viernes, 30 de marzo de 2012

El cuento: origen y desarrollo (115) por Roberto Brey

Tablilla cerámica sumeria (3.000 aC.)


115

Las palabras y los escritores

Desde la escritura con nudos, o las incisiones en piedras, maderas, caparazones y cortezas, hasta llegar al actual teclado, transcurrieron miles de años. De aquellos rudimentos a los libros hay un largo trecho. Primero hubo que pasar de los dibujos a las letras. Egipto, Persia, Babilonia, eran la cuna del conocimiento. Con el correr de los años los dibujos, los jeroglíficos, las imágenes fueron reduciéndose a letras, que combinadas formaban palabras, aunque todavía hoy, modernos países como la República China, utilicen imágenes para comunicarse; pero ocurre igual en todo el mundo, donde se usan signos y señales (en rutas y servicios), perfectamente comprensibles casi para cualquier persona en cualquier lugar.

También el escriba fue cambiando sus métodos y costumbres. Los egipcios, como los chinos escribían de arriba para abajo y de derecha a izquierda, sosteniendo el papel con la mano izquierda, esperando para que la tinta se secara y no borronear lo que ya habían escrito.
También el cambio de superficie obligó a variar el formato de las letras. No era lo mismo escribir sobre piedra, que sobre papiro, tablas de cera, pergamino y finalmente papel. Materiales diferentes necesitaban herramientas adecuadas. Un estudiante en las escuelas de escribas de seis siglos atrás escribía con pequeños bastones puntiagudos sobre una tablilla encerada que sostenía sobre sus rodillas. No era fácil, pero más trabajoso era grabar sobre la piedra. Por suerte para ellos la cosa fue mejorando.

Dicen que Mahoma escribió el Corán sobre omoplatos de carneros, o que los griegos escribían sus nombres sobre pedazos de vajilla de barro cuando debían votar en sus reuniones públicas. Y aún después de la invención del papiro, la pobreza obligaba a muchos escribanos a dejar anotaciones en su propia vajilla.

En la India se escribían libros enteros sobre hojas de palmera, Y hay un soporte, uno de los más antiguos y más duradero, que todavía se utiliza, la piedra, que en el antiguo Egipto servía para dejar testimoniadas historias de los cuerpos que habitaban sus tumbas, costumbre que se mantiene en parte hoy. Claro que las piedras, el bronce y otros metales eran de difícil traslado, por lo que fue todo un adelanto la utilización de la arcilla. De origen en la gran cultura del valle del Eufrates y el Tigris (cuyos descendientes son tan bombardeados por estos años), se llegó a construir allí toda una biblioteca sólo de arcilla; tan durable como la piedra, pero mucho más liviano, ese libro no podría quemarse como el de papel. Era la biblioteca de Ninive, en la que se encontró escrito el fundamento mismo de su ser:

“El palacio de Asurbanipal, rey de los guerreros, rey de los pueblos, rey del país de Asiria, a quien el Dios Nebo y la diosa Masmita dotaron de orejas finas y de ojos penetrantes, para que pudiese encontrar las obras de los escritores de su reino, sometido a los reyes, sus antepasados. En honor de Nebo, dios de la razón, yo junto estas tabletas y ordeno hacer copias para que se las marque con mi nombre y se las coloque en mi palacio”.

Rollo de papiro
Como curiosidad recuerda el ruso M. Ilin que por entonces los asirios firmaban tratados con un sello realizado con un cilindro de piedras preciosas en el que se grababa un dibujo y luego se lo hacía rodar sobre la arcilla. El principio mismo del moderno estampado sobre tela o de la rotativa de la prensa gráfica.

La cinta larga de pergamino consistía en pequeños rectángulos escritos de arriba abajo y unidos luego entre sí para formar una cinta que se enrollaba para su traslado. El papel provenía de una planta con origen en las riberas pantanosas del Nilo. Era el “papiro” (cuyo nombre dio origen luego a las palabras con que, en diversos idiomas, se nombra a nuestro actual “papel”), utilizado para todo propósito, desde la construcción de barcos hasta la alimentación. Luego de un trabajoso proceso en lo que constituía una verdadera fábrica de papel, se obtenía el papiro de diversas calidades, desde el “papel de Augusto” que compraban los romanos, hasta el “de comerciantes” que se usaba para envolver. Por supuesto que no era demasiado cómodo el traslado de varios rollos desde la biblioteca para su lectura.

Ya entonces se empezaba a escribir con tinta (una mezcla de hollín con agua a la que se añadía goma arábiga para darle consistencia), pero que era poco durable y se borraba simplemente con agua, o pasándole la lengua, obligación que según Ilín se les imponía a los escribas que perdían sus concursos. Las primeras plumas entonces eran de junco o de bambú, hendidas para que fuera filtrando la tinta de a poco.

En esas condiciones la escritura se agilizaba y al mismo tiempo los bellos jeroglíficos se hacían más simples para ganar en rapidez el trazo. Había artistas (como los sacerdotes de la novela de Umberto Eco, En el Nombre de la rosa) que mantenían la belleza del trazo y la rapidez de los escritores prácticos, hábiles para llevar las cuentas.

El papiro sin embargo era caro en Roma, por ello se utilizaba tablillas de cera que se ataban unas con otras en forma de libreta para escritos menores, reservando los papiros para los libros. En la cera se escribía con un instrumento denominado estilete, puntiagudo de un lado para realizar el trazo y redondeado en la otra punta para borrar. De allí aparece la goma de borrar y “el buen estilo” de un escritor que se le dice cuando escribe bien. Claro que la legibilidad no era muy buena debido al material usado.

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