confesión” (Un drama de cacería, que apareció en Rusia en forma de folletín entre 1884-1885), y que según el escritor argentino Manuel Peyrou constituiría una especie de precursor del policial psicológico, “una de las formas más evolucionadas de esta clase de ficción”, afirma.
Después vendrán otros, como “El pabellón Nº 6” de 1892, “Campesinos” de 1897, el famosísimo “La dama del perrito” publicado en 1899, que surgió, para algunos, como el opuesto de Anna Karénina de Tolstoi. Chejov mismo habría dicho: "no deseo mostrar una convención social, sino mostrar a unos seres humanos que aman, lloran, piensan y ríen. No podía censurarlos por un acto de amor." Este último cuento daría lugar a versiones cinematográficas, una de ellas, la más fiel, del ruso Josif Heifitz. Otra, “Ojos negros”, la hermosa película del director ruso Nikita Mijalkov, protagonizada por Marcelo Mastroiani.
A poco de estrenarse la película “La dama del perrito” (1959), de Josif Heifitz., el director de cine y teatro sueco Ingmar Bergman, que iba a dirigir “La gaviota” en el Teatro dramático, hizo que toda la compañía fuese a verla. En un antiguo reportaje, Bergman opinaba así de la película y de Chejov: “Durante los ensayos se habló bastante de la sensualidad de Chejov. No me refiero, por supuesto, a sensibilidad erótica de ninguna especie, sino a la sensualidad que abarca y afecta todos los sentidos. En La dama del perrito, precisamente, uno experimenta el olor, y la luz, y el calor, y el frío y la sugestión de los roces entre los personajes y hasta el peculiar aroma de una habitación... En realidad, no hay nada que falte en esta película. Uno vive con todos los sentidos. Chejov ha inspirado tanto al director que éste, a su vez, ha llegado a recrear toda la atmósfera del original. Podemos convenir, por ejemplo, en que pocas películas habrá que sugieran la idea del color con tanta intensidad como ésta, a pesar de estar realizada en blanco y negro. Uno siente en color. Acuérdese del principio: los días cálidos llenos de sol y de viento, la pereza, el aburrimiento, la sorda y latente presión del otoño colgando todavía en el aire...”
El beso, se puede leer en:
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/chejov/beso.htm
La dama del perrito, se puede leer en:
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/chejov/senyora.htm
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