“Fantasmas de la China” son de los primeros relatos que Lafcadio Hearn escribiera sobre oriente. Tal vez fue el comienzo de un enamoramiento que le duró toda la vida y que, después de dar la vuelta al mundo llegó a vivir orgulloso en el Japón del que adoptó la ciudadanía.
Nacido como Patricio Lafcadio Tessima Carlos Hearn en Grecia, en 1850, y muerto en Tokio en 1904, fue un periodista, traductor, orientalista y escritor que dio a conocer la cultura japonesa en Occidente. Se nacionalizó japonés y adoptó el nombre de Yakumo Koizumi, después de haber sobrevivido a un padre irlandés y a una madre griega, que lo dejaron prácticamente solo en Irlanda y nunca lo volvieron a ver.
De muy joven perdió un ojo en un accidente y a los 19 años, con pocos estudios y mucho entusiasmo se fue a Nueva York, donde la pasó muy mal, hasta que encontró trabajo en Ohio como periodista y empezó a ser considerado por sus artículos sobre la marginalidad. Para algunos el único estilista de esa época, en 1887 publicó su Fantasmas de China, mientras traduce a Flaubert y a Mauppassant, y sobresale en el reducido círculo literario estadounidense. Pasó dos años como corresponsal en las Antillas Francesas, hasta que en 1890 es enviado a Japón y allí encuentra el sentido verdadero de su vida.
De muy joven perdió un ojo en un accidente y a los 19 años, con pocos estudios y mucho entusiasmo se fue a Nueva York, donde la pasó muy mal, hasta que encontró trabajo en Ohio como periodista y empezó a ser considerado por sus artículos sobre la marginalidad. Para algunos el único estilista de esa época, en 1887 publicó su Fantasmas de China, mientras traduce a Flaubert y a Mauppassant, y sobresale en el reducido círculo literario estadounidense. Pasó dos años como corresponsal en las Antillas Francesas, hasta que en 1890 es enviado a Japón y allí encuentra el sentido verdadero de su vida.
Sólo él sabrá lo que pudo haber sufrido a los 19 años, sólo y pobre, en un país desconocido, sin estudios regulares y con un ojo menos; sin embargo se abrió camino y triunfó a su manera. Alguien dijo que Hearn fue ante todo un enamorado de diversas culturas diferentes. Fue un enamorado de la literatura francesa, de la cultura latina y negra de Nueva Orleans, un enamorado del Asia y sobre todo del Japón. Y en el Japón encontró su otro amor, cuando se casó con Setsuko Koizumi (de familia de samuráis); tuvo cuatro hijos y conoció de su boca los cuentos tradicionales con los que pudo armar sus propias historias de espectros y fantasmas. Tampoco le fue fácil la vida en Japón, ya que aunque obtuvo la cátedra de literatura inglesa de la Universidad de Tokio, donde enseñó hasta 1903, debió resignar ingresos por nacionalizarse japonés.
En su obra, además de una recopilación de cuentos japoneses y chinos en diversas colecciones, hay una aguda visión sobre su país adoptivo. Algunos de sus relatos (de su libro Kwaidan) fueron hechos cine por el director japonés Masaki Kobayashi (1916 - 1996), que obtuviera en 1965 el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes.
No se puede decir mucho de Fantasmas de la China, porque como el mismo dice, no intenta familiarizar al lector con la literatura china, “sino seleccionar unas pocas flores maravillosas que allí crecen como recuerdo de su curioso periplo”.
Porque Hearn no se acerca a la cultura como un antropólogo, o un estudioso de cualquier disciplina, sino como un hombre que espera compenetrarse con el espíritu, las tradiciones, las creencias de un pueblo. Por eso sus relatos pese a ser “fantásticos”, son reales. Como dice Pablo De Santis, en el posfacio del libro: “¿Acaso hay algo más auténtico en una cultura que sus terrores?”.
R. B.
Editorial La Compañía
160 páginas - 63 pesos
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