El título de este libro publicado recientemente en la Universidad Veracruzana, México, y sobre el cual escribe su compatriota Noé Jitrik, revela el espíritu juvenil del poeta Alonso.
Rodolfo Alonso (poeta, traductor, ensayista) vive en Olivos desde hace 3 décadas.
Dirigió durante 9 años el Centro Cultural Paseo Quinta Trabucco.
Por Noé Jitrik
Hace cierto tiempo pude leer una nueva antología de Rodolfo Alonso, “La vida entera” (Universitat de les Illes Balears, Palma de Mallorca, España, 2009), título fuerte y propio de un balance, y pude pensar un poco acerca de una obra que se ha mantenido coherente y fuerte durante cincuenta años. No es poco: las cifras redondas en materia de tiempo siempre sobrecogen pero también proponen una lección: o bien las afectan las debilidades o bien, como en este caso, nos muestran una invulnerabilidad. No sentí, en esa “vida entera”, ninguna caída, ninguna línea que me llevara a la compasión o al desdén. Al contrario, fue más bien un íntimo sabor alimenticio, un tránsito fácil de poema a poesía y de poesía a lo poético, punto de llegada en el circuito que liga dos subjetividades, la del que escribe y la del que lee, siempre alerta a lo que la puede despertar o dejar en una sombra indiferente.
Hoy vuelvo a otra reunión de sus “Poemas pendientes” (Universidad Veracruzana, Xalapa, México, 2012) y experimento sensaciones muy semejantes. Diría, para empezar, que la obra de Alonso resiste al tiempo y que todo lo que hay en este nuevo libro parece salir de un lenguaje propio de un hoy central, como si los poemas reunidos fueran resistentes al tiempo que pasó. Puedo esbozar una tímida explicación: esta dureza, para mí, resulta de una intuición personalísima, un encuentro con una voz que no necesitó afirmarse porque empezó firme y siguió así, la poesía de Rodolfo Alonso no conoce el desmayo.
Veo eso en ambos libros, por no mencionar su obra anterior, no sólo en lo que destellan las imágenes que brotan de los poemas sino porque no hay sobresaltos, la misma materia-emoción, que es lo que muchos teóricos consideran lo más propio de la poesía, reside tanto en los poemas más antiguos, sacados de un depósito que parecía entregado al olvido, como en los más recientes, que el poeta podía sentir como más emocionantes. Y si esto es así, lo es para mí, se traduce en un ordenamiento visible que entiendo como una puerta que me permite entrar en el conjunto: poemas extensos, casi con una tendencia a la narración, y poemas breves, de apariencia prosística, se suceden generando un ritmo que los ojos capturan y al que hay que entregarse, no es cuestión simplemente de leer lo que predican; y si la entrega se produce se produce por compensación una comprensión de lo que es la poesía, de lo que podemos imaginar qué es eso indefinible que llamamos poesía y que creemos reconocer.
En eso, si se trata más que de comentar un libro de hablar de lo que salta de él, reside la dificultad: ¿cómo hablar seriamente de poesía, qué decir que no sea una paráfrasis, una glosa de los temas más evidentes, un estilo o una escuela? Siempre improvisamos en este entrevero y también ahora y saldremos con bien de la mejor manera posible reconociendo las limitaciones y la pobreza de mi lenguaje frente a la riqueza del lenguaje que se nos ofrece.
Se diría, por empezar, que la libertad verbal, la arbitrariedad conceptual, están controladas por un espíritu de contención preciso y objetivo, incluso cuando los poemas precipitan las enumeraciones en catarata; el discurso está en expansión pero nada barroca sino límpida, así conocí su poesía anterior, así lo veo en este libro: “Poemas pendientes”. ¿Será caprichoso sacar de ahí una idea de lirismo, puesto que en apariencia los temas se suceden y la idea de inspiración sobrevuela de uno a otro, el lirismo como uno de los atributos más clásicos de la poesía?
Y, en consecuencia, me atrevo a afirmarlo: se trata de poemas líricos. Pero, a cualquiera se le ocurriría, ¿qué es el lirismo? En principio, pero superficialmente, es una exaltación del canto aunque en estos poemas no hay canto, no hay la música de la métrica y la rima, y sin embargo hay lirismo. Y, puesto que está la pregunta, me atrevo a una respuesta tentativa: el lirismo estaría en los temas, como por ejemplo el tan notorio del amor. Y en este tema me quedo: el amor no viene aquí exaltado, confesionalmente, porque quien lo expresa lo exalta y se embriaga al exaltarse, en la pura tradición romántica, sino como pérdida y, al mismo tiempo, con un interrogante, una búsqueda de respuestas en zonas comprometidas, no sentimentales, históricas: en la España republicana que forma parte del ejército de las pérdidas, junto a las literarias, en sus textos fantasmales, ese poema “Ocúpense de Arlt” lo manifiesta, y a las sociales, ese poema “Aquel Allende”. La pérdida ocupa la escena y el amor sólo es su motor; se trataría, entonces, de la pérdida el objeto y del revés del amor y de algo más y, creo, más importante, o sea las ausencias. Esta palabra es fuerte, remite al inconsciente y explica, tal vez y precisamente, la operación poética entendida como una necesidad de escritura que da lugar al poema.
La poesía, y eso no reza sólo para los poemas que sostienen la empresa de Rodolfo Alonso, surge entonces como una convocatoria de ausencias, de ésas que vienen de la experiencia y anidan en la memoria y la saturan pero que también residen en las palabras mismas sin las cuales el poema no existiría, las palabras, esos indispensables objetos que encarnan lo ausente por definición.
Pensar, entonces, en la experiencia poética que viene en un libro recién nacido: “Poemas pendientes”. Pensar, también, en lo que nos despierta. Y si nos despierta algo relacionado con este modo de existir, me refiero a la poesía, el acto de presentarla está cumplido, tiene tanto sentido como la lectura misma que podamos hacer.
Rodolfo Alonso: “Poemas pendientes”
(Universidad Veracruzana, Xalapa, 2012)
1 comentario:
Gracias por este blog.
Es necesario.
Gracias por traerlo a Rodolfo Alonso
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