Víctor Corcoba Herrero |
Tenemos que acabar
con la corrupción antes de que acabemos todos formando parte de ella. Con extrema
urgencia, debemos luchar por un mundo más limpio de corazón, más auténtico y
con mayor encarte de transparencia, que nos aleje de la podredumbre avasalladora,
para asegurar el valor de la vida humana. De una vida con dignidad al menos. No
es cuestión de legislar más. Muchas son las leyes en un hábitat descompuesto.
Es cuestión de generar otras conciencias, otras culturas, otros pensamientos
más respetuosos con el ser humano. La situación me repele. Nadie respeta a
nadie que no sea poder. Nadie considera a nadie que no tenga mando. Hemos
convertido el planeta en una selva de potestades. Sálvese el que pueda. Los
ríos de violencia desprecian la sonrisa de un inocente. Cada día son más los
ciudadanos que caminan con la tristeza como compañera de viaje. Y no es por
vicio. Las desigualdades son cada vez más patentes. El potencial de falsedades
nos dejan sin aliento. Cuando se vive en la mentira permanente se disipa la
alegría, porque no hay verdad que nos gobierne.
En la actualidad, nos
asfixia el nivel de perversión dominador. No podemos más. Son tan descaradas
sus redes que nos hemos dejado atrapar
en sus miserias. Somos verdaderos esclavos de unas finanzas que nos devoran. Es
el mayor obstáculo al crecimiento humano. Se estima que las naciones en desarrollo
pierden entre veinte y cuarenta mil millones de dólares al año a causa de este
delito. Hemos llegado a una degradación tan acusada que resulta difícil salir
ileso de este perverso mercado, donde todo producto, incluida la vida humana,
tiene su precio. Los hay que lo tienen todo y valen por ello una fortuna. Los
hay que no tienen nada y valen por ello la exclusión. Aún hay más. Los hay que
no tienen nada donde caerse vivos, y son catalogados por esta farsante sociedad
del conocimiento, como productos de desecho. Sobran en todos los sitios. Nadie
los quiere. Ni para explotarlos. Son la basura entre la basura, aunque tengan
corazón, y sean de los nuestros, de nuestra propia especie humana. ¿Cómo hemos
podido llegar a este grado de perversión?. El mercado es el que selecciona, el
que provoca la inclusión o no, el que elimina, el que traza un estilo de vida a
su capricho e intereses. No se puede caer más bajo, ciertamente.
Lo más importante
ahora, es despertar, para poder escuchar el drama de tantas vidas truncadas,
los clamores de tantas existencias perdidas, la angustia de tantos seres
humanos muertos de miedo. Nos hemos dejado engatusar por palabras vacías y el
daño social no tiene precedentes. Es el mal cristalizado en instituciones y
dirigentes. El control de los Estados encargados de velar por el bien
colectivo, de toda la especie en suma, no ha sido tal. El afán de poder y de
dominar no conoce límites en muchos cabecillas. Esta es la bochornosa realidad.
Sus lamentables efectos están ahí, triturando ciudadanos como si fueran objetos
de deseo. Sin duda, la política, convertida hoy en un espectáculo de
charlatanes, también ha dejado de ser una ventana de servicio para convertirse
en el mayor escaparate de negocios, en la más rentable de las empresas. Para
más desasosiego, también las gentes de pensamiento se han dejado adormecer por
la indiferencia. La potencia intelectual se ha acomodado al servilismo, a las
migajas recibidas, y es incapaz de plantarle voz a un poder sin alma,
embriagado por el exceso de poder, y al que nadie le llama al orden.
Y cuando digo de
poner las cosas en orden, me estoy refiriendo a ponerlas al servicio de todos
los ciudadanos, sin distinción alguna. Por otra parte, si en verdad lográsemos
una situación de transparencia óptima, estoy convencido que el bienestar social
se globalizaría más pronto que tarde, y con ello, retornaríamos a los regocijos
que ahora no tenemos, en parte, por la saturación de inmoralidades que nos
injertan en vena a diario los altares corruptos.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
27 de noviembre de 2013
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