miércoles, 27 de mayo de 2009

TERAPIA


por Juan Disante


Escribo poemitas, licenciado. Siempre he sido una persona bastante depresiva, que ha estado abatido por rachas. Pero salí de esos pozos sin otra ayuda que la de mi propia voluntad. Fui a verlo varias veces a Mario Benedetti para proponerle que sea mi padre. Pero, me dijo que la objetivación también era una de sus fijaciones mentales y que padres e hijos se libran de los mismos fantasmas por medio de la escritura, me recomendó que insistiera. Recordé que también Roberto Arlt creía que escribir puede ser un imperativo para mantener la salud mental y sacudirse los demonios interiores para no andar por la vida con las manías de siempre. Y entonces me di cuenta que, después de escribir un poema donde vuelco una emoción, me quedo de lo más tranquilo. Pero, después de un tiempo me vuelve la intranquilidad. Me doy cuenta que necesito un padre, esto es, una especie de patria. ¡Claro!, eso mismo, una patria en sentido estricto. Pero después comprendí que las patrias tienen un sello retrógrado, de resonancias castrenses y autoritarias. Entonces me vuelve la depresión. Me ataca la exasperación. No me conformo. No puedo salir del berenjenal de subas y bajas. Ahora entiendo, Alfonsina Storni se suicidó presa de un amor no referenciado. ¿Y Leopoldo Lugones? ¿Acaso no se fue a la derecha por tanto verbo, por tanta licencia? Después ¡Pum! Todos los nacionalismos son restrictivos porque son paternalistas. Por eso que siempre conviene matar al padre. Pero antes de morir papá, que nos deje el pabellón del lenguaje. Desde que empecé a escribir poemitas he sido fiel a esa defensa del lenguaje. Pero descubrí que si uno no tiene padre, la corrupción del lenguaje nos hace rápidamente decadentes. Por eso que insistí tantas veces con Benedetti. Cuando lo vi en la Feria del Libro le dije a boca de jarro: “Pero, Don Mario, ¡seamos hispano hablantes!, trabajemos para mantener ese estilo léxico. ¡Sea mi padre!”. Extrañado, me miro como a un hijo. Pero calló. Los críticos suelen cansar en sus reseñas contando la historia de un libro determinado. ¡Y a mí qué me importa lo que se cuenta en ese libro! Lo que me importa es cómo se cuenta, el estilo del texto. Ese es el papel del padre que busco: la seducción de las formas. Después de todo, los temas que se cuentan son siempre los mismos: el amor, el odio, el nacimiento, la muerte, los siete pecados capitales y algunas cosas más. Lo que cambia es el estado de ánimo del estilo. Sí Licenciado, escribo poemitas, pero soy muy discontinuo, casi intermitente, a tiempo incompleto. A lo mejor mi afición por la literatura es relativa, negadora. Me escondo tras un poema en un estallido de euforia, después dejo de escribir durante muchos meses. Cuando estoy deprimido la literatura me parece un estorbo. ¿Le parece que esto tiene que ver con que soy un poco ciclotímico? La última vez fui expeditivo. Le dije a Benedetti: “Vamos, decídase Don Mario… ¿Usted no querría ser mi padre? Tan siquiera distante, ¿postizamente?” No tuve respuesta.
Pero, Licenciado, le juro que yo no lo maté.

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