viernes, 14 de septiembre de 2012

El cuento: origen y desarrollo (137) por Roberto Brey


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Sobre la Historia de Genji

Existen diversos estudios que tratan sobre la Historia de Genji. En uno de ellos, el especialista Manuel Tabares compara la similitud de la herencia de la literatura China para Japón, con la influencia de la grecolatina para occidente. Al margen del natural encanto del exotismo, destaca la calidad y la riqueza de la obra, y “el fuerte impacto que produjo descubrir que a comienzos del siglo XI la literatura japonesa  podría producir una obra de técnica narrativa tan refinada, de una visión psicológica tan aguda y de esa tonalidad tan extraña que sentimos, a la vez, como remota y próxima, como distante en el tiempo y también modernísima”.

Este es uno de los primeros libros escritos, que deriva de aquellos que recogen los poemas y los relatos populares, fundamentalmente de los cuentos fantásticos, y que contrastan con el realismo que se impone en otras partes de la obra.
Es interesante el papel que jugó la señora Murasaki, su autora, en el desarrollo de la literatura de su país y que, por suerte pudo dejar parte de su personalidad en un diario íntimo que, de alguna manera complementó su obra literaria. “…no hay ningún hombre que mire por mi futuro”, decía en él al poco de enviudar, aunque es sabido que pertenecía a una familia poderosa, única posibilidad para que se le permitiera desarrollar su afición.

Pero continuaba: “No quiero sepultarme a mí misma en la melancolía. ¿Será por mi espíritu mundano que me siento sola? En las  noches de luna, en otoño, cuando me siento desesperadamente triste, voy a menudo hasta el balcón y contemplo la luna soñadoramente. Me hace pensar en los días que pasaron”.

Observar, leer y escribir fue su destino, tal vez vista con desprecio por las otras damas de la corte; relata que cuando les leía libros en chino a sus doncellas, estas se lo reprochaban porque “acortaba su vida”, decían, en la antigua creencia de que hacer cosas prohibidas acortaba la vida.
Pero también contaba: “Cuando estoy entre señoras de la corte tampoco digo lo que quisiera decir porque es inútil hablar con aquellos que no nos entienden y fastidioso hablar con aquellos que critican con un aire de superioridad”.

Seguramente ese distanciamiento, esa comprensión de la sociedad en que vivía y sus dotes de observadora, fueron las que le permitieron escribir esa obra fundamental de la literatura japonesa y además pensar sobre su trabajo como si viviera varios siglos más tarde. Uno de los protagonistas de su Historia (ella misma a través del príncipe Genji) explica:

“Tengo una teoría propia acerca de lo que es este arte de la novela y cómo nació. Primero no consiste sencillamente en que el autor haga una narración de las aventuras de otra persona. Por el contrario, la novela surge porque la propia experiencia del narrador acerca de los hombres y cosas, ya sea en bien o en mal  -y  no solamente lo que él mismo ha pasado, sino también los hechos  que no hizo más que presenciar o que le fueron contados-, le produjo una emoción tan arrebatadora, que no podría tenerla encerrada más tiempo en su corazón. Muchas veces algo de su propia vida o de lo que lo rodea le parece al escritor tan importante, que no puede soportar que quede en el olvido. Jamás deberá llegar el día -piensa- que los hombres no sepan esto. Esa es mi idea de cómo surgió este arte.Evidentemente, pues, el describir sólo lo que es bueno y bello no es lo que concierne al arte del narrador. Por supuesto que a veces su tema será la virtud y entonces podrá jugar con él como le parezca. Pero justamente no es lo menos probable que le hayan impresionado numerosos casos de vicio e insensatez del mundo que le rodea, y con respecto a ellos tiene exactamente los mismos sentimientos que con respecto a las acciones superlativamente buenas con que tropieza: son importantes y hay que guardarlas en las trojes. Así, todo, sea lo que fuere y cuanto suceda en esta vida terrenal y no en algún país de hadas que escapa a nuestro alcance (...)"

"(...) Historias comunes son sólo meros registros de eventos, y generalmente son tratados de una sola forma. No dan una visión interior del verdadero estado de la sociedad. Esta, sin embargo, es la verdadera esfera en la que principalmente moran las novelas. Las novelas, son ciertamente ficciones, pero no siempre representan puras invenciones; siendo estas sus únicas peculiaridades, que en ellas los escritores frecuentemente desarrollan, entre numerosos personajes reales, el mejor, cuando desean representar el bien, y el más extraño, cuando desean entretener. (...)"

El experto japonólogo Donald Keene (1922-), compara la Historia de Genji con En busca del tiempo perdido de Marcel Proust: “Hay entre estas dos obras sorprendentes analogías de técnica, tales como, por ejemplo, mencionar casualmente personas u sucedidos y sólo más tarde desarrollar de una manera sinfónica toda su significación”.

También se refiere a los temas comunes:
“El asunto de ambas novelas es el esplendor y decadencia de una sociedad aristocrática y en ambas los varones se distinguen menos como cazadores y pescadores que por sus insuperables habilidades musicales, su gusto impecable y su conversación brillante. Eran sociedades snobs sumamente sensibles al linaje y al rango (…)”

Octavio Paz, por su parte (el escritor mexicano es otro de los estudiosos del Japón y de su literatura), asegura que lo que asemeja a ambas obras es “la conciencia del tiempo”…

“Es tan aguda en Murasaki que de golpe todo se vuelve irreal. Inclinado sobre sí mismo, en un momento de soledad o al lado de su amante, Genji ve al mundo como una fantasmal sucesión de apariencias. Todo es imagen cambiante, aire, nada. "El sonido de las campanas del templo de Heion proclama la fugacidad de todas las cosas". Simultáneamente, la conciencia de la irrealidad del mundo y de nosotros mismos nos lleva a darnos cuenta de que también el tiempo es irreal. Nada existe, excepto esa instantánea conciencia de que todo, sin excluir a nuestra conciencia, es inexistente. Y así, por medio de una paradoja, se recobra de un golpe la existencia, ya no como acción, deseo, goce o sufrimiento, sino como conciencia de la irrealidad de todo. Para Proust sólo es real el tiempo; apresarlo, resucitarlo por obra de la memoria creadora, es aprehender la realidad. Este tiempo ya no es la mera sucesión cuantitativa, el pasar de los minutos, sino el instante que no transcurre. No es el tiempo cronométrico sino la conciencia de la duración. Para Murasaki, como para todos los budistas, el tiempo es una ilusión y la conciencia del tiempo, y la de la muerte misma, meras imágenes en nuestra conciencia; apenas tenemos conciencia de nosotros mismos y de nuestra nadería, sin excluir la de nuestra conciencia, nos libramos de la pesadilla de la ilusión y penetramos al reino en donde ya no hay tiempo ni conciencia, ni muerte ni vida. La única realidad es la irrealidad de nuestros pensamientos y sentimientos.”

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