lunes, 18 de mayo de 2009

Ese distante Pepe

Escrito por Juan Disante


José Manuel Caballero Bonald es español, pero no lo reconozco. Lo configuro argentino. Merecería serlo. Más aún, lo creería mi propio padre.
Insiste que siempre ha sido una persona bastante depresiva, que ha estado abatido por rachas. Pero ha salido de esos baches sin otra ayuda que la de su propia voluntad.
Quiero que sea argentino, porque también Roberto Arlt creía que escribir puede ser un imperativo para mantener la salud mental y no encontrarse con los demonios interiores.
Y quisiera que fuera mi padre porque también la objetivación es una de mis fijaciones mentales. Padres e hijos se libran de sus fantasmas por medio de la escritura. Eso de contar las cosas es una terapia para no andar por la vida con las mismas manías.
Dice Pepe: “Después de esbozar una poema donde se acomoda una emoción profundamente vivida, uno se queda de lo más tranquilo, aunque sepa que ha usado las trampas del oficio”.
Pero Pepe Bonald no quiere ser mi padre. Y mucho menos argentino. Me ha dicho que ha tenido cuatro o cinco patrias, muy repentinas, muy transitorias.
“Lo que nunca he tenido es una patria en sentido estricto, entre otras cosas porque todas las patrias tienen como un sello derechizante, retrógrado, de resonancias castrenses, que las hace muy poco transitables”.
Estás irritado Pepe. Y creo que con el tiempo te vuelves quijotescamente más exasperado. Como yo. Como nosotros. ¿No serán los años Pepe?
“No me conformo. Por ahí siguen haciendo de las suyas los gerifaltes de turno y por ahí se generaliza el desprecio por los derechos humanos, la insolidaridad, las mentiras colaterales, las guerras inicuas, las hambrunas”.
No lo sabemos, a pesar de haberlo sufrido, nunca hemos pensado en una solución posible a este berenjenal. Alfonsina se suicidó presa de un literario amor no referenciado, Leopoldo Lugones acudió a la derecha, desesperado por tanta licencia.
“Todos los nacionalismos son restrictivos”.
Pues entonces, Pepe, seamos hispano hablantes. Aunque la corrupción del lenguaje nos haga decadentes. ¿No es la lengua nuestra verdadera patria?
“Desde que empecé a escribir he sido fiel a esa defensa del lenguaje como herramienta de trabajo. Siendo escritores ¿cómo no vamos a cuidar y mantener en el mejor estado posible ese caudal léxico? Cuando oigo por ahí hablar con cierto desdén del papel del estilo en un texto literario, se me acentúa el instinto de conservación de la literatura como obra de arte. Los críticos suelen alargarse en sus reseñas contando la historia de un libro determinado. ¡Y a mí qué me importa lo que se cuenta en ese libro! Lo que me importa es cómo se cuenta, la calidad del texto, su seducción artística. El escritor que olvide que el estilo es el sostén, el factor desencadenante de toda auténtica literatura, es que se ha equivocado de oficio, es que confunde la literatura con la crónica periodística”.
Después de todo, los temas que se cuentan son siempre los mismos: el amor, el odio, el nacimiento, la muerte, los siete pecados y algunas cosas más.
Acá en Argentina tuvimos a Arturo Cerretani, un escritor que manejaba el exquisito instrumento de la escritura, la sutil transparencia humana, pero cruelmente olvidado por los fuegos de artificios del comercio editorial.
Y acá en La Pampa solemos decir que el ternero que llega último al bebedero, encuentra el agua turbia.
“No me parece que la transparencia sea un mérito. Lo que en ningún caso tiene sentido es la carencia de estilo, porque el estilo es un estado de ánimo. Insisto un escritor sin estilo es un amanuense”.
¿La escritura es un músculo que hay que ejercitar a diario?
“No. Yo soy un escritor discontinuo, intermitente, que sólo trabaja a tiempo incompleto. A lo mejor es que mi afición por la literatura es relativa. No tengo nada que ver con esos colegas que trabajan a destajo, cada día, desde las ocho de la mañana hasta las trece. Dicen que si no escriben a diario sienten remordimientos, y luego se reúnen y parlotean todo el tiempo de literatura. Vaya un aburrimiento. A mí sólo me interesa la literatura mientras escribo un libro, pero cuando lo termino me puedo pasar meses y años alejado de todo ese mundillo profesional. Quizá tenga algo que ver con esa actitud el hecho de que siempre he sido un poco depresivo, un ciclotímico que muda rápidamente de cierta euforia al abatimiento. Cuando estoy deprimido la literatura me parece un estorbo, una actividad ingrata, algo así”.
Pero Usted debe saber que el mundo editorial obliga a escribir por necesidad.
Acá tenemos otro dicho campero que dice: “Hasta la hacienda baguala cae al jaguel con la seca”.
“Yo en ningún caso escribo por obligación o por encargo. Yo escribo cuando me siento absolutamente necesitado de hacerlo. Si me sale bien, sigo adelante, y si no me sale bien, lo dejo y en paz. Por eso, cuando pasan varios meses y me siento incapaz de escribir a mi gusto, pienso muy en serio en librarme de todos esos quebraderos de cabeza y dejar de escribir”.
¡Lo veo tan argentino, Pepe!
“Lo que también me haría dejar de escribir definitivamente es cuando no creyera que el fundamento de un texto literario es su articulación artística.”
Pepe, por último… ¿Usted querría ser mi padre?
“¡…! ”
Tan siquiera distante… ¿postizamente? Vamos, decídase. Pepe.
“ ¡…!“

Juan Disante

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