La soledad del lector Un hombre se propone familiarizarse con el espacio que habita. Mientras observa el movimiento a su alrededor, lee, acumula citas y toma apuntes. Escritores, filósofos, artistas, la historia del arte y la cultura. Crea, con pocos elementos, una especie de teatro de cámara con dos personajes, el Protagonista y el Lector, y una playa o un cementerio como escenarios posibles. Ese es el relato aparente de esta novela, su engañosa superficie. A poco de avanzar, las citas y los apuntes nos van asomando a un universo en el que debemos desplazarnos como en el tablero de un juego misterioso, tal vez genial, cuyas piezas son la vida, la muerte, el amor, el suicidio, la enfermedad, el arte como juego, el arte como extrema experiencia vital. David Markson, quien debutó en la década del sesenta como uno de los más avezados narradores de género —policial, western—, encontró en los últimos años de su vida la clave única de un proyecto narrativo sorprendente por la sencillez de sus recursos y admirable por su alcance y profundidad. “Hipnótico”. Kurt Vonnegut Jr. “Nadie, excepto Beckett, puede ser tan divertido y tan triste al mismo tiempo”. Ann Beattie “El punto más alto que podamos encontrar en la ficción experimental de los Estados Unidos”. David Foster Wallace | ||||
nació en Albany, Nueva York, el 20 de diciembre de 1927.
Mientras estudiaba en Columbia, inició correspondencia con Malcolm Lowry. Se hicieron muy amigos, como lo prueba el epistolario de Lowry. La tesis de Markson sobre Bajo el volcán se publicó en 1978. Mientras trabajaba como periodista, se dedicó a investigar (y sobrevivir) la bohemia de la década del cincuenta en compañía de escritores como Conrad Aiken, Dylan Thomas, Jack Kerouac. Es este último el que influye sobre todo en las primeras novelas de Markson. Como escritor de policiales —Epitaph for a Tramp (1959) y Epitaph for a Dead Beat (1961)—, muchos críticos aseguran que no encuentran otro parangón que Chandler. La primera puede leerse también como un comentario trágico sobre el adulterio, lo contrario de una moraleja cínica sobre la libertad sexual; la última le permite ironizar sobre el tipo de existencia bohemia que compartió con los escritores que se sacrificarían en su propia leyenda, como Allen Ginsberg. Hay que considerar que estos libros Markson los escribía por encargo, por dinero, y que sin embargo la exigencia de calidad nunca cedió ante las facilidades y garantías del género. La obra posterior acusa ya la influencia del existencialismo y las lecturas filosóficas. Son parejamente admirables: Wittgenstein’s Mistress (1988), Springer’s Progress (1990) y la serie que inicia La soledad del lector (1996): This is not a Novel (2001), Vanishing Point (2004) y The Last Novel (2007). David Markson murió en Nueva York en 2010.
No hay comentarios:
Publicar un comentario