Tumba de Kamo no Mabuchi |
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La
importancia de la época de la dinastía Tokigawa (1603-1868)
La época de Tokigawa, recibió el nombre de Edo en
honor de la ciudad de ese nombre (Tokio en la actualidad) y significó un gran
cambio en la historia del Japón.
El shogunado Tokugawa comenzó en 1603, con la
designación de Tokugawa Ieyasu como shogún, y concluyó en 1867, con la retirada
de Tokugawa Yoshinobu. Como ya se vino mencionando, durante ese período Japón estuvo
gobernado por una rígida jerarquía feudal, que cerró sus puertas, prohibió
viajar al extranjero a todos los japoneses y cortó por completo la comunicación
con las comunidades de comerciantes japoneses del exterior, con el fin de
mantener la estabilidad y la supremacía del régimen.
Ese aislamiento produjo un importante crecimiento
económico y poblacional (el Japón pasó de unos 12 millones de habitantes en 1600
a cerca de 31 millones en 1720). Edo se transformó, de ser un aldea de cientos
de habitantes a convertirse en una ciudad con más de un millón de residentes. La
economía también creció con la obra pública y el consumo interno. Algo que se
verificó también, como se ha visto, en la cultura y el arte.
Pero fundamentalmente, se
produce la revalorización de la antigua cultura japonesa, previa a la llegada
de la influencia china.
La creación de la escuela de Estudios Nacionales o Kokugaku pone de relieve (según Rafael Aingeru Aroz de la Universidad Autónoma
de Madrid) un nuevo enfoque de las tradiciones pre chinas: “Desde el fundamental cambio de perspectiva introducido por el
neoconfuciano Ogyū Sorai
(1666-1728), que transformó radicalmente la conciencia lingüística de la época,
pasando por la revalorización de la tradición japonesa realizada desde la
literatura y el shintō, hasta la gran obra de Motoori Norinaga (1730-1801), la recuperación de una voz japonesa
primordial, previa a la llegada de la cultura china al archipiélago nipón, se
convirtió en un asunto de importancia capital para el pensamiento no sólo
filosófico sino también político del Japón del período Tokugawa.”
En esa época, el neoconfucianismo basado en las
enseñanzas de Zhu Xi (1130-1200) era
la doctrina oficial del sistema de gobierno centralizado en el bakufu
(autoridad ‘feudal’ suprema, encabezada por el shōgun, cargo en manos de la
familia Tokugawa). “La lengua china,
imprescindible desde hacía tantos siglos en Japón, se había confirmado como
instrumento fundamental para entender los Clásicos confucianos y, a través de
ellos, estudiar el mundo de los fenómenos naturales y de las relaciones entre
los seres humanos.”
Pero esa lectura del chino se realizaba a través de un
pequeño signo, denominado kanbun, que indicaban el orden de la frase y las inflexiones
verbales propias de la lengua japonesa., ausentes en el chino clásico. El
estudioso Ogyū Sorai (1666-1728), fue
el primero en considerar al chino sólo una lengua, y descubrir dentro de esos
escritos en el lenguaje chino la verdadera habla, la lengua real del Japón
antiguo. Así inició un trabajo de traducción, pero también de descubrimiento de un idioma escrito diferente al del chino
tradicional.
Finalmente, en el siglo XVIII se consolida la lengua
japonesa, partiendo del lenguaje coloquial de los antiguos.
Lo particular de Sorai, nos dirá Rafael Aingeru Aroz, es que un pensador confuciano señale que el
chino de los clásicos “no era más que una
huella de un habla ordinaria de una época pasada y, si tenía tanto interés
estudiarla, era porque ese periodo estaba muy cerca de un pasado primordial, el
de los primeros Zhou, que representaron para el pensamiento extremo-oriental el
paradigma del orden natural y social.”
Norinaga tomaría la visión lingüística de Sorai desde
la literatura, para tratar de recuperar la voz de los japoneses antes de la
escritura, despreciando de alguna manera la influencia china, y en esa época se
retoma la teología sintoísta, en lo que consideraban un país gobernado por los
descendientes directos de los dioses. Aquella recopilación poética del Manyoshu (Cap. 129), sería estudiada
por el monje budista Keichu
(1640-1701) y otros pensadores posteriores, que encontrarían en ella (la poesía
waka) no sólo una visión mística, sino también un Japón antiguo, algo ingenuo y
primitivo, pero que sería idealizado y desde Kada no Azumamaro (1669-1736) intentaría desplazar la larga influencia
del budismo y el confucionismo, visto como una imposición externa.
Los estudios posteriores rescatan una cita de este
pensador, cuando dice:
“Cuán ignorantes del
pasado fueron los estudiosos confucianos, desconociendo absolutamente la
sabiduría imperial japonesa (…). Es esto por lo que las enseñanzas extranjeras
han prevalecido, y uno las encuentra en las conversaciones por la calle y en
los rumores de las esquinas. Éste es el porqué de que nuestras enseñanzas hayan
decaído de tal manera. Las doctrinas falsas proliferan, aprovechándose de
nuestra debilidad.”
Azumamaro profundizó en el estudio de historiografía
japonesa basándose en antiguas recompilaciones como el Nihon shoki (720) y su
discípulo Kamo no Mabuchi,
intentaría rescatar ese lenguaje y esa visión, señalando al período Nara (710-793), como el comienzo de la
decadencia de Japón a manos de la China y del budismo.
Para ellos el budismo no era el peligro, pues lo
consideraban una religión adormecedora; pero creían que el confucianismo trivializaba
el espíritu del cielo y la tierra y lo veían como la filosofía que a los chinos
de poco les había servido para tener un gobierno estable.
Norinaga entonces parte de la Crónica de las cosas
antiguas (el Kojiki) para volver a lo antiguo, al habla antigua, resaltando la
recopilación de la tradición oral realizada por el kataribe Hieda no Are.
Pero más allá de los esfuerzos lingüísticos y
literarios por recuperar la voz la filosofía y la religión japonesa antes de la
llegada de los chinos, esta escuela fue y es considerada por muchos como uno de
los gérmenes del nacionalismo extremo y del imperialismo japonés, que se inicia
con la Era Meiji en 1868.
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