Ilustración de una antigua fábrica de papel. |
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El Papel
Pero el pergamino también es
vencido como antes había vencido al papiro, esta vez por el papel.
No es que el papel no existiera.
Los chinos, adelantados en tantas cosas, dos mil años antes ya escribían en
papel. Fibras de bambú, telas usadas, hierbas, servían para hacer una pulpa que
se vertía en un molde en forma de rectángulo, se escurría el agua, se secaba al
sol, luego se apilaban las hojas y se prensaba.
Los árabes se llevaron de
China el secreto de la fabricación del papel por el año 700. Pero recién en el
siglo XIII en Europa se montaron las primeras fábricas.
En Europa se agregaron viejos trozos de tela de lino,
se fue mejorando la calidad. Al mismo tiempo, cada vez eran más los que
copiaban, al tiempo que aumentaba la cantidad de ilustrados, de escuelas y de universidades.
El papel produjo un cambio.
Si antes el límite para la fabricación de libros era la dificultad para
fabricar pergamino o papiro, la rapidez de la fabricación del papel ponía la
traba en la lentitud de los copistas, por eso fue fundamental el invento de la
máquina de imprimir. Gutemberg es uno de los inventores más conocidos, tal vez
otros al mismo tiempo inventaron similares mecanismos (a mediados del siglo XV),
pero él se hizo famoso. De allí, a las modernas maquinarias automáticas,
pasaron ya pocos siglos.
Mientras tanto, cuando
parecía que no alcanzarían los trapos para fabricar tanto papel, se descubre la
posibilidad de fabricarlo a partir de la madera.
Claro que si la escritura
existió, aún antes de la creación de los primeros alfabetos más de mil años
antes de nuestra era, es cierto también que la literatura como tal, o sea la
pretensión de dejar algo más que un testimonio contable o una anécdota o
conocimiento puntual -el deseo de embarcar la palabra en un juego que pretendiera
una creatividad diferente, un valor estético o espiritual-, tiene una génesis
mucho más cercana y fue el propio occidente quien se preocupó por sistematizar
y fijar leyes que determinaron, hasta cierto punto, la categorización de lo
escrito como “literatura”, en su nivel más cercano a lo artístico.
Desde este lado del mundo
hubo muchos que intentaron rescatar tradiciones y producciones orientales,
aunque con resultados diversos y fragmentarios. Aquí intentaremos dar un rápido
panorama sobre los orígenes literarios en oriente, particularmente aquellos
referidos al relato corto.
El cuento popular
El cuento como compañero del
hombre, y esa imagen de la ronda junto al fuego y la atención al relato es algo
que todos reconocen. Esos cuentos anónimos dieron origen a la literatura
moderna, pero formando parte de una necesidad humana, no como mero desafío mental.
En ese lapso que va de los 4.000 años hasta los 1.000 antes de Cristo, tal vez
se consolidó el formato de todos los relatos posteriores, aun con los cambios,
agregados y variantes que se fueron dando con el correr de los siglos.
Para qué el cuento, uno se
pregunta. Propósitos didácticos, dramáticos, moralizadores, hedonísticos,
trasmisores de la cultura de una determinada sociedad; suelen adaptase a las épocas,
a los lugares y a las circunstancias, y se basan en los principios fundamentales
de la constitución humana. Más allá de las épocas hay un rescate de la esencia
del hombre. El egoísmo que aflora cuando
advierte la posibilidad de obtener alguna ventaja, el amor que arrasa el
corazón y la mente y nubla el entendimiento; el orgullo, la venganza, el odio,
la desconfianza, son solamente una parte sustancial del carácter humano, que se
producen quizá en toda época, ámbito o circunstancia. Es por eso acaso que el éxito
del cuento es inacabable y perenne, porque remite a las características más
comunes o enigmáticas, pero permanentes del carácter humano... Impulsos subconscientes,
deseos reprimidos, fantasías subyacentes.
El crítico Jorge B. Rivera (1935-2004) cita a un
especialista como el italiano Rua: “un cuento bien construido, que entre a
formar parte del patrimonio literario del pueblo, puede conservarse por mucho
tiempo mediante la tradición oral sin experimentar graves alteraciones”; y la
filóloga argentina María Rosa Lida
(1910-1962), sostiene algo semejante cuando afirma: “buena parte de los cuentos
que han recibido redacción artística pertenecían ya al pueblo y continuaron
viviendo en él independientemente de su formulación literaria.”
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