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América latina o española
Los hombres de América, como se ha visto, no tenían patria, en el sentido actual de la palabra (si por actual se entiende a la división de la gran patria americana, producto de la intervención de las potencias coloniales -imperialistas que le dicen- y de la ceguera de muchos líderes locales). Eran ante todo “americanos” porque luchaban con ahínco por la libertad e independencia del continente americano, incluso después de la división por países que se realizara a lo largo del siglo XIX.
Estos hombres, influenciados por las ideas revolucionarias de los filósofos que inspiraron a la Revolución Francesa con sus consignas de libertad, igualdad y fraternidad, y también con el espíritu de independencia que provenía de la otra gran revolución, la que constituyó a los Estados Unidos de América, que ya en 1776 se independizaron de Inglaterra.
Claro que estos intelectuales eran ‘patriotas americanos’ antes que escritores. Y se los podría definir como “revolucionarios”, “patriotas” o “americanos”, casi sin distinción. Algunos eran abogados o economistas (como Manuel Belgrano, por ejemplo), pero después casi todos fueron periodistas, porque por entonces las ideas se trasmitían por los diarios y periódicos en crecimiento constante, antes que por los libros; otros también se vieron obligados a convertirse en militares (otra vez Belgrano como ejemplo) o pedagogos, arquitectos o ingenieros y artistas, para llevar adelante sus ideales de construir la gran nación americana.
Por ello es que los principales escritores del período de la revolución y de la independencia americana quedaron en la historia, como es el caso de Andrés Bello (venezolano), José Joaquín de Olmedo (ecuatoriano) y José María Heredia (cubano), tanto por su obra política como por la literaria; y en todos los casos fueron destacados e imprescindibles. (Ver capítulo 62).
El año 1830 abre para muchos estudiosos e historiadores un nuevo período en lo referente a la literatura en América. El romanticismo irrumpe con fuerza a partir de Esteban Echeverría (ver Cap. 63 y 64).
El romanticismo, como escuela literaria, nació en Alemania (Cap.41 en adelante) con un carácter patriótico–nacionalista, en Francia rompió las normas clásicas e irrumpió en Rusia con un carácter fuertemente nacionalista, en Italia revolucionario e independentista, y luego en Inglaterra y España. En la Argentina y América significó un fuerte movimiento ligado a la consolidación de los nuevos gobiernos independientes, con Echeverría como su máximo representante y con una producción literaria anterior a la española.
Sus rasgos comunes eran la idea de la libertad, la exaltación del yo, la rebeldía, el rompimiento de las normas clásicas, la imaginación, y en muchos casos la vuelta a las antiguas leyendas, al campo, a la naturaleza. Esa trasgreción normativa y la crítica de la moral y de las costumbres burguesas, llevaron a los románticos a enfrentarse con los poderes de entonces, y por ende, en muchos casos, al fracaso, la melancolía y la desesperanza.
En América el romanticismo convivió en principio con la organización nacional, que implicaba cruentos enfrentamientos internos, guerras civiles, revoluciones y guerras vecinales que duraron durante casi todo el siglo.
En un inmenso territorio poco poblado, con masas ignorantes y un reducido núcleo alfabetizado, la literatura era exclusividad de un reducido y privilegiado sector.
La economía, agropecuaria casi en exclusividad, solo hacia finales del siglo XIX fue inclinándose hacia cierta industrialización, y una necesaria inversión en vías de comunicación, imprescindibles para el traslado de las materias primas hacia los centros de poder y hacia los consumidores extranjeros. Ese desarrollo, que contribuyó a aumentar el poder de las clases altas y a cierto crecimiento de las burguesías locales, obligó a una rápida modernización que incluía la abolición de la esclavitud, la extensión de la instrucción pública y una mayor difusión cultural y artística, pero no cambió radicalmente las estructuras de poder. Los indios seguían siendo exterminados, los campesinos seguían empobrecidos y sin tierras, los terratenientes eran cada vez más grandes y las oligarquías se afirmaban en el poder político.
Uno de aquellos poderosos propietarios de tierras era la Iglesia Católica, un factor de poder que ve recortado sus privilegios frente a los de las clases gobernantes y entra en conflictos en casi todos los jóvenes países, mientras iba perdiendo su estatus, al tiempo que las leyes civiles se promulgan. Esto le hace perder el control sobre los matrimonios y la familia, la educación (se instaura la educación laica, la libertad de culto) y en algunos casos se llega a la separación de Iglesia y Estado, lo que provoca enfrentamientos en algunos países.
Como señala la ensayista y crítica Susana Zanetti: “Los intelectuales, románticos primero y positivistas hacia fines de siglo, son en su mayoría liberales. Sus ideales son el progreso, la igualdad social, el gobierno democrático y parlamentario, la educación popular (…) Intentan interpretar la realidad americana (…)”, pero sus análisis y soluciones “tienen su punto de mira en la civilización europea o norteamericana…”
De ello Zanetti interpreta que nace “una negación de América Latina”, son dejados de lado los ideales panamericanos y se aceptan las presiones de los países industrializados para someterse a políticas económicas que benefician más que a nadie a las grandes potencias. El bloqueo anglofrancés en el Río de la Plata, la intervención de la Santa Alianza en México y la invasión de Estados Unidos y la consecuente anexión de territorios mexicanos, son parte de esa política.
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