El ensayo de Scavino se puede leer de diferentes maneras, y permite todas las interpretaciones posibles. Porque tiene una ventaja: en lugar de plantear una teoría definitiva, abre un abanico de interpretaciones, a partir de los discursos de los protagonistas de la política del siglo XX, que le permite al lector discutir con el libro y con él mismo. Discutir en el sentido de plantearse hipótesis, analizarlas, descartarlas, aceptar algunos puntos, rechazar otros… En fin, utilizar de la manera más útil el valioso material que Scavino entrega en su relato político de este siglo: abriendo la propia reflexión para adentrarse en un mundo nada sencillo para comprender.
Scavino, mezcla la historia con los relatos políticos, de una
manera que sugiere la polémica, que obliga a ejercer el pensamiento, con
razones, con argumentos, con percepciones, con hipótesis, para que el lector
inteligente se plantee el análisis de los discursos, de las acciones vinculadas
a ellos, y de ciertas similitudes que no siempre son tantas, pero que implican
un formato, una gramática, que los más enfrentados antagonistas adoptan por
igual, para ganar seguidores que se sumen a una mística, una “épica”, que les
otorgue unidad.
Dardo Scavino nació en 1964, estudió letras en la UBA, fue
docente hasta 1993, cuando fijó su residencia en Francia. Escribió ensayos
sobre literatura política y filosofía, y sus últimos libros son “Narraciones de
la independencia” (Eterna Cadencia 2010), donde analiza la Revolución de Mayo y
su siglo, y este último publicado en 2012, también por Eterna Cadencia,
“Rebeldes y confabulados” (narraciones de la política argentina).
De entrada no más, Scavino nos cuenta que parte de una idea
común a Nietzsche, Sorel y Antonio Gramsci: “las narraciones políticas constituyen
al pueblo cuando cuentan su propia historia bajo la forma de una gesta popular.
No hay pueblos, en efecto, sin narraciones; no hay pueblos, en resumidas
cuentas, sin memoria.” Y dentro de ello, Scavino encuentra una gramática común.
Su teoría es que indignarse, protestar, disentir, exhortar a las multitudes a
sublevarse contra un orden, son reglas de una narración política aunque sus
contenidos difieran.
Su análisis se inicia con José Ingenieros, un talento científico,
político e intelectual, que en sus 48 años de vida pudo dirigir la clínica de
enfermedades nerviosas de la Facultad de Medicina, trabajar en los archivos
criminológicos de la Policía Federal y del servicio penitenciario, ser
propulsor de la Reforma Universitaria y decano de la Facultad de Filosofía y
Letras, además de abanderado del antiimperialismo, el socialismo, el comunismo
y el anarquismo. Scavino lo sitúa como ejemplo de todos aquellos sectores que levantaban
las banderas de la rebeldía, a veces con concepciones político filosóficas
divergentes.
Hay una multiplicidad de luchas, dice Scavino, pero no todas
tienen el mismo enemigo y hasta pueden llegar a enfrentarse entre ellas. Para
que la unidad se concrete “es preciso que los diferentes grupos adhieran a un
mismo relato o que cuenten (con) una misma historia”. Se trata de “la hegemonía
de una de esas narraciones por sobre todas las demás”. Nietzche, la voluntad de
poder, la voluntad de rebelión, la verdad dominante, están presentes en el
texto, tanto como los pensadores de la antigüedad y los actuales.
En diversos capítulos Scavino analiza los discursos de
Yrigoyen y la revolución radical, el anarquismo y los grupos armados de la Liga
Patriótica anti obrera; Mao tse Tung y el Martín Fierro. En dos capítulos sin
desperdicio analiza al Perón de “las clases sin lucha” y al de “la lucha sin
clases”; en otro, los discursos de Eva Perón. El onganiato, los Montoneros y el
ERP, son objeto de análisis, junto a Jorge Luis Borges, y los períodos de
Alfonsín y de Menem.
Finalmente, ofrece otra versión de la supuesta pregunta
paradojal, que Deleuze y Guatari le atribuyeron a Spinoza: “¿Por qué los
hombres luchan por su servidumbre como si se tratara de su libertad?”, ante
otra lectura, ya no como pregunta sino como una afirmación de Spinoza: “el gran
secreto del régimen monárquico” consiste en “engañar a los hombres y colorear
con el nombre de religión el temor con que los somete para que combatan por su servidumbre como si se tratara de su
salvación” y para que “no vean nada vergonzoso sino, por el contrario. Algo muy
honorable en el hecho de verter su sangre y dar su vida para satisfacer la
vanidad de un solo hombre”.
Acaso ése sea el poder del discurso hegemónico.
R.B.
Eterna cadencia
253 pág. $ 85
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