sábado, 15 de agosto de 2009

Devaneos idiomáticos 1. por el Prof. Francisco Vázquez

Manga estrecha y manga ancha

¿Qué ser humano normal no padece tal cual irregularidad? ¿Existe ese ejemplar perfecto al que no le podemos achacar ningún vicio, ninguna manía, ninguna cojera en ninguno de sus pies? No habría cosa más anormal que un individuo sin ninguna anormalidad.
Los gramáticos, los filólogos, los académicos de la lengua, ¿tienen acaso sus manías, sus temores, sus extravagancias? Por supuesto que sí; suelen dar ripio a la mano.

Tuve oportunidad de escuchar, el 11 de diciembre de 2007, en la “Fundación Litterae”, de Buenos Aires, una excelente disertación del profesor Alberto Gómez Font en la cual, entre otras muy interesantes cosas, nos hizo notar a los presentes la enorme cantidad de conferencias, congresos, simposios, encuentros, jornadas, etc., sobre un tema recurrente: “El idioma en los medios de comunicación”, expresado así, y sus variantes: “El idioma y los medios de comunicación”, o “La lengua y …”, o “La lengua en los medios de comunicación”, etc., etc.
Quiero aquí agregar de mi cosecha otra reiteración, de la que nunca he oído hablar. Para ello apelo a un recuerdo: El de la vieja solterona, la tía Fulana (omitamos, piadosamente, el nombre), a la que ya madurita, le dio por sentar plaza de”liberada”; un poco tarde, por cierto. Y comenzó a fumar, mal, ridículamente, sin tragar el humo, encendiendo a duras penas el pitillo, dejando colillas por todas partes. También se compró un auto, que guió de la forma más desmañada, como era de esperar, y con el que chocó con casi todos los sufridos árboles de la villa. Esas personas que a destiempo pretenden sentar plaza de “liberadas” siempre han dado que reír; como la tía del cuento.

¿A qué viene, precisamente, el cuento? Viene por la Academia, y por las Academias, y por los académicos, que también, a veces, dan que hablar, y pueden llegar a hacer, un poquito por lo menos, reír. Gómez Font, aquella tarde, se dejó en el tintero otra reiteración, otra insistente repetición, que se da desde hace algunas décadas (¿nada menos que décadas?) en el ámbito académico de la lengua: Me refiero a la Academia, y a las Academias correspondientes “liberadas”, haciendo profesión de manga ancha a los cuatro vientos, y temiendo, como el niño asustado teme al coco, que les vayan a colgar el sambenito de “puristas”.

Asista el lector a algunas jornadas de tema lingüística, o congresos, o el nombre que quisiere dárseles, y escuchara permanentemente esa blasonada liberación, ese permanente renegar de todo afán de purismo, exagerado o aunque más no fuese, moderado. Me recuerda a esos regímenes dictatoriales en donde el amedrentado ciudadano se ve precisado a hacer a cada rato profesión de fe con sus huesos en el calabozo.
Esa actitud de las academias y de los académicos tienen frecuentes consecuencias: Si vamos, en el Diccionario oficial, al artículo ENERVAR, veremos que la Academia pretende que signifique, al mismo tiempo, apaciguar y poner nervioso (poco más o menos), y si nos trasladamos a LÍVIDO, veremos que se nos quiere hacer creer que tal vocablo significa tanto AMORATADO como INTENSAMENTE PÁLIDO. Como si en un código se estableciese que el asesinato es un delito que debe ser castigado, y al mismo tiempo que es una acción no punible.
Contradicciones como ésas no hacen ningún favor a la lengua ni contribuyen a formar un buen diccionario, y no esgrimir la palmeta y dar un palmetazo cuando se hace necesario.

El Diccionario Panhispánico de Dudas es por cierto una obra magna, que ocupa sitio de honor en mi biblioteca. Merece todo nuestro respeto y alabanzas; lo recomiendo de continuo. No obstante también en él se hallan trazas de corruptela que estamos examinando. En el artículo BEIS (beige), por ejemplo, falta, a nuestro juicio, mención a la voz española, correcta y gráfica, para indicar ese color: TRIGUEÑO. Causa sorpresa que en una época en que hasta los niños de seis o siete años, sentados frente al ordenador (computadora), además de manejarlo con una destreza admirable, utilizan de corrido una nomenclatura formada en su mayoría por nuevas voces inglesas, de dudosa ortografía y pronunciación, no se aproveche esa viveza, esa facilidad, esa agilidad, para reintroducir en nuestro habla, por ejemplo, una voz como TRIGUEÑO, de fácil pronunciación y escritura, que está en todos los diccionarios, y es además gráfica y sugerente, pues por comparación con el más conocido de los cereales nos indica el color a que se refiere. ¿Subyace aquí el temor de ser tildados de retrógrados, de puristas, de pretender resucitar muertos? No descartamos esa posibilidad.
Si en dicho Diccionario de Dudas nos trasladamos a CLIC, vemos que se establece, contrariando elementales normas sobre pluralización, que el plural de dicho término es CLICS. Se nos presenta el mismo interrogante de antes. Y así por el estilo.

Haga el lector la prueba: lleve nota de cuántas veces en esos encuentros lingüísticos (si al lector se le ocurre asistir alguno) a la tía vieja se le antoja encender un cigarrillo, o manejar el coche… Es una reintegración tan frecuente como la que Gómez Front nos señalaba en la citada conferencia. No vaya a ser que… ¡Por Dios!
Sé que hablando así me arriesgo a que me imputen que pretendo resucitar el AGORA, el MESMO y el TUVÉREDES. Señores mal pensados: En mi barrio no nos reíamos de la tía Fulana porque no saliera a la calle velada, sino… por otras cosas.

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