martes, 2 de junio de 2009

MARAT - SADE

En el teatro Gral. San Martín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pude ver la obra MARAT-SADE de Peter Weiss, dirigida por Villanueva Cosse y la recomiendo.
Se desarrolla dentro del Hospicio de Charenton, en el París de 1808, simbolizando la alienación como parte generadora del sistema mercantilista. Los supuestos “locos” se rebelan y dicen grandes verdades, pero son duramente reprimidos. Cuando alguno dice: “¿Qué más quieren los dueños del trigo? Sólo queremos comer”, es llevado inmediatamente bajo la ducha fría para someterlo. La demencia y la razón surgen como dos estados inseparables de aquel momento post-revolucionario. Se presenta la chifladura, no sólo como madre de todas las pasiones, sino a las instituciones psiquiátricas como verdaderos mecanismos de control social. Y se presenta el criterio de racionalidad como una verdadera “razón de estado” que todo lo justifica.

El fondo de la obra trata del debate entre dos concepciones enfrentadas del análisis social y político de la época posterior a la toma de la Bastilla en Francia: el de Jean Paul Marat y el del Marqués de Sade.
En el manicomio, Marat, líder de las masas populares, reposa dentro de una bañera con agua, como forma de contrarrestar la espantosa picazón que invade su cuerpo, desarreglo a todas luces auto-inmune y psicosomático. Proclama: “Los fracasos no nos obligan a abandonar la lucha; aún equivocada la lucha es vital” […] “Más que de libertades, debemos hablar de desigualdades.” […] “El Clero dice que no le demos importancia al sufrimiento en la tierra, que el reino de los cielos está más allá. Pero nos cobra onerosos impuestos acá.”
De Sade, vestido de impecable blanco y con zapatos de altos tacones, le contesta: “El pescador desea la revolución porque no obtiene pica. El hambriento pide una “baguette” todos los días. El que tiene un zapato chico desea una horma más cómoda. La población quiere pequeñas mejoras. Pero como la revolución no puede ofrecerle esas minucias, la abandonan”. […] “La revolución se vuelve falsa cuando se transforma en terror”. […] “Retírate de la ideología e incorpórate al mundo real”.
Sade sale de la prisión de La Bastilla en la revuelta de 1789 y milita junto a Marat en los primeros años de la Revolución. Francesa. Es miembro de la Convención Nacional Francesa representando a la extrema izquierda, pero tiempo después se distancia del compromiso radical y termina en un nihilismo descreído e individualista, incorporándose al pensamiento de la aristocracia liberal. Aunque como viejo participante de la gesta de 1789, maneja una mirada sumamente crítica, ingeniosa y penetrante, aunque despechada, de la sociedad. “La solución final es la desaparición de todos los seres humanos”.
La discusión entre los dos cobra la forma de un debate entre el ideal revolucionario que sostiene Marat contra viento y marea y la libertad individual que persigue Sade.
Marat es autonomía. Robespierre es institución. Dantón es pura pasión. De Sade ideólogo del hedonismo libertario. En Marat no se trata solamente de Libertad, sino de un crecimiento antropológico y colectivo que provoque acumulación de deseos, necesidades, voluntades. Es esencialmente solidario, cooperativo y materialista.
Marat tiene el apoyo popular, pero prontamente sus seguidores lo abandonan para ir tras la mística defensa de la patria francesa. Se consolida la revolución de los artesanos y comerciantes, pero los obreros no aparecen todavía organizados y con la firmeza sostenida en La Comuna de 1848. Los triunfos de Napoleón en el exterior son el trampolín que le permite producir el golpe de estado del 18 brumario, en donde se autoproclama emperador “republicano”.
El proceso termina tragándose a todos los hijos de la revolución: Robespierre guillotina a Dantón, luego le toca el turno al primero y, finalmente, Charlotte Cordey, figura destacada del Clero y de la alta sociedad, termina asesinando a Marat en su propia bañera.

Teniendo bien presente que en la Francia previa del siglo XVIII, más de la mitad de la población ganaba su sustento con ingresos de la agricultura, entonces puede decirse que las causas de la Revolución Francesa puede encontrarse en los siguientes puntos: La incapacidad de las clases gobernantes para hacer frente a los problemas de Estado, los excesivos impuestos a los campesinos, el empobrecimiento de los trabajadores de la ciudad, la agitación intelectual alentada por el “Siglo de las Luces” y el ejemplo de la guerra de independencia estadounidense.
“La incipiente clase obrera encabezaba las luchas para conquistar sólo el terreno y las mejores condiciones para su propia emancipación, pero no, ni mucho menos, la emancipación misma” (1).
Pero paulatinamente las banderas transformadoras van cayendo, y se termina consolidando la revolución burguesa y liberal con el definitivo apoyo popular y campesino. En 1794 se prohíbe la organización gremial de los trabajadores.

No se la pierdan. El entusiasmo que transmite la obra “Marat-Sade” es un aire de rescate -si bien sesentista- de La Revolución como concepto que fija el fin de una época y abre un comienzo esperanzador de otra. ¿Por qué digo de los sesenta? Porque los sesenta fueron los años de la discusión ideológica, del desarrollo de los sueños y las utopías. Mientras los setenta fueron su consecuencia lógica: la bronca organizada tras el asalto al cielo. Los ochenta son los años del desasosiego y la derrota. Los noventa del desencanto y la impotencia popular que traen aparejados la nueva coronación del liberalismo neo conservador. ¿Quién puede decir dónde estamos hoy parados?
Experimentados banqueros y doctores de Harvard, desde un barrio de diez manzanas a la redonda, llamado Wall Street, han arrastrado al mundo actual a una catástrofe cuya escala y duración aún no visualizamos.
Todo el mundo observa, espera, se miran entre sí.
Por eso, es magnífico que una obra teatral, en menos de dos horas, nos recuerde que siempre existirán algunos, los Marat, que defiendan una sabiduría tan antigua y permanente como la noción de equidad.
Sobre el fracaso, al final de la obra, desde lo alto del escenario, comienzan a bajar enormes barrotes que configuran los que rodean a una cárcel. Dentro de ellos quedan todos encerrados: los internados, los custodios, los funcionarios oficiales, las monjas, los políticos, los represores, los médicos. Es decir, toda la sociedad. El único que queda fuera de las rejas, y del lado del público es el revulsivo escéptico Marqués de Sade (Lorenzo Quinteros), que observa la escena... espera... nos mira.
Lo aparentemente incorpóreo de la década del sesenta, siempre puede volver.

(1) “El 18 Brumario de Napoleón Bonaparte”. Carlos Marx.

Juan Disante

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