Informes de lectura / Cartas a Montale
Lector invicto, víctima de una pereza inagotable, Roberto
“Bobi” Bazlen fue una leyenda en vida. Haciéndole una reverencia (tal era el
genio que lo habitaba), supo encontrarle a esa pereza un oficio y hasta
asignarle una reputación. Bazlen nació en Trieste en 1902 y leyó los mejores
libros de la literatura europea de la segunda mitad de siglo –a menudo por
primera vez– y les encontró sitio en el mundo editorial. Hizo algo mejor: sin
llevar un diario de lecturas –su pereza era lo contrario de una pose–, contó a
amigos, editores y poetas cómo estaban hechos esos libros, de qué manera lo
impresionaban y, sin prejuicios académicos, qué importancia podían tener en una
cartografía literaria que conocía a la perfección. En estos informes se puede
leer una crítica literaria única, previa, anterior, la que permitió desarrollar
el oficio de lector sin que lo avalara escuela ni carrera alguna, como
ejercicio solitario y solidario, ejemplar. Las cartas a Eugenio Montale agregan
una nota admirable sobre la amistad. El gran poeta le rindió un homenaje
póstumo en “Carta a Bobi”: “Así se hizo de ti / una leyenda superficial y vana.
Dicen / que eres un maestro no escuchado, tú / que a demasiados maestros
escuchaste / y no has desconfiado de ellos. Confesor / inconfesado no podías
dar nada / a quien ya no estuviera en tu camino”.
Roberto Bazlen
Nació en Trieste en 1902, de padre alemán y madre italiana.
Dio muestras de precocidad, y esta a menudo tiene que inventar cómo ser
utilizada y cómo pasar inadvertida para proteger al portador. La imaginación
del niño bastaba para construir, a la sombra y a escala de sus lecturas, un
mundo. En su ciudad natal, Bazlen frecuentó a Umberto Saba, Italo Svevo, se
hizo amigo de Eugenio Montale, Giacomo Debenedetti, Sergio Solmi, que fueron
tan reales o fantasmales como los personajes de las novelas de aventuras. Vivió
en Génova y en Milán. Se aficionó a pintar acuarelas. Su actividad de asesor
literario o consejero editorial se afirmó después de la Segunda Guerra. Un
amigo lo animó a que preparara un programa para una casa editora que estaba por
fundarse, nómina que afloró parcialmente más tarde en Edizioni di Comunità. En
los años siguientes, se dedicó a aconsejar libros a distintos interesados, como
Bompiani y Astrolabio, pero el arreglo más duradero lo estableció con Einaudi.
Se instaló en Roma, en la calle Margutta, hasta 1965, cuando, dos meses antes
de su muerte, volvió a Milán. Nada publicó en vida; póstumamente, amigos y
admiradores hicieron publicar, al cuidado de Roberto Calasso, los fragmentos de
una novela, El capitán de altura, y los informes de lectura y las cartas a
Montale, los dos últimos reunidos en este volumen.
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