Es realmente un placer poder apreciar a un escritor casi desconocido en nuestro país. Y ese placer es debido a La Compañía, una editorial que se especializa en rescatar, para los ávidos lectores argentinos, obras valiosas de escritores reconocidos.
En este caso se trata del escritor norteamericano William Goyen (1915-1983) presentado, nada menos que por The New York Times, como “uno de los mejores cuentistas norteamericanos de todos los tiempos”.
Estos cuentos constituyen una forma de penetrar en un particular territorio de Texas, en Estados Unidos, con su clima, su gente y su idiosincrasia; un lugar real, aunque extraño, pleno de misterio, de tradiciones y de conductas no siempre comprensibles, pero que forman parte de un todo llamado el Sur norteamericano, que tan bien supieron describir Faulkner y Tennessee Williams, Carson McCullers, Flannery O'Connor y Cormac McCarthy, entre otros, englobados, según los críticos, en el “gótico sureño”.
Claro que ya es una tradición desde los primeros años en la literatura norteamericana el intentar desentrañar un espíritu común, a partir de las particularidades de una región. Y en muchos escritores norteamericanos se encuentra ese descubrimiento de lo fronterizo, esos choques interculturales, las amplitudes territoriales, y la lucha por ocupar un lugar sin importar las formas, tan propio de las primeras descripciones que dejaron Fenimore Cooper o Mark Twain.
El fatalismo y la naturaleza hostil, el conflicto racial, el puritanismo hipócrita, las conveniencias sociales y una violencia escondida, pero siempre presente, en personajes en ebullición por dentro, llenos de contradicciones pero dispuestos a cumplir con lo que demanda el momento y el lugar; intentando adaptarse y sobre todo vivir, luchando contra la soledad y las amenazas latentes.
El fatalismo y la naturaleza hostil, el conflicto racial, el puritanismo hipócrita, las conveniencias sociales y una violencia escondida, pero siempre presente, en personajes en ebullición por dentro, llenos de contradicciones pero dispuestos a cumplir con lo que demanda el momento y el lugar; intentando adaptarse y sobre todo vivir, luchando contra la soledad y las amenazas latentes.
El libro tiene un agregado imprescindible, el posfacio de Esther Cross, que ubica a Goyen en su mundo, con su historia y su pasión por narrar su aldea: “No puedo librarme de donde he nacido”, lo cita, y en los cuentos es donde mejor expresa ese lugar que lo tiene atrapado.
Imposible no advertir la presencia de Faulkner en sus escritos, pero Cross nos indica que sus cuentos son más precisos del este de Texas, con un paisaje “pastoral, fluvial, con sombras de árboles, misterioso y embrujado”. Como el embrujo y el misterio que Goyen intentaba descubrir en sus personajes sumergidos en ese mundo donde las pasiones se muestran con toda plenitud.
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