Imaginen un mar cuasi cálido, arenas blancas, adyacentes (no puedo escribir esta palabra sin recordar los ángulos, la marca que la escolaridad primaria tuvo en mi vida) a una pileta de enormes dimensiones, el agua siempre a la temperatura justa, todos se sumergen, se zambullen, algunos toman sol, no se puede porque el calor es insoportable, pero ahí estamos, cual lagartos pero eso sí, con protección 50+…
El cuadro es ése, pero además de mi familia me acompañan (por estricto orden de lectura) «Agosto» de Romina Paula y «Purgatorio» de Tomás Eloy Martínez. Qué hizo que eligiera estos títulos para mis vacaciones, se podrán preguntar. Tenía otros inconclusos «Ni d’Eve ni d’Adam» de la Nothombe, «Bajo otro cielo» de mi querida Kika Ferraté, pero quise irme con estas novelas de argentinos tan diversos.
A Romina Paula me la llevé porque quería conocerla. A Tomás Eloy porque se me presentaba como una deuda. A su muerte, digo.
«Agosto» tiene una particularidad que forma parte de su proceso de construcción del relato: está escrita en su mayor parte en la segunda persona singular. A riesgo de no ser nada original (no lo pretendo), en «Ñ» justo antes de irme de vacaciones salió un artículo sobre el tema de la segunda persona. No es común, para nada, pero habían surgido varios títulos en el último mes, uno de ellos el de la Paula. Registro en mi haber el asombro cuando en el primer año de facultad tuve que leer (digo, era parte del programa de Introducción a la Literatura con Graciela Maturo) «La muerte de Artemio Cruz» de Carlos Fuentes y resulta que contenía párrafos en las tres personas (a saber, primera, segunda y tercera del singular). No es fácil invocar al «tú» o al «vos» todo el tiempo. En algún punto siempre refiere a la primera. En fin, por esta curiosidad formal y porque «Agosto» cuenta la historia de una amistad entre mujeres interrumpida por una muerte (nada de lésbico, el asunto, nada menos que una gran amistad tejida en la adolescencia) tuvo sentido conocer este «viaje de la heroína» a la Patagonia. Hay un amor (des)encontrado), relaciones parentales y filiales medio fallidas (cuáles son totalmente exitosas, me pregunto). La recomiendo especialmente para aquéllos que no se quedan solamente con la historia, la forma también cuenta.
Tomás Eloy, siento hoy y también cuando terminé «Purgatorio», me engañó vilmente. En nuestro pacto literario o ficcional, me creí su historia a pie juntillas, compré desde la primera página, la historia de la mujer de 60 que encuentra a su marido desaparecido (en todos los sentidos) treinta años antes pero que como Dorian Gray, no ha envejecido un átomo ni su piel ni su pelo. El relato nos lleva a los infiernos de los años de exilio de Martínez, que se superponen y se mimetizan con los lugares de la protagonista. El final me dejó un sabor bastante amargo, pero merece la pena pasar por ese «Purgatorio».
Por lo demás, «tudo joia», «tudo legal». Alrededor la gente lee a Dan Brown, una de mis hijas a Gaturro y la más chica me hace repasar la colección de «Volpina» (aprende inglés, el primer día de clases, etc.). Después de todo, ¿quién dice qué es y qué no, literatura?
Feliz otoño.
Silvina Rodríguez
Tierra de Libros, Albarellos 826, Acassuso.
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