En una excelente traducción debida a la pluma del escritor César Aira, La Bestia Equilátera (una editorial que con sólo tres años de vida ya se destaca en el mercado por la calidad de sus publicaciones y la originalidad de los títulos) acaba de editar esta novela del francés Maurice Renard.
En esta época en que los adultos sufrimos por interesar a los adolescentes en la lectura, es bueno que aparezcan novelas como “El señor de la luz”, que bien puede interesar a los jóvenes por su agilidad y la mezcla que propone entre el policial, lo fantástico y el romanticismo.
La novela escrita en 1933 cuenta cómo un joven historiador, Charles Christiani, se enamora a primera vista de una muchacha que conoce en una excursión que realiza a la paradisíaca isla de Aix, y lo poco que tarda en descubrir que la joven, Rita Ortofieri, pertenece a una familia corsa enemistada con los Christiani desde los tiempos de Napoleón.
Obligado a viajar a castillo de Silaz, donde los caseros de la posesión familiar reclaman su presencia por la aparición de un presunto fantasma, se enfrenta a un enigma que lo lleva a descubrir un secreto preservado por los años: el de los cristales del señor de la luz, que revelará la intriga entre Christiani y Ortofieri.
El escritor Maurice Renard (1875-1938), admirador confeso de Edgar Alan Poe, apela a los mejores recursos para construir una historia apasionante, que tiene que ver con la reciente invención del cinematógrafo, la fantasía de los Hofmann y el espíritu de aventura e imaginación de Julio Verne.
En la novela, que combina también los hechos históricos con la ficción, mientras el joven Charles trata de hallar la forma de concretar el amor con su amada Rita, se suceden los misterios que envuelven en mil peripecias a los protagonistas, donde no faltan los toques de ironía y humor.
Maurice Renard nació en Châlons-sur-Marne el 28 de febrero de 1875 y murió el 18 de noviembre de 1938 en Rochefort. A los diez años se trasladó con su “familia laboriosa, ornada de virtudes ancestrales y fiel a sus prejuicios”, a una finca de Reims. Temprano descubrió a Edgar Allan Poe en la traducción de Baudelaire y su destino literario quedó sellado. Después, a Hoffmann y a los románticos alemanes (de quienes por genealogía artística procede Poe), a los narradores escandinavos, a Erckmann-Chatrian. El teatro resultó una pasión precoz. Escribe: La langosta, boutade patológica en un acto y seis alucinaciones casi simultáneamente con un homenaje a Víctor Hugo: Vox saeculi. Después, una serie de imitaciones (del japonés medieval, del siglo XVIII francés) de técnica muy avezada: forma parte del entrenamiento de ser uno mismo ensayar lo diverso. La obra de madurez da muestras de una imaginación absolutamente única y de una pasión inveterada por la literatura. De los títulos, el más famoso de todos es Las manos de Orlac (1921), que fue llevado al cine en varias oportunidades (en 1924 por Robert Wiene, con Conrad Veidt; en 1934, por Karl Freund, con Peter Lorre, entre las más famosas). El film tuvo una gran repercusión (la segunda versión es la que ve el Cónsul en Bajo el volcán de Lowry). Otros títulos: Fantômes et fantoches (1905), Le Docteur Lerne, sous-dieu (1908), Le péril bleu (1912), Monsieur d’Outremort (1913), L’Homme truqué (1921), Un homme chez les microbes (1928), Le professeur Krantz (1932). El señor de la luz es de 1933.
Precio: $76
Páginas: 352
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