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China:
Rebeliones y desarrollo…
La rebelión campesina
del siglo XVII según Chou Ku-cheng
“A la rehabilitación agrícola de los comienzos del período Ming siguió,
en el siglo XVI, un apoderamiento general de tierras por parte de la clase
gobernante (miembros de la familia real, altos funcionarios, cortesanos y el
propio emperador). Causó indecible miseria a los campesinos. En la primera
mitad del siglo XVII la economía rural se deterioraba rápidamente. Los
impuestos eran más pesados que nunca, debido a los tributos extraordinarios
para abastecimiento militar, que sumaban más de un tercio de los ingresos
totales.
Estos fueron los años en que la provincia de Shensí fue azotada por el
hambre, que causó la muerte de innumerables personas. Las tropas allí
acantonadas, a quienes se les debían más de treinta meses de sueldo, se
levantaron y saquearon la tesorería local, los correos; licenciados por el
gobierno, debido a las dificultades financieras, quedaron cesantes.
Estos sucesos fueron la causa inmediata del estallido de una rebelión
que se extendió por la mayor parte del país y duró veinte años.
Li Chi-cheng, un correo, y Chang Sian-chung, un simple soldado raso,
fueron dos jefes notables de las fuerzas rebeldes. Desde 1628 a 1635 sus
actividades se limitaron al noroeste, con base en Shensí. Lanzaban arremetidas
hacia el este, a la provincia de Shansí; hacia el sur, a las provincias de
Jonán y Jupei; o hacia el oeste, a la provincia de Sechuán. En 1635, trece
jefes rebeldes se encontraron en el norte de Jonán y proyectaron un plan de
ataque coordinado. Después de esto, las fuerzas de Li Chi-cheng combatieron en
la zona del río Amarillo, y las de Chan Sian-chung, en la zona de Yangtsé,
extendiéndose hacia el sur hasta la provincia de Kuangtung. Dondequiera que
llegaban ganaban el apoyo popular. Eran intransigentes con los aristócratas,
altos oficiales y terratenientes, a quienes quitaban la vida repartiendo sus
propiedades entre los pobres.
En los primeros años del siglo XVII, los manchúes, una rama de los
tártaros nüchen en el noreste, comenzaron a hacerse fuertes y a avanzar
constantemente hacia el sur.
En 1644 Li Chi-cheng marchó a Pekín y derrocó a la dinastía Ming. Pero
se vio obligado a retirarse ante el avance manchú. Ese mismo año los manchúes
establecieron su dinastía Ching. Los jan continuaron la resistencia
armada durante cuarenta años, especialmente en el sureste y en el suroeste.
Después que estas rebeliones fueron sofocadas el gobierno Ching se dedicó a
consolidar sus fronteras.
En la segunda mitad del siglo XVIII se había convertido en el imperio
más grande de Asia Oriental. Su territorio llegaba al Pamir, por el oeste; a
Siberia, por el norte; y al archipiélago de Nansha, por el sur. Durante casi
doscientos años la agricultura, la artesanía, la industria y el comercio
gozaron de un desarrollo constante.
Entonces, en 1840, se produjo la famosa Guerra del Opio, que señaló el
comienzo de un siglo de dominación extranjera en China.”
Lo que queda todavía por explicar es por qué la máxima potencia del
mundo, la primera en realizar los máximos avances tecnológicos; la primera en
el fundido del hierro ya a comienzos de nuestra era; el arado de hierro, el
torno de hilar manual, la adopción de la energía hidráulica, las invenciones
(la pólvora, el papel, la imprenta, etc.); la utilización de la química, el
desarrollo de la navegación con los navíos más rápidos y poderosos, los avances
en la medicina. En fin, la potencia que había logrado llegar al principio de la
industrialización antes que cualquier país del mundo (en el siglo XIV),
quedaría posteriormente detrás del desarrollo europeo y al margen de la
colonización que aportaría las riquezas necesarias a Europa para erigirse en
las máxima potencia (a costa de la expoliación de América).
Manuel Castells (sociólogo español nacido en 1942), que dedicó tiempo a este tema, cuenta
que Joseph Needham (historiador científico inglés 1900-1995) propone que China quiso mantener una relación armoniosa entre el hombre
y la naturaleza, que la rápida innovación tecnológica pondría en peligro.
Aunque, asegura Castells, no explica el desarrollo tecnológico anterior y el
deterioro ecológico subsiguiente.
Toma luego la obra de Wen-yuan
Qian (1936-2003), quien sugiere una vinculación más estrecha entre el desarrollo de la ciencia china y las
características de una civilización dominada por la dinámica del Estado. Y
luego se detiene en Joel Mokyr (historiador
económico holandés nacido en 1946), quien estima que el miedo de los
gobernantes se debió al posible impacto sobre la estabilidad social; la
pacificación y el orden –asegura- tuvieron primacía sobre el avance tecnológico.
Esa culpabilidad atribuida al Estado chino por ese supuesto retraso, que
produjo la sumisión a las nuevas potencias en particular durante el siglo XIX, Castell
la analiza desde el punto de vista de que si el Estado puede ser un factor
dirigente de la innovación tecnológica, también puede conducir al estancamiento
“debido a la esterilización de la energía innovadora autónoma de la sociedad para crear y aplicar la
tecnología”. Luego toma el crecimiento de la China actual a partir de la
intervención del Estado como demostrativo de que “la misma cultura puede
inducir trayectorias tecnológicas muy diferentes según el modelo de relación
entre Estado y sociedad”.
Al cerrar este capítulo de China, es evidente que todavía queda mucho
para estudiar y analizar antes de sacar conclusiones apresuradas.
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