Fue a las siete y media de la mañana. Un domingo. El teléfono había estado sonando hacía rato. Nadie llama un domingo a esa hora por una pelotudez. Se despertó. Se levantó de la cama para atender el llamado. –Hola –dijo, pero nada salió de su boca. El hola sonó sólo en su cabeza.–Hola –contestó una voz del otro lado. Era su voz. La había perdido. Ya nunca más le volvería a hablar.
Martín WilsonLa Lucila
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