Un dato anecdótico para muchos, una tendencia en franca subida para otros. La realidad es que no pasa lo mismo con otros concursos, y también es cierto que no existe para quien escribe estas líneas una literatura femenina.
Tal vez lo que resulta interesante es detenerse a pensar en las temáticas de las novelas que ganaron desde 2001, las cuales presentan un fino hilo conductor: todos los personajes sufren la pérdida de un ser muy querido, muy cercano y a partir de este dolor inician un aprendizaje en sus vidas. Atravesadas por los recuerdos de los años de militancia, o los de pizza con champagne en barrios cerrados, por la tortura, el exilio, la locura y en el caso de la ganadora de este año, la anomia (en el sentido más estricto y médico del término, la imposibilidad de ponerle nombre) de la pérdida de un hijo, las autoras recorren caminos literarios que jamás las dejan como en el punto de partida: el crecimiento en todos los casos es evidente y el conocimiento de sí mismas, notable.
Celebramos entonces el hecho de que los jurados elijan escrituras que muestran universos que nos tocan a todos, dejando de lado la incómoda cuestión de género, lo que importa es cómo se escribe y no el sexo de quien lo hace.
Silvina Rodríguez
Tierra de Libros
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