martes, 24 de noviembre de 2009

Devaneos idiomáticos 5

por el Prof. Francisco Vázquez

¿Por qué el calefón se llama calefón?

Por décadas me intrigó. Los diccionarios me informaban de algo que ya sabía: . Pero, ¿y la etimología? ¿De dónde había nacido la palabra tan rara, acá, en la Argentina?

Salía un día de la emisora tras irradiar un programa que conducía con mi mujer, cuando nos detuvimos frente a un escaparate. El lector habrá visto cómo los comerciantes suelen adornar sus vidrieras con antigüedades: palos de golf en desuso, raquetas de tenis viejas, teléfonos antiguos, y otras antiguallas, que generalmente nada tienen que ver con el género de la tienda.
Aquella tarde, en el escaparate de aquella ropería, el mercader había puesto de adorno un antiguo, aparatoso y solemne calentador de agua para baño. Por la pinta debía ser de los primeros que habían llegado de Europa a la Argentina, presumiblemente a fines del siglo XIX, o comienzos del XX. Una chapita de bronce hacía las veces de fe de nacimiento. En ella leí:

El lector habrá visto que en el texto que acabo de transcribir puse puntos suspensivos. ¿Por qué?

Pues porque allí omití, de propósito, algo: la marca. ¿Y cuál era esa marca?: “Califont”, nombre de fantasía que el ínclito fabricante hubo de formar con la raíz de la voz latina caldarius, o la de caldus, o la de calefacio, o calefactus, o algo por el estilo, y la palabra font, que, sin duda, se refiere a una fuente. Es decir, nos quiso expresar con el nombre el destino del objeto: ser fuente de agua caliente.

Me imagino el proceso posterior: Ledesma le dice a Vega: -Fernández se compró un “Califont”. Vega le cuenta a Quiroga: - Fernández se compró un “Califón”. Quiroga le dice a su mujer: - Fernández se compró un calefón. Y cátate a Periquito hecho fraile.

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